Internacional

Cuando la COVID es el tiro de gracia

"Hombres armados vestidos con equipos de seguridad sanitaria que irrumpen a tiros en los barrios para detener a personas contagiadas", explica Mónica Prieto

Tumbas abiertas en un cementerio para las víctimas de la COVID-19 en Taiz (Yemen). REUTERS/ANEES MAHYOUB

Cuando las peores previsiones del coronavirus se confirman día a día, foto a foto y dato a dato, no hay mejor forma de consolarse que echar la vista fuera de Europa. Nuestros contagiados, nuestros enfermos –en cifras mayúsculas, no lo olvidemos– y nuestros muertos están menos desamparados que los de ciertos países con peores circunstancias, peores gestores y, sobre todo, peores sistemas sanitarios que ni están preparados para un aluvión de pacientes; ni siquiera están al alcance de todos. La crisis económica que se consolida cada día adquiriendo una forma monstruosa –Cáritas está atendiendo a un 25% más de personas sin hogar tras la irrupción de la COVID-19– es menos feroz comparada con países en guerra donde la enfermedad se suma a los bombardeos, a la supervivencia entre ruinas en pleno invierno y a la destrucción de la estructura económica que condena a la población a décadas de miseria.

Sí, en Europa las celebraciones de diciembre serán los ingresos hospitalarios de enero y los fallecimientos de febrero, pero en ciertos lugares donde la pandemia se suma a un reguero de tragedias ni siquiera habrá un respiro y, mucho menos, una celebración. Pongamos el caso de Yemen, la mayor crisis humanitaria del mundo incluso antes de que el coronavirus irrumpiese en nuestras vidas. En el país árabe, a la guerra civil que enfrenta a houthis contra el gobierno de Abd Rabbuh Mansur Hadi desde 2014 se superpone la guerra subsidiaria que libran Arabia Saudí e Irán y la pugna del Estado Islámico por mantener territorio bajo su control. El bloqueo saudí de los puertos y aeropuertos –perturbadora estrategia que condena a morir de hambre a la población yemení en territorio enemigo– ha agudizado la crisis humanitaria hasta niveles insoportables. La indiferencia de la comunidad internacional ha alimentado la impunidad de las partes en conflicto, y la población civil es la gran víctima de los bandos. Se calcula que de sus 30 millones de habitantes, 24 dependen de la ayuda internacional para sobrevivir. La desnutrición lleva años siendo la verdadera pandemia, y a ella se suman enfermedades curables como el dengue, la malaria o el cólera.

Con el sistema sanitario totalmente destruido por la guerra –los hospitales son objetivo preferente de los ataques de todos los bandos, y el Banco Mundial estima que sólo hay siete camas hospitalarias por cada 10.000 personas–, una total falta de concienciación y medidas de prevención y apenas médicos in situ, Yemen ya estaba en alerta roja cuando, el 10 de abril, registró el primer caso de COVID-19. La ONU no tardó en estimar que el número de víctimas de la enfermedad podría llegar en el país árabe al 30%, cuando la tasa media de mortalidad es del 7%. Meses después de la llegada del virus, los peores temores se confirman gracias a una gestión inexistente. En la ciudad de Aden, con un millón de habitantes, sólo hay un hospital operativo, y los doctores que no han huído carecen de material sanitario. Los enterradores, como muestra este estremecedor reportaje de la BBC, están desbordados por el aluvión de cadáveres que han convertido los descampados en improvisados cementerios.

El Gobierno –los gobiernos, para ser exactos, dado que cada porción del país es controlada por un bando– no tiene la voluntad ni la capacidad de gestionar la emergencia sanitaria. Sin acceso a mascarillas ni agua corriente con la que mantener una mínima higiene, la lógica dice que los casos se disparan pero las estadísticas no lo confirman porque allí son mera herramienta de propaganda. Las únicas cifras hablan de 2000 contagios pero la ONU estimaba, ya en septiembre, que un millón de yemeníes podrían haber contraído la enfermedad. En los vídeos colgados en las redes sociales, captados por yemeníes, es posible ver cadáveres en las calles, hombres armados vestidos con equipos de seguridad sanitaria que irrumpen a tiros en los barrios para detener a personas contagiadas y el miedo de los infectados, criminalizados y estigmatizados como portadores del virus. Allí, el enfermo es obligado a aislarse en un centro especial a punta de pistola. La mayoría está tan asustada que prefiere ocultar los síntomas o morir en casa, antes que pisar un hospital.

Lo peor para Yemen está por llegar. El país, destruido por la guerra, vive de las remesas de la diáspora, pero la crisis internacional y la caída de los precios del petróleo permiten vislumbrar un futuro sombrío. La ONU estima que los envíos de dinero desde el extranjero disminuirán hasta un 70%, dejando a la población sumida en una miseria atroz. Para Occidente, la pandemia es una tragedia que lastrará el desarrollo, pero para países menos afortunados como Yemen, es el tiro de gracia que hundirá a la población.

Si te gusta este artículo, apóyanos con una donación.

¿Sabes lo que cuesta este artículo?

Publicar esta pieza ha requerido la participación de varias personas. Un artículo es siempre un trabajo de equipo en el que participan periodistas, responsables de edición de texto e imágenes, programación, redes sociales… Según la complejidad del tema, sobre todo si es un reportaje de investigación, el coste será más o menos elevado. La principal fuente de financiación de lamarea.com son las suscripciones. Si crees en el periodismo independiente, colabora.

Comentarios

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.