Internacional
“No basta con reproducir los intentos del populismo de izquierda liderados por niños blancos de clase media”
Entrevista con el historiador Quinn Slobodian. Capitán Swing ha publicado la traducción de 'Globalistas, el fin de los imperios y el nacimiento del neoliberalismo'.
Quinn Slobodian (1978) es un historiador que ostenta el cargo de profesor en el Wellesley College, aunque ha alcanzado fama internacional debido a su genealogía sobre el neoliberalismo. Recientemente, Capitán Swing ha publicado la traducción de Globalistas, el fin de los imperios y el nacimiento del neoliberalismo, el cual forma parte de un reducido grupo de textos sobre los orígenes intelectuales de los fundamentalistas del libre comercio que ha visto la luz en España de manera reciente (Wendy Brown en Lengua de Trapo o Pierre Dardot y Christian Laval en Gedisa son otros intentos recientes).
Si bien se ha criticado que esta literatura “no ha logrado explicar la intersección entre la crítica neoliberal de la democracia y la diferenciación racial (o racializada)”, la publicación de este ensayo supone una noticia importante para la producción de ideas patria. Hablamos de un país que hace pocos años asumió tratados comerciales neoliberales como el TTIP o el CETA sin expresar oposición política alguna y que, además, tiende a entronizar intentos intelectualmente estériles de criticar el neoliberalismo fijándose en la diversidad, especialmente cuando, como concluyen estudios rigurosos como el que aquí se presenta, esa es la fuente más revolucionaria de creatividad política en este momento. De hecho, ambas cosas nos dicen mucho más sobre la verdadera hegemonía, la de los mercados libres y el consenso conservador, que cualquier discurso expresado en el Congreso.
Partiendo de las cenizas del Imperio de los Habsburgo y, en detrimento de los profetas de la Guerra Fría que en España ocupan reputados puestos en institutos de ideas, el canadiense demuestra que el neoliberalismo es un camino donde la democracia liberal y la economía de mercado no siempre van de la mano. Más bien al contrario, explica, la historia ha tendido a escoger opciones autoritarias cuando el capitalismo se encontraba en crisis.
En un sesudo análisis centrado en la época que va desde antes de la Segunda Guerra Mundial (1920) hasta el derrumbamiento del muro de Berlín (1990), Quinn Slobodian radiografía el auge del globalismo, u “ordoglobalismo”, como un proceso revolucionario que experimentó con dictaduras, o Estados fuertes, para perpetuar un mundo finalmente unificado a golpe del libre flujo de mercancías. Especialmente innovador es su argumento sobre lo que denomina la Escuela de Ginebra, una fe presente en las instituciones de comercio internacional que defiende la creación de una “constitución económica mundial” para asegurar la movilidad y acumulacion de capital. El neoliberalismo son una serie de soluciones, se podría derivar del argumento, destinadas a mantener intactos los beneficios privados.
Dado que el libro es un trabajo de historia y no se centra en explicar la praxis neoliberal del presente, Slobodian disecciona durante esta entrevista con La Marea los temas de más rabiosa actualidad, ofreciendo evidencia suficiente como para comprender las limitaciones del mercado como mecanismo de coordinación social y llamando así a construir alternativas de manera urgente.
La primera pregunta es obligatoria: ¿con qué argumentos responde a la plétora de académicos o analistas que han vociferado la muerte del paradigma neoliberal tras la epidemia de la COVID-19?
Los obituarios del neoliberalismo son casi tan antiguos como el término mismo. Tras la crisis financiera de Asia, en 1997, muchos dieron por muerto al neoliberalismo. Lo mismo sucedió tras el estallido de la burbuja de las puntocom a principios de la década de 2000, después de la crisis financiera mundial que estalló 2008 y, más recientemente, con la elección de Trump y la victoria del Brexit en 2016. Resulta evidente que estos sucesos no han matado el neoliberalismo, sino que han desembocado en una mutación de este.
En particular, el sector financiero ha demostrado ser especialmente hábil a la hora de sobrevivir a desafíos a primera vista existenciales. De hecho, en este momento Wall Street está logrando prosperar gracias a las respuestas monetarias que se han ofrecido para contener la crisis. Mientras los políticos y legisladores renuncien a su responsabilidad de gobernar y encabezar la creación de nuevas leyes, la producción de cantidades enormes de liquidez en la economía global continuará enriqueciendo a los que ya son ricos, inflará el valor de los activos (acciones o propiedad inmobiliaria), aumentará la rentabilidad de las empresas y aumentará el abismo entre los que tienen y los que no tienen.
