Cultura

Sacad vuestras manos de las cartas de Emilia

Es obligación de las instituciones culturales de este país reunir y preservar, lejos de los coleccionistas privados, la correspondencia entre la escritora gallega y Benito Pérez Galdós.

Imagen de juventud de Pardo Bazán. ARQUIVO DA REAL ACADEMIA GALEGA

“Señores académicos, engolados inmortales, dignos, dignísimos, meritorios y honorables académicos, estoy hoy aquí porque continúo convencida de mi derecho a entrar en la Academia, a no ser excluida de una distinción literaria como mujer (no como autor), pues sin falsa modestia afirmo que soy el crítico más severo de mis propias obras. No me siento despechada, ni hablaré mal de ustedes esta noche, honorables caballeros. ¿Para qué? Todo el mundo sabe que ser académico no implica ser buen escritor. ¿O acaso es preciso que venga yo, más de cien años después, a decir esto?”

(Del monólogo Emilia, de Anna R. Costa y Noelia Adánez)

Emilia Pardo Bazán fue una escritora incómoda por varias razones, ninguna de las cuales hubiera tenido la menor relevancia de no haber sido ella una mujer. Ambiciosa, iconoclasta, polígrafa, estridente, glotona, sagaz, contradictoria, protestona, curiosa y divertida, Emilia paseaba su cuerpo y su inteligencia sin complejos, sin pedir perdón por nada, sin ocultarse nunca. Sus detractores, muchos y poderosos, la tacharon de ubicua, entrometida, impertinente, cursilona empecatada, mediocre y sargentona. Emilia era la “inevitable”, según Zorrilla, una “metomentodo” para Pereda, una “matrona barriguda” para Baroja, bubarda y pecucheta para Murguía, una pesada, en suma, para Menéndez Pelayo.

A pesar de todo, la gallega escribió cuanto quiso y como quiso. Logró vivir de su trabajo y cumplió la práctica totalidad de sus sueños. Emilia se casó joven y enamorada y se separó, oficiosamente, de mutuo acuerdo y cuando le convino, cuando tuvo que elegir entre el matrimonio y la literatura. Tuvo hijos y los crió con un apego inusual en una mujer de su clase social. Trabó amistades duraderas con hombres y con otras mujeres, como con Blanca de los Ríos, y enemistades insuperables que denotaban un conflicto entre modelos de mujer y de escritora, como la que sostuvo con Rosalía de Castro. Quiso ser condesa, y lo consiguió; quiso construirse una casa solariega, y lo hizo. Un único empeño se le resistió a la Pardo Bazán, uno solo: ingresar en la Real Academia.

Por lo demás, Emilia viajó, habló, comió, escribió y amó cuanto pudo. Y lo hizo como un hombre. No se lo perdonaron nunca. Ella misma le confiesa a Galdós: “Esta especie de trasposición del estado de mujer al de hombre es cada día más acentuada en mí, y por eso no tengo tanta zozobra moral como en otro caso tendría”. Eso le dijo a Benito, su confidente, su amante, su amigo.

Emilia vivió su vida sentimental, una vez separada de José Quiroga, con generosidad e indulgencia. Galdós no fue el único hombre en la vida extramatrimonial de la Condesa de Pardo Bazán, pero quizá sí el más importante. El amigo del alma, el compañero, aquel que sí la comprendía y respetaba su literatura, aquel con el que pudo, durante décadas, desahogar todas las corrientes de su pensamiento.

De las cartas que ambos intercambiaron solo conocemos las de Emilia. Las de Benito se han dado siempre por destruidas, desaparecidas y/o secuestradas. Hace pocos días un librero de Madrid aseguró haberlas visto hace 30 años. Lo comentábamos aquí.

Nos cuentan también, en esta especie de serial por entregas en que se está convirtiendo el asunto, que las cartas habrían sido legadas por el fundador del Partido Integrista (el nombre lo dice todo), Ramón Nocedal, carlista y católico intransigente, antiliberal furibundo de ideas profundamente reaccionarias, a su sobrino Agustín González de Amezúa y Mayo, miembro de la Real Academia. Sí, esa institución en la que nunca dejaron ingresar a Emilia Pardo Bazán, a pesar de reunir todos los méritos necesarios. El sobrino de Nocedal, el ínclito académico, habría decidido trocear la correspondencia recibida en herencia de su tío, depositando las cartas de Pardo Bazán en la Academia y reservándose como coleccionista privado para su uso y disfrute personal las de Galdós.

Entre insultos y miserias académicas

Dejando a un lado el tema de las “puertas giratorias” entre el coleccionismo privado y la Academia, que daría para otro artículo, nos preguntamos: ¿por qué facilitó González de Amezúa y Mayo el acceso público a las cartas de Emilia y ocultó las de Benito? ¿Será porque Emilia había mantenido un agrio e intermitente contencioso durante años con la Academia por negarle su entrada? ¿Será porque su “licenciosa” vida privada servía a caballeros como Nocedal y su sobrino para desacreditarla públicamente? Puta, así se refirió a ella Clarín en correspondencia privada: puta.

Pero no nos precipitemos. Las cartas de Galdós siguen sin aparecer. Un librero dice haberlas visto. ¿Tiene sentido pensar que González de Amezúa y sus herederos las conservan (¿o las vendieron?) teniendo en cuenta que él poseía las de Pardo Bazán? Lo tiene. ¿Aparecerán las cartas? Es posible. ¿Debería intervenir y evitar la Xunta, Patrimonio o el mismísimo ministro de Cultura una operación de compraventa? Absolutamente. Y no porque las cartas no tengan trazabilidad legal, que ya sabemos que es algo infrecuente en el mercado de antigüedades, sino porque es obligación de las instituciones culturales de este país reunir y preservar debidamente esa correspondencia. Porque su valor no es “erótico”, como se han empeñado estos días en transmitir con indigesto sensacionalismo y brutal ignorancia algunos medios de comunicación, sino literario, cultural e histórico. Y porque ya está bien del expolio de Meirás. Ya está bien.

Si las cartas existen y han estado secuestradas, ha sido por motivos espurios. Secuestrar no es “salvar”, como hemos leído en La Razón ni “proteger”, como se ha escrito en El País. Si han estado secuestradas las cartas de Galdós y el honor y el buen nombre de Pardo Bazán, restitúyanse ambos.

Estoy segura de que hoy Emilia hubiera dicho:

“Respecto a la Academia y cartas, me sucede lo que a V.; tan aburrida estoy de esas tonterías, que ya, después de decir en alto y a voz en cuello que no he gestionado, me estomaga que me hablen de eso. He visto la pequeñez de mucha gente a quienes la fama llama grandes; he oído mentir a varones en el mismo instante en que reclamaban la superioridad de su sexo … Ojalá nadie resuelle, y no escriban ni en pro ni en contra. Con mi temperamento batallador, me encontrarán si me buscan, y hoy por hoy preferiría vivir tranquila y cultivar, como Cándido, mi jardín literario”.


NOTA: la última cita es textual de una misiva de Emilia a Benito fechada en Madrid, a 13 de marzo de 1889. La carta comienza así: “Amigo mío del alma”. De momento, no sabemos cómo encabezaba las suyas Galdós.

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Comentarios
  1. Interesante artículo. Con toda mi admiración hacia Pardo Bazan, creo, no obstante, que en la descripción falta algo de su clasismo y displicencia hacia Rosalía .

  2. ¿Debería intervenir y evitar la Xunta, Patrimonio o el mismísimo ministro de Cultura una operación de compraventa? Absolutamente.

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