Cultura
Juan Madrid: “No hay un solo agente que no supiera lo que hacía la policía patriótica”
Es uno de los fundadores de la novela negra española y está cabreado. ‘Gloria bendita’, su último título, bucea entre las cloacas del Estado y la Casa Real. Es ficción, pero es una ficción muy verosímil.
Juan Delforo tiene una teoría en la que define España como un “Estado delincuencial”. Explicado en pocas palabras: en 1936 unos criminales accedieron de forma ilegal al poder. Las fuerzas del orden quedaron entonces en manos de los bandidos. Y de ese orden pervertido surgió un Estado con un cuerpo jurídico redactado por delincuentes. En suma, los pájaros tirándole a las escopetas.
Delforo es el poco camuflado alter ego de Juan Madrid (Málaga, 1947) en sus últimas novelas, ambas editadas por Alianza: Perros que duermen (2017) y Gloria bendita (2020). A través de él, da rienda suelta a sus inquietudes sociales y políticas, y en el último título citado, también a su cabreo.
Por sus páginas desfila un monarca (llamado sucintamente El Emérito), su amante (Carina), un policía que fabrica dosieres periodísticos para desacreditar a la izquierda (el comisario Romero) y hasta un ministro ultracatólico con un reclinatorio en su despacho. En la trama resulta que el rey en cuestión se encapricha de una joven camarera (María) y las cloacas del Estado se ponen en marcha para conseguírsela, como lacayos rijosos y complacientes. Todo es ficción, pero es una ficción muy veraz.
Esta inclinación por la veracidad (“Me gusta que mis novelas sean realistas y parezcan verdad”, dice) le viene de su oficio de periodista de sucesos en Cambio 16, pero su vocación desde niño era la de convertirse en escritor. Lo consiguió en 1980, cuando publicó la primera novela de Toni Romano: Un beso de amigo. Sus historias han sido llevadas al cine (Días contados, 1994) y a la televisión (Brigada central, 1989-1992). Hoy, casi 60 títulos después, está considerado como uno de los padres de la novela negra española junto a Manuel Vázquez Montalbán, Andreu Martín o Francisco González Ledesma.
¿Comparte usted la teoría del “Estado delincuencial” de Delforo al cien por cien?
Absolutamente. Delforo es mi alter ego y lo utilizo para transmitir un mensaje más culto, más elaborado que el que podría hacer a través de Toni Romano. Me gusta que mis novelas parezcan verdad y Toni Romano no podía hablar así. Antonio Carpintero, que es su nombre real, es un expolicía. Lo de Toni Romano viene de su época de boxeador. Fue un mediocre boxeador pero esa faceta le venía muy bien al personaje para poder dar golpes de vez en cuando.
Usted, Delforo y otros personajes de Gloria bendita también dan buenos golpes. En un momento de la novela, María le dice al comisario corrupto: “Vaya porquería de gente, Romero, tío. Ahora tengo un montón de pretendientes entre aristócratas y gente fina”.
La novela nace de un cabreo, de mi enfado con esa gente. La escribí antes de que el Emérito huyera de la justicia. Mucho antes de eso ya sabíamos que determinados gobiernos y determinados servidores del Estado se dedicaban, o se dedican todavía, a ayudar a la alta burguesía. A los ladrones, vamos. Trabajaban para ellos cobrando del erario público y protegidos por un ministro, digamos, peculiar. Que a mí me parece muy bien que crea en Dios, pero no de esa manera.
Aseguró que el Papa le dijo que “el diablo quiere destruir España”.
Esa analogía entre el diablo y el comunismo es viejísima. Siempre ha sido la gran obsesión de la derecha española. Desde el inicio de la Segunda República han estado con ese cuento. Y lo creen de verdad. Decían que la república formaba parte del plan de Stalin para conquistar el mundo. Por eso llevan 80 años atacando concienzudamente el comunismo, desde la época del general Mola hasta hoy. Les da igual todo lo que ha pasado después. Obvian que el comunismo ya no supone un peligro para la burguesía desde hace casi medio siglo, cuando Berlinguer y los eurocomunistas renunciaron a la revolución como medio para acceder al poder y aceptaron las reglas del juego democrático, como cualquier otro partido.
Si ya no hay peligro y es un partido más, ¿a qué atribuye usted esa persecución tan obsesiva?
