Cultura
‘Ondina’ o ‘La sirenita’ descosificada
Christian Petzold hace una relectura del mito de la sirena quitando almíbar y poniendo sus deseos en el centro.
Contaba Alice Munro que su primera experiencia con la literatura fue reescribir un gran clásico de los cuentos de hadas: “Recuerdo que cuando leí de niña La sirenita, de Hans Christian Andersen, me quedé en shock. Ya sabéis lo triste que es el final de La sirenita. Me levanté y empecé a dar vueltas y más vueltas alrededor de mi casa mientras me inventaba… ¡un final feliz para La sirenita!”. Ella entonces no lo sabía, pero con ese resuelto impulso infantil empezó una de las carreras literarias más delicadas, conmovedoras y hermosas del último siglo.
Con Ondina, su última película, el director alemán Christian Petzold ha hecho exactamente lo contrario, pero a su manera hitchcockniana, velando misteriosamente la identidad de su heroína, también ha convocado de forma muy hermosa el mito de la sirena. Como sabemos, este personaje mitológico arranca en la Grecia clásica y ha ido edulcorándose paulatinamente en su viaje a través de los países, los autores y los siglos hasta que cayó en manos de la factoría Disney, de donde surgió un musical extraordinario que hubiera hecho muy feliz a Alice Munro cuando era niña. Petzold endereza esta trayectoria y hace algo que está terminantemente prohibido en Hollywood: le devuelve su tono trágico habitual. No es casualidad, por tanto, que Ondina fuera seleccionada para competir en el Festival de Cine Europeo de Sevilla (donde ganó el premio a la mejor dirección).
En lo que sí coinciden Munro y Petzold es en centrar su interés en rehabilitar el deseo femenino. “Porque la Ondina mitológica es lo contrario, una proyección del deseo masculino —explica el director alemán en su presentación sevillana—. Mi perspectiva sobre ella cambió a partir de una larga conversación con Nina Hoss, que es una actriz muy intelectual, y después de leer el relato de Ingeborg Bachmann [incluido en el libro de cuentos A los treinta años]. Ahí había un acercamiento al mito completamente diferente. Ondina hablaba, reflexionaba, tenía voz. Ahí es donde encontré mi punto de vista para narrar la historia de esta relación. La Ondina de mi película es independiente del hombre y de la subjetividad masculina. Ha encontrado una identidad propia”. Ese interés por la mujer y sus sentimientos atraviesa toda su filmografía.
Petzold ha confesado en múltiples ocasiones su debilidad por los melodramas de su compatriota Douglas Sirk, en los que la mujer siempre está en el centro. Recordemos por ejemplo a la Jane Wyman de Solo el cielo lo sabe (1955), que es una viuda rica que se enamora de su jardinero (Rock Hudson) y que es despreciada por la clase alta a la que pertenece. Las protagonistas de Petzold en Barbara (2012), Phoenix (2014) y esta Ondina son mujeres igualmente decididas a sortear todos los obstáculos. “También soy muy fan de Claude Chabrol —continúa Petzold—, y él dijo en una entrevista una frase que yo puedo hacer mía. Le preguntaron por qué el 90% de sus protagonistas eran mujeres: Stéphane Audran, Romy Schneider, Isabelle Huppert… Y su respuesta fue magnífica: ‘Los hombres viven, las mujeres sobreviven y el cine trata, fundamentalmente, de la supervivencia”.
La supervivencia del amor
Ondina (Paula Beer) es una joven historiadora que trabaja en Berlín como guía del Departamento de Urbanismo y Vivienda. Su historia arranca con una ruptura amorosa: su novio, pijo y guapetón, la abandona. Ella cree que su mundo se vendrá abajo, pero entonces conoce a Christoph (Franz Rogowski), un buzo que trabaja como obrero soldador y que sustituye a aquel imbécil, que claramente no la merecía. Así reconstruye el amor, como fueron reconstruidos, una y otra vez, por causa de sus avatares históricos —la Segunda Guerra Mundial, la reunificación alemana, “el nuevo capitalismo que ha destruido la ciudad comprando pisos como si fueran acciones de la bolsa”, apunta Petzold—, los barrios de Berlín, cuyo desarrollo ella explica diariamente a los visitantes del museo. A diferencia de la leyenda alsaciana, en la que Ondina está condenada a amar a un aristócrata que, tras raptarla, se cansa de ella, esta Ondina descosificada recupera la independencia y es dueña de sus emociones.
