Cultura

Ted Lasso, el discreto encanto de ser bueno

El protagonista de la serie, Sudeikis, acaba de ganar el Globo de Oro a mejor actor de comedia.

Una escena de ‘Ted Lasso’. Apple

Desacostumbrado a beber, el alcohol sube antes. “Más barato me sale”, decía un amigo medio abstemio. Es parecido a lo que pasa con la serie Ted Lasso, que con poquito da bastante. Estrenada a finales de verano en la plataforma de Apple, el argumento es sencillo: un equipo de la Premier League inglesa ficha a un entrenador estadounidense de fútbol americano que no tiene ni idea de soccer. La pregunta, claro, es por qué lo hacen, y se irá desvelando al poco de comenzar a desfilar los diez episodios de una temporada que ya tiene segura una segunda y hasta una tercera. 

Jason Sudeikis -exguionista de Saturday Night Live a quien vimos en Colossal de Nacho Vigalondo- interpreta a Lasso, un personaje cuyo origen está en una campaña publicitaria de la cadena NBC para promocionar la liga inglesa en Estados Unidos. En efecto, es este entrenador aparentemente simplón quien lleva el peso de una trama que busca más la sonrisa que la carcajada. Sudeikis acaba de ganar el Globo de Oro a mejor actor de comedia.

Lasso aterriza en un Londres que permite a los guionistas bromear acerca del choque de costumbres y caracteres entre ambos lados del Atlántico -a Lasso el té le sabe “a sudor de paloma” y no acepta que beberlo no forme parte de alguna especie de performance británica para turistas- pero lo hace también en un ambiente laboral hostil. El club se juega el descenso y él llega sin nombre, desconocido y ninguneado por sus jugadores, aficionados y periodistas. Entonces pone en marcha su plan que es, podría decirse, el de desdramatizar sin dejar de hacer las cosas bien. 

Puede estar desorientado o buscando conocer los códigos nada más llegar, pero queda claro que Lasso no es tonto, ni un desastre, ni un inepto, y en esto la serie, sin tener ni mucho menos pretensiones políticas, rompe con esa mística de los puestos de responsabilidad que parecen solo alcanzables por los superpreparados o los elegidos. No, Lasso llega allí y lo va haciendo como puede, va cumpliendo con su cometido teniéndolo todo en contra. Teniéndolo todo en contra y ni aun así sucumbiendo a dirigir su frustración hacia donde no toca. Al revés, el único momento en el que pierde el control no es contra nadie, sino sufriendo una crisis de ansiedad que no deja víctimas colaterales. 

No es ninguna exageración decir que Ted Lasso está atravesada por temas como la masculinidad tóxica, la (in)capacidad para expresar nuestros sentimientos, la de perdonar, la soledad o la competitividad. Que su protagonista parezca fácilmente un santo nos recuerda cómo tenemos de bajo el listón de comportamientos y actitudes empáticas; Lasso no es ningún santo, solo un hombre con no muchas menos amenazas a su felicidad que la media pero que da sin esperar nada a cambio.

Como sabe este inusual entrenador, y en realidad todos nosotros, aunque a veces se nos ponga sobre la cabeza la temida nube negra, la empatía, la generosidad y el apoyo mutuo no son ningún mito, ninguna pérdida de tiempo, por mucho que le gustase que así fuera al individualismo cínico y calculín.

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