Hasta ahora, el resultado material de la crisis del coronavirus ha sido exagerar, en lugar de disminuir, las desigualdades que caracterizan a las sociedades globales. De modo que las consecuencias reales de ese sistema al que llamamos neoliberalismo se sienten de una forma tan fuerte como en otros momentos.
Quienes defienden una postura contraria a la suya han argumentado que los Estados han dejado de tener un rol pasivo en la planificación económica. No obstante, teóricos neoliberales como Friedrich Hayek nunca dijeron que esta institución tuviera que reducir su peso, sino intervenir cuando los mercados fallan.
Algunos piensan que la voluntad de los Estados de gastar libremente durante la pandemia indica una ruptura permanente con el pensamiento de la austeridad. No obstante, la CDU alemana [el partido de Angela Merkel] evidencia que esto no es necesariamente cierto, por ejemplo, al cerrar filas y expresar su horror ante las declaraciones públicas de quienes han criticado el fetiche de los presupuestos equilibrados [entre el gasto y los ingresos fiscales] (el black zero).
Resulta más sencillo imaginar a los líderes políticos decir en un futuro próximo que la billetera de los Estados está realmente vacía, que debemos ahorrar y sacrificarnos para “la próxima crisis”. A este respecto, la historia de Estados Unidos muestra que los republicanos hablan de presupuestos equilibrados cuando están fuera del poder, pero caen en déficits mientras ocupan el poder. Esto es, son los demócratas quienes verdaderamente practican la austeridad. Habrá muchas voces en el Partido Demócrata que tomarán este camino, el de la austeridad, más pronto que tarde.
La digitalización se ha presentado como la panacea para todos los problemas de nuestra sociedad, si cabe con más ímpetu durante la crisis sanitaria. ¿Qué rol cree que juegan las tecnologías a la hora de soportar las lógicas neoliberales?
Claramente, la forma que ha adoptado la digitalización tiene una tendencia hacia capturar la atención humana, la concentración de la propiedad en un pequeño número de empresas oligárquicas y en mostrar un desprecio generalizado por la privacidad o los problemas de igualdad material. Las formas actuales de tecnología digital hacen que todos los aspectos de la vida sean legibles y potencialmente transformables en una mercancía para comerciar, comprar y vender. Hay resonancias entre esto y una versión hipercomercializada del neoliberalismo.
Sin embargo, sería una tontería afirmar que la tecnología solo puede funcionar en una dirección. Hay mucha gente que habla del potencial de la tecnología como medio para compartir información de forma desmercantilizada y alcanzar un conjunto de valores diferente al que rigen actualmente nuestras vidas. Estoy pensando en el trabajo reciente de Aaron Benanav y Evgeny Morozov. No nos queda más remedio que confiar en despliegues alternativos de tecnología, dado que eliminarla de nuestras vidas probablemente ya no sea una opción.
A este respecto, la Unión Europea ha apostado por el desarrollo de una asociación transatlántica “más estrecha” centrada en el comercio digital y ha apostado por la industria digital y verde para revivir los tiempos de Pascal Lamy que usted tan bien radiografía. ¿Cuál es el consenso globalista actual? Y con ello me refiero a las ideas que recorren todo el espectro político de antaño, desde la socialdemocracia hasta los conservadores cristianodemócratas.
La característica más llamativa del nuevo consenso globalista es la atención que las élites han prestado al cambio climático. Digamos que esta causa ha sido impulsada por los movimientos de base y la sociedad civil durante los últimos años, aunque con resultados a menudo decepcionantes. El rechazo total de los problemas climáticos por parte de la administración Trump prendió fuego a la política de movimientos como Fridays for Future, Extinction Rebellion, Ende Gelände o Sunrise Movement y dio una sensación de urgencia que había estado ausente del debate público durante mucho tiempo. No obstante, estos movimientos se enfrentan a algo así como a la maldición del éxito. Debido a que todos creen en la urgencia del cambio climático, desde la Comisión Europea hasta la administración Biden, los banqueros centrales y los directores ejecutivos del Bank of America y Goldman Sachs, este tema puede convertirse en una cortina de humo para ocultar otros problemas, como la lucha de clases y la redistribución socioeconómica.
El desafío de estos movimientos será evitar la apropiación de la política del cambio climático por parte de los políticos de centro que, al final del día, tienen poco que ganar haciendo los cambios políticos radicales que son necesarios para paliar el calentamiento global. De alguna manera, hubiera que volver a hacer peligroso la llamada de atención sobre el cambio climático o, al menos, intentar algo que pueda encender las pasiones de los movimientos sociales.
