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Feliz Año Nuevo
"Para la mentalidad capitalista hay un camino cierto hacia la felicidad: la riqueza", reflexiona Antonio Zugasti
Son las palabras más repetidas en esta época del año. Una y otra vez nos deseamos felicidad en el año que comienza. Es natural que expresemos ese deseo, pues la felicidad es la más profunda aspiración de los seres humanos, de todos los seres humanos. El filósofo Aranguren afirma que la felicidad es lo único ante lo que no somos libres; inevitablemente tendemos hacia ella. Pero ¿dónde está la felicidad? ¿En qué consiste? La búsqueda del camino a la felicidad ha sido uno de los temas fundamentales en el pensamiento humano. Hace ya dos milenios que Lucio Anneo Séneca escribía: «Todos quieren vivir felizmente, hermano, pero al considerar qué es lo que produce una vida feliz caminan sin rumbo claro».
Por supuesto, eso era antes de que se inventara la publicidad. Hoy estamos abrumados por la cantidad de anuncios que nos aseguran cual es el rumbo claro a la felicidad: una colonia que nos hará sexualmente irresistibles, un coche que nos llevará plácidamente al fin del mundo, un viaje a lugares paradisiacos, o un detergente que hace feliz al ama de casa al ver la blancura de su ropa.
Efectivamente, para la mentalidad capitalista hay un camino cierto hacia la felicidad: la riqueza. El capitalismo lo mercantiliza todo, también la felicidad. La felicidad se compra, cuanto más dinero tengas, más felicidad puedes comprar. Zygmunt Bauman lo señala como un punto central en el imaginario colectivo burgués; este supone «que la felicidad humana consiste en visitar las tiendas –todos los caminos a la felicidad nos llevan a ir de compras, es decir, a un aumento del consumo–». Comprar todo lo que te apetezca y darte todos los caprichos que quieras. La riqueza incluso te da poder, con lo que puedes sentirte todavía más satisfecho en la vida.
Esta mentalidad nos lleva a dar culto al dinero; aparece una nueva religión. Es verdad que el deseo de riqueza y poder ha existido desde los albores de la historia. Las grandes campañas de reyes y emperadores podían estar motivadas por esta ambición, pero también aparecía algún motivo que pretendía justificar esas guerras. –En la conquista de América por los españoles aparece muy claro: la invasión estaba justificada porque se hacía para llevar la civilización cristiana a esos pueblos–. Pero ahora el capitalismo no se anda con disimulos, claramente se busca el beneficio económico por encima de todo. El dinero es el ídolo que nos da la felicidad, y como la cantidad de dinero no es infinita, hay que luchar contra todos para conseguirlo, y matar si es necesario.
Ciertamente la riqueza proporciona lujos, comodidades y prestigio social, pero, realmente ¿proporciona felicidad? ¿Cuánto dinero se necesita para la felicidad? La gente que tiene cien millones de euros, ¿es ya feliz? Los esfuerzos que hacen para tener más y más indican claramente que los cien millones no les ha dado toda la felicidad a la que aspiramos los seres humanos. Es verdad que –ya lo decía Aristóteles– con hambre y frío no se puede ser feliz, pero lo que nos asegura la moderna sicología positiva es que, alcanzada la satisfacción de nuestras necesidades básicas, subir de nivel económico influye muy poco en nuestro nivel de felicidad.
Y últimamente se ha presentado un nuevo factor que plantea lo destructivo de perseguir la felicidad a través del consumo. Los límites físicos de nuestro planeta y la necesidad de mantener un clima apto para la vida humana nos impiden seguir por ese camino. El capitalismo nos ha llevado a una civilización productivista-consumista que es totalmente insostenible. Afortunadamente, el mantra tan repetido por los voceros del capitalismo –“No hay alternativa”–, es totalmente falso, tanto en el terreno económico como en el terreno más íntimo de la felicidad.
La historia humana nos enseña que hay otros muchos caminos para buscar la felicidad. Tendríamos que empezar fijándonos mucho más en todo lo que hace agradable nuestra existencia, y son cosas que la vida nos ofrece gratuitamente, como el amor, la amistad, la belleza, los paisajes, la capacidad de saber, de jugar y reír. Recuperar la alegría de vivir, que muchos pueblos más atrasados económicamente la disfrutan mucho más, mientras que nuestra sociedad la ha perdido, obsesionados por rodear nuestra vida de comodidades y lujos. Recordando sobre todo un elemento fundamental en el que coinciden el pensamiento clásico y la moderna sicología: para una vida satisfactoria es esencial disfrutar de unas relaciones humanas cordiales y afectuosas. Cosa que es mucho más difícil de conseguir metidos en el fragor de la competitividad capitalista.
Justo antes de enviar este artículo recibo un WhatsApp de una amiga a propósito de la nevada, y con él quiero terminar: «Un zumo de naranja y un libro al lado del radiador, y de vez en cuando mirar por la ventana. Eso es estupendo y eso es la felicidad».
Feliz año nuevo, feliz año nuevo, lo repiten como loritos, mecánicamente.
Y lo quieren todo: salud, dinero y amor. A los que no tengan ni salud ni dinero ni amor, que les den.
Yo, yo, yo yo, y después yo.
Asco da vivir entre esta clase de gente.
En el fondo es ignorancia, falta de sabiduria, falta de vida interior.
Al sistema capitalista le interesa que la gente sea superficial, que sólo se proyecte hacia fuera, al físico, al culto al cuerpo, a las modas, al consumismo, a la competitividad, a la ostentación.
Es verdad que la riqueza da poder, pero este poder lo suelen emplear para duplicar el patrimonio.
Gandhi y otras grandes personas que predicaron con el ejemplo solían decir que
el mundo tiene recursos para satisfacer las necesidades de todos pero no la avidez de cada uno.