Cultura
Cine en tiempos de pandemia
"El COVID-19 ha cerrado el Teatro Jovellanos, sí, pero a cambio ha puesto el FICX al alcance de todos destruyendo las limitaciones geográficas", reflexiona Mónica G. Prieto.
Durante meses, los responsables de la 58º edición del Festival Internacional de Cine de Gijón/Xixon (FICX) trabajaron como si la pandemia fuera un espectro de enorme potencial destructivo que acechaba a cada paso. Tras una primera ola de contagios casi imperceptible en Asturias, no había manera de anticipar el comportamiento del virus pero resultaba atrevido, casi inconsciente, pretender que la segunda oleada eximiera de nuevo al Principado.
Todo estaba preparado para revertir la situación sin ceder al chantaje pandémico. El COVID-19 ha cerrado el Teatro Jovellanos, sí, pero a cambio ha puesto el laureado festival al alcance de todos destruyendo las limitaciones geográficas y permitiendo que, en cualquier momento y espacio donde quepa una pantalla, los espectadores tengan acceso a los debates, las conferencias, las clases y actividades y los 62 largometrajes seleccionados hasta el 28 de noviembre.
La versión online del festival, cuya programación puede consultarse en FICX.tv y cuyas películas han sido divididas entre las plataformas Filmin y FestHome, es un acto de rebelión cultural contra la pandemia, un articulado intento de convertir la crisis en la oportunidad de que cualquiera pueda asistir al festival, aunque no se encuentre en Gijón. Es una fiesta de creatividad, independencia, talento e inspiración; horas y horas de cine, documentales y cortometrajes que rehuyen del convencionalismo –marca de identidad del FICX– y apuestan en muchos casos por remover, conmover y agitar a los espectadores.
En esta 58º edición, también se centra en la calidad femenina. Los organizadores han buscado la paridad de género en la selección y la temática es recurrente, logrando así piezas capaces de conmover y concienciar. A los debates y las conversaciones con realizadores, directores y actores se han sumado tres clases maestras a cargo de tres mujeres, Desirée de Fez, María de Medeiros y Amalia Ulman donde diseccionar y compartir sus experiencias.
Otra de las novedades es la combinación de formatos narrativos. Cada día, desde hace cien, una imagen del premio Pulitzer asturiano Manu Brabo despertaba a los seguidores del #58FICX en las redes y en la web del festival, en una propuesta denominada El dardo en la mirada, que refleja los extraños momentos que vivimos. “Toda ciudad tiene una narrativa visual, una representación anclada en el imaginario colectivo. El FICX, como proyecto audiovisual centrado en la autoría y nuevas propuestas formales quiere aportar, reforzar su integración en la ciudad, serle útil, proponer espejos y contribuir a la conversación, siempre abierta, sobre su identidad”, explica el también reportero Alberto Arce, responsable de prensa del festival.
“En septiembre decidimos encargarle a Manu Brabo que volviera su mirada, siempre aguda e incómoda –real como solo el fotoperiodismo de larga distancia puede serlo– sobre la ciudad, su ciudad de adopción. Y pedirle que interpretase el proceso de transformación en el que Gijón/Xixón está inmersa en este momento concreto de la historia, atravesada la piel de sus habitantes por una pandemia”.
En su triple salto mortal multiformato, el compositor y músico Esteban Girón (Play as…) se encargó de ponerle música al trabajo, logrando una pieza final que clausurará el Festival en el Teatro Jovellanos, pero a puerta cerrada, y que retrata a una ciudad herida por el COVID pero más resuelta que nunca, empeñada en reinventarse y en vivir a pesar de todo.
En el Festival hay creaciones lentas, casi poéticas, como Vaca Mugiendo entre Ruinas, del español Ramón Lluis Bande, una repaso mediante fotografías, pinturas y artículos de la historia del Consejo Soberano de Asturias y León que repasa aquellas semanas de soberanía norteña a manos del Consejo Obrero con Belarmino Tomás a la cabeza, en plena guerra civil, y que terminaría siendo aplastada por las tropas franquistas.
También hay obras optimistas, como A l’abordage, y largometrajes analíticos, como One of these days, una radiografía de Estados Unidos a través de la veintena de concursantes de una de sus peculiares competiciones –en esta ocasión, gana una furgoneta quien mantenga sus manos durante más tiempo sobre el automóvil, lo que implica días de estrés, bajos instintos y pulsiones diversas– y películas convertidas en verdaderos ejercicios de sensibilidad. Es el caso de The Castle, de la cineasta lituana Lina Luzite, un drama social con tintes de thriller donde la realidad y esa mala afición de la vida por los imprevistos se impone a bofetadas. Narra la historia de Monika, una adolescente rehén de una vida de adultos cuya familia sobrevive al borde de la penuria económica, marcada por la demencia de su abuela y la derrota de una madre desencantada y exhausta que decide apartar la música de su camino, pese a ser casi lo único que le une a su hija. No hay violencia ni lágrimas, pero la insospechada carga dramática se mantiene a lo largo de la cinta porque el mal es endémico y enraiza en la eterna crisis económica, ese monstruo invisible y omnipresente que devora ilusiones y alimenta la maldad intrínseca del ser humano, incapaz de no abusar de los más débiles cuando se siente abusado por los más fuertes o por el mismo sistema.
También se percibe, siempre latente, la sociedad patriarcal donde ellas padecen por el mero hecho de ser ellas. Pero Monika tiene un arma secreta que alimenta sus días: la belleza de la música, la tabla de salvación de seres íntimamente vulnerables que da sentido a su vida.
Los desaparecidos centran Volverte a ver, de Carolina Corral Paredes, un recorrido por el drama de las miles de familias mexicanas que han perdido el rastro a los suyos, víctimas del conflicto. Y el cambio climático articula la maravillosa I’m Greta, un documental fuera de concurso sobre la activista sueca que decide asumir una responsabilidad inabarcable para tratar de frenar la inevitable extinción del planeta, gracias al infinito apetito de los seres humanos. “Creemos que la naturaleza es una bolsa de chuches”, reflexiona en un momento de la cinta Greta Thunberg, una persona extraordinaria y atormentada con el valor necesario para cambiar la Historia que vive en constante rebelión por soportar un peso mastodóntico ante la pasividad de un sistema incapaz de asumir que ha hecho del planeta un lugar insostenible para las generaciones venideras.
Ella, y los millones de Gretas que han seguido su ejemplo en todo el mundo y que toman los espacios físicos o virtuales para remover conciencias, son la constatación de nuestro fracaso y la esperanza de que haya aún marcha atrás. Greta tiene la humildad de quien no se siente protagonista sino agente necesaria de un cambio porque tiene las dotes adecuadas para liderarlo: una honestidad demoledora combinada con el valor suficiente para enfrentar sus propios miedos y el carisma, muy a su pesar, que podría aglutinar a millones de indignados por el cambio climático en torno a su figura.
Resulta devastador que una adolescente nos obligue a mirarnos al espejo y nos fuerce a mantenernos firmes ante la imagen aterradora que nos devuelve, pero si necesitan inspiración en tiempos de pandemia I’m Greta es la cinta idónea para recuperar la esperanza.