Cultura

Taconeando en los Andes

'Pa’trás ni pa’tomar impulso' retrata en forma de docudrama la vida de la bailaora Carmen Mesa, una migrante flamenca en Argentina.

La bailaora Carmen Mesa y sus jóvenes alumnas Brenda, Micaela y Griselda. FILMAX

“Yo no soy de esta tierra ni conozco a naide”, cantaba Camarón por seguiriyas. Hay una legión de artistas flamencos desperdigados por el mundo que conocen íntimamente ese sentimiento expresado por el genio de San Fernando. No hay rincón del planeta, por alejado que parezca, en el que no se oigan quejíos, guitarras y taconeos. Su popularidad desmiente que haya que ser un experto para disfrutar del flamenco. El sentimiento se entiende en todas partes.

Una de estas migrantes del arte es Carmen Mesa. Su arrolladora personalidad ya quedó reflejada en un episodio del programa Andaluces por el mundo, de Canal Sur. Pero aquel formato televisivo se le quedaba estrecho.

Su figura ha dado el salto al cine en forma de documental, Pa’trás ni pa’tomar impulso, estrenado en salas el pasado fin de semana, en el que narra su viaje a Argentina, sus clases de baile y sus bolos por el interior del país. Y lo hace resucitando un género perdido: el docudrama.

El docudrama cuenta una historia real guionizándola como si fuera una película de ficción. Para entendernos: como no existen testimonios ni imágenes de archivo, esas imágenes se recrean nuevamente con los verdaderos protagonistas de la historia, que se interpretan a sí mismos. En los años ochenta hubo un célebre programa de TVE que explotó con mucho éxito esta fórmula: Vivir cada día, de José Luis Rodríguez Puértolas.

Como ya no estamos acostumbrados a este género, los primeros minutos de Pa’trás ni pa’tomar impulso pueden chirriar por su falta de naturalidad. La incomodidad, en cualquier caso, dura poco. Además, en cierto grado, todos los documentales están trucados de una forma u otra. Lo que ocurre aquí es que se ponen las cartas boca arriba: esta historia es real, los personajes son reales, pero lo que ves no. Y lo acabas aceptando porque los sentimientos reflejados en él (de manera torrencial) son absolutamente reales. Paradójicamente, hay mucha verdad en esta mentira. Y eso se nota. El filme participó en la sección Las Nuevas Olas del pasado Festival de Cine Europeo de Sevilla y consiguió un reconocimiento del jurado “por su capacidad de transmitir la pasión y la emoción”.

Las culpables de que ocurra eso son sus artífices, la bailaora Carmen Mesa (cordobesa, natural de Encinas Reales, emigrada a Buenos Aires) y la directora Lupe Pérez García (argentina afincada en Barcelona). La realizadora, admiradora confesa de Nanni Moretti y alumna de Joaquim Jordá, ya exploró ese discursivo “cine de lo real” en Diario argentino (2008), su trabajo para el máster de Documental de Creación de la Universidad Pompeu Fabra. En él contaba con un punto de humor su propia historia como “hija del peronismo” emigrada a Europa.

El retrato de la mujer indómita tampoco es nuevo para ella. En 2014 estrenó Antígona despierta, donde convocaba, entre ruinas medievales y el paisaje desértico de los Monegros, el mito griego, paradigma de la desobediencia civil. Su heroína, ahora, es una bailaora flamenca que tampoco se detiene ante nada. Aunque su viaje geográfico y emocional le haya costado muchas lágrimas. Carmen Mesa usa su desparpajo y su dominio del arte flamenco como arma para explorar una nueva sociedad. La suya, como la de muchas expatriadas en tierra extraña, es también una historia de resistencia a la nostalgia y de búsqueda de nuevos horizontes.

Migrar es cosa de valientes

Cuando llega a Argentina, arrastrada por un amor marrullero e interesado, lo pasa realmente mal. Pero migrar es cosa de valientes. Sola (por voluntad propia) y sin recursos, sale adelante dando palmas y zapateando. Embute sus vestidos de faralaes en la maleta y se sube a un autocar para bailar en Tucumán. Son 16 horas de viaje, pero nada la arredra. Ahoga sus penas poniendo la sonrisa por delante, aflamencando los tangos argentinos y guisando pollo al ajillo. Poco a poco, a su alrededor va tejiendo una tela de afectos que no le permiten ya saber dónde está su corazón, si en los Andes o en la campiña andaluza.

Esta bifurcación sentimental es uno de los ejes centrales de la cinta. Teniendo en cuenta el oficio de la protagonista, no podía ser de otra forma. Confiesa que cuando taconea se mete “en la tierra” y se queda “ahí clavá”, como los olivos de su pueblo. Aunque ese olivo haya sido trasplantado a 10.000 kilómetros de distancia. Puede que solo en Buenos Aires, San Francisco o Tokio se entienda, de verdad, lo que es bailar por soleá. Los trabajadores del flamenco lo saben bien.

Especialmente conmovedora es su relación con Brenda, una niña que se ha enamorado de su arte a través de Instagram. Carmen no duda en ir a su remoto pueblo andino para enseñarle a ella y a sus hermanas sus primeros pasos de baile. La enseñanza moral de la película podría estar ahí, en ofrecer, en dar incondicionalmente, un acto que siempre (o casi siempre) es correspondido.

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