Sociedad
Amor algorítmico
El algoritmo de una aplicación como Tinder puede ser muy útil al poner en contacto a personas afines, aunque las relaciones algorítmicas se gesten a la inversa, sin el roce que precede al cariño.
El amor. El tema más manido de la historia. Canciones. Poemas. Películas. Novelas. Pero, sobre todo, experiencias. Buenas, malas, terribles. El amor. Un proceso químico que todos hemos sentido o creído sentir alguna vez. El amor. Nada nuevo como materia sobre la que escribir, salvo que, en los últimos tiempos, las redes sociales y la pandemia han modificado la forma de encontrar pareja, de citarse, de conocerse, ¿de amar?
La historia de la literatura se ha nutrido del amor desde sus comienzos: las epopeyas homéricas, los cantares de gesta, la prosa de Dante, los delirios quijotescos o el desarrollo de la novela decimonónica dan buena cuenta de ello. Incluso hoy día, cuando el amor ya no parece contemporáneo, proliferan novelas sobre las relaciones de pareja o la ruptura de estas, sobre el insondable misterio del amor y el efecto de su intensidad en nuestras emociones; sobre sus claves, sus variantes y sus formas. Pero del mismo modo que las relaciones amorosas han mutado de la mano de la evolución social y la consecución de libertades, también lo ha hecho la forma de establecer esas relaciones.
Así las cosas, en pleno siglo XXI, la tendencia, lo normal, lo habitual, es buscar pareja con la ayuda de un algoritmo digital en una suerte de mercado humano donde se pasan fotos y descripciones personales como si fueran las hojas de un catálogo de IKEA. Buscas a tu media naranja como si adquirieses un bien de consumo cualquiera, como si eligieras el color de un coche en el concesionario o la tapicería de un sofá en una tienda de muebles. ¿Pero se busca también el amor online?
El algoritmo de una aplicación para ligar puede ser muy útil al poner en contacto a personas afines. Ocurre sin embargo que las relaciones algorítmicas se gestan a la inversa, o contra natura, pues la atracción de dos personas procede del roce, del contacto, de la cercanía; alguien te gusta después de verle interactuar, de hablarle, de olerle, de tenerle cerca e incluso después de hacer el amor por primera vez. Con el uso de las apps lo que te atrae es una imagen (muchas veces editada o manipulada o no del todo real) y/o una descripción personal. Tras varios pasos (chateo, quedada y contacto) tienes que descubrir si realmente existe una química o no. Es decir, esa magia, esa energía que mana de la atracción física e intelectual de dos personas, no se produce hasta que esas dos personas han llegado a un acuerdo para intentar que así sea.
No obstante, esto no tiene que ser negativo per se, pues permite que, a través de los filtros y los motores de búsqueda, uno pugne por aquello a lo que aspira: un romance, un affaire, sexo esporádico, una pareja estable, alguien con quien formar una familia. Es decir: permite un cribado masivo con su consiguiente ahorro de tiempo. Y, si luego surge, también una bonita historia de amor. ¿Crees que no es posible? Pues, según un estudio llevado a cabo por los investigadores Philipp Hergovich y Josue Ortega, las parejas que se conocen por Tinder son más estables que las que no y, en caso de contraer matrimonio, poseen más probabilidades de éxito.
Y es que estamos asistiendo a un nuevo modelo social donde las matemáticas y la informática sustituyen al azar para crear una sociedad dirigida hacia la eficiencia. Como demuestran los estudios, parece que estos sistemas inteligentes son capaces de crear parejas sólidas. La cuestión es si esto se debe al hecho de poner en contacto a dos personas afines o es consecuencia del propio modelo informático en sí.
Veamos: uno de los factores que más debilita las relaciones es la exposición al tiempo; la coexistencia dentro de un espacio común y el hecho de conocer al otro en profundidad: sus costumbres sus manías, sus taras. En las apps, el propio proceso de exploración del otro adquiere un ritmo más progresivo y moderado al ejecutarse en primera instancia de forma virtual, por lo que las naves de la pasión se queman paulatinamente. Y este factor puede ser una de las claves del éxito de estos programas informáticos.
Sea como fuere, en la época de la tecnología y los algoritmos, los anhelos son similares a los que narraban las novelas decimonónicas, puesto que la necesidad de emparejarse, el horror vacui vital, posee en muchos casos más fuerza que la necesidad de amar. Porque, como nos ha demostrado la pandemia, al hombre, como elemento social, más que como individuo, le resulta más fácil odiar que amar, y el amor, como sentimiento de irrefrenable atracción hacia otra persona, es hoy en día más matemático, racional y algorítmico que espontáneo, mágico e impredecible.
Algunos comentarios.
1.-Considerar el amor como sólo un proceso químico es cuanto menos reduccionista. ¿Dónde deja la pulsión, el deseo… del «yo» amoroso o enamorado?
2.-¿Sólo el hombre? Hablar hoy día como el hombre como categoría universal es regresivo y narcisista.
3.- Contradicción: si el amor es un elemento de «irrefrenable atracción» (sic). ¿Cómo articularia la irrefrenable atracción con lo matemático y racional? ¿No estaría el «yo» verdaderamente en el horror vacui vital?
El verdadero amor o es desinteresado o no lo és. Es ése que antepone el bien de la persona amada al suyo.
He aquí una prueba de amor desinteresado:
Los obispos exigen vacunarse por estar en primera línea contra Satanás.
La pandemia ha servido para descubrir la existencia de colectivos tan esenciales que nadie tenía noticia de ellos.
Por ejemplo, ante el trabajo esencial del obispo de Mallorca, que se ha vacunado por dos veces antes que la inmensa mayoría de sus feligreses por una, la Conferencia Episcopal no solo lo mantiene en el cargo, sino que los prelados exigen vacunarse de inmediato porque aseguran estar en la primera línea contra Satanás.
https://www.diariodemallorca.es/videos/a-proposito/2021/01/29/matias-valles-obispos-exigen-vacunarse-31981869.html