Opinión

Fiesta de qué

"Lo triste es que se etiquete así a un mínimo como es simplemente acompañar, escuchar y mirar sin pantalla", reflexiona Ignacio Pato.

Una persona anciana mira por la ventana. ISTOCK

Le habrá pasado, en tiempos pre-pandémicos, a todo dios. En una fiesta, entre conversaciones cruzadas, ruidos varios de vasos, platos o puertas y música, somos capaces de discriminar la voz de quien nos interesa escuchar. Oído selectivo, o como gráficamente lo llamó el científico Colin Cherry a mediados del siglo pasado, the cocktail party effect.

Creo que me está pasando últimamente con todo lo que tiene que ver precisamente con eso, con la “fiesta”. Con lo que yo, que también peco a veces de literal, entiendo como una celebración que cumpla no tanto con un mínimo número de personas, o que se desarrolle en un lugar determinado, como con que conlleve una despreocupación casi total por lo que es obligatorio, productivo, ajeno a ese momento. Si me apuras, un día siguiente de olvidos y revelaciones.

Ya sé que esa es solo una de sus acepciones en el diccionario. De hecho, a ese le basta con que un día no se trabaje para decir que eso es “fiesta”. Prefiero llamarlo si acaso “libre”. Y soy benévolo, porque sería de masoca calcular el tiempo “libre” que dedicamos a descansar y reponernos del que no lo es. Reconozco haber pasado un poco de pudor algunas de las veces que he escuchado ese “hoy se lía” o similar que de costumbre lo que anticipa son unas cañas, un concierto a lo mejor y puede que algún vagabundeo destemplado esperando a que abran el metro. Ya me parece bien el resultado. Bastante a favor estoy de la “normalidad” de las cosas buenas que no tienen por qué ser la hostia todo el rato.

Lo pienso cuando, por culpa de ese oído selectivo, leo titulares como “Sexo, fiestas y despilfarro: así serán los años locos que llegarán tras la pandemia”. Pero, sobre todo, con otras referencias menos lunáticas como las broncas institucionales por lo que se ha hecho, por lo que hemos hecho estas pasadas “fiestas” navideñas. Por tratar, como lo definió la periodista Ana Requena Aguilar, a toda reunión entre no convivientes como si fuera una “fiesta”.

Qué devaluación para el término, con todo ese glamour, los brazos al aire y los gritos con los que lo asocio, todo eso para acabar siendo sinónimo de haber podido ir a estar un rato con tu madre, tu padre, tu abuelo o un amigo. Pero eso da igual, que le den a la palabra “fiesta”. Lo triste es que se etiquete así a un mínimo como es simplemente acompañar, escuchar y mirar sin pantalla, cuidar, ver una peli mala que no lo es tanto porque la vemos juntos y cómo mejora.

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