Opinión
Este 8-M tan raro
"Y por eso, hermanas, este año también lo hemos hecho. Aunque fuera muy raro. Al fin y al cabo, si en algo estamos entrenadas es en reinventarlo todo", reflexiona Laura Casielles.
Sigue colgada la guirnalda de banderines que el vecindario de la calle puso para celebrar las fiestas del barrio. Ondea suavemente en esta tarde en la que parece que ha vuelto el invierno. Los aplausos empiezan tímidamente: como siempre.
Entre estos balcones, estos meses, han pasado muchas cosas. Hemos visto empezar a hablar al niño del quinto del edificio de enfrente, y volver del hospital al hombre que vive justo debajo de él. Nos hemos conocido un poco con la mujer que vive encima de mí y con la que vive al lado. Hemos naturalizado el gesto de saludarnos con la mano con la vecina que vive en el bajo, la mujer mayor que tiene plantas en el alféizar.
Tengo una amiga que dice que es mucho más valeroso manifestarte en tu barrio que ir a hacerlo al centro. Y más valioso también, acabamos precisando en una de nuestras últimas conversaciones.
En este 8-M tan raro, en Madrid, cuando dan las ocho salimos a hacer ruido al balcón y es extraño y remueve. Se nos cae el año encima y una lágrima por la mejilla. Nos miramos, nos reconocemos: sabíamos que íbamos a estar.
Es más valioso y más valeroso manifestarte en tu calle porque se trata de señalar tu ventana con la cruz violeta de las disconformes. Y quizá también porque –no puedo parar de pensarlo– a lo mejor en algún lugar hoy una mujer al ver a su vecina en la ventana ha pensado: “Esa casa es un lugar seguro”. El reconocimiento de quien está en tu misma pelea puede transformar una vida. Justo en el año en que nos hemos conocido con quienes tenemos más cerca, hay algo de justicia poética en que esta haya tenido que ser la forma de movilización.
Todo esto, por supuesto, es agridulce. Lo que nos faltaba este año era, además, no poder juntarnos en este día que marca la fecha en la que tanto hemos compartido, en la que tanto hemos pensado y acuerpado. Y que fuera además desde la contradicción de ver llenos los bares, los metros: que esto no se pueda hacer mientras todo lo que mueve dinero continúa.
Una contradicción que llega también por la complejidad que implica la responsabilidad, la sensatez, el sentido de lo común. Por más que nos duela no poder salir a protestar y celebrar, por más que deseemos llamar a la desobediencia, es cierto también que llevamos todo el año preguntándonos qué podemos, qué debemos hacer y qué no. Desde ahí, acatar el mandato de quedarse en casa es una responsabilidad que encajamos con pena y con rabia, pero con la misma sensación de cuidar de lo colectivo que tenemos en tantas otras cosas.
Ya son las ocho y cinco. En esta calle, como en tantas, hemos aplaudido, hemos puesto música, hemos gritado. Bajo rápido a la calle y me encuentro con un grupo que pasa al grito de “¡que viva la lucha de las mujeres!”. Aplaudo mirando hacia arriba, a las ventanas en las que los corazones verdes por los servicios públicos que pintamos hace unos meses hoy conviven con globos y trapos morados. Todo es lo mismo. Subo la calle y voy a ver a unas amigas que viven cerca. Abren un vino para compartir y hablamos de amores, de miedos y de proyectos.
El 8-M no es una manifestación. El 8-M es hacerse preguntas. El 8-M es decirse feminista: decirse en batalla. Es encontrarse. Es el proceso, el camino que trajo aquí. Es que haya mañana junto a nosotras alguna compañera que ayer no estaba. Todo lo demás es institucionalización y fósiles.
Y por eso, hermanas, este año también lo hemos hecho. Aunque fuera muy raro. Al fin y al cabo, si en algo estamos entrenadas es en reinventarlo todo.
Vuelvo a subir a casa, cierro la ventana. Y siento muy firme, muy dentro, que no estoy sola.
Solo un apunte, no es «además» la contradicción de que bares y metro estuvieran llenos. El feminismo nace de la contradicción existencial, de la contradicción real, de la contradicción de la vida que construimos en la que hombres y mujeres son distintos por dominio del hombre y esa diferencia es violación de derechos, prohibiciones, acosos, violencias varias y asesinatos machistas.
Vivimos la contradicción, por eso somos feministas y hay que seguir siéndolo, hasta deshacer la maldita y opresora contradicción.