No quieren comunistas en el gobierno no por miedo a perder sus propiedades, lo cual es imposible, sino a que puedan denunciar su corrupción. De ahí viene su terror. Y para mantener ese sistema corrupto harán lo que sea.
Durante su época de periodista, ¿usted recibió alguna vez un dosier que oliera especialmente mal, que se supiera a la legua que contenía información falsa?
Hombre, claro. Y llamadas que sabías que te estaban vendiendo la moto. Eso es más viejo que el sitio de Numancia. Nos pasaba a todos continuamente. A los periodistas de sucesos, de investigación, de política… Le pongo un ejemplo: si nos llamaban diciendo que hablaban desde el cuartel de Intxaurrondo y que querían darnos información, tanto Pepe Oneto, mi director en Cambio 16, como yo sabíamos que aquello era una intoxicación. Te la intentaban colar y lo siguen intentando ahora. El caso de Venezuela es paradigmático. Los servicios de inteligencia están para eso, para fabricar esas cosas y destruir reputaciones. Cuesta un dinero pero no es difícil hacerlo. El sistema necesita que la gente esté en Babia. Se basa en eso y gasta muchos recursos para conseguirlo. Yo no he descubierto nada. Lo que sale en mi novela se sabe desde hace tiempo.
Y los acontecimientos no hacen más que corroborarlo, ¿no?
Cuando yo presento la novela, el rey aún no se había fugado y en la editorial me dijeron que saldría al año siguiente, en enero o febrero [de este 2021]. Claro, cuando se supo la huida me llamaron inmediatamente para adelantar su publicación. Pero ni siquiera entonces tenía mucha esperanza de que me sacaran en los periódicos. Hace tiempo que no lo hacen. Bueno, ya estoy acostumbrado. Yo sigo trabajando. Sigo escribiendo. Me siguen traduciendo. Vamos tirando, como se suele decir.
El rey emérito sigue teniendo sus defensores, incluso después de todo lo que se ha publicado.
Es la leche, es increíble, pero es así. Vemos a intelectuales hablando maravillas del rey, haciendo de caja de resonancia de la monarquía, del Estado y del poder. Hay un libro titulado La desfachatez intelectual [de Ignacio Sánchez-Cuenca] que explica muy bien ese fenómeno. Hay un montón de escritores que probablemente no existirían si no fueran alimañas, servidores del poder. Este país está lleno de escritores así.
El premio Pepe Carvalho
A principios de 2020 Juan Madrid fue galardonado en Barcelona con el premio Pepe Carvalho. El jurado destacó su “compromiso literario, político y ético”. El historial del premio lo compone una impresionante constelación de estrellas de la novela negra: Henning Mankell, Donna Leon, Petros Márkaris, P.D. James, Andrea Camilleri, Maj Sjöwall, James Ellroy…
Madrid ha entrado en ese santuario gracias a su “rabia y honestidad” y a unas novelas que lo emparentan con el hard-boiled americano. Solo que en vez de gimlets o dry martinis, sus personajes beben carajillos y sol y sombras. A través de ellos, de su “buena o mala suerte, la injusticia, los códigos morales de vencedores y vencidos”, Juan Madrid nos cuenta también “la historia de nuestro día a día”, según el jurado de un premio que lleva el nombre de la gran creación del recordado Manuel Vázquez Montalbán. De su amigo Manolo.
Con él no solo coincidía en género literario y sensibilidades políticas sino también en la forma de usar la realidad para fabricar ficciones. Ambos han recurrido a temas de la actualidad del momento para articular sus tramas y hacer un retrato social del país.
Vázquez Montalbán llegó incluso a matar a Carrillo en Asesinato en el comité central.
¡Efectivamente! Eso fue genial. Recuerdo que cuando íbamos a Cuba le decían a Manolo: “¡Un tío de izquierdas matando al secretario general del Partido Comunista!”. [Risas]. Lo comentaban con cierta envidia, claro. “Sí que venís fuertes, los españoles. Con los imperialistas aquí al lado comprenderéis que nosotros no podemos hacer eso. Al enemigo, ni agua”, nos decían.
Gracias a él, el género policíaco español ganó respetabilidad, ¿no?