La sombra amenazadora del mito de la sirena (seductora y asesina de marineros) planea sobre estas dos relaciones, la del pijo y la del buzo, sin que Petzold se centre realmente en eso. Solo lo apunta. El thriller, que efectivamente existe, no se impone al melodrama. Aquí, si hay alguien que sufre, esa es Ondina, no los hombres que la rodean. Esto es puro Sirk. Y va más allá: el director nunca rinde su narración al género fantástico. Al menos no totalmente. El público intuye en su heroína el poder de un ser sobrenatural, pero no tiene pruebas concluyentes sobre ello. Este difícil equilibrio es lo que eleva el valor de su película. Parece decir: queréis que os lo dé todo masticado, que os enseñe mis cartas, queréis tener la certeza de que es una sirena como las de la Odisea, queréis que se redima por amor y que consiga al príncipe. Bueno, pues no tendréis nada de eso. Para eso ya está Disney.
Además, a juicio de Petzold, “el mito de la sirena tiene que ver con el deseo erótico y la sexualidad, y eso está también en el cuento de Andersen, pero no en la película de Disney. Cuando yo la vi, hace muchos años, lo hice a través de los ojos de mis hijos, que entonces eran muy pequeños. Y desde esa perspectiva infantil, me gustó. Fue como cuando vi El libro de la selva cuando yo mismo era un niño. Esa me encantó porque realmente es una película estupenda. La sirenita, vista como adulto, es un poco decepcionante”.
Nada de disfraces
Según Umberto Eco, “la fantasía griega transformaba continuamente cualquier aspecto del mundo en un lugar legendario”. Nadie sabe situar exactamente los lugares visitados por Ulises, pero los imagina. Siempre se dijo que el cíclope Polifemo vivía en Sicilia, que la ninfa Calipso mantuvo prisionero al héroe homérico en el islote de Perejil y que la isla de las sirenas estaba en el golfo de Nápoles. Según el cuento de los hermanos Grimm, que también recurrieron a esta leyenda, Ondina vive en torno a las cascadas del Bajo Rin. Nada de esto tiene la menor importancia para Petzold. En su película, la narración permanece pero se borran los escenarios ligados al mito. Es algo que ya hizo en En tránsito (2018), en la que contaba la persecución nazi a los judíos ambientando la historia en la Marsella actual y cambiando a los judíos por los actuales migrantes. Tampoco hay en Ondina un marco espacial o estético que nos remita a la acuática leyenda replicada por los escritores románticos. “Después de Phoenix no quería hacer otra película de época. No me gusta ver a los actores alemanes disfrazados porque parece que están en un escenario. En Alemania, la mayoría de los intérpretes van a escuelas de arte dramático y allí aprenden una forma de actuar, a mi juicio, incorrecta. Paula Beer, en cambio, viene del mundo de la danza. Y Franz Rogowski también: es bailarín y artista de circo. Fue una sorpresa descubrir a una pareja protagonista [la misma de En tránsito] que trabaja de forma completamente distinta a la habitual. Trabajan con el cuerpo. Durante los ensayos se ponían a bailar, probaban las posturas que usarían para sentarse en la cama o para acercarse al ordenador. No se centraban en las palabras del texto. Para ellos se trataba, básicamente, de danza. Y fue una experiencia fantástica”.
Beer ganó el premio a la mejor actriz en el pasado festival de Berlín, lo que confirma la validez de su método de trabajo. Descubierta en el western alpino El valle oscuro (2014) y lanzada al estrellato por François Ozon en Frantz (2016), aquí construye su misterioso personaje a partir de una cierta inexpresividad que pretende dar a entender que esconde algo, como la Kim Novak de Vértigo (1958), otra fuente de inspiración constante en el cine de Petzold. Ese repliegue sobre sí misma se irá desvaneciendo poco a poco en brazos de su buzo amado, aunque no hasta el punto de confesarle (ni a él ni al público) su verdadera naturaleza mágica. “A la hora de contar una historia lo importante siempre es encontrar un punto de vista. Yella (2007), por ejemplo, era una versión de una de mis películas de terror favoritas, El carnaval de las almas (1962). Pero en ella, a diferencia de la original, todo estaba mediatizado por la visión personal de la protagonista (Nina Hoss). Todo se contaba desde dentro, por así decir. El reto siempre es ese: hallar un enfoque que dé pie a algo original, a una nueva historia. Hay un pequeño poema en alemán [Wünschelrute, de Joseph Freiherr von Eichendorff], muy, muy famoso, que traducido pierde un poco pero que dice más o menos así: ‘Hay una canción en todas las cosas del mundo, y tienes que encontrar la letra correcta para poder oírla”.
Para Petzold esa búsqueda, esa perspectiva a la hora de abordar una historia es tan importante como saber dónde colocar la cámara. O quizás más: “Si hay algo que detestamos mi director de fotografía [Hans Fromm] y yo son los planos bonitos, los paisajes de ordenador. Odiamos los salvapantallas”.
Y con todo y con eso, Ondina es una película bellísima.
‘Ondina’ se estrena en cines el viernes 20 de noviembre.