Internacional

[EleccionesEEUU]: Quiénes son los seguidores del movimiento trumpista MAGA y qué quieren (VI)

Asistimos a una concentración en Detroit del movimiento fundamentalista MAGA (Make America Great Again), cuyos partidarios se están manifestando por todo el país a favor de Trump y en contra del recuento de todos los votos.

Foto: Patricia Simón

DETROIT (EE.UU.) // «Vamos a luchar hasta que ganemos», «Vamos a luchar hasta que ganemos», gritaba un hombre desde el improvisado escenario en el que se había convertido la esquina del Bulevar Washington, una de las principales arterias de Detroit. Abajo, varios centenares de personas respondían: «Luchar», «luchar», «luchar».

El viernes por la mañana, mientras se contaban los últimos votos en los Estados pendientes, en Detroit, la ciudad más poblada de Michigan, en el que apenas un 5,6% de los votos ha ido para Trump, un reducido grupo de sus seguidores se reunía para «impedir el robo de las elecciones», como decían muchas de las pancartas.

La cita era un compendio de los pilares de lo que se ha denominado MAGA, el movimiento a favor de Trump por las siglas de Make America Great Again: del nacionalismo fundamentalista religioso al rechazo al aborto, de la defensa del acceso sin control a las armas a un odio visceral a los periodistas y a los medios de comunicación… Todo lo que no son ellos, es «basura comunista» o «socialista», como gritaban un grupo de mujeres mientras pisoteaban la bandera de las Naciones Unidas.

Cuando ya se habían aburrido de ser fotografiadas repitiendo una escena que recordaba mucho a la que tantas veces hemos visto frente a la embajada estadounidense de Irán, en esas ocasiones con la bandera de barras y estrellas, un joven con el estandarte de la campaña de Trump atado a una rama, se acerca al lugar donde nos encontrábamos los periodistas y escupe sobre la de la ONU. Al comprobar que nadie le presta atención, se agacha y le prende fuego.

Un hombre de mediana edad, que sostenía una pancarta en la que con letra infantil había escrito «El socialismo no es americano», la tira junto a la pira mientras grita desaforado «La ONU es socialismo», a lo que las hordas responden «Sí, sí, sí» fervientemente.

Dos mujeres de unos 60 años se acercan entonces a la escena para increpar a los periodistas y acusarnos de haber sido nosotros quienes habíamos metido fuego al trapo azul. Todos ellos sin mascarillas, porque como después explicará una de las acusadoras, la ex locutora musical Lori Roberts, «la covid no es diferente a otras gripes».

Esta secuencia, una de las tantas surrealistas vividas a lo largo de las más de seis horas que se alargó la protesta, resume los conceptos que retumban en las cabezas de los seguidores más radicalizados de Trump: la excepción estadounidense, que ha marcado la historia global del siglo XX y XXI y que sostiene que este país es el modelo al que debe aspirar, y aspira, todo el planeta gracias a su sistema económico. Y, por tanto, el socialismo y el comunismo son los grandes enemigos de la nación.

La Guerra Fría acabó, oficialmente, con la caída del Muro de Berlín, pero una parte de los estadounidenses sigue sintiendo amenazado su modo de vida por los infiltrados comunistas que van a acabar con su cultura.

El McCarthyismo ha resucitado gracias al movimiento MAGA y sus grandes enemigos no son Joe Biden y Kamala Harris, sino la congresista neoyorquina Alexandria Ocasio-Cortez, o la de Minnesota, Ilham Omar, entre otras. Nombres que han salido a relucir en la protesta como si nombraran al demonio. Porque este movimiento tiene mucho de sectarismo religioso. Un elemento que es el que consigue –en una minoría de casos, eso sí– romper con el supremacismo blanco y aglutinar a personas negras y latinas en torno al rechazo frontal al aborto.

«Nosotros matamos cada día 1.000 bebés negros mediante el aborto (…) Yo soy el orgulloso resultado de una violación. Y soy el vivo ejemplo de lo que ocurre cuando una mujer elige la vida frente a la muerte», explica Semeka Michelle, que se presenta como «autora, conferenciante y coach personal certificada».

Su discurso en contra del movimiento Black Lives Matter es uno de los que más ovaciones recibe, sobre todo cuando dice que ella no «está aquí para llorar como esas putas liberales que se tienden en el suelo. Estoy aquí porque creo que están robándonos estas elecciones». Y la mayoría realmente lo cree: hablan de miles de votos a nombre de personas muertas, de maletas que se han colado en los colegios electorales llenas de papeletas a favor de los demócratas y toda una serie de teorías conspirativas que corre por las redes sociales.

