Cultura
Hallada la voz de María Magdalena, sepultada bajo 20 siglos de patriarcado
Esther López Barceló conversa con Cristina Fallarás sobre su nuevo libro, 'El Evangelio según María Magdalena'.
#UnaMareaDeLibros es una sección compartida por Esther López Barceló y José Ovejero. Textos, vídeos y ‘podcasts’ para hablar de libros y, por supuesto, de la realidad. Cada fin de semana, en lamarea.com
Esta y no otra es mi carne. Esta y no otra es mi sangre.
Este y no otro es mi aliento.
Este y no otro es mi cuerpo. Yo.
Esto soy y no otra cosa.
Soy la que nombra. Verbo soy, palabra. Ante mí me arrodillo, ante mi cuerpo soberano, cauce de narración.
Y nombro.
Y me nombro.
Este y no otro es mi nombre: María. María la Magdalena.
Cristina Fallarás ha recuperado la voz de María Magdalena que yacía sepultada bajo más de veinte siglos de tierra. Una tierra removida y aplastada por los hombres. Para ello, ha sido necesaria una ingente labor de pura arqueología de la palabra. Este libro es el resultado de la búsqueda del relato primitivo de aquellos días en que un predicador judío cambió el curso de la historia para siempre.
La autora ha excavado la tierra a legonazos fuertes, desbrozándola de artefactos y misoginias que transforman en piedra sillar todo aquello que él [Jesus de Nazaret] vino a combatir. Y lo hace a través de la poderosa literatura que es capaz de nombrar lo innombrable, así como de tejer la corporeidad de aquella cuyo nombre convirtieron en símbolo universal de mujer despreciable.
Con una portentosa voz lírica, Fallarás se enfunda el cuerpo de una anciana María Magdalena que decide dar fe de sus vivencias junto al Nazareno. La vejez devuelve a la costa de mis huesos restos de los naufragios de la memoria. El relato es de una belleza tan pura y de un compromiso tal con la fidelidad de lo que pudo ser que, al leerlo, es casi imposible no imaginar a la apóstola en Éfeso escribiendo, a la luz de la lucerna, treinta años después de la crucifixión de Jesús.
«El Evangelio según María Magdalena» existió realmente y es uno de esos llamados apócrifos, que no fueron introducidos en el canon. Su voz fue desterrada de la oficialidad de los textos sagrados. Nada nuevo en la historia de las mujeres. Había poderosas razones para excluirla pues María, la de Magdala, era una mujer independiente económica y moralmente. Una mujer que sabía escribir, ergo una mujer peligrosa. Suponía una amenaza para ellos (…) al encarnar una posibilidad. Yo era posible.
Aquí Magdalena ni es prostituta ni es la mujer de Jesús; es una mujer independiente, culta y bisexual que vive acompañada de mujeres que cuidan y curan los cuerpos de otras mujeres víctimas de la violencia de los hombres. María, la madre de Jesús, fue una de ellas; virgen porque así fue entregada a un maduro José que ya por entonces era viudo y padre de tres hijos. Una niña en su menarquía que acepta su función reproductiva con la cabeza siempre baja. Sumisa incluso a la tortura de su hijo, de quien nunca apartó la mirada mientras sufría clavado en la cruz.
Cristina Fallarás escribió este prodigio literario durante el confinamiento pandémico, sumergiéndose en el tiempo y el espacio que envolvieron las vidas de Jesús el Nazareno, la virgen María, Salomé, Mateo, Herodes, Pilato… y la propia Magdalena. Y, a partir de un instintivo proceso dialéctico, comenzó a desmenuzar los evangelios canónicos, desproveyéndolos de todo artificio, hasta llegar a lo esencial, a ese relato primitivo que se halla escondido bajo el mito. Y se preguntó entonces por el milagro de los panes y los peces, por la industria de Galilea, por quienes ejercían los cuidados, por la flora y la fauna, e incluso por cómo se producía el garum. Y, para todas las preguntas, halló una luz bajo la que tejer el texto.
Sobre todo ello hablamos con la autora.
Cristina Fallarás atiende mi llamada desde la generosidad, como siempre. Hablar con ella, aunque sea a través de la línea telefónica, es entrar en su casa, sentarte en su habitación propia y habitarla de su mano. Esta periodista y escritora descarnada y visceral ha alcanzado, tras una larga trayectoria, una voz depurada, poderosa y redonda. Su obra abarca desde la novela y la poesía al ensayo político irremediablemente feminista.
¿Antes de comenzar a escribir El evangelio según María Magdalena tenías claro lo que ibas a relatar?
El texto se me fue haciendo en las manos. Cuando pensé en la posibilidad de escribir esta novela me empecé a interesar por la época, a leer los evangelios canónicos, las epístolas, crónicas de Roma y, una vez hecho esto, me metí en Magdala, en Betsaida y en Cafarnaúm a través de mecanismos online. Mi idea habría sido ir a Éfeso y al lago Tiberiades pero ya estábamos encerrados en casa. Leí los sistemas de subsistencia de la época, cómo eran las casas, la economía, los frutos, la temporada, el clima, la vegetación.
