Opinión
¿Nos debe preocupar la ultraderecha independentista?
"Difícilmente habrá un partido de extrema derecha 'indepe' en el Parlament el 14-F, pero eso no quiere decir que no nos deba preocupar que discursos identitarios ganen espacio en los partidos soberanistas tradicionales".
Este artículo ha sido publicado originalmente en CRÍTIC. Puedes leerlo en catalán aquí.
«Me preocupa la ultraderecha independentista». La frase es de la diputada de la CUP Natàlia Sànchez, en una entrevista en CRÍTIC. El titular generó cierto revuelo en redes, aunque la diputada hacía una reflexión de fondo: «Al independentismo le cuesta reconocer que hay independentistas que despliegan discursos de odio. Estos espacios pueden recoger el desencanto de algunas personas con los partidos o la rabia por la situación social».
¿Tiene razón Natàlia Sànchez? ¿Nos debe preocupar la ultraderecha independentista? A priori, sin pensar, la respuesta sería que no. Lo que más nos debería preocupar es la ultraderecha españolista de Vox, con ramificaciones en los poderes militares, judiciales y económicos del Estado y con expresiones violentas y racistas. Una extrema derecha trumpista que es la tercera fuerza en el Parlamento español, que ha llegado a pactos con el PP y Ciudadanos en Andalucía o Madrid y que condiciona la política en el Estado con su discurso reaccionario. Una ultraderecha que, en Catalunya, está ligada con la élite burguesa más retrógrada. Y que, según todas las encuestas, podría tener representación en el próximo Parlament, porque también hay catalanes que votan a Vox.
¿Por qué nos debería preocupar, entonces, algo que prácticamente no existe? A lo largo de la historia, los postulados fascistas han sido minoritarios y marginales dentro del independentismo. Durante los años 30, algunos elementos de Estat Català coquetearon: hay episodios documentados que han generado una gran controversia y debates acalorados a lo largo de décadas. Pero en la configuración del independentismo moderno, a partir del PSAN de los años 70, la extrema derecha indepe ha sido una anécdota folklórica. Un tema de debate –dicho sea con perdón y respeto– para los integrantes de la sopa de siglas indepe de los años 80 y 90, con momentos de gloria como la trifulca entre la PUA y elementos ultras de las Joventuts d’Estat Català en el año 1996 durante el Aplec del Pi de las Tres Branques.
¿Por qué nos tiene que importar, entonces, la ultraderecha indepe? ¿Puede ser que esté cambiando algo?
Pastilla azul vs. pastilla amarilla
«Si tomas la pastilla amarilla, mañana te despertarás y te creerás las mentiras de los de siempre. Si tomas la pastilla azul, te llevará a la libertad». El vídeo promocional del Frente Nacional de Catalunya (FNC), con la estética de la película Matrix y declaraciones de fondo de políticos independentistas, resume su ideario. La pastilla amarilla es la de los partidos que han «mentido» a los independentistas y les han «engañado» (Junts per Catalunya, ERC y la CUP, todos en el mismo saco). La pastilla azul es la del Frente. Seguir dentro del Matrix procesista o salir de él: esta sería la cuestión.
El FNC busca recoger el descontento y la rabia de muchos indepes que se sienten engañados. Pero, además, defiende postulados contrarios a la inmigración y ha estado vinculado por sus críticos con la extrema derecha. Todo su relato público remite al de formaciones de este signo por toda Europa, con las particularidades autóctonas catalanas. Su ideario: unilateralidad, «defensa del mundo occidental», «control de la inmigración», tradiciones y lengua.
El Frente es, por ahora, un partido residual. No tiene prácticamente implantación municipal y ninguna encuesta señala que pueda entrar en el Parlament. Pero tiene una política de redes sociales activa, sus representantes aparecen en algunos programas de televisión y ha conseguido avales para presentar listas a las cuatro circunscripciones catalanas: un hito nada despreciable en tiempos de pandemia.
El Frente también ha sorprendido con fichajes relevantes de personas respetadas dentro de la esfera del soberanismo. Albert Pont, hasta ahora presidente del Círculo Catalán de Negocios (CCN), es el cabeza de lista por Barcelona. El CCN es uno de los lobbies de referencia de la constelación del soberanismo transversal. Pont ganó cierta notoriedad a raíz de la publicación de su primer libro, Delenda est Hispania (2012), prologado por Salvador Cardús. Su fichaje se complementa con el de Jaume Nolla, un popular locutor de RAC1. El simpático y entrañable Senyor Marcel·lí será el número 2 de las listas del Frente Nacional
¿Por qué puede ser importante el voto del FNC?