Pero sigue estando un poco desprestigiado. Yo siempre le decía: “Joder, Manolo, parece que tenemos que pedir perdón por escribir novelas policíacas”. Tengo amigos que dicen que solo las leen para distraerse en los viajes. No tienen en cuenta que es como cualquier otro género. Novela negra la hay buena, mala y espantosa. Lo único diferente es la forma, que es más ágil, más directa. Hay escritores, llamémosles serios, que escriben para demostrar lo cultos que son desplegando su riqueza de vocabulario. Nosotros teníamos una frase para definirlos: “Tardan cien páginas en subir una escalera”.
¿Cree que los detractores olvidan el elemento social y político que tiene la novela negra?
Y sobre todo olvidan lo que tiene de desafío al sistema. Hay que tener claro, por ejemplo, qué papel cumple la policía en la novela negra. Yo ya lo he contado en otras novelas, pero en ninguna con tanta dureza como en esta.
¿Y eso por qué?
Pues porque ya estaba cansado y me dije: “¡A la porra!”. Bueno, no usé exactamente esas palabras sino otras más groseras. [Risas]. Me dije: “Voy a escribir lo que sé de sobra que está pasando en la policía, que es algo espantoso”. Y el instrumento que utilizo para hacer esa denuncia es la novela, porque soy escritor. Es mi visión del mundo. Son los lectores los que tienen que decidir si esa visión es verdad o es mentira.
No será verdad, pero desde luego es verosímil.
Es que hablo de cosas que están superdemostradas. Nadie ha salido a cuestionarme. Nadie. No hay un solo agente en España que no supiera lo que hacía la llamada “policía patriótica”. Un policía no es corrupto solo por dinero. También puede serlo por ganar un ascenso o simplemente por estar cerca de los que mandan. A comisario no llega un tío cualquiera. Con esto no quiero decir que todos los policías sean corruptos. No es un cuerpo corrupto, no digo eso. Pero sí que hay corruptos. A punta pala, vamos.
Y reflejarlo en las novelas, ¿es un deber moral?
Pues yo creo que sí, pero no todos lo hacemos. Lo he discutido con otros colegas… europeos.
¿No quiere decir el país?
No, porque sería fácilmente identificable. No quiero meterme con otros compañeros. Todos tenemos que trabajar y ganarnos la vida. A este escritor le decía yo: “¿Pero tú no sabes cómo es la policía de tu país? ¡Allí te matan a palos!”. Se lo dije porque su detective es buenísimo, no pega nunca.
Ya que no quiere dar nombres, hablemos de alguien que está muerto: Simenon.
¡Ah, Simenon! Con él empezó todo: el retrato del policía bueno, garante del orden, protector de las familias. Hay que recordar que Simenon fue nazi en su juventud. Antes de su inspector Maigret, la policía no se jalaba un rosco en la literatura. En el siglo XIX los misterios los resolvían los detectives privados. Es lo que ocurría en las novelas de Edgar Allan Poe y Arthur Conan Doyle, por ejemplo. Pero la novela negra tenía que dar un paso más allá para convertirse en lo que Gramsci llamaba “la literatura de la inseguridad”. En esta sociedad dominada de forma absoluta por el capitalismo, tú no sabes lo que te va a pasar mañana. No sabes si tu hija va a volver a casa, si a tu hermano lo van a echar del trabajo o si tu esposa te engaña. Ahí, en ese aspecto social, es donde debe poner el foco la novela negra. La buena, quiero decir. Y hacer un esfuerzo por ser realista, lo que a veces implica hacer un retrato duro de la policía. El inspector Maigret no encaja ahí. Es un hombre bonachón, tranquilo, que fuma en pipa y nunca lleva pistola.
Pero también habrá policías así, ¿no?
Por supuesto. Yo, como periodista y como escritor, he trabajado mucho tiempo con policías y me caen bien. Hacen su trabajo. Ya he dicho que no todos son corruptos. Los que pertenecen a los servicios de inteligencia son diferentes. Para eso te eligen y tienes que pasar unas pruebas. Ahí hay policías, guardias civiles, militares de alta graduación… y no se sabe muy bien lo que hacen. Bueno, sí se sabe: defender el sistema. A mí eso no me importa. Tampoco voy a pedir la desaparición de los servicios de inteligencia. Sería una gilipollez. Una más de las muchas que digo. Pero lo que sí puedo pedir es un poquito más de respeto a la ley. Eso sí.
