Opinión
Alonso Quijano en el club de la lucha
Iker Jiménez pretende surcar la actualidad en su ‘nave del misterio’. Su dilema, ahora, no está entre la realidad y la no realidad sino en mostrar “que ambas son compatibles y la segunda puede entrar en la primera”, escribe el autor.
Siempre hay que prestar atención a la pornografía y a la parapsicología. No solo porque sean sectores desregulados sino porque modelan una parte que no suele estar visible, lo que creemos o lo que deseamos; más en concreto, lo que no tenemos claro que creemos, pero nos atrae y lo que no tenemos claro que deseamos, pero nos atrae. Es decir, los límites, las fronteras desde las que observamos a los bárbaros, que somos nosotros mismos. La pasión por la realidad escenificada o la legitimación de la dominación y la violencia se produjeron primero en el porno. Su masculinización, como la de ciertos espectros ideológicos, es una respuesta a la pérdida de poder, la ira de las pollas asustadas.
Vamos con la parapsicología. Las narraciones dominantes siempre dan pistas sobre las sociedades que quieren oírlas: fantasmas, médiums, criaturas fantásticas, sociedades secretas, extraterrestres, civilizaciones enigmáticas, objetos de poder, exorcismos, psicofonías, criptozoología, o conspiraciones. Cada relato tiene su momento y todo regresa una y otra vez en un continuo proceso de reciclaje de los mitos establecidos en el romanticismo. Es la lucha de lo premoderno frente al aparentemente inevitable progreso, algo que se ve bien en los primeros relatos, seres ancestrales que son perturbados por el proceso de cambio o que irrumpen en la civilización desde sus enclaves antiguos. Algo despierta a la bestia que duerme en el mar, en las montañas o en el desierto. Puede ser la burocracia, la arqueología o la energía nuclear.
La bestia simboliza la resistencia a ese proceso de modernización, que no solo separa lo que existe de lo que no existe, sino que da autoridad a lo primero frente a lo segundo, algo que Max Weber llamó el desencantamiento del mundo. El cosmos deja de ser mágico, movido por fuerzas desconocidas e imposible de controlar, a ser algo capaz de ser estudiado y clasificado. La racionalización, producto del avance científico y tecnológico, hace que desaparezca el misterio. La singularidad del milagro es sustituida por la reproductibilidad del experimento, algo que puede ser replicado por cualquier persona en cualquier momento. El romanticismo es una forma de mantener la conexión con lo trascendental o, por lo menos, de establecer que hay espacios que escapan a esa capacidad de estudiar y clasificar la realidad.
Siempre hay que estar atento a la parapsicología. El hecho de que Iker Jiménez, director de Cuarto Milenio, haya decidido reducir el espacio dedicado a sus temas tradicionales, extraterrestres, criaturas fantásticas, sociedades secretas, etc., para optar por un enfoque más informativo dice más sobre el concepto de la información, incluso sobre el concepto de realidad, que sobre el director del programa. «¿Qué hemos obtenido en todos estos años?», se preguntaba antes de responderse: «Muy poco. Real y objetivamente, muy poco». Lo más interesante es la elección de los adverbios. Es decir, considerar que el fin no es tanto mantener esa pequeña resistencia a la modernidad, sino incorporar ese espacio difuso a lo que puede ser definido, categorizado y estudiado.
Necesitamos el misterio, un poco de misterio, una habitación en penumbra, un bosque oscuro, un armario mal cerrado, una luz en el cielo. «Tendemos a confrontar la utopía con el mundo, cuando, de hecho, son las utopías las que nos hacen el mundo tolerable», sostenía Lewis Mundford y podemos situar en el mismo lugar de los no lugares a los no seres o no hechos. Forman parte de esos refugios a los que escapamos cuando la realidad se vuelve complicada o anodina. La cotidianeidad siempre se echa de menos cuando sucede lo imprevisible y viceversa.
Alonso Quijano tenía su refugio, un cuarto donde existían los gigantes y los dragones. Su salida del pueblo confronta su pequeña utopía emocional, el lugar en el que puede ser otra persona, con la realidad. Por eso, es un libro recuperado en el romanticismo, que admira a ese personaje capaz de enfrentarse a gigantes/molinos. Qué sean es menos importante que esa voluntad humana desafiante, a la que no le importa lo que digan los demás. Ni las risas ni las advertencias. Estamos en un momento romántico. En su habitación, Alonso Quijano no solo puede creer en magos y dragones, sino defender su existencia desde su alias, Don Quijote. Si alguien le dice que no son gigantes, sino molinos, siempre puede responder que es su opinión.
Es una historia que se ha reescrito en muchas ocasiones. En una de las últimas, Alonso Quijano era un viajante de comercio y Don Quijote recibía el nombre de Tyler Durden. El club de la lucha, como Cuarto Milenio, no planteaba el dilema entre la realidad y la no realidad, como le sucedía a Emma Bovary o a Bastian Baltasar Bux, sino que ambas son compatibles y la segunda puede entrar en la primera. A través del espectáculo se resuelve aparentemente el problema que planteaba La pianista: en la realidad, los golpes duelen. Aparentemente, claro. La convivencia entre realidad y no realidad es posible hasta que, como en 2020, llega un problema que no se puede solucionar confeccionando un relato. O, por lo menos, del que no se puede huir.
Varios proyectos políticos deudores de Tyler Durden, con hondas raíces en la pornografía y la parapsicología, han disfrutado de una bonanza extraordinaria en los últimos años. Promovían un cierto reencantamiento del mundo y parecían imparables. Entre otras cosas, porque los medios de comunicación organizaban debates sobre si lo que había enfrente eran gigantes o molinos y daban voz a ambas posturas en igualdad de condiciones. Incluso se ha debatido sobre si debe haber escuelas que permitan enseñar que los molinos son gigantes. La realidad ha debilitado esos proyectos, pero no cabría dar la guerra por ganada. Ni siquiera la batalla.
El mundo encantado permite creer que hay un cierto sentido dentro del caos y, ante la ausencia de progreso, individual y conjunto, es una tentación enorme. Quizás el conflicto de los próximos años no sea tanto dónde vamos sino dónde estamos, y volver a situar la frontera que divide lo que existe de lo que no existe. Es decir, defender la realidad.
Totalmente de acuerdo, Alfonso. Desde antes de que llegásemos a ser conscientes de la Pandemia en este país, Iker Jiménez nos ha estado informando de forma totalmente anticipada (en meses) a cualquier otro medio de comunicación y de modo muy veraz.
La realidad es la siguiente: Cuarto Milenio lleva varios años ofreciendo información más fiable y precisa que cualquier medio de comunicación convencional.