Parte de ellas son obra o están inspiradas por el movimiento QAnon, que defiende que el mundo está dirigido por un grupo de pedófilos satánicos que quieren acabar con el gobierno de Trump. De las 20 candidaturas seguidoras de este grupo que ha sido catalogado por el FBI como una potencial amenaza de terrorismo doméstico, una ha logrado un sillón en el Congreso.

Un manifestante sostiene una pancarta del movimiento QAnon. PATRICIA SIMÓN

Semeka Michelle, con su larga melena trenzada, es requerida por una manifestante blanca para tomarse una foto. «Has sido muy inspiradora», le dice. Tras cambiarse sus botas de tacón de aguja por unas zapatillas deportivas, explica a La Marea que siempre fue votante demócrata porque su familia «vota a demócratas, porque eso es lo que se espera de la comunidad negra y, de hecho, el 90% vota por ellos». Pero hace dos años se dio cuenta de que estaba en un error. «Entonces, muchas personas de su entorno empezaron a tratarme como a una traidora, pero lo ven así porque se dejan llevar por las emociones. Yo no, yo me muevo por las políticas», añade.

El paramilitarismo de extrema derecha a cara tapada

Varios policías observan la concentración desde la azotea de uno de los edificios colindantes, mientras varias decenas la vigilan desde los extremos de la calle cortada y otros cinco oficiales observan la marcha montados a caballo. Nada que ver con el despliegue policial que he visto estas semanas en Nueva York en manifestaciones progresistas mucho más minoritarias.

«La policía nos apoya mucho porque saben que somos los que les apoyamos. Los demócratas quieren refundar la policía y nosotros queremos defenderla porque entendemos lo importante que son para nosotros, especialmente, para mí como parte de la comunidad negra», sostiene Michelle. Y no parece faltarle razón.

La relación entre los defensores de Trump y los agentes es fluida y cordial. Conversan y ríen entre ellos y cuando un par de jóvenes del movimiento Black Lives Matter se plantan en la protesta de MAGA y permanecen durante unos minutos con el puño alzado mientras son insultados, será el manifestante protrumpista más visiblemente armado quien conciliará con el responsable del operativo policial su expulsión y el repliegue de los fascistas a la zona del escenario improvisado.

Cuando los policías atraviesen a caballo la concentración serán aclamados por los manifestantes, a lo que algunos de ellos responderán agradecidos. Uno de los que los observa subido a una plataforma desde la que se domina la escena es Larry Brown, un miembro del movimiento de Patriotas, según explica él mismo.

Según un estudio de la BBC, la integran más de 165 grupos paramilitares de ideología supremacista blanca, neonazi y ultranacionalista que se coordinan para combatir al Gobierno porque «han sido estos los que nos han dividido y llevado a enfrentarnos unos contra los otros», subraya de manera vehemente y con el rostro cubierto, no por la pandemia, como subraya, sino para evitar ser identificado.

Porta la bandera de Gadsden, en la que aparece una serpiente con un cascabel y el eslogan No me pisotees. Este símbolo tiene su origen en la lucha por la independencia de Estados Unidos en el siglo XVIII y es empleado en la actualidad, sobre todo, por el movimiento Alt Right, que pide que se dé más poder a los Estados en detrimento del gobierno federal.

Pero, al mismo tiempo, está aquí para defenderlo. «Yo he respetado a todos los presidentes, pero en estos cuatro años, no se ha respetado al nuestro, lo que significa que no nos han respetado a nosotros. Y, si no saben lo que es el respeto, nosotros se lo vamos a enseñar», espeta desafiante ante la cámara.

Larry Brown, miembro de los patriotas from Patricia Simón on Vimeo.

Hay un sentimiento compartido de agravio entre los manifestantes, de rencor por la caricaturización. Y, aun así, la propia concentración resulta a veces caricaturesca por la estridencia de sus asistentes. Ese es el caso de Michelle Gregori, una joven treinteañera que se convierte en la estrella del encuentro cuando aparece en la protesta con un chaleco antibalas y un fusil de asalto en el pecho, además del revólver con el que había llegado horas antes a la protesta.

«Volví a casa a por él [rifle] cuando llegaron los Antifa. Están intentando entrar, dispararnos, herirnos… Así que lo traje para proteger a toda esta gente», explica Gregori mientras un hombre me increpa por llevar la mascarilla puesta. «¿No te das cuenta de que eso no te protege? ¿De que es todo un invento?», insiste mientras me graba y me señala, una práctica habitual entre los ultraderechistas proTump para amedrentar a los periodistas.

