Opinión

Un injusto emoticono

"No siento que una conga en Sol ponga más en peligro mi salud y la de mi gente que ir a trabajar cinco días a la semana en unos trenes masificados", defiende Ignacio Pato

Entrada al metro de Madrid tras la borrasca Filomena. REUTERS/JUAN MEDINA

Ocho menos algo de la mañana. En el vagón, parecemos formar parte de un equipo pasado de moda, de esos que defendían “en zona”. Cada uno se aplica en situarse en un espacio que respete la distancia de los demás. En el metro de Barcelona es posible, pero no en el de Madrid, donde el temporal Filomena por lo visto ha dejado de ser tan peligroso una vez se ha tenido que volver al trabajo.

Ha sido el peor fin de la semana, en casos notificados, desde que empezó la pandemia. Lo anunciaba ayer el Gobierno por medio de Fernando Simón. Más concretamente, a través de una regañina generalizadora y quizá hasta con un toque de eso que se ha llamando últimamente pasivo-agresividad. Pero sobre todo injusta. “Lo hemos pasado quizás mejor de lo que debíamos haberlo hecho en Navidades, pues ahora tenemos que asumir lo que va a suceder”. No sé a quién le habla y me inquieta profundamente la idea de ligar este sentimiento de culpa que acumula siglos de no llevarnos a ninguna parte. Principalmente, porque es una mochila que los fuertes, los abusadores, los poderosos, jamás sienten a su espalda.

En medio de una pandemia que nos ha cambiado la vida a peor –volvemos a lo mismo: no conozco una sola persona que tenga mejor equilibrio emocional ni creo que dinero en la cuenta o perspectiva de futuro que en marzo–, ¿por qué elegir hablarle a una minoría que no cumple? Quizá me equivoque, pero no siento que una conga en Sol –por muy extravagante que parezca cualquier euforia en una época así o justamente por una necesidad espontánea que aquí tampoco vamos a glorificar– ponga más en peligro mi salud y la de mi gente que ir a trabajar cinco días a la semana en unos trenes masificados que por lo demás no queremos saber el amianto que acumulan.

Como ocurre a veces en algún entorno laboral, las “órdenes de arriba” tienen un punto de discordancia entre ellas. No solo entre semana, también en domingo de Filomena se ha dicho a los madrileños que no salgan a la calle pero a la vez vayan a buscar el único punto de recogida de sal que el Ayuntamiento de Madrid pone para cada distrito. Varios de ellos tienen una población de más de 200.000 habitantes. Y con el telón de fondo del saqueo de los servicios públicos, se ha fiado parte de una reparación básica a un a ver quién buenamente tenía una pala.

En Navidades, si se podía viajar para estar con nuestras familias, la gran mayoría lo iba a hacer. No se me ocurre nada más humano precisamente tras unos meses como estos. Permitir suele conllevar achicar la dimensión del peligro. Buena parte de las violencias cotidianas se asientan bajo la simple premisa de que “se puede”. Se puede pedir comida a domicilio en mitad del temporal, se puede identificar personas por la calle en función del color de su piel, se puede acosar digitalmente a personas trans.

Ha sido injusto tirar la piedra y esconder la mano. Un aula de 30, donde 27 estudian y hacen los deberes, reprendidos y suspendidos en masa por 3 que además intuyen que compartirán la responsabilidad con los demás. Nadie pensaría que esa tabla rasa es buena enseñanza para unos ni para otros. Por supuesto que somos humanos y no quiero ni imaginarme el desgaste que lleva acumulando durante un año la persona encargada de dar la cara –como escudo añadido para que perfiles más políticos minimicen perjuicio electoral, pues nadie quiere ser el malo de esta película–, pero hablamos de Gobierno.

Por eso no espero un simpático emoticono de hombros encogidos –mi abuela solía decir “allá penas”–, sino mucho más de un Gobierno que está hablándole a una mayoría de personas cumplidoras, trabajadoras y explotadas. Personas que aguantan carros y carretas como siempre pero ahora más, demostrando con multitud de iniciativas solidarias que el apoyo mutuo sigue vivo incluso en medio de una desorientación y ansiedad colectivas que ya llevaban camino de convertirse en al menos otra epidemia.

Ser justo con quien cumple y proteger a esas personas de quien no lo hace, ya estén estas en una fiesta o en un consejo de administración. Eso espero de un Gobierno en un momento así. Que acompañe, blinde, cuide este inmenso esfuerzo de la mayoría.

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