Internacional
Francia: ¿Qué orden protegen las fuerzas del orden?
El saldo de la violencia policial en Francia: 2 muertes, 5 manos amputadas y 27 ojos reventados en algo más de un año
Artículo incluido en el dossier de #LaMarea79: Los anticuerpos del orden. Puedes conseguirla aquí
El 2 de diciembre de 2018, durante una manifestación de los chalecos amarillos en Marsella, la policía antidisturbios disparó un bote de humo que fue a impactar en la cara de Zineb Redouane. Mama Zina, como la llamaban en el barrio, tenía 80 años y estaba asomada a su ventana, en el cuarto piso de un edificio de la calle Feuillants. Murió de un traumatismo facial severo, según la autopsia. Mama Zina es una de las víctimas de las operaciones antidisturbios durante el periodo en el que David Dufresne rodó su documental Un pays qui se tient sage (‘Un país que se porta bien’), donde examina el fenómeno de la violencia policial en Francia. El saldo total es elocuente: dos muertos, cinco manos arrancadas y 27 ojos reventados entre noviembre de 2018 y febrero de 2020.
El título de la cinta alude a una frase pronunciada por un policía que grabó con su móvil a unos alumnos de instituto que habían participado en una manifestación en Mantes-la-Jolie. Los detuvieron, los agruparon junto a una tapia y los mantuvieron de rodillas y con las manos en la cabeza. “Por fin una clase que se porta bien”, bromeaba el agente ante la escena.
Dufresne ha reunido en su documental a heridos, policías, juristas, historiadoras, expertos en comunicación y hasta un relator de las Naciones Unidas (los altos cargos de la policía se negaron a participar) para analizar una brutalidad policial que va en ascenso y, en la mejor tradición francesa de la argumentación y el racionalismo, debatir sobre la gran cuestión: ¿es justo que las fuerzas del orden detenten el monopolio de la violencia en Francia? ¿Es legal? Sí, sin duda. ¿Es legítimo? Eso no está tan claro. “Esa era la idea principal: reflexionar y aportar matices”, explica David Dufresne a La Marea.
La república contra sí misma
La película explora un conflicto muy doloroso en Francia: el de un régimen republicano que lucha contra su propia mitología y que reprime de forma implacable a los manifestantes que toman las calles. “La protesta, la contestación popular, es algo que los franceses llevamos en la sangre”, confirma el cineasta, que no ha querido sobrecargar de imágenes cruentas su documental, a pesar de la abundancia de material del que disponían gracias a las grabaciones realizadas por manifestantes con sus teléfonos móviles. “Ni el montador ni yo queríamos hacer una película gore. La violencia que se ve en pantalla es real y es suficiente. De hecho, entiendo que pueda impresionar y herir la sensibilidad de algunas personas porque son imágenes que normalmente no se ven en televisión”.
Dufresne es muy crítico con el tratamiento que los medios de comunicación han dado al movimiento de los chalecos amarillos, a los que han llegado a llamar “animales”. “Me parece que esa es una de las señales que demuestran que la democracia está perdiendo terreno en Francia –asegura–. Tenemos un enorme problema con los medios. Económicamente, la prensa va muy mal. Los grandes grupos pertenecen a un puñado de millonarios que no tienen inconveniente en levantar el teléfono para influir en los editoriales y en los sumarios. Y la prensa que llamamos ‘de opinión’ está subvencionada por el Estado. Cuando el Elíseo pone tanto dinero en esta prensa, hay dificultades para que represente bien su papel de contrapoder. Ahora mismo, en la radio Europe 1, la hijastra de Emmanuel Macron [Tiphaine Auzière] hace editoriales a mayor gloria de su padrastro. Esto es un problema. Evidentemente no estamos en una dictadura, pero es un desastre. Y la forma en la que los medios reflejan la violencia policial es una calamidad. Esa misma prensa que no tiene problemas en denunciar inmediatamente la represión en Hong Kong, en Chile o en EEUU, aquí calla. O lo ha hecho hasta hace poco”.
Cuando la comisionada de la ONU para los Derechos Humanos, Michelle Bachelet, pidió al Estado francés que investigara el uso excesivo de la fuerza utilizado contra los chalecos amarillos, la prensa gala (a excepción de algunos medios independientes) reaccionó con indignación. La señora Bachelet no sabe de lo que está hablando, aquí se redactó la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, la República francesa no admite lecciones de nadie, venían a decir. “La idea de no criticar a la policía porque eso supone criticar la República es algo insoportable, un chantaje absoluto”, apunta Dufresne. “Además, se han hecho cosas terribles en nombre de la República francesa. La guerra de Argelia, por ejemplo”. A este respecto, la historiadora Ludivine Bantigny aborda en su película el lado más político del asunto cuando se cuestiona el fondo y la forma en que el Estado francés impone la ley en las calles: “¿Qué orden protegen las fuerzas del orden?”.
¿Una deriva fascista?
En otro documental reciente, Dans la tête d’un flic, emitido por la cadena Arte, siete policías en la reserva hablaban de sus problemas de estrés, de la dificultad de realizar su trabajo bajo una tensión terrible en unos barrios periféricos (las llamadas banlieues) que ellos describían como trampas mortales. La mayoría de estos agentes acababan confesando sus simpatías por el ultraderechista Frente Nacional. “Como dice el sociólogo Fabien Jobard en la película, la policía defiende la República porque es el régimen vigente. Pero si mañana hay una monarquía, defenderá la monarquía –explica Dufresne–. Lo verdaderamente preocupante es que en 2022 Marine Le Pen puede ser presidenta, y la policía estará allí. Y eso puede ser un problema por su cercanía al Frente Nacional, por el racismo que hay en algunas comisarías… En una sociedad que está cada vez más crispada, puede suponer un peligro inmenso. Además, los republicanos, tanto de izquierdas como de derechas, deberían inquietarse porque cuando el Frente Nacional esté en el poder, eso que llamamos ‘república’ no será más que un recuerdo”.
Esas tensiones se dirimen ya en las calles francesas y afectan a la esencia misma de la convivencia democrática. Como dice la jurista Monique Chemillier-Gendreau en Un pays qui se tient sage, “la democracia es el disenso, no el consenso”.