Opinión

La buena compañía

"La buena compañía es lo que agarramos con fuerza y no apretamos, como hacemos al coger los peces para cambiarles el agua", reflexiona Olivia Carballar a partir de los confinamientos.

Mientras estoy escribiendo esto, tengo a mi espalda un pez que no sé si está muerto. No quiero mirar. Tengo miedo a que el pececillo, que amaneció esta mañana flotando en la superficie del agua, abriendo y cerrando levemente su boca, se muera. El pez en cuestión se llama Pecera y llegó a casa el 1 de marzo, dos semanas antes del confinamiento. Lo acompañaba otro pez, de nombre Acuario, al que estoy viendo nadar ahora mismo en la mesa de enfrente, delante de mí. 

Los hemos separado para asegurarnos de que Pecera coma y pueda, de alguna manera, recuperarse. Y también para evitar un posible contagio a Acuario. Es muy probable que Pecera no sobreviva, pero también que lo haga. Por qué no. Acuario ya pasó una crisis durante el confinamiento. Por eso sabemos que estos pececillos han salido peleones. Sus aletas y escamas se fueron ennegreciendo poco a poco. Y entre todos en casa –y con la ayuda de Internet– logramos que siguiera adelante. Quitamos todos los chismes de adorno –las piedrecitas, la morsa, los superzings– que parecían enturbiar el agua, y Acuario fue retomando su color anaranjado original. A su lado, pizpireto, nadaba el pez Pecera.

No sabía de qué escribir en este número lleno de preguntas, en estos tiempos de menos certezas que nunca. Y, sin querer, Pecera y Acuario me han llevado a reflexionar sobre la buena compañía. 

La buena compañía es un libro de Barbara Jacobs que me regaló mi compañero un día importante. Es un viaje por los libros con los que la autora ha crecido. En nuestro caso, en el tuyo, puede ser el viaje por los mundos vividos mientras leías cuentos y tebeos, mientras veías películas, mientras recitabas poemas o tarareabas una canción.   

La buena compañía es la historia, también, de Lupe y Sara, dos amigas que huyen de su pueblo porque le han robado una bolsa con dinero al Colorao, el hombre que ha martirizado sus infancias y sus vidas. La buena compañía es la trompeta de Sara: “Aun cuando al principio los sonidos fueran torpes e insensatos, o quizás por ello, para Sara la trompeta era un espacio de libertad absoluto. Sara pensaba que no existían caminos equivocados cuando se ponía a tocar. A una nota podía seguirle cualquier otra nota”, escribe Raúl Bocanegra en Río Tuerto, el cauce por el que caminan estas dos amigas de un lugar llamado Omara. La buena compañía son sus sueños compartidos, sus proyectos, también su dolor, y la búsqueda de un horizonte que las satisfaga.

El libro comienza con dos animalillos insignificantes, o tan insignificantes como pueden parecer dos pececillos naranjas: dos hormigas negras, una tras la otra, transportan los restos del caparazón de un escarabajo. La buena compañía hace cosas increíbles como esa. Hace que David sea más fuerte que Goliat. Que la vida no parezca lo que es, lo que era antes para quienes habitaban en la pobreza y la desigualdad y lo que es o será ahora para el resto, con esta cosa que ha entrado sin hacer ruido en nuestro mundo –tan nuestro como creíamos– para quedarse. 

La buena compañía es lo que agarramos con fuerza y no apretamos, como hacemos al coger los peces para cambiarles el agua. Es –la buena compañía– lo único que hemos abrazado quienes hemos tenido la fortuna –o tenemos la fortuna– de vivir confinamientos agradable. Quizá por eso sean agradables.

Es la amistad, la alegría, la empatía y es la comprensión. Es, por supuesto, el amor. La buena compañía es lo que no han tenido quienes han muerto solos, lo que no tienen quienes están solos rodeados de tanta gente. Es el Piensa en mí que Pájaros en la cabeza dedicó a Marcelino en la terraza de un bar de Vegadeo, en Asturias, el último domingo de agosto. La buena compañía se mide de muchas maneras. Y una de ellas es el miedo a mirar atrás, y que el pez haya muerto.

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Comentarios
  1. Una de las mejores compañías, o la mejor: LA EDUCACION. Y la Pública está en peligro, el sistema capitalista nos quiere ignorantes y manipulables.
    Aulas colapsadas, menores que pierden clases por falta de recursos, culpabilización de madres y padres… Estos son algunos de los problemas graves que sufre la educación pública, ahora agravados y evidenciados por el coronavirus. Todo tiene que cambiar.
    Los años de recortes y desvíos a centros privados sostenidos con el dinero de todos han ahogado la educación pública española. Ocho millones de escolares conviven con situaciones en las que es muy difícil desarrollarse, mientras otros cuentan con todas las facilidades. ¿No vas a hacer nada? En Público exigimos que la inversión en España aumente del 4% del PIB actual al 5%.

    Firma y exige al Gobierno que actúe. El futuro de las próximas generaciones depende de nuestras decisiones, depende de ti.
    https://re.publico.es/peticion/educacion

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