Sociedad
Violento
"Aunque la violencia pueda ser irracional, no carece de razones para desencadenarse... ser desencadenada", asegura la filósofa Ana Carrasco-Conde.
Violento y no violencia. Centrémonos en ese sutil matiz que los diferencia por un momento. La violencia se define no sin dificultad. Semánticamente remite a una cualidad: la de lo violento, que no significa otra cosa, del griego vigere, que “abundante en fuerza” (gr. vis, de donde vigor) o, mejor dicho, de la muestra y ejercicio ostensible y desmesurado de la misma. Un golpe en la mesa. O en la mejilla. Un puño en tensión que se abre paso en un vientre que se encoje al recibirlo. Un gesto de desprecio que corta, como lo hace en otro sentido entre giros y gemidos una hoja de metal contra la carne. Una palabra pronunciada a dentelladas. Frases que muerden. La ausencia de ellas cuando se está pidiendo una respuesta. El silencio.
Que te ignoren o que, al contrario, seas convertido en cabeza de turco o en excusa para liberar una “abundancia” incontrolada. Cerrar una puerta. Amurallar una frontera. La humillación del que insulta, pero también del que se insulta, del que se rebaja, del que considera que, de algún modo, lo merece. La mentira es también violenta. Y la verdad puede serlo. Vulnerar la memoria o vilipendiar un nombre es también violento. Lo violento más allá de la exhibición y ejercicio de una abundante fuerza hace fuerza. Violento es aquel que agrede, es decir, el que se dirige hacia alguien o algo hostilmente y lo ataca para reducirlo y reconducirlo por la fuerza al “lugar” que el sujeto “violento” considera el adecuado o el que le corresponde. Se produce de este modo un forzamiento. Lo violento fuerza, hace fuerza, es decir, somete, física o simbólicamente, al que la padece. Y someter es “poner por debajo” cuando y porque se puede. El violento puede: no solo hace gala de su fuerza y su potencia, sino que ocupa un lugar que le permite ejercerla. La potencia del forzar solo es efectiva donde se abre la posibilidad de poder hacerlo. Y es aquí donde comienza a tener sentido la violencia: no solo desde la fuerza o la potencia características de lo violento, sino desde el poder. Para ejercer la violencia hay que poder.
Se “violenta” cuando, aun con el más mínimo gesto, se posiciona algo o a alguien en un lugar en el que, vulnerable, queda humillado, rebajado o expuesto. El poder puede entenderse como una fuerza de dominio que se ejerce desde el lugar que se ocupa en la sociedad; y también, como vieran desde Hobbes a Derrida, como la fuerza soberana de un Estado que preserva un modo de ser y de estar. La justicia, en griego dike, sería de este modo el “equilibrio” que debe protegerse en el orden establecido. Y así, por decirlo con René Girard, aunque la violencia nos parezca odiosa, justificamos ejercerla para acallarla.
Los violentos son los otros. Y a partir de sus violentos actos hablamos de algo así como “la violencia” que, sin embargo, no debe definirse a partir de los actos que “fuerzan”, sino en lo que esos mismos actos se está poniendo de manifiesto: la dinámica del marco que los contiene. No hacer justicia a la violencia significaría inicialmente no dar cuenta de las formas variadas e invisibles de cómo se ejerce fuerza sobre y contra el otro, se le reduce y se le somete, pero también darse cuenta de que esas formas son también, desde el punto de vista del poder, las de aquellos que utilizan la ley para reforzar el orden que quieren proteger. Si hacer violencia es forzar, reforzar es forzar doblemente. La violencia refuerza.
Benjamin señaló algo que en castellano pasa desapercibido: que lo violento no es solo lo que fuerza y transgrede el orden y sus leyes (en alemán, violencia se dice gewalt), sino también lo que lo refuerza (gewalt es también “poder legítimo” o “fuerza de ley”). Hablamos de este modo de una violencia legítima (la de la ley) y de una ilegítima (contra la ley). Justificamos la primera y condenamos la segunda. Pero al hacerlo, al justificarla, hacemos de lo violento un acto de justicia, es decir, de poner, aun por la fuerza, las cosas en el lugar que les corresponde.
Hacer justicia a la violencia implica entonces identificar actos violentos y situarlos, dentro del orden, en el lugar de lo aceptable o de lo inaceptable. Los violentos de este modo son solo algunos, los que transgreden la norma, y no los que los reconducen, que siguen la norma que con un acto violento reequilibran la dike. El problema radica en si “la violencia que refuerza” legitima “lo violento que fuerza” utilizando ilegítimamente el poder de la posición que ocupa. A nivel ideológico, en la estructura que vertebra una comunidad, hay posiciones que ejercen dominio y violencia sobre otras y lo hacen, como en el caso del patriarcado, para afianzar sus posiciones. Hay en este caso una violencia que, aunque presente, no quiere verse o reconocerse. Pero no debe olvidarse que un Estado no es una forma de poder cualquiera porque surge allí donde los seres humanos quieren constituirse en comunidad. De ahí la importancia de la calma para tomar perspectiva. Se reivindica con fuerza, pero eso no quiere decir que se haga con violencia.
El problema surge cuando la fuerza de ley está ahí para reforzar el orden y no para proteger a los ciudadanos, cuando abusa de la fuerza, cuando enfoca un lado de un conflicto social y esconde el otro, cuando da nombre a un delito o cuando convierte en delito aquello que, desde abajo, pone nombre a lo que el orden no querría: “violencia de género”, “trabajos basura” o “corrupción”. Cuando lo violento que fuerza se convierte en la violencia que refuerza y necesita justificación, la política se ha convertido en un mero medio para sostener un orden que ya no es producto dinámico de una comunidad, sino en uno que, estático y rígido, cae en una violencia ciega porque no quiere ver. Decía Arendt que, a diferencia del poder, la violencia necesita medios y que el peligro de esta necesidad es que el fin que la hace irrumpir suele quedar superado y suplantado por los medios a los que justifica. Del mismo modo, el poder corre el riesgo de verse superado por lo violento que utiliza como medio. Pero si lo utiliza como medio la pregunta que deberíamos hacernos es cuál es el fin. De la fuerza al refuerzo y del refuerzo al peligro de ser ciegos o tuertos ante el desfuerzo oculto en lo violento. No se olvide que, como afirmó Girard, aunque la violencia pueda ser irracional, no carece de razones para desencadenarse… o ser desencadenada.
Artículo publicado en #LaMarea73. Puedes conseguirla aquí.
LA VIOLENCIA CINEGETICA se extiende hasta con sus propios perros.
—Dos detenidos por ahorcar a un podenco en Almogía y alegar «que no servía para la caza»
–Diversas entidades (FAADA, Ecologistas en Acción, AnimaNaturalis, Fundación Fauna, ADDA, DEPANA, AVDA y Lex Ánima), hemos denunciado a la Dirección General de Medio Natural y Biodiversidad de la Generalitat de Cataluña, por beneficiar al colectivo de cazadores en detrimento de la protección de los perros usados para cazar; lejos de prevenir el abandono y la tenencia responsable de animales utilizados para la caza, beneficia al colectivo.
https://www.animanaturalis.org/n/45831?utm_source=AnimaNews_20210301&utm_medium=AnimaNews_Mailing&utm_campaign=AnimaNews_20210301
Pequeña observación: «violencia» no viene del griego, sino del latín.