Sociedad

La odisea después de llegar a Canarias: salir de Canarias

Los controles policiales en aeropuertos y puertos están impidiendo a personas migrantes salir de las islas a pesar de contar con la documentación necesaria.

Abdul sujeta la mochila con todas sus pertenencias. Detrás, su hermano Kamal. EDUARDO ROBAINA

Cruzar el Atlántico a bordo de una embarcación precaria como una patera es una experiencia dura y muchas veces trágica. Hacerlo dos veces, inimaginable. Pero Abdul, de Marrakech, lo hizo. La primera vez fue en 2018, desde Marruecos a Algeciras. Tras más de dos años viviendo en Burgos, la muerte de uno de sus hijos le hizo volver a su país a bordo de un camión. A las pocas semanas quiso regresar a España y volvió a jugarse la vida en el mar, esta vez desde El Aaiún hasta Gran Canaria.

«Esto es una cárcel». Así define Kamal, el hermano menor de Abdul, la situación que enfrentan en Canarias miles de migrantes sin proyecto de vida mientras España y Europa miran de reojo. Kamal vive ahora en Burgos, está casado y se ha comprado una casa, por lo que se puede decir que tiene la vida encaminada. Pero no siempre fue así. Con 14 años llegó también a Algeciras en pateras desde Tánger. Pasó cinco años en un centro de menores, y salió de él con su trabajo actual de electricista, el cual compagina con la vendimia por culpa de la pandemia. Todo lo que es y tiene actualmente se lo debe a Abdul: «Él fue quien me mandó aquí. Yo vine a España gracias a él, nunca lo olvidaré». Ahora los papeles han cambiado y es Kamal el que ayuda a su hermano a construirse un futuro.

Tras cuatro días en alta mar junto a 35 personas y sin poder flexionar las rodillas, Abdul pasó alrededor de quince días en el muelle de Arguineguín, a pesar de que el límite legal es de 72 horas. Después, según su relato, lo llevaron a uno de los hoteles usados como alojamiento y, finalmente, lo trasladaron al campamento de emergencia para migrantes Canarias 50, ubicado en una antigua base ubicada en la Zona Militar de La Isleta, en la capital grancanaria.

El campamento está ubicado en una zona militar con una extensión aproximada de 700 hectáreas. E. R.

Kamal intentó llevárselo de vuelta a Burgos a principios de enero. El mismo día que llegó a Gran Canaria, lo recogió y fueron directos al aeropuerto. En la puerta de embarque, la Policía Nacional le impidió a Abdul y a una treintena de marroquíes volar hacia Madrid. Les dijeron que «ni él ni ningún extranjero pasaría», relata Kamal, que se tuvo que volver solo a Burgos a pesar de que Abdul contaba con un certificado de empadronamiento y pasaporte.

Este es el problema al que se enfrentan las personas migrantes desde que en diciembre la Policía Nacional recibió órdenes de reforzar sus controles en aeropuertos y puertos. Desde la Delegación de Gobierno en Canarias argumentan que se debe a las restricciones sanitarias, un argumento que no se ajusta a la realidad. Se les pide la documentación solo por su apariencia, a pesar de ser una práctica ilegal. Actualmente, las personas que llegan en patera tienen libertad deambulatoria por todo el territorio español, hayan pedido o no protección internacional.

«O los expulsan para su país o los dejan pasar. Una de dos. No es normal que los tengan aquí encerrados, ellos solo vienen a conseguir dinero para su familia», se queja Kamal. «Hay gente encerrada que su familia depende de ellos. Si los tienen meses encerrados, ¿cómo van a comer?», insiste. 

Kamal pasó cerca de diez horas esperando por su hermano frente a la puerta del campamento. E. R.

El segundo intento de sacar a su hermano de Canarias fue el pasado jueves 18 de febrero. Esta vez tenía un plan distinto. De no conseguirlo, su hermano se daba por vencido porque, cuenta, física y mentalmente era otro.

Ese día hacía mucho calor. Tampoco ayudaba el episodio de calima que teñía de gris el habitual radiante cielo azul. Kamal llegó a Gran Canaria a las ocho de la mañana. Esperó sentado frente a la entrada del campamento hasta las siete de la tarde. A esa hora se abrieron las puertas y salió su hermano junto a otro chico marroquí.

Esta vez no intentaron salir en avión directamente. Pusieron rumbo al puerto de Las Palmas, muy cerca del Canarias 50. El objetivo era ir en barco hasta Fuerteventura y allí coger un vuelo a Madrid. Finalmente, los tres consiguieron entrar, aunque otros que lo intentaron no corrieron la misma suerte, según denuncian. A la mañana siguiente, a diferencia de lo que sufrieron en el aeropuerto de Gran Canaria en enero, esta vez lograron entrar al avión. A primera hora de la tarde aterrizaron en Madrid y sobre las 22:00 llegaron a Burgos, tres meses más tarde de lo que imaginaban los dos hermanos.

Kamal se gastó 2.000 euros la primera vez que fue a por Abdul. En la segunda, 1.000. A ello, se le suman otros 2.000 euros de lo que le costó el viaje en patera de su hermano. Además, durante todo este tiempo le mandó dinero para comer porque la comida dentro de los campamentos es escasa, se queja. Y no acaba aquí la cuenta: «Tiene hijos que mantener. Como él ahora no puede, yo mantengo a su familia, a mi cuñado, a mi mujer y a mi familia en Marruecos», detalla Kamal. En total, más de 5.000 euros. Aun así, lo tiene muy claro: «A mí no me importa el dinero, lo puedo recuperar. Lo que no se puede recuperar es la vida». Para él, puede que la historia aún no haya acabado. Dice que ahora tiene que volver a por su primo y su sobrino, ambos alojados en hoteles del sur de Gran Canaria. 

Desde el año pasado, han llegado a Canarias más de 25.000 migrantes. A día de hoy quedan 9.000 personas y más de 2.000 menores migrantes bloqueados y sin expectativas de qué pasará con sus vidas. Desde comienzos de semana, las restricciones en Gran Canaria se han suavizado y ya se permite la entrada y salida de la isla sin justificación, por lo que no deberían existir más retenciones arbitrarias.

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