Mientras, Gregori sigue recibiendo halagos por su equipación mientras explica que las elecciones han sido un fraude. Cuando le pregunto qué hará si Biden es finalmente proclamado presidente, responde «los demócratas las terminarán perdiendo en los tribunales». Es la respuesta que dan buena parte de las personas entrevistadas a modo de consigna, sin ocultar en algunos casos una mueca irónica. Saben que, en realidad, lo que estamos preguntando es si tendrían una respuesta violenta en las calles.

El encuentro resulta un festival de incongruencias, pero estas son parte del fenómeno: el desprecio por la lógica y la razón. Un joven hace acto de presencia con un rotweiller. Sonríe y conversa con dos manifestantes disfrazados de fundadores de la patria, a la vez que rechaza una entrevista porque «no quiere estar implicado en nada político».

Negacionistas de la covid-19 cuando EE.UU. se acerca a los diez millones de contagios

A su lado aparece uno de los líderes de la movilización, Phil R., perteneciente a la milicia de la Libertad de Michigan que, junto a los también neonazis Proud Boys, organizaron en abril una marcha en Detroit contra las medidas para frenar los contagios por covid-19. Más de 3.000 personas salieron entonces a la calle contra el confinamiento, el uso de las mascarillas y otras medias en defensa, supuestamente, de sus derechos constitucionales.

Phil bebe cerveza de una lata mientras mantiene una actitud de compadreo con los oficiales de policía, se pasea ostentosamente por el perímetro de valla que les separa un par de metros de la decena de antifascistas que les gritan desde el otro lado. Es todo teatralización, posado para la prensa, y resulta difícil no preguntarse hasta qué punto nuestra presencia no les está haciendo el juego. El líder fundamentalista fuerza la situación para tocar amigablemente varias veces el brazo a los policías negros. Estos no lo evitan.

«No tengo ningún problema con los antifascistas. Nos conocemos y todo lo que hay entre nosotros son malos entendidos», explica cuando le pregunto por estos intercambios de insultos. «Cuando dicen que soy un supremacista blanco es una mentira. Para mí es racista, porque es cargarme con algo que no soy basado en mi color de piel», añade sin ocultar el cinismo con el que envuelve sus palabras. Una mujer que le acompaña vestida con un chándal de la bandera estadounidense me pregunta de dónde soy. Cuando le digo que española, me pregunta de qué parte de México. Cuando le respondo que «España, Europa» se le relaja el rostro y me perdona la vida con la mirada.

La misma reacción se repite cuando hablo con las dos mujeres que un rato antes, mirando a las cámaras de los periodistas que grababan la quema de la bandera de la ONU, les insultaban con rabia.

El autor de la quema es Jeramiah Caplinger, un treintañero que dice dedicarse al mantenimiento de aparatos electrónicos. Su aparente odio por la ONU es porque se basa en un relación de poder «de los países grandes sobre los pequeños, no hay cooperación», una de las señas de identidad precisamente que los sucesivos gobiernos de su país ha impuesto en su relación con la organización supranacional.

A su lado, una mujer me pregunta cómo voy a manipular sus palabras, mientras la exlocutora Roberts lamenta que los periodistas no nos limitemos a transmitir los hechos. «Si gana Biden vienen tiempos muy oscuros para este país. Acabarán con la Segunda Enmienda (la que reconoce el derecho a poseer armas) e impondrán el confinamiento del país. No nos lo podemos permitir», sentencia, rodeada de gente sin mascarillas y que se abrazan, tocan y hablan sin respetar el distanciamiento social. Horas más tardes, el previsiblemente nuevo presidente, Joe Biden, dedicaba buena parte de su discurso a la pandemia y prometía dedicarse a combatirla «desde el primer día» en La Casa Blanca.

Estados Unidos está a punto de alcanzar los 10 millones de casos de covid-19, ha superado las 236.000 muertes y más de 50.000 personas permanecen hospitalizadas por el virus en todo el país. Un aumento, según el Proyecto de Seguimiento Covid, del 67% en el último mes.

Cobertura de La Marea de las elecciones de 2020 en Estados Unidos.

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Comentarios
  1. idem cn ls Qanon pro-trump : negacionistas qe llaman satanicos a ls contra-trump pero no dicen nada que trump por negacionista jugar cn la vida d incluso sus electores y ad+ se contagio = no parece que su dios quiera a trump…
    La forma d tapar su ilogica es tbn violencia ad+ d mentiras etc

  2. Sus razones no aguantan un minimo d logica y democracia :
    dicen que les roban el triunfo pero no qieren qe se cuenten tos ls votos…
    y para ello lo tapan cn arengas agresivas armemento exhibido etc

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