En Gloria bendita se habla del archivo Jano [elaborado por los servicios de inteligencia desde los años setenta] y ahí seguro que hay una ficha suya. ¿Cómo se la imagina?
Pues hace muchos años, en la Dirección General de Seguridad, una funcionaria me la ofreció. La mía y la de mi padre. Y no sé muy bien por qué le dije que no. Ahora me arrepiento muchísimo. En aquel momento yo pensaba que esa forma de ficharnos y reprimirnos había acabado. Y me equivoqué, porque sigue, y sigue, y sigue…
En su anterior novela, Perros que duermen, usted hablaba de los militares franquistas. Después de la reciente carta de los militares retirados a Felipe VI y del chat en el que hablaban de fusilar a 26 millones de españoles, ¿cree que los perros han despertado?
Ese es exactamente el tema. Que están dormidos pero despiertan al primer toque de silbato. Siguen ahí. En los 22 ministerios del Gobierno solo hay dos ministros comunistas. ¡Y uno de ellos de Consumo! Eso no convierte el gabinete en comunista. Pero no dejan vivir, no hay un solo momento en el que no estén atacando. Y hasta se permiten amenazar con un golpe de Estado porque creen tener la “razón histórica”. Cuando resulta que es justo al contrario y que así debería enseñarse en los colegios, pero no se hace.
¿Cree que la memoria histórica es nuestra gran asignatura pendiente?
Es que no existe. Yo hice un documental sobre la Desbandá [La Memoria recobrada: Málaga, 1937, la carretera de la muerte]. Miles de paisanos, de ancianos, mujeres y niños, porque los hombres estaban en el frente, fueron masacrados por la aviación italiana y alemana en la carretera de la costa, entre Málaga y Almería. No se sabe ni los muertos que hubo. Civiles inocentes e indefensos. Fue una cosa salvaje, espantosa. Y recuerdo que cuando entrevisté a algunas supervivientes muchas no querían hablar. Se ponían a llorar. A llorar de miedo. Seguían teniendo miedo. Recordaban lo que les habían hecho a sus padres, a sus hermanos, esa crueldad infinita… Todo esto se debería contar en los colegios.
Usted saltó a la fama en los años ochenta con la serie de televisión Brigada central. ¿Cómo recuerda aquella época?
Lo que yo contaba en Brigada central era la aparición de una nueva policía cuando gana el PSOE que entra en conflicto con la vieja policía franquista. Eso no les hizo ninguna gracia, y el director general de la Policía mandó al rodaje a un agente para supervisar mis guiones e introducir cambios. Todo esto a mis espaldas. A mí me lo contaron los actores. Habían metido morcillas del tipo: “¡Ser policía es lo mejor del mundo!”. Cosas así, muy ridículas. Luego me criticaron porque decían que era una visión comunista de la Transición. Después de aquello, y a pesar de que fue un éxito enorme en televisión, no me volvieron a llamar. Y me di cuenta de que aquella serie, en realidad, no iba a ser mía, que mío solo iba a ser lo que yo escribiera. Y por eso hice el camino inverso: convertí aquellos guiones en una serie de novelas. Creo que me salieron catorce o quince. La hostia de novelas.
¿Echa de menos Malasaña? ¿Cómo ha vivido la gentrificación de su barrio?
Ese fenómeno coincidió con mi mudanza a Salobreña, un pueblo de la costa granadina. Luego, cuando he vuelto puntualmente, me di cuenta de esa transformación de Malasaña. Antes era un barrio popular, con sus bares antiguos y sus tiendas y sus vecinos de toda la vida. Ahora es un sitio para niños ricos y niñas ricas. Es otro barrio. Una cosa insoportable. Menos mal que vendí la casa.
¿Ya no le sirve como material novelesco?
Pues no, porque todo aquel ambiente nocturno de bares y cabarets ya no existe. Yo vivía en la calle de la Palma y me documentaba simplemente bajando al bar o yendo a la comisaría de la calle de La Luna. El jefe del turno de noche, que era amigo mío, me dejaba estar allí, y yo aparecía casi todas las noches. Me quedaba callado. Solo miraba y escuchaba las declaraciones, los interrogatorios. De ahí, poniendo el oído, he sacado multitud de historias.
