Cultura
Jorge Carrión: “La digitalización se produce a un ritmo muy superior al que puede asimilar el cerebro humano”
El escritor, profesor y crítico literario reflexiona sobre su último libro: 'Lo viral'.
La información que revela su perfil de WhatsApp da una idea del tipo de persona que es: en la imagen posa sonriente y rodeado de libros; debajo pone un esccueto “leyendo”. Hace siete años publicó un muy elogiado ensayo-crónica acerca de las más emblemáticas librerías de todo el mundo. Hoy es un destacado referente en el estudio y la divulgación de la cultura contemporánea.
Con una obra traducida a quince idiomas, el escritor, profesor y crítico literario Jorge Carrión (Tarragona, 1976) ha desarrollado una carrera prolífica y poliédrica: novelas, ensayos, literatura de viajes, novelas gráficas, adaptaciones y ediciones varias. Se reinventa en cada libro, y el último, Lo viral (Galaxia Gutenberg), tiene forma de dietario.
El estallido de la crisis pandémica hizo que su diario íntimo se transformara inesperadamente en un diario fake, una reconstrucción de la pandemia desde su origen en Wuhan, un laboratorio literario y, ante todo, un ensayo sobre el magma de la viralidad digital.
Estamos de nuevo en estado de alarma y todo apunta a que los próximos meses van a ser turbulentos. ¿Cómo está viviendo estos tiempos tan extraños?
Creo que durante este año todos hemos incorporado una suerte de sismógrafo emocional y en los últimos días este sismógrafo se ha activado. Uno puede sentir dentro de su propio cuerpo una cierta inquietud que evidentemente representa el movimiento y el temblor que se acerca. En esta segunda ola llueve sobre mojado, sobre todo psicológicamente y evidentemente no soy ajeno a ese malestar y preocupación general. Intento mantenerme fuerte y refugiarme tanto en el amor de la familia como en proyectos literarios.
Es usted una de esas personas que dan la impresión de haber leído casi todo. ¿Ha bajado su ritmo de lectura con la irrupción de las redes sociales, tan empeñadas en ganarse nuestra atención?
Sin duda leo menos libros que antes de que las series de televisión o las redes sociales empezaran a reclamar mi tiempo. Pero no leo menos, porque para mí todo es lectura; y en las redes sociales procuro acceder a contenidos que me aportan, que me interesan y que a menudo son periodística o artísticamente relevantes.
Inmersos en los ritmos tecnológicos, en la aceleración y en la sobreexposición a las pantallas, ¿no estamos perdiendo un poco el norte?
No me preocupa la digitalización del mundo, me parece interesante y de algún modo inevitable. Lo que me preocupa es la velocidad de esta digitalización, que no para de acelerarse y que, por tanto, se produce a un ritmo muy superior al que puede asimilar un cerebro humano. Hay como una especie de descompensación entre la transición algorítmica a la velocidad a la que se produce y la posibilidad de que los gobiernos, los colegios, las universidades y quienes deben velar por el acceso a la información y al conocimiento puedan realmente hacerlo. Hay una gran distancia. En EEUU se ha podido ver cómo los senadores se han esforzado por comprender lo que les contaba Mark Zuckerberg y no han sido capaces. Ni siquiera los ingenieros de Facebook o Google entienden realmente los algoritmos que han creado, y esto sí que me parece preocupante.
El filósofo Salvador Pániker recomendaba escribir diarios como forma de autoterapia. Usted también escribe un diario verdadero. ¿Qué le aporta?
Mi diario, Días extraños, que no tengo intención de publicar en vida, ha atravesado varias fases o etapas. Durante una época fue sobre todo un cuaderno de viajes y de lecturas; ahora es más que nada un espacio de la intimidad y creo que sobre todo me sirve como testigo de quién soy: leyendo anotaciones de esos veintitantos años de mi vida recuerdo los estratos que de algún modo me constituyen. Y con esos estratos, personas muy extrañas que también fui y todas mis contradicciones.
Tiene mucho seguimiento en las redes. ¿Se considera un influencer?
Supongo que por mi trabajo, que es la crítica cultural, tengo una cierta capacidad de influir. Pero más que como influencer, en el sentido contemporáneo del término, me identifico con la figura del prescriptor, que es lo que han hecho los filósofos, los profesores, los periodistas, los libreros o los bibliotecarios desde siempre: intentar influir y señalar las lecturas más interesantes. Ójala pueda seguir haciendo este trabajo y que mi mirada y mi capacidad de descubrir y de discernir siga siendo valorada por quienes me leen. No obstante, me siento sobre todo escritor, y aspiro a que mis libros sean leídos en parte también como obras de crítica cultural y de prescripción.
Afirma que cada libro es un reto estilístico, estructural y formal; por ello intenta encontrar nuevas maneras de narrar forzando el lenguaje y la forma. Que no haya publicado dos libros iguales es en cierto modo señal de que ha conseguido superarse a sí mismo en cada obra.
Tras la repercusión de Librerías [2013], cuando me planteé escribir un libro sobre los pasajes de Barcelona, sentí la tentación de –repitiendo la fórmula de Librerías– escribir un libro sobre pasajes del mundo que había de titularse Pasajes, a secas, porque tenía fotos, apuntes y bibliografía sobre pasajes de Melbourne, Londres, París, Nueva York o Buenos Aires. Pero, en efecto, por coherencia con mi propio proyecto, opté por centrarme en los de Barcelona, que no habían sido narrados. Cambié radicalmente de ámbito y en lugar de hacer un libro global, como Librerías, hice un libro local, aunque con la ambición de que cualquier persona que viviera en cualquier ciudad del mundo pudiera entender mejor su propia metrópolis y su propia condición urbana. Me puse hace muchos años esa regla personal de no repetirme y por eso intento que cada proyecto sea distinto en su estructura, en su concepto e incluso en su estilo.
Perder nuestra autosuficiencia natural para convertirnos en autómatas, en robots, un mundo de máquinas en el que sobramos las personas.
Un mundo que va vertiginosamente para atrás y las máquinas y la mayoría de sus usuarios parecen no enterarse.