Más allá del problema derivado del calentamiento de la tierra, las grandes tecnológicas se han convertido en un objetivo conveniente para la nueva clase gobernante transatlántica, que a menudo sirve para desviar la atención de otros problemas.
En último término, el tema de la competencia con el rival económico chino dominará las agendas globalistas de los próximos años. Esto es un problema porque si bien la política detrás de esta rivalidad todavía no está clara, probablemente sea necesaria una asociación más profunda con China, no más superficial, para conseguir una respuesta adecuada al desafío del cambio climático. Claro que las violaciones de los derechos humanos de Xinjiang, por un lado, y el continuo militarismo de los EEUU en el Medio Oriente, por el otro, siempre facilitará que ambas partes denuncien una a la otro como un malvado actor. De hecho, después de los recientes bombardeos estadounidenses en Siria supuestamente se difundió un meme en las redes sociales chinas que comparaba un bombardero sin adornos en la era Trump con un bombardero decorado con calcomanías de la bandera del arco iris y el Black Lives Matter en la era Biden. Siempre hay hipocresía suficiente en ambos lados.
En su libro escribe una frase que me parece relevante: “Cuanto más se movilizaron los neoliberales fue cuando se produjo algún intento de supervisión general de la economía”. Volviendo a la cuestión de las Big Tech y a la corriente de pensamiento influenciada por Piketty que propone regularlas, ¿a qué clase de batalla comercial asistimos en el presente? Me refiero, en términos más explícitos, al estado de las ideas progresistas y la manera en que puedan ser bloqueadas a través de sanciones comerciales directas, sin la preponderancia que tenía la OMC durante su época de estudio.
En efecto, donde se están produciendo cambios tectónicos es en la arquitectura del comercio internacional. Aunque en un principio la guerra comercial de Trump con China fue entendida como una ruptura, o un shock, con las normas de la llamada larga década de 1990, los legisladores de ambos partidos estadounidenses, y ahora el Reino Unido y la Unión Europea, han seguido su ejemplo a rajatabla. Todos coinciden en que China ha pasado de ser un socio a convertirse en un rival o una amenaza y que por ello son necesarias nuevas respuestas institucionales. La recién nombrada directora de la OMC habla incluso de la necesidad de reformar esta institución, la joya de la corona del globalismo neoliberal de los noventa.
En este sentido, creo que es inevitable, y probablemente positivo, que se hable más de “resiliencia” en las cadenas de suministro global y que se produzca un cambio de paradigma hacia la producción “por si acaso” en lugar de “justo a tiempo” de ciertos productos esenciales para paliar el covid [PPE, por sus siglas en inglés]. Creo que también veremos que estas tendencias ya existentes se acelerarán en productos del futuro, como los vehículos eléctricos. Véase, por ejemplo, el intento de crear una batería “totalmente europea”. También podemos ver una versión de chovinismo económico en la resistencia a que empresas chinas como Huawei construyan las redes 5G.
Volviendo a tu pregunta, creo que esto representa una ruptura con la racionalidad neoliberal en el sentido de que el libre comercio ya no se naturaliza como la única opción posible. Es bueno recordar que se trata de opciones políticas y, como ocurre con todos los asuntos de economía política, implican cuestiones de distribución. Algunas personas ganan, mientras que otras pierden. A veces, las mismas personas ganan como consumidores y pierden como trabajadores. Durante demasiado tiempo, estas cuestiones no formaron parte del debate público. La circulación de capitales y bienes sin trabas a través de las fronteras se consideró un hecho tan natural como el cambio en las estaciones del año o el derretimiento de los glaciares. Tomar la decisión de producir más productos a nivel nacional no significa necesariamente que hayamos “retrocedido” en la globalización. Simplemente significa que hemos elegido otro tipo de globalización, u otro tipo de world-making [creación del mundo], usando el término de la politóloga Adom Getachew.
De nuevo, ver este cambio hacia una política comercial re-territorializada, o cuasi proteccionista, como la muerte del neoliberalismo me resulta prematuro. Recordemos que Ronald Reagan usó métodos similares a los de Trump para presionar a los competidores, en ese momento Japón, abrir sus mercados a más productos estadounidenses y limitar sus exportaciones. Tal ejercicio del llamado poder “geoeconómico” puede estar en línea con un modelo de neoliberalismo más dispuesto a usar el lenguaje de la acción unilateral y la seguridad que el de la reciprocidad y el multilateralismo legal. Esta es la lección histórica que debemos extraer del presente.
