Internacional
Bouchamaoui: “Debíamos evitar la sangre y el conflicto; nuestra misión era no fallarles”
Entrevista a la Premio Nobel de la Paz en 2015, diez años después de la revolución tunecina.
Ouided Bouchamaoui recibió el Premio Nobel de la Paz en 2015 como parte del Cuarteto del Diálogo Nacional Tunecino, que alcanzó el consenso necesario para que el país firmara una nueva Constitución en 2014 y unas elecciones libres ese mismo año. La Revolución de los Jazmines, en 2011, prendió la llama de las Primaveras Árabes, que solo alumbraron un sistema democrático en Túnez. Para muchos es considerado como un milagro en la región, después de que los demás procesos revolucionarios desembocaran en violentos conflictos o guerras civiles, que en algunos casos aún perduran.
Diez años después de la huida del dictador Ben Alí a Arabia Saudí, Bouchamaoui atiende a La Marea para desvelar cómo se fraguó la transición democrática, analizar los éxitos y fracasos de esta singular transformación, el papel de la mujer o la compatibilidad entre islamismo y democracia.
¿Qué lectura hace de la revolución diez años después?
El descontento de la sociedad hoy es absoluto, los políticos no pueden ser egoístas y deben entender los problemas de la ciudadanía. En 2010 y 2011 [durante la Revolución de los Jazmines], los jóvenes pedían libertad, democracia, dignidad y trabajo. Hoy somos un país democrático, tenemos elecciones libres, una nueva Constitución, libertades de expresión y de prensa. La juventud quería eso y se lo dimos. Si ahora no protegemos nuestra economía y repensamos nuestro modelo productivo, generamos empleo para nuestros jóvenes ni fomentamos un entorno empresarial sólido… ¿Por qué se van a querer quedar? Esa sería la fórmula para conservar el espíritu de la revolución.
Desde la caída Ben Ali hasta ahora, la economía se ha contraído alrededor de un 20%, según el Banco Mundial. Además, de acuerdo con el Arab Barometer de 2019, el 40% de los tunecinos desea emigrar. ¿Entiende esto como una decepción con la revolución?
Totalmente. La gente está dispuesta a sacrificarse, pero si los políticos no responden, se pierde la confianza en ellos. Las cosas no deberían ser tan difíciles porque todos conocemos cuáles son los problemas reales de Túnez, pero la falta de confianza en la clase política crea incertidumbre y esto, a su vez, no genera un dinamismo económico estable. Menos burocracia y más medidas concretas; necesitamos que los políticos dejen sus disputas a un lado, observen y propongan una estrategia a largo plazo, por ejemplo, a cinco años vista.
De hecho, cuando usted recogió el Premio Nobel en 2015 ya vaticinaba un escenario como el actual, declarando que “la prosperidad emana de la confianza”. ¿Sigue pensando lo mismo?
Por supuesto, y, desafortunadamente, este es nuestro mayor problema y la principal amenaza [a la revolución]. La gente no se siente representada por nuestra clase política; no se ha forjado un vínculo entre ellos y la juventud. Esto podría ser desastroso si pretendemos que los valores y derechos conseguidos en 2011 se mantengan intactos.
El Cuarteto del Diálogo estaba formado exclusivamente por actores de la sociedad civil. ¿Cómo fue el proceso de negociación con un panorama político tan dividido tras 23 años de dictadura?
Fue un diálogo muy difícil. Nosotros no desempeñábamos un rol político ni lo pretendíamos, éramos parte de la sociedad civil y la ciudadanía confiaba en nosotros. Eso suponía tener una gran responsabilidad porque las esperanzas y los desafíos eran enormes. En todo momento teníamos claro que debíamos evitar el conflicto y la sangre. Teníamos la misión de no fallarles, por suerte tuvimos éxito y lo conseguimos. Lo hicimos diciéndole a los políticos de todo signo que ésta era nuestra hoja de ruta y que se sentaran a dialogar sin líneas rojas, excepciones ni prejuicios. Para nosotros era imprescindible que todas las ideas se vieran representadas en la mesa de negociación, aunque estuvieran en las antípodas. Fuimos útiles en unos momentos y unas circunstancias determinadas, pero nuestro cometido terminó ahí.
