Cultura
Un céntimo por canción
Músicos de todo el mundo lanzan una campaña para exigir pagos justos por sus reproducciones en Spotify.
Un céntimo de dólar por reproducción. Eso es lo que piden los músicos a la plataforma de streaming Spotify. La campaña fue lanzada por Union of Musicians and Allied Workers, un embrión de sindicato nacido durante la pandemia para exigir un pago justo por parte de las apps de música en línea, asegurar que los autores y autoras cobren sus regalías y establecer relaciones más equilibradas con las casas discográficas.
Desde su lanzamiento en 2008, Spotify fue alabada porque su modelo contribuía a terminar con la piratería. Pero había una contrapartida: los exiguos pagos que hacían a los/as intérpretes. Con una posición privilegiada en el mercado de la música en streaming (el otro gran dominador es YouTube), la plataforma sueca acaparó buena parte del catálogo discográfico mundial y creció hasta convertirse en un gigante que facturó 7.440 millones de dólares en 2019.
La cifra solicitada por los creadores (al cambio, unos 0,0084 € por reproducción) supondría multiplicar por tres sus ganancias actuales. Aunque eso tampoco significaría convertirse en millonarios ni mucho menos. La banda estadounidense Speedy Oritz contaba su caso particular en la web WBUR. En 2015 alcanzaron los dos millones de reproducciones de su canción Raising the Skate, una cifra nada desdeñable para un grupo indie. La sorpresa llegó con los primeros cheques. “Unas pocas veces al año recibíamos 300 o 400 dólares”, comenta el guitarrista Devin McKnight. A repartir entre los cuatro miembros de la banda, se entiende.
La imposición del modelo económico “lo tomas o lo dejas” ha llevado a los profesionales de la música a reaccionar uniéndose. Otros, más afortunados, han intentado sortear por su cuenta el expolio. Fue el caso de Taylor Swift, una megaestrella mundial que, en 2015, decidió retirar su música del catálogo de Spotify durante 60 días. En ese periodo lanzó al mercado su elepé 1989. Para escucharlo había que pagarle a ella… y consiguió unas ventas millonarias. Pero no todos los grupos se encuentran en esa posición de poder. Ni siquiera la propia Taylor Swift mantuvo su pulso con la compañía sueca mucho tiempo. Volvió al catálogo y lo hizo, como era de esperar, batiendo récords.
La reacción de Spotify al cuestionamiento de su modelo de negocio no ha sido precisamente comprensiva. No solo no quiere pagar más sino que, de hecho, quiere pagar menos a quienes más reproducciones consiguen. Hace unas semanas anunció la creación de un algoritmo que impulsaría a determinados intérpretes pero a cambio de una reducción en sus cheques.
Miles de adhesiones
Más de 19.000 trabajadores y trabajadoras de la música han firmado ya la petición a Spotify de un incremento en el pago de sus royalties. Entre los españoles que se han sumado a esta iniciativa están Rufus T. Firefly o Nacho Vegas. La adhesión del músico asturiano es absolutamente coherente con la opinión que ha expresado, en repetidas ocasiones, sobre los servicios de música en streaming. “Este tipo de plataformas forman parte de un capitalismo especulativo mucho más peligroso y difícil de combatir que aquel otro capitalismo de amiguetes de los que se daban un sobre y hacían que sonaran Los Secretos en el disco rojo”, aseguraba Vegas, en 2018, en una entrevista a El Salto.
Los músicos agrupados en torno a la Union of Musicians and Allied Workers piden también transparencia sobre los acuerdos entre Spotify y las tres grandes discográficas mundiales: Sony, Universal y Warner. Esos contratos de colaboración, vitales para todas las partes, son un misterio para autores y ejecutantes. La empresa sueca funciona, según explica George Howard, profesor de Gestión de Empresas Musicales en el Berklee College, como cualquier otro gigante tecnológico, tipo Amazon, Facebook o Google. Buscan la máxima rentabilidad para sus inversores y, en ese proceso, los músicos solo son una pieza más del engranaje. El objetivo, siempre, es pagar menos a los creadores. “Creo que los artistas están aprendiendo que el arte y el capital riesgo son un matrimonio incómodo porque tienen prioridades diferentes”, sentenciaba Howard en WBUR.