Internacional
Alivio
"Quien conozca el funcionamiento institucional de EEUU sabrá muy bien que la victoria demócrata es el resultado de un esfuerzo titánico por parte de muchos colectivos, entre ellos los más vulnerables", defiende Azahara Palomeque
Quizá sea ésa la palabra que mejor describa este momento para millones de personas que han sentido, de repente, desaparecer un peso del pecho. Más allá de los diferentes posicionamientos ideológicos que habitan el espectro demócrata, por encima de las propuestas de cualquier programa político, independientemente de la raza, la religión o la cuenta corriente, leo y oigo relief como si se tratase de un mantra.
Sin haberse producido cambios sustanciales en nuestras vidas, algo ha mudado respecto a la manera de imaginar el futuro y eso ha tenido consecuencias inmediatas: la ansiedad que se atenúa, el miedo que se esfuma y las calles que, inundadas por un regocijo diametralmente opuesto a las reivindicaciones airadas de hace apenas unas semanas, se han llenado de pancartas clamando por una democracia que muchos han visto peligrar y hoy parece haber regresado. De forma completamente ingenua, hemos reído, besado, gritado de alegría; hemos mandado mensajes esperanzadores a nuestros allegados; hemos brindado hasta caer sobre el sofá exhaustos de gozo. Estábamos aliviados, merecíamos esa felicidad compartida donde no cupiesen ni las críticas al ticket Biden-Harris por sus carreras políticas cuestionables, ni el desencanto con el gobierno de Obama, sino simplemente eso, el alivio.
Quien conozca el funcionamiento institucional de Estados Unidos sabrá muy bien que la victoria demócrata es el resultado de un esfuerzo titánico por parte de muchos colectivos, entre ellos los más vulnerables. La población negra de ciudades como Philadelphia y Detroit, aquejadas de un 24% y 34% de pobreza respectivamente, ha sido capaz de voltear el tablero electoral a favor de un candidato con el que, en ocasiones, no está de acuerdo. Las organizaciones pro-inmigrantes han hecho un trabajo de campo incansable que ha resultado crucial en estados como Nevada y Arizona. El ‘movimiento’ construido desde la base por un Bernie Sanders, quien ha creado un nuevo lenguaje y ha puesto sobre la mesa propuestas impensables hace unos años –la subida del salario mínimo, el Green new deal, ambas incluidas en el ticket ganador– es culpable por las múltiples iniciativas que han concluido en la presencia masiva en las urnas.
A estas alturas, no se trata sólo de Bernie, sino de la escuela que emergió de él y ahora cuenta con apoyos sustanciales entre la ciudadanía y en el congreso: las cuatro diputadas del squad –Ilhan Omar, Alexandria Ocasio-Cortez, Rashida Tlaib y Ayanna Pressley– han sido reelegidas. La lucha se ha llevado a cabo contra las artimañas de Trump destinadas a desmantelar el servicio postal, ante la amenaza de que un ejército de sus fans irrumpiese armado en los colegios electorales, y contra la supresión del voto que afecta sobre todo a las minorías raciales. Ha supuesto colas de seis u ocho horas para depositar la papeleta y la superación de la habitual gincana burocrática que pasa por registrarse, conseguir el carné adecuado, perder un día de trabajo que, para algunos, también lo es de jornal. Votar en Estados Unidos es más difícil que adquirir un arma y, sin embargo, la gente se ha movilizado hasta producir las cotas de participación más altas de la historia.
También lo han hecho, valga el apunte, los sectores de Wall Street afines a los ya electos presidente y vicepresidenta, quienes han volcado en sus bolsillos cantidades magnánimas de dinero destinado a la campaña. Incluso los medios de comunicación, presos de un arrojo pocas veces visto, se atrevieron a interrumpir el discurso de Trump donde aseguraba que a su contrincante lo respaldaban votos “ilegales”. A las acusaciones de censura que circulan por las redes debo añadir que el gesto de esas cadenas de televisión fue tardío y raro, puesto que el juego de lo políticamente correcto lleva legitimando al presidente desde su confirmación en una ristra de citas literales que a menudo omite el análisis. Esta vez, en lugar de reproducir sus afirmaciones falaces, la prudencia frente a un golpe de estado fue ejemplo de periodismo responsable. La tan manida ‘censura’ duró lo que se tarda en hacer click y comprobar que el discurso está íntegro en internet. Los medios, como los magnates que financiaron la campaña, como las tecnológicas que alertan de los mensajes erróneos de Trump, como los ciudadanos que acudieron a votar le han visto las orejas al lobo y, a pesar de la pandemia, la energía contraria al gran jefe autocrático logró encontrar un canal para materializarse.