El independentismo vive momentos de gran ebullición y competición interna. Y es por este motivo que, aunque no consiga representación, los votos del Frente Nacional (y de otros partidos minoritarios como Primàries o el mismo PDECat) pueden ser fundamentales a la hora de configurar el próximo Parlament. Aunque no obtenga representación, si hay votos indepes que van a parar al Frente, la distribución final de fuerzas podría alterarse. El mercado electoral para una propuesta de estas características es pequeño, pero existe.
Todas las encuestas dicen que el soberanismo lo tiene cada vez más complicado para captar votantes de fuera de su círculo. Solo ERC parece tener cierta capacidad para captar exvotantes del PSC o de los Comunes. La cosa puede ir de un puñado de votos y tener un diputado más o menos puede acabar decantando las mayorías dentro del bloque independentista. Y esto puede implicar que la presidencia recaiga en Laura Borràs o en Pere Aragonès, o que la CUP tenga más o menos capacidad de condicionar la mayoría independentista. Son habas contadas y hay nervios.
Es en este contexto en el que hay que enmarcar declaraciones como las de Joan Canadell, número 3 de JxCat, al escribir este tuit, que luego borró: «Todas las encuestas hechas hasta ahora muestran que ni el PDECat, ni Primàries, ni el FNC tienen probabilidades de entrar en el Parlament, pero sumados son más de un 2%. Estos votos, si fuesen al bloque independentista, sería más del 50%. Ténganlo en cuenta».
También es este el marco en el que hay que entender la reunión de Josep Costa, vicepresidente del Parlament por Junts per Catalunya, con partidos y formaciones independentistas minoritarias por explotar una alianza electoral. Una reunión en la que estaba el FNC. Costa recibió un aluvión de críticas y ERC pidió su dimisión. Él afirma que desconocía que estarían en la reunión y que si hubiese sabido que habría representantes del Frente no habría ido.
Ni sobredimensionar ni menospreciar
Difícilmente tendremos ultras indepes en el Parlament el 14-F. Pero eso no quiere decir que no nos tenga que preocupar que los discursos identitarios ganen espacio en los partidos soberanistas tradicionales. Hay un independentismo que, si bien no es de extrema derecha, se expresa de manera agresiva, organiza acosos en redes sociales contra periodistas y políticos que no le gustan, utiliza expresiones como «colonos» o «ñordos», y tiene planteamientos que flirtean con el etnicismo cuando se refiere a «los españoles» en genérico. No se le debe sobredimensionar pero tampoco menospreciar.
Este independentismo que algunos llaman «hiperventilado» ha proliferado a lo largo de la última década, amparado bajo diversas formas. A menudo, han tomado parte opinadores, figuras mediáticas y periodistas de renombre y han apuntado contra objetivos diversos, pero siempre a la izquierda del espectro político: los Comunes, Ada Colau, la CUP y Anna Gabriel cuando no quería investir a Artur Mas, la ERC «traidora» de Junqueras…
Nos debe preocupar que este discurso gane peso y que haya gente que dice ser próxima a partidos de izquierdas que lo utilice para desacreditar a sus adversarios. Nos debe preocupar que pocas voces dentro de estos espacios salgan a confrontarlos o cuestionen este tipo de actitudes cuando provienen de dentro del propio movimiento u organización.
Hasta hace poco, este discurso indepe era una anécdota de las redes. Pero ahora ya no es así. Nos debe preocupar que una persona con los planteamientos de Joan Canadell, que habla de «colonos» y ha coqueteado con el trumpismo, ocupe un lugar destacado en la lista de un partido de Gobierno como Junts per Catalunya. Nos debe preocupar que una persona con el ideario de Josep Sort, presidente de Reagrupament, haya podido ser miembro de una candidatura electoral de Junts después de la retahíla de tuits machistas, xenófobos y racistas que ha proferido. Nos debe preocupar que Albert Donaire, que llama «colonos» a los contrarios a la independencia en centenares de tuits y se muestra partidario de expulsar a los inmigrantes que sean «delincuentes reincidentes», forme parte de la lista electoral de Junts y no haya dimitido ni le hayan hecho dimitir.
No sobredimensionar: la ultraderecha que nos debe preocupar a corto plazo es la ultraderecha española, la que agrede no solamente en las redes, sino también en la calle, y que tendrá representantes en el próximo Parlamento. Pero tampoco menospreciar: nos debe preocupar también que prolifere un independentismo agresivo, identitario y prepotente. Particularmente, debería preocupar a los independentistas. No hablar de ello o pretender que es una simple anécdota minoritaria no funcionará. No abordar el problema por miedo a que sea utilizado por los adversarios del independentismo para desacreditarlo en su conjunto, tampoco. La estrategia del avestruz, cuando se trata de parar los pies a la extrema derecha, no suele dar resultados.
(Sobre las pastillas de Matrix: en la película, las dos píldoras que Morfeo ofrece a Neo no son de color amarillo y azul, sino de color rojo y de color azul. La pastilla azul te mantiene dentro del sueño; la roja te muestra la cruda realidad.)