Cultura
John Akomfrah: habitar la forma
La primera retrospectiva del artista afrobritánico en España dinamita los lugares comunes desde los que pensamos la historia, la política, el racismo o la crisis climática.
En un seminario reciente celebrado en Londres le pregunté al cineasta John Akomfrah cómo creía que su obra había cambiado en el plano político y en el formal desde sus inicios en los años 80 como miembro del revolucionario Black Audio Film Collective. En la deriva de la conversación conjunta el cineasta pronunció la siguiente frase: “Nada existe fuera de la forma”. Tras casi 40 años de trayectoria esas palabras son, probablemente, las piedras angulares que sustentan toda su carrera.
Cuando era joven e inmigrante en Reino Unido, Akomfrah sintió en su cuerpo la violencia de unas formas que cambiaban la percepción que el resto de la sociedad tenía de él. Las imágenes de la televisión de los años 70 lo retrataban como una persona peligrosa para el resto de británicos y percibía permanentemente el espectro de “el otro John Akomfrah caminando” que no era él. El racismo contenido en las formas determinó su juventud y también su vida adulta. Una violencia formal permanente que en el presente año ha causado la muerte de George Floyd, Breonna Taylor o la de los miles de migrantes que continúan muriendo sistemáticamente en las fronteras y los mares del mundo.
Después llegaría su carrera como cineasta y su permanente investigación de la imagen como agente político, que en un primer momento le costó que la comunidad política lo tachara de demasiado artístico y la artística de demasiado político. Él siempre se ha colocado fuera de ese debate: la estética, la ética y la política son una y por tanto todo arte transformador debe acometer también una revolución de la forma. Solo si dinamitamos los pilares que sostienen las imágenes que hemos heredado y transformamos las reglas que rigen la representación podremos escapar de las improntas racistas, machistas, homófobas, clasistas y negacionistas de la crisis climática que construyen los discursos del presente. Akomfrah lleva toda su vida persiguiendo esa imagen elusiva que, comprometida con los cuerpos de los dañados, sea capaz de generar nuevos imaginarios que contribuyan a transformar la realidad.
El Centro Andaluz de Arte Contemporáneo dedica ahora la primera retrospectiva a John Akomfrah en España: La tierra es plana. La muestra incluye la extraordinaria Vertigo Sea (2015) que desde que se exhibió por primera vez en la 56ª Bienal de Venecia se ha convertido en una de las obras cinematográficas más destacadas desde el comienzo del siglo XXI.
Polifonía visual
Llegó un momento en la carrera de Akomfrah en la que el cineasta se sintió limitado por las implicaciones políticas de la forma cinematográfica y decidió hacerla explotar. La onda expansiva hizo que la corriente única de imágenes del cine mutara en obras panorámicas que ahora habitan en una multiplicidad de pantallas y nos introducen en una inabarcable polifonía visual.
El núcleo central de Vertigo Sea es el mar y su relación con el ser humano a lo largo de la historia. En una precisa constelación que ocupa tres pantallas los inicios del capitalismo y la explotación genocida de los recursos naturales dialogan con el Pasaje del medio y la esclavitud, los conflictos políticos sucedidos durante los siglos XX y XXI y las migraciones masivas que los siguieron. Habitan en imágenes de archivo y en relatos olvidados por la historia oficial, en los ecos que escuchamos en imágenes contemporáneas de la naturaleza, en fotografías, susurros, sonidos, citas literarias y silencios. Estar frente a Vertigo Sea es como tener delante una ola monumental, una que nos arrastra hasta las profundidades del océano donde habitan los espectros de todos aquellos que han muerto a consecuencia del imperialismo, del colonialismo y de las políticas migratorias.
Inesperadamente, sumirnos a esta profundidad nos dota de una visión cósmica que nos permite ver los atajos invisibles que vertebran la historia. Y también intuir las condiciones estructurales que fomentan semejante violencia sistemática. Vertigo Sea se sitúa en ese espacio entre la poesía y el ensayo político tan difícil de categorizar que continúa las enseñanzas del cineasta Chris Marker, esta vez dando un paso más allá. La información textual aquí es mínima y son las imágenes, los sonidos y el montaje los que hablan. Y nosotros escuchamos y reconocemos en las formas esas violencias que impactan en nuestros cuerpos y en los de tantos otros.
La huida de la forma fílmica y la construcción de este nuevo espacio formal, que en los últimos años se ha venido denominando poscinemático y en la que habitan otros cineastas contemporáneos como Anjalika Sagar y Kodwo Eshun, tiene consecuencias políticas a la hora de pensar el presente. El cine ha colocado generalmente al ser humano en el centro del frame considerándolo el único agente de acción, construyendo una ficción en los periodos de producción y rodaje en la que toda la realidad gira en torno a él. En sus obras recientes, Akomfrah niega esta estructuración de la realidad y dota de todo poder a los agentes no humanos de los que dependemos.
En una de las secuencias de Vertigo Sea un oso polar mira al horizonte en una región ártica contemporánea. La línea que divisan sus ojos es la de la pantalla adyacente donde un grupo de hombres ríe en una expedición de caza de principios del siglo XX. Un disparo suena y, tras el silencio, el animal observa cómo capturan y maltratan a su compañero de especie. En esta secuencia, el oso polar tiene la misma agencia emocional que los cazadores aunque sea víctima de su violencia. Colocar al ser humano en un segundo plano formal, subordinado a la complejidad ecológica que lo sustenta, nos permite comenzar a crear un imaginario nuevo desde el que pensar la crisis climática.
Huyendo del (ficticio) relato histórico
Lo poscinemático tiene otra consecuencia política. Negar la mirada de la historia desde un punto de vista único y sustituirlo por una visión panorámica en la que es imposible abarcar todos los relatos que nos narran las imágenes permite al cineasta huir de las lógicas simplistas de causa-efecto y de la ficción del relato histórico completo que deja fuera sistemáticamente a los de siempre.
Akomfrah nos posiciona frente a la complejidad de la construcción del presente: las fuerzas que impactan en el periodo contemporáneo vienen desde múltiples y lejanos espacios históricos. Esta mirada transnacional y diagonal en el tiempo consigue enfrentar de forma efectiva, por ejemplo, los discursos míticos y nacionalistas de la extrema derecha contemporánea. Como dice una de las vecinas de Birmingham en Handsworth Songs (1985), que también se muestra en la exposición y que trata las revueltas raciales sucedidas en la ciudad durante ese año, “en los disturbios no hay historias, solo los fantasmas de otras historias”. En las obras del cineasta los olvidados de la historia encuentran al fin un monumento que les haga justicia.
John Akomfrah tiene presente que la búsqueda de esa imagen elusiva que consiga crear un imaginario nuevo siempre es de algún modo fallida. Nunca podremos colocarnos fuera de la imagen sin las marcas que la historia y la política ya han dejado en nosotros. Sin embargo, sus obras consiguen adentrarse en ese camino de lo no formado y lo no pensado. Fuera de lugares comunes, en ellas habita una resistencia formal que nos permite acariciar los espectros que tienen agencia en el presente y que, como dijo Jaques Derrida, solo pueden ser intuidos en máscaras de seducción y en bellas impresiones. Nada existe fuera de la forma pero las obras de Akomfrah son un espacio privilegiado para habitar esa utopía.
La exposición La tierra es plana, de John Akomfrah, puede verse hasta el 14 de marzo de 2021 en el Centro Andaluz de Arte Contemporáneo, en Sevilla.
La violencia sistemática es la hipocresia