Resulta cuanto menos paradójico ubicar en el mismo saco a millonarios como Bloomberg –que donó una millonada con el fin de que los ex -convictos de Florida pudieran votar–, a la comunidad negra, a los hijos de inmigrantes indocumentados y al sector blanco biempensante que, normalmente, hace poco por confrontar el racismo; pero en 75 millones de votos tiene que haber de todo. Cada cual con su agenda, los ha movido el deseo de preservar la “poca democracia” que existe en este país, como aseveró en un debate reciente Nicole Moeller, de Socialistas Democráticos.
La educación patriótica que todo estadounidense recibe desde la infancia, que pasa por jurar la bandera o el adoctrinamiento en el American Dream, parece haber surtido el efecto deseado. Por una vez, me atrevería a decir, el nacionalismo acérrimo que profesan, identificado con el mito fundacional, la obsoleta Constitución y esa solidez institucional de la que se sienten orgullosos, ha servido para provocar una reacción que implicaba darse cuenta de la demolición profunda efectuada por Trump. Si bien esta no desaparecerá –sólo 4 millones de votos separan a los candidatos– el mensaje de unidad ha calado, tanto que incluso los seguidores del gran jefe autocrático no han respondido a sus misivas de odio: contra lo esperado, no ha habido altercados en las calles, han faltado los tiroteos y la guerra civil que anunciaban, la violencia se ha transformado en algazara festiva.
He dicho al principio que celebrábamos los hechos de forma ingenua. Es así el alivio, lo es la alegría provisional y lo son los abrazos efusivos. Podría contar uno por uno los fallos de la administración de Obama, con Biden como Sancho fiel. Podría preguntar de qué manera los nuevos hidalgo y escudera devolverán los favores a los multimillonarios que los han apoyado o cómo su programa carece de derechos básicos como la sanidad universal. Podría, por otra parte, ponerme estupenda y pronosticar que, con un senado quizá en contra y un Tribunal Supremo de mayoría conservadora hasta sus mejores propuestas harán aguas por el camino de la aprobación.
Anoche, para el libro que estoy escribiendo sobre el maremágnum social que es Estados Unidos ahora, anoté en un cuaderno: “una calma reposada en alfileres”. Como ya hiciera en Año 9, vuelvo al ensayo poético con imágenes que nos inviten a pensar el mundo. Cual faquires, somos conscientes de que hay algo debajo que punza, oprime y es duradero independientemente de quién gobierne. Sabemos que no es normal esa ilusión renacida al escuchar a dos acaudalados seres de dudosa moral política dirigirse a las masas y eso hiende la carne. Podría mirar hacia abajo, contar de dónde proceden las púas, quién las refuerza y cómo se reproducen. Pero no lo voy a hacer, porque hoy la respiración fluye diferente de ayer, no se entrecorta ni duele, transcurre: es el alivio.
Peor que Trump imposible; pero poner los piés en tierra y recordad que EEUU de América es la cuna y nurse del imperialismo, del capitalismo, de la OTAN, de las invasiones, del expolio, de las guerras so falsos pretexto, de las maquinaciones, del derrocamiento, juego sucio mediante, de aquellos líderes mundiales que no se someten a sus intereses.
Llamemos a las cosas por su nombre: Ni EEUU es una democracia, ni es una nación culta; salvo una minoría, la gente está totalmente manipulada y se deja dirigir como no podía ser de otra forma en la cuna del capital, ni ningún presidente norteamericano, todos servidores del gran capital, podrá ser nunca un demócrata.
No valorar aquello que no vale la pena.
La fiesta, ni mucho menos ha terminado. Que por una vez el decadente Imperio de United Corporations of Amazon tenga que autoconfinarse para concentrarse en resolver sus propias mierdas en casa es lo más sano que le podría pasar al resto de pueblos y gentes del planeta.