Ahora bien, claro que creo en que hay alguna forma de reterritorialización de la economía política en marcha que difiere cualitativamente de la larga década de 1990, cuando tuvo lugar la caída del Muro de Berlín, y que llega más o menos hasta 2016. Como decía, ver el comercio como un campo de batalla donde hay ganadores y perdedores es una diferencia en el discurso. Y como dices, también hay un cambio de humor a la hora de aceptar la fuga de capitales y el impulso a convertir las grandes economías en paraísos fiscales. La medida reciente del Reino Unido para aumentar los impuestos corporativos y las conversaciones iniciales en la administración de Biden para hacer lo mismo representan un cambio de dirección respecto a finales de la década de 1990.
Si además la OCDE inicia una ofensiva global contra la evasión fiscal, esto también será un cambio importante. Sin embargo, estos signos todavía son confusos. Recordemos que Apple ganó un caso al Tribunal de Justicia de la Unión Europea, lo que significa aceptar que Irlanda sea un paraíso fiscal. Siempre es mucho más fácil hablar de cambios en la política fiscal que ponerlos en práctica. Si las políticas de reforma fiscal se concretan, entonces tal vez podamos hablar más seriamente sobre un cambio en la racionalidad política económica que gobierna. Hasta entonces, tenemos que mantener abierta la posibilidad de que el neoliberalismo simplemente haya sufrido una conmoción cerebral en lugar de un golpe fatal.
Refiriéndonos específicamente al Gobierno español, el vicepresidente se ha doctorado con una tesis sobre los movimientos antisistémicos y se ha desarrollado políticamente como activista de manera paralela a la llamada batalla de Seattle. No obstante, y al mismo tiempo, ha firmado el Real Decreto que autoriza los fondos Next Generation, el mayor ejemplo de lo que usted hacia al final del libro ha denominado “keynesianismo privado”. ¿En qué estado se encuentra la izquierda institucional europea en su lucha contra el neoliberalismo?
Probablemente, el mayor obstáculo al que se enfrenta la izquierda institucional europea en este momento es el dominio del modelo de exportación alemán. Habrá poco espacio para maniobrar mientras este país quiera aplicar la disciplina monetaria y mantener el gasto de la Unión Europea dentro de los límites para asegurarse que el Viejo Continente es el interior de una cadena de suministro que sirve a la producción de sus exportaciones, especialmente a China.
La estructura de la UE es intrínsecamente conservadora en el sentido de que su constitución es resistente a la revisión y su liderazgo tecnocrático es más o menos reacio a las rebeliones o la resistencia desde abajo. Construir una amenaza creíble desde la izquierda dentro del núcleo de los países industriales europeos, especialmente en los llamados países frugales de Alemania, Austria, Holanda, Dinamarca y Suecia, será especialmente necesario para romper el dominio que el norte tiene sobre el sur. La ausencia de imaginación política por parte de los líderes políticos de izquierda es también una expresión del agotamiento de lo que alguna vez fueron esperanzas utópicas de aquello que Paolo Gerbaudo llama “el partido digital”. Sin transformaciones estructurales a nivel continental no habrá una relación digital [en términos antisistémicos] capaz de marcar la diferencia.
El Fondo Monetario Internacional ha publicado un informe recientemente que concluye lo siguiente: “Si la historia puede servir como predictor, los levantamientos sociales resurgirán a medida que la pandemia disminuya. Las amenazas pueden ser mayores cuando la crisis expone o agrava problemas preexistentes, como la falta de confianza en las instituciones, la mala gobernanza, la pobreza o la desigualdad”. ¿Qué significan realmente estas declaraciones?, ¿ve a las masas dispuestas a desafiar de nuevo a las élites, es solo otra estrategia de las élites o existe un cambio en el paradigma de esta institución neoliberal que usted disecciona en su libro?
Debo decir que el FMI es una fuente notoriamente poco fiable para entender su propia conducta. El mero hecho de que esta institución esté dividida entre un ala de investigación y otra ala de préstamo significa que los investigadores a veces hacen declaraciones que parecen romper paradigmas sobre el fin del neoliberalismo sin afectar realmente la conducta comercial de la institución. Sin acciones reales, uno duda de que puedan tomarse en serio esta retórica. Si hubiera un movimiento hacia la creación de derechos especiales de giro [SDG, en inglés], la condonación permanente de la deuda y la expansión drástica de los préstamos a los países más pobres, entonces estas declaraciones serían bienvenidas. Pero tendremos que verlo para creerlo.
Imagino que habrá seguido el auge de los movimientos antiglobalización ultraderechistas en Alemania. Como ha publicado lamarea.com, en España los fascistas han apelado a la ideología de Hitler tanto en las calles como en las redes sin oposición jurídica alguna. ¿Tendencias generales como estas indican una nueva forma de “liberalismo autoritario”? ¿Cómo está adaptándose esa superestructura o “marco extraeconómico” en relación al pensamiento neoliberal tradicional?