El exembajador de la Unión Europea en Túnez, Patrice Bergamini, ha declarado en diversas ocasiones que “la mujer jugó un papel predominante en el milagro de la revolución tunecina”. ¿Está de acuerdo con esta afirmación?
Sí, estoy completamente de acuerdo. Hay que entender que la emancipación de la mujer tunecina y su implicación en la sociedad civil vienen de los tiempos del expresidente Habib Bourguiba, cuando en 1956 promulgó el Código de Estatuto Personal [se aprobó el divorcio y el matrimonio consensuado, y se suprimió la poligamia]. Este avance nos igualaba en derechos a los hombres; nos dio, y todavía nos da, el empuje para ser más fuertes y estar presentes en todos los ámbitos de la vida pública, así como para confiar en nosotras mismas.
La realidad del feminismo en Túnez se debate entre una visión laica y progresista y otra más conservadora ligada al islam político, que ocupa cuotas de poder determinantes hoy. ¿Ser feminista e islamista es compatible?
No hay que confundir islam con la visión más conservadora del islamismo [islam político], con el que no comparto formas ni enfoque en relación a la independencia de la mujer. Por desgracia, esta corriente nos degrada y nos sitúa detrás del hombre, y tenemos miedo a una regresión en nuestros derechos si alcanzan una posición hegemónica en la política tunecina. No obstante, para mí el feminismo no significa pensar que podemos hacer todo por nosotras mismas, sino que somos capaces de involucrarnos en todos los aspectos sociales, económicos y políticos, y que tenemos derecho a ocupar nuestro lugar en ellos.
Mujeres del partido islamista moderado Ennahda -Partido del Renacimiento-, que ocupa 54 de los 217 escaños del Parlamento, están en desacuerdo con la principal reivindicación del feminismo en Túnez: la herencia igualitaria. Como expresidenta de la patronal y mujer, ¿cuál es su opinión?
Para mí la diferencia entre hombre y mujer depende más del comportamiento individual, la capacidad de progresar y lo que pueda aportar al país cada uno. No importa tanto si reza o no, o si es creyente; esas son cuestiones muy personales. Lo relevante es ser buen ciudadano, respetar la ley y ser partícipe de la vida democrática del país.
Diez años después, la adhesión a aquel espíritu revolucionario no es unánime, ¿haría falta otro Cuarteto del Diálogo para que la revolución cristalizara en mejoras sustanciales para la sociedad?
Siempre nos hacen esta pregunta, pero en 2013 se llegó a asesinar a dos parlamentarios [progresistas laicos] y el ambiente era extremadamente delicado. Viendo en lo que habían desembocado las Primaveras Árabes en Yemen, Siria o Libia, nuestro objetivo era garantizar una Constitución y unas elecciones libres. Hoy en día tenemos unos políticos elegidos por el pueblo. Ahora estamos en un momento muy diferente, y no somos quién para dar lecciones a nadie. Aunque sí entendemos que la clase política no puede ser tan egoísta y debe mirar más a la ciudadanía. Los políticos están ahí para aportar soluciones reales.
Lxs políticxs, Ouided, tan pronto forman parte del gobierno de una nación son «abducidos» por el poderoso monstruo del capital, tan poderoso que tiene sometido al mundo entero. Seamos políticos o gente de a pié.
Algunxs políticos, llamémosles progresistas, creen honestamente que si ellxs no estuvieran en el gobierno las cosas aún irían peor. Puede que tengan razón.
Aunque no comulguemos con esta dictadura, mientras la mayoría la alimente con su consumo, no hay nada a hacer.