Política
Catalunya y la resaca de su república (im)posible
"La promesa de la República inminente ya no será una posibilidad, lo que tal vez hará aflorar el debate en torno a la gestión de lo público", defiende Guillem Pujol
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Hay una expresión compartida entre las principales fuerzas independentistas para definir el momento de impasse en el que se sitúa la actual etapa del procés: resaca. Resaca entendida como metáfora del desfase represivo y emocional provocado por dos grandes eventos –el 1-O y las sentencias de sedición y rebelión–, a la que se le debe sumar, a modo de última copa, la inhabilitación de Quim Torra a instancias de la Junta Electoral Central.
La resaca daría cuenta de la parálisis institucional vivida en la Generalitat durante el mandato de Torra, pero también serviría como justificación del incumplimiento de la promesa de que el proceso de independencia transcurriría plácida e inexorablemente en aquello que fue vendido por ERC y por los posconvergentes como “tránsito de la Ley a la Ley”.
La resaca, en definitiva, alude a la falta momentánea de un relato que sostenga la posibilidad de que en Catalunya devenga una república independiente a corto plazo. Pero como ocurre tan a menudo en las democracias representativas, aquello que representan los políticos no es exactamente la voluntad expresada del pueblo: siempre hay algo de la democracia que se pierde por el camino en ese tránsito hacia la representatividad. La resaca, despojada de sus justificaciones, relatos, excusas, discursos y estrategias, se convierte en la expresión pura del cansancio de la ciudadanía catalana.
Para los independentistas, ese cansancio es fruto de la acumulación de los fracasos, las derrotas y la pérdida de fe en unos políticos que fueron convertidos en héroes de la patria. Para los no independentistas, ese hastío se deriva de la indignación de tener unas instituciones que, consideran, no les representan. Y para los que no les interesa ni una cosa ni la otra, el cansancio proviene de sentirse ignorados por unos y otros.
Sin embargo, el próximo 14 de febrero se celebrarán unas elecciones, y las elecciones siempre son una buena ocasión para refrescarse y empezar de nuevo. ¿Qué fórmulas tomarán los partidos para desprenderse de la resaca? ¿Será posible convertir el hartazgo en ilusión? Empezando por el final: en estos tiempos, en Catalunya, la ilusión cotiza a la baja. La intensidad emocional vivida desde 2012 ha mermado la capacidad para empatizar con proyectos políticos nuevos, y es difícil cambiar de un día para otro, a golpe de eslogan, lo que se ha ido perdiendo a lo largo de los años. Así, y de manera sintomática, se prevé que la participación descienda alrededor de un 10% respecto a los anteriores comicios. Pero eso no significa que los partidos políticos no lo vayan a intentar. Es, de hecho, su principal tarea y la única forma posible de asegurarse el sueldo.
Dentro del independentismo hay dos estrategias claramente diferenciadas, como son la del espacio posconvergente y ERC. Mientras que en el partido de Puigdemont –amo y señor de Junts per Catalunya– van a apurar los últimos bríos de ilusión y apostarlo todo, otra vez, a la épica de la República (im)posible, ERC está dispuesta a batallar en otros lares.
Una vez asumidas las dificultades para realizar la independencia de forma unilateral, apuestan por diversificar su público y convertirse en el partido hegemónico del centro-izquierda catalán. Con ese giro, esperan “robar” votos de tres sitios distintos: de Catalunya En Comú-Podem (CECP), al asumir parcialmente su mismo relato “sobiranista”; del PSC, al desvincularse del independentismo unilateral e interpelar al votante progresista moderado; de Junts per Cat, al ocupar parte del imaginario del peix al cove de la extinta Convergència Democràtica de Jordi Pujol.
Fuera del mundo independentista, merece una mención aparte la subida del PSC, que se dará principalmente a costa de Ciudadanos. Según muestran las encuestas, de darse ese incremento de votos en las filas socialistas, podría llegar a darse el caso de que por primera vez desde el inicio del procés existiera una mayoría alternativa (posible) a la formada por ERC y Junts per Catalunya que aglutinaría a ERC, PSC y Catalunya En Comú Podem.
No obstante, tal posibilidad se antoja harto remota: con el PSC asentado como valedor del bloque constitucionalista, la presión que podría soportar ERC por pactar con los socialistas sería mayor de la que probablemente podría asumir. La única mayoría clara es la que conformarían ERC y Junts per Catalunya, que tendrían la fuerza suficiente para reeditar su pacto de legislatura por tercera vez consecutiva.
Pero esta vez la promesa de la república inminente ya no será una posibilidad, lo que presumiblemente hará aflorar, en campaña electoral, el gran ausente del debate en los últimos años: la gestión de lo público. Ahora bien, que esto sirva para recuperar una ilusión suficiente que desvele la sociedad catalana de esa resaca que planea sobre el territorio solo cabe en las mentes más optimistas del país. Como aquellos que creen –o dicen que creen– que la República catalana se halla a la vuelta de la esquina.
Decido quedarme sin país
Y al leer este artículo me viene a la menta la misma pregunta que se repite los últimos meses: y la CUP, dónde está?
Para los independentistas desencantados con la venta de motos de los últimos años, es casi la única opción. Pero su presencia y fuerza es aparentemente nula, casi como si no quisiera presentarse a «jugar». No entiendo el porqué, de verdad…
Madrileños por el derecho a decidir.
Catalunya, ¿y ahora qué?
https://www.youtube.com/watch?v=UBJJ8vs7KVc