En la medida en que se logre un progreso genuino hacia los objetivos de mitigar el cambio climático y abordar la desigualdad, podemos esperar que surjan alianzas cada vez más extrañas desde la oposición. Pero los intereses creados para apoyar el status quo, especialmente los ecosistemas mediáticos de la derecha, se resisten a tales transformaciones. Dadas las nuevas plataformas digitales y las redes sociales diseñadas según el modelo de lo que he llamado “capitalismo de incitación”, la derecha tiene una gran capacidad para aprovechar energías incipientes de todo el espectro político contra cualquier desafío genuino al orden establecido.
En los próximos años veremos que probablemente sea cada vez más difícil distinguir las formas de activismo de la derecha y la izquierda. Aquello que mi colaborador Will Callison y yo hemos llamado “pensamiento diagonal” ya se exhibe en la oposición a los confinamientos y la vacunación. La política que veremos durante los próximos años puede estar menos centrada en la construcción de partidos alternativos y la política parlamentaria en el sentido convencional y manifestarse más como una política de ubicación y escala, defensas de la autonomía descentralizada, a menudo basadas en campañas en la web, contra lo que los protagonistas de las revueltas imaginan que es una monstruosa combinación de poder público y corporativo que busca una reforma política y económica de calado [como la que promueven los acuerdos público-privados presentes en los fondos de recuperación].
La histeria provocada por el anodino lema del Gran Reinicio, propuesto por el Foro Económico Mundial en 2020, nos da una idea de la forma que adquirirá semejante conflagración. Desde la década de 1990, los neoliberales de derechas vienen señalando que “el nuevo comunismo será verde en lugar de rojo” y es muy probable que asistamos a los esfuerzos de arriba hacia abajo para cambiar el comportamiento e imponer la soberanía del consumidor como herramienta para abordar el cambio climático. En caso de que esto ocurra, entonces se producirá una reacción violenta que puede no parecerse a nada que hayamos visto antes. En este sentido, la analogía del fascismo puede resultarnos ilustrativa. El fascismo digital no se consumará como un ejercicio de personas que llevan botas y marchan en formación por las calles, sino que será algo completamente diferente. Heinrich Geiselberger escribe sobre el “autoritarismo líquido”: “enjambres en lugar de formaciones orquestadas; mercancía en lugar de uniformes; seguidores en lugar de miembros; flashmobs en lugar de reuniones regulares; políticas erráticas e inconstantes en lugar de proyectos a largo plazo”. Esta descripción también me parece una forma útil de imaginar la forma de la política de oposición que se avecina.
Póngase las lentes del presente, ¿estamos ante las puertas de un nuevo intento por superar el sistema o ante la más dura de sus transformaciones en líneas neoliberales? O mejor dicho: ¿conserva usted algo de optimismo?
Creo que la posibilidad de diseñar una alternativa depende en gran medida de la capacidad de la izquierda para navegar en el terreno cambiante del engagement [compromiso]. De algún modo, creo que podemos entender la pandemia como el final de un ciclo de protestas que comenzó con Occupy y Toma la Plaza en 2011, que a su vez desembocó en el fracaso de los proyectos de Bernie Sanders y Jeremy Corbyn hace uno y dos años. Los que estos movimientos tenían en común con Podemos en España o Syriza en Grecia era una fe ciega en un Estado potencialmente benévolo. La esperanza era que si la gente podía tomar las riendas del Estado, entonces podría encaminarlo hacia una buena política. No obstante, resulta muy sorprendente observar el caso estadounidense para entender este error, pues la mayor protesta en décadas (liderada por personas negras) ha estado motivada por un impulso muy diferente. La demanda defund the police durante las protestas contra el asesinato de George Floyd en el verano de 2020 fue antiestatista, dado que pedía de maneras distintas la retirada de un Estado intrusivo e intervencionista. El nexo entre libertarismo y socialismo, bastante familiar en algunos lugares como Quebec, apareció aquí de una manera nueva. Cualesquiera sean las soluciones que pueda tener la izquierda, desde luego tendrán que incorporar estas energías. No basta con reproducir simplemente los intentos del populismo de izquierda liderados por niños blancos de clase media bien educada, como los representaron los proyectos Corbyn y Sanders. No sé qué forma tomará esa movilización, pero podemos citar a Mao de manera semi-irónica: “Las masas tienen un poder creativo ilimitado”.
¿Por qué llamais democracia a la dictadura del capital, la más letal, genocida, exterminadora, la que ya ni te permite protestar?