Cultura
#UnaMareaDeLibros | ‘El consentimiento’, la historia de una voz liberada
Con este libro, afirma Esther López Barceló, Vanessa Springora nos exige una revisión de nuestros referentes literarios, no tanto para demonizarlos sino para evolucionar hacia una mirada más justa y amplia que sea capaz de reconocer la genialidad pero también de denunciar la violencia.
#UnaMareaDeLibros es una sección compartida por Esther López Barceló y José Ovejero. Textos, vídeos y ‘podcasts’ para hablar de libros y, por supuesto, de la realidad. Cada sábado, en lamarea.com
¿Qué valor tiene la vida de una adolescente anónima comparada con la obra literaria de un ser superior?
V. S.
Gabriel Matzneff tenía cuarenta y nueve años de edad cuando se obsesionó perdidamente de una niña de trece llamada Vanessa Springora. Treinta y seis años después ella construye, a través de su experiencia, un ensayo sobre la frágil frontera que separa el abuso del consentimiento.
Gabriel la esperaba frente a la escuela y le escribía cartas en las que le hablaba de amor con artificios propios de un hábil domador del lenguaje. No era la primera vez que, en nombre del noble arte de la seducción, manipulaba a una menor para alcanzar sus turbios objetivos. De hecho, su celebridad se debía a la publicación de un ensayo sobre las bondades de iniciar a menores en el sexo y el amor. Por descontado, sus escandalosas afirmaciones habían sido objeto de críticas pero sus detractores nunca elevaban tanto la voz como para molestar a la élite intelectualfrancesa que le defendía a capa y espada, blandiendo sus plumas para firmar manifiestos en pro del derecho a satisfacer su libérrimo deseo por los cuerpos virginales.
En 2019 Vanessa Springora quiebra abruptamente el oasis de impunidad del que disfrutara durante décadas el galardonado autor. Ella por fin atrapará al cazador en su propia trampa y lo encerrará en un libro. Con la publicación de «El consentimiento» lanza un aullido atronador que llama la atención de la sociedad francesa para que se detenga a escuchar a la musa, al objeto de deseo, a la niña que fue y a la mujer empoderada que es ahora.
Es gracias a esta denuncia pública que ha logrado que cambie la perspectiva sobre el escritor. En vez de conmiseración y respeto, por fin genera el desprecio que debió haber producido siempre. Una repulsa tardía que, en su momento, hubiera protegido a Vanessa de la bestia humana. Y no solo a ella, también a otras menores francesas o a los niños tailandeses de los que se jactaba haber disfrutado en sus cacareados viajes a Tailandia.
Pero esta obra no es únicamente la revelación de una experiencia concreta y excepcional. Es un espejo en el que mirarnos. ¿A cuántos Matzneff hemos perdonado sus abusos en pro de una supuesta genialidad que los sublima? ¿A cuántas Vanessas hemos ignorado o vilipendiado por denunciar o criticar al caprichoso genio?
Sin ir más lejos podemos hablar de la violación confesada en sus memorias por Pablo Neruda:
«Una mañana, decidido a todo, la tomé fuertemente de la muñeca y la miré cara a cara. No había idioma alguno en que pudiera hablarle. Se dejó conducir por mí sin una sonrisa y pronto estuvo desnuda sobre mi cama. El encuentro fue el de un hombre con una estatua. Permaneció todo el tiempo con sus ojos abiertos, impasible. Hacía bien en despreciarme. No se repitió la experiencia».
O podemos releer el Diario de Jaime Gil de Biedma sobre su vida en Filipinas:
«El chiquillo que se ocupó conmigo (dicho sea en jerga de burdel barcelonesa) tenía doce o trece años. Ya no recuerdo su cara. (…) No me dejaba besarle, no me dejaba hacer nada. (…) era un pobre grumete castigado a remar (…) los chiquillos no me gustan. A cada cual, lo suyo».
Gabriel Matzneff se aprovechó conscientemente de la vulnerabilidad de una niña de trece años que acababa de ser abandonada por su padre:
«Un padre ausente que ha dejado un vacío insondable en mi vida. Una gran afición a la lectura. Cierta precocidad sexual. Y sobre todo un enorme deseo de que me miren. Ahora se cumplen todas las condiciones».
Se obsesionó por ella sin interesarse por su personalidad sino atendiendo únicamente a su edad y al estado de vulnerabilidad que la hacía víctima propiciatoria. Y no solo se atrevía a teorizar sobre sus apetencias sino que convertía sus historias de «amor» en su material literario. Sin consentimiento alguno incluía en sus obras la literalidad de las cartas que ellas le escribían, acompañándolas de sus propias fotos.
«G. no era un hombre como los demás. Sólo mantenía relaciones sexuales con niñas vírgenes o niños apenas púberes para narrarlo en sus libros. Como hacía conmigo apoderándose de mi juventud con fines sexuales y literarios. (…) Era una violencia innombrable».
Es por ello que la propia Vanessa pasó por una época de pánico al libro como representación de una cárcel en la que se había visto prisionera, detenida en el tiempo como amante perpetua de su carcelero. Sin posibilidad de defensa alguna: «Para mí se ha terminado toda veleidad literaria. Dejo de escribir mi diario. Me alejo de los libros. No pienso escribir nunca más». Su existencia ficticia en la novela la disoció de su existencia física hasta el punto de sentir que era «un papel en blanco».
Uno de los capítulos más elocuentes y dolorosos de su historia es la visita que una Vanessa de quince años realiza en un momento de completa desesperación a la casa del hacedor de aforismos Emil Cioran, quien la amonesta por no ser consciente del privilegio de haberse convertido en la musa de un genio.
«Su papel (…) es doblegarse a sus caprichos. (…) El amor que la mujer de un artista debe dar a su amado tiene que ser sacrificado.
– Pero, Emil, me miente todo el tiempo.
– ¡La mentira es literatura, querida amiga!»
Hubieron de pasar años y multitud de experiencias superadoras hasta convertirse en la mujer que es ahora, para lo que fue fundamental abandonar el papel sumiso de la musa y reconciliarse con la escritura. Su obra es una conversación consigo misma en la que diserta sobre la fragilidad de la frontera entre el abuso y el consentimiento, entre la vulnerabilidad y la culpa, entre la responsabilidad de los adultos y la necesidad de protección de los niños. Con este libro situado en un espacio difuso entre la autobiografía y el ensayo nos obliga a empatizar con esos protagonistas invisibles de las obras de los genios masculinos a quienes nunca nadie se ha atrevido a cuestionar. Nos exige una revisión de nuestros referentes literarios, no tanto para demonizarlos o satirizar sus creaciones, sino para evolucionar hacia una mirada más justa y amplia que sea capaz de reconocer la genialidad pero también de denunciar la violencia.
«Lo que ha cambiado hoy, y de lo que se quejan fustigando el puritanismo del momento tipos como él y sus defensores, es que, tras la liberación de las costumbres, también está liberándose la voz de las víctimas».
La reseña es una colección de tópicos sin analizar nada del contexto francés. Sin simpatizar con la tradición del matrimonios con niñas, el de Leonor es sabido que fue un matrimonio feliz. Y que en esa época no eran pocas las mujeres de zonas campesinas que se casaban a los 14 o 15 años.
Esta historia me ha recordado al enamoramiento de Machado con Leonor de 13 años. Me sorprende que no menciones esta relación tan desigual y me preguntó cuál es el motivo?