Apuntes de clase | Opinión
Disfrázate de pobre
Dani Domínguez analiza la polémica en torno al mono con manchas de pintura que vende Ralph Lauren por casi 500 euros: "Es la estupidez confeccionada al milímetro"
“Mono con gotas de pintura”. Así se llama uno de los productos que la marca Ralph Lauren vende en su tienda de ropa online. Aunque el producto lleva ya varios meses disponible en la página web de la compañía textil, ha sido en estos días cuando en redes sociales la vestimenta se ha convertido en tendencia por una sencilla razón: literalmente están vendiendo un mono con gotas de pintura por 483 euros. Podríamos considerarlo una ganga si tenemos en cuenta que en la actualidad tiene un 30% de descuento. De lo contrario, nos costaría 690 euros.
Hay que matizar, claro, que está hecho “en satén de algodón japonés con el forro visible” y que cuenta “Bolsillos funcionales”. Además, por supuesto, tiene “Salpicaduras de pintura por toda la prenda”. No pierde ni un detalle. Es la estupidez confeccionada al milímetro.
Lo que costaba la prenda hace unos meses es 100 euros menos que el salario mínimo que tenía España en 2016. Un mono con manchas de pintura que suelen llevar los trabajadores de la construcción –entre otros–, uno de los sectores con los sueldos más bajos del país. Una muestra más de lo alejadas que están las clases adineradas de la realidad de la mayoría de los ciudadanos y ciudadanas. Unas clases que, teniendo resueltas todas las necesidades básicas y no tan básicas, ahora solo les queda jugar. Jugar a parecer pobres.
Es una especie de subidón de adrenalina; como ir a un parque de atracciones. Vivir la experiencia de ser pobre. 21 días siendo un tieso. Verdaderos revolucionarios de la moda que sienten la necesidad de destacar entre el resto. Algo que incluso considerarán rebelde y desafiante, como salir a la calle en plena pandemia a pedir libertad; libertad de poder ir a El Corte Inglés. Niños pijos que quieren disfrazarse de pobres porque les parece divertido. La marca pone a la venta este producto porque sabe que tiene cabida entre su público, el cual puede permitirse pagar unas cantidades impensables para la mayoría.
No es la primera vez que desde la industria de la moda se utiliza la precariedad como reclamo. Hace algunos meses, Gucci puso a la venta unos pantalones vaqueros con lo que parecían manchas de césped en las rodillas. El precio –680 euros– solo podrían pagarlo quienes jamás han tenido las rodilleras manchadas de césped. Hace un par de años, la revista Glamour utilizó mochilas de Glovo como complemento para algunas de sus fotografías. Unas mochilas que utilizan los riders, los repartidores de plataformas de comida a domicilio, uno de los trabajos más precarios en la actualidad.
Ni siquiera es una romantización de la pobreza o de la precariedad, es una especie de enterramiento de la clase obrera. Sienten la necesidad de disfrazarse de algo que no han visto nunca. Lo que para algunos es habitual –porque lo han visto en casa, porque lo han visto entre los vecinos, porque lo han tenido que vestir– para otros es exótico. En carnaval te disfrazas de lo extraño, de lo que no tienes cerca. O te disfrazas de lo que no existe, de personajes de historias fantásticas. Quizá sea esto lo que se pase por la mente de aquellos con capacidad económica para comprar el disfraz de obrero de Ralph Lauren: que quienes llevan esa ropa de trabajo ya no existen, que es algo del pasado. Es posible que lo piensen porque no están acostumbrados a cruzarse con nadie que vaya vestido así. Sus dinámicas clasistas no se lo permiten.
Una vez conseguido el principal objetivo neoliberal que hace que la mayoría se sienta clase media, a los ricos solo les queda como divertimento sumergirse en los estratos más bajos de la sociedad. Es la perversión completa de la empatía: se trata de ponerte en la piel del otro pero con el único objetivo de demostrar tu superioridad y tratar de ridiculizarlo. Mirarle a los ojos y decirle algo así como “Con tu sueldo de un mes, me voy a vestir de ti”.
Se visten de clase obrera mientras desprecian a la clase obrera, mientras la demonizan, en referencia al libro de Owen Jones. Los que siempre han odiado al quinqui tratan de vestirse de quinqui de manera circunstancial mientras pagan cantidades que el quinqui jamás hubiese soñado. Si pudiesen, se vestirían de quinqui para escupirle en la cara al quinqui. Así son los que suelen mirar por encima del hombro. Porque ellos no quieren ser como el quinqui; ni parecerse. Pero quieren demostrar que pueden vestirse como ellos porque ellos pueden hacerlo todo. Son los mismos que no soportan ver a un pobre con algo de dinero, como canta SFDK, que ha retratado muy bien el clasismo que emana de los comportamientos de las clases altas que acuden a determinados lugares como quien va al zoológico.
El mono con gotas de pintura es un síntoma de una sociedad polarizada entre quienes tienen dificultades para poner la calefacción en plena ola de frío y quienes tienen unas vidas tan resueltas que su escape de rebeldía es comprarse una prenda que cuesta casi 500 euros en rebajas.
Excelente artículo y real como la vida misma.
Lo malo es que hacer el gilipollas no es sólo patrimonio de ricos y de pijos.
Cantidad de juventud, gente corriente, he visto que llevaba los pantalones rotos y extremadamente rotos estos días de intensas nevadas, hielos y 10º bajo cero.
Suele ser gente inmadura, moldeable y sin criterio propio. Sería de desear, en beneficio de ua sociedad más cabal, que con el tiempo lo adquieran.