Opinión
El listo que se salta la cola
"El listo que se salta la cola piensa que su tiempo vale más. Que su vida, en definitiva, vale más", reflexiona Laura Casielles sobre el protocolo de vacunación de la COVID-19.
Hay que creerse muy listo, muy listo, para saltarse una cola de personas cuya salud está en riesgo y ponerse una vacuna. Y hay que creernos, sobre todo, muy tontos a los demás.
Primero fueron unos casos aquí y allá. El consejero de sanidad de Murcia, el de Ceuta, convirtiendo a sus regiones en extraño trending topic durante días. Alcaldes, concejales, de Tossa de Mar, Denia, Asín, Orihuela, Torrecampo, Garachica, Plasencia –el morro se reparte equitativo por el mapa–. Un goteo que se fue extendiendo como esas manchas que pronto ya hacen insalvable el mantel. El Jefe de Estado Mayor de la Defensa y unos colegas. El fiscal general de Castellón, que de paso cuidado no se vaya a haber llevado dosis para la familia. El obispo de Mallorca, ingresando por la puerta VIP al reino prometido de los inmunes.
El modus operandi de quien se hace a las bravas con una vacuna que se está intentando administrar con orden y justicia social es muy sencillo: mira a su alrededor y le da igual todo. Luego podrán venir las explicaciones que hagan falta –que sobraban dosis o que había que alimentar la confianza ciudadana–, pero el mecanismo nos lo podemos imaginar. Es el mismo de quien llega a una cola y se la salta como si pensara que al resto lo que nos pasa es que no se nos ha ocurrido que dando un par de pasos podríamos llegar más rápido al mostrador.
Quien se salta la cola ha decidido que lo que se haya pensado en común no vale más que su opinión o necesidad personal. Quien se salta la cola piensa que el consenso de convivencia es para el resto, pero que su ley puede ser otra. De hecho, piensa que para toda ley, la excepción es él. Quien se salta la cola sí que entiende que los demás tenemos que hacer las cosas como están mandadas: es su caso el que es especial. El listo que se salta la cola piensa que su tiempo vale más. Que su vida, en definitiva, vale más.
La gestión de las vacunas de la COVID, en principio, era una de esas pocas cosas en las que en este país parecía que podía no mandar el dinero. En los días del miedo y la debacle parecíamos haber entendido que al bien común no se llega por una suma de sálvese quien pueda, sino pensando en colectivo, comprendiendo que la salud de un grupo es tan débil como la del más débil de sus componentes. Pero dura poco la alegría en casa del pobre. Un mes después de emocionarnos viendo a Araceli recibir su pinchacito de esperanza para todas, el juego de trileros de las farmacéuticas ya se disputa en prime time el culillo de nuestra salud.
Y, además de recordarnos que no era seguro lo de salir mejores de esto, los listos que se saltan la cola encima nos ponen delante de un dilema que no teníamos por qué tener. Con la escasez de segundas dosis acechando en un vodevil sanitario que cada día ofrece un capítulo más desconcertante, nos obligan a preguntarnos qué es mejor: si darles el castigo de dejarles a medio vacunar, o si obviar la voluntad de justicia para no desaprovechar la oportunidad estadística que supone la inmunidad de una persona más. Es endiablado que a veces el sentido común les salga a cuenta a los villanos.
Los conocemos bien, a los listos que se saltan la cola. Están por todas partes. Pidiendo un trato especial en los bares o negándose a llevar la mascarilla por la calle. Exigiendo prebendas y protestando si no se las dan. Piensan que si están donde están es porque se lo merecen; dicen meritocracia con la boca llena de orgullo, y nunca piensan en lo que arrasa su prisa. Los listos que se saltan la cola nos miran y no ven nada, nos miran y ven idiotas. Les parece normal estirar la mano y coger lo que encuentren, porque no han entendido que no está ahí solo para ellos.
Y a algunos, parece, se lo agrava el cargo. Hay quienes han llegado a donde están a base de malos saltos sobre el protocolo, y otros motivados porque sería más fácil saltar desde allí. Obispo, alcalde, general, fiscal: esto parece una peli de Berlanga, pero es que igual todavía ocurre que a quienes están acostumbrados a verlo todo desde el palco les cuesta entender que en este siglo tienen que hacer cola para coger sitio como todo el mundo.
O tal vez que vivimos en un sistema que al listo que quiere pasar por delante del resto, en lugar de reprenderle, demasiado a menudo le pone una alfombra roja. Y así acabamos casi por creernos que por algo será, y que qué mala suerte que en el reparto del mundo nos haya tocado caer en la parte a la que le toca esperar.
Ante eso, es momento de abanderar la dignidad de esa señora que, indignada desde su sitio de la fila, chista y dice: “¡Oye! Que la cola está aquí”. Tan alto que para la próxima se lo piensen dos veces.
Era previsible que ocurriera esto. Recordemos que en los meses de marzo y abril, mientras los ciudadanos hacían cuarentena, los políticos sí podían salir de casa a ocuparse de sus negocios.