Y una vez estudiado todo esto, me llegó un pensamiento como un destello: si la industria principal y casi única de Magdala en el I a.C y I d.C era la conservera de pescado y el garum… Un momento, aquí tenemos el milagro de la multiplicación del pan y los peces. Y los otros milagros, ¿qué son?: curaciones. ¿Y quién cura en aquella época? Entonces aprendí que las parteras habían heredado los conocimientos médicos de la Antigua Grecia. Empecé a escribirlo, no desde lo épico sino desde lo doméstico, y no desde lo mágico sino desde lo histórico, lo científico. Y, al tener todo el contexto claro, se me fueron apareciendo las imágenes relatadas en el Evangelio y les encontré explicación.
¿Era María Magdalena un personaje que te obsesionara antes de comenzar este trabajo?
Sí que había escrito sobre las figuras simbólicas de Eva y María. Dos fuentes de la violencia contra la mujer. Eva es la construcción de la culpa y el modelo femenino en el que nos hemos educado es la Virgen. Y faltaba Magdalena. Pero nunca me había metido en ella en serio porque me parecía que era un personaje mucho más confuso y controvertido, sobre todo desde que el Vaticano la recuperó rompiendo con la idea de prostituta. La nombraron apóstola de los apóstoles hace algunos años.Pero siempre me interesó porque toda la iconografía existente la señalaba como la tercera pata: aquella a la que salvar, la que se redime.
Sobre su verdadera existencia daban fe los manuscritos encontrados en el mar Muerto con un evangelio escrito por Magdalena. Era una mujer rica y, por supuesto, culta.
A ello se suma que cuando hicimos la huelga general de cuidados del 8 de marzo modifiqué absolutamente mi mirada sobre el feminismo. A lo bestia. Comprendí que la mujer es un ente económico. Sin lo doméstico no existiríamos. De ahí el pasaje que en el que Jesús dice: «Salid y os darán de comer y cobijo». ¿Quién lo da, quién cuida? Y ahí confluyeron dos ideas de lo que era Magdalena.
Pero cuando me hicieron esta propuesta me pareció una empresa prácticamente imposible. Es muy difícil escribir una novela que no sea exactamente una novela histórica pero que cuenta históricamente sin cometer error.
La idea de la propiedad de los cuerpos atraviesa la novela. Reflexionas sobre ello a partir del concepto de pudor.
Eso cruza todo el libro. Tanto los judíos como los romanos conquistan un territorio y la conquista de un territorio es equiparable a la conquista de un cuerpo, esa es la idea de toda violencia. Toda violencia histórica sucede por la conquista de un territorio o por la conquista de un cuerpo, que siempre es el cuerpo de las mujeres.
La desnudez estricta de mi cuerpo dispuesto a no atenderles, no someterme a sus patrones. Fingen imbricadas leyes sobre ritos y mitos cuando en realidad se trata de los cuerpos. La propiedad de los cuerpos.
El concepto elástico del tiempo es una idea que atraviesa toda la novela.
Para encontrar la voz de la Magdalena vieja tuve que hacerme vieja y ser la Magdalena. Al hacerme vieja, puedo hablar porque he renunciado a todo ánimo de seducción. Ya desnuda de seducciones, una se da cuenta de cuál es su verdad. Yo me sitúe ahí y miré hacia atrás en mi vida. Y me di cuenta de lo poco que importa el tiempo,como que puedo olvidar una década pero luego una única semana es decisiva y memorable. Esta idea me la dio Lola Herrera hace tiempo. Una vez le hablé de que empezaba a preocupar la situación de las actrices mayores, de cómo desaparecen de los escenarios.
Le pregunté qué suponía ser mayor para ella Me dijo que era lo mejor del mundo porque, por primera vez, se daba cuenta de que no tenía que seducir. Y no se refería en términos sexuales, por supuesto. Así que mi Magdalena está construida sobre esa idea de Lola Herrera pero, sobre todas las cosas, ella es la voz de Rosa Regás. Ese grito de: ¡Idiotas, idiotas! que surca la novela está concebido a partir de su voz que, con el tiempo, se ha convertido también en la mía.
Por último, ¿cuánto de Cristina Fallarás hay en tu María Magdalena?
Mucho y poco. Quiero decir, narrar su historia hubiera sido imposible sin mis vivencias. Imposible. La construcción de una mujer libre económicamente, culta y que escribe en un mundo de hombres es conocida para mí, evidentemente. Pero, sobre todo, hay de mí en Magdalena esa necesidad que ella tiene y que yo desarrollo en la novela de crear un personaje para poder salir al mundo. Porque yo para hacer lo que hago también necesité crear un personaje. Mi experiencia en este caso es la base de esta idea.
A ver si adivino… ¿Jesús de Nazaret defendía la pederastia con perspectiva de género y se preocupaba por el medioambiente? Muy riguroso.