Juan Madrid y las mujeres
“Oiga, hable usted de las mujeres de la novela, no solo de los policías. Hable de María, de Emilia, de Reme, de Kelly…”, apunta el autor. Las mujeres, efectivamente, tienen un papel principal en Gloria bendita. Empezando por María, la antigua jugadora de balonmano de la que el Emérito ficticio se enamora tras verla desnuda en una foto. Quiere empezar una nueva vida lejos de un novio asqueroso y explotador. Volver a estudiar. Dejar atrás su trabajo como camarera y sus problemas con el alcohol. Cuidar de su hija adolescente y de su madre, Emilia, que ha sufrido un ictus y que se recupera en una residencia concertada de Madrid en la que le sacan los cuartos, alegalmente, para hacer negocio.
También Juan Madrid sufrió un ictus. El rayo le cayó en octubre de 2016. Confiesa que aún tiene algunas lagunas de memoria y que ha necesitado disciplinarse seriamente para entretejer sin errores esta trama de hombres abusadores y mujeres en busca de libertad.
Usando una palabra completamente demodé, podemos decir que María es una proletaria del sector servicios. Y muestra usted una gran comprensión hacia sus problemas. Los íntimos y los laborales.
Si te fijas bien, eso está en todas mis novelas. De la primera a la última.
Una de las cosas que más llaman la atención es su empeño por evitar el cliché del detective maduro y la chica joven y guapa. Delforo es un hombre mayor y tiene relaciones con una mujer mayor. ¿Este empeño es premeditado? ¿Quería huir de ese cliché?
Absolutamente. Me esfuerzo especialmente en no caer en clichés novelescos. Aunque quizá se me pueda achacar que la figura del rey, en tanto personaje poderoso que hace lo que le da la gana, es efectivamente un cliché. Pero es que en la realidad es así y cuando yo trabajaba de periodista lo sabíamos todos.
La relación entre Emilia y Delforo sorprende, pero solo porque no suele ser normal en las novelas policiacas.
Es que ella es madura. Y una mujer madura, por regla general, tiene experiencia y no se enamora de un chico joven. Hombre, podría pasar, pero estaríamos hablando de otro tipo de novela. Yo creo que la relaciones de Delforo con Emilia no son nada chirriantes. Tanto la trama como la construcción de los personajes tienen que parecer verdad. Eso es lo que uno aprende cuando lee a Cervantes, a Flaubert, a Isaak Bábel.
Hay una novela corta suya, Vidas criminales (Fondo de Cultura Económica, 2020), que habla de dos fugitivas asesinas. Todas las mujeres que aparecen en esa historia tienen un pasado de abusos.
Sí, esa novelita se ha publicado en México. A mí se me ocurrió viendo Thelma y Louise, que siempre me pareció una película cojonuda. Yo quería hablar de la fuga de dos mujeres, pero de dos mujeres malas. De dos criminales. No trato de disculpar sus asesinatos, lo único que hago es exponer su pasado y sus motivaciones. Eso siempre se ha hecho con los hombres, desde el Raskolnikof de Crimen y castigo, y yo quería hacerlo con mujeres.
Y esas motivaciones son de índole sexual.
No sé si usted ha hablado con muchas mujeres mayores de 40 años pero es muy difícil encontrar a una que no haya sufrido algún tipo de acoso, de manoseo, de obscenidades por parte de los hombres. Cuando yo trabajaba para El País una vez hice un reportaje sobre un violador. Bueno, pues este tipo decía ¡que ellas querían!
Qué barbaridad.
Sí, sí. Decía que les gustaba. Esperaba a sus víctimas en el descansillo de las escaleras de sus casas. A la única que no violó fue a una psicóloga a la que le hice una entrevista. Ella consiguió amansarlo usando sus conocimientos y hablando con él. Pero con las mujeres a las que sí violó me fue absolutamente imposible hablar. La violación es un trauma tan bestial para una mujer que es inimaginable. Nosotros no tenemos una conciencia plena de lo que significa esa agresividad del macho.
¡Grande! Juán Madrid, ¡auténtico!.
Se entiende que en estos tiempos mediocres y cretinos campeen en su elemento los Losantos, Herreras, y Cía.
Que tristeza me da ver como estamos involucionando en sabiduría, en valores, en progresismo.