Internacional
Aires de esperanza
"El nuevo objetivo de los manifestantes tailandeses es la monarquía en sí. No tienen el afán de derrocarla, pero exigen reformas que hagan de la institución una empresa más próxima al servicio de los ciudadanos que a una forma de explotación", reflexiona Mónica G. Prieto en una nueva #Mirada.
Agravada por la incomprensible ausencia de planificación, el desmantelamiento de la sanidad pública, nuestra propia irresponsabilidad y su creciente virulencia, la pandemia vuelve a monopolizar medios y mentes. El virus lo ocupa todo, pero más allá de la contingencia sanitaria se desarrollan hechos de potencialidad histórica, muchos de tintes trágicos (la prohibición del aborto en Polonia, la decapitación del profesor francés Samuel Paty o el proceso electoral norteamericano) y otros esperanzadores, como el referéndum que entierra la Constitución de Pinochet o las marchas que, en Tailandia, desafían el poder absoluto de una monarquía deificada, cimentado en las diferentes juntas militares.
Pese a la represión, los jóvenes tailandeses llevan desde el verano venciendo el miedo a los generales. Han superado el estado de emergencia decretado por las autoridades (levantado la semana pasada) sin dejar de protestar pese a los arrestos. Ahora, en un gesto de valor inusual, están erosionando el máximo tabú del reino, inculcado desde niños y con forma de decreto. Según la Ley de Lesa Majestad, cualquier comentario considerado negativo acerca del monarca o sus familiares puede implicar hasta 15 años de cárcel, circunstancia empleada por las autoridades como arma contra la oposición.
Hasta ahora había sido suficiente para silenciar a los tailandeses, pero desde hace semanas el hartazgo social no se deja intimidar ni siquiera por ello: hoy, también apunta a la monarquía. El nuevo objetivo de los manifestantes –que exigen elecciones reales, la dimisión del primer ministro y general golpista Prayuth Chan-o-Cha, una reforma constitucional y que cese el hostigamiento contra los líderes opositores– es la monarquía en sí. No tienen el afán de derrocarla, pero exigen reformas que hagan de la institución una empresa más próxima al servicio de los ciudadanos que a una forma de explotación.
La última estrategia ha consistido en protestar frente a la embajada alemana en Bangkok para instar al Gobierno de Berlín a investigar las actividades del monarca tailandés, Maha Vakiralongkorn, una semi-divinidad que suele pasar largas temporadas en sus lujosas propiedades en Bavaria, desde donde gestiona los asuntos de Estado y, sobre todo, sus cada vez más abultadas cuentas. Este martes, al menos 210.000 personas habían firmado una petición online en ese sentido. La iniciativa había sido bloqueada por las autoridades pero, aun así, no cesa de crecer en las redes.
Vajiralongkorn no tiene nada que ver con su padre Bhumibol, abnegado monarca de quien heredó –eso sí– la condición de rey más rico del mundo, pero que encarnaba ojos de su pueblo de los valores del budismo. Nada que ver con su díscolo y consentido hijo, que vive con un harén sin necesidad de rendir cuentas públicas y con cada vez mayor intromisión en los asuntos de Estado: aprovechó una de sus raras visitas a Tailandia para exigir una reforma de la Constitución que le permita estar fuera del país durante largas temporadas sin tener que nombrar a un regente.
“Solicitamos al Gobierno alemán a emprender una investigación y difundir los registros de entrada y salida del rey Maha Vajiralongkorn para determinar si ejerció su soberanía desde suelo alemán”, se leía en la carta entregada en Bangkok. Y la propuesta puede ser bien acogida, dado que Berlín comienza a tener demasiados problemas por culpa del monarca: el 7 de octubre, el ministro de Exteriores Heiko Mass fue interpelado por los Verdes en el Parlamento y dejó claro que “no se pueden llevar a cabo actividades políticas que afecten a Tailandia desde suelo alemán”. “Si hay huéspedes en nuestro país que llevan a cabo asuntos estatales desde nuestro suelo, actuaremos para contrarrestarlo”, afirmó.
Los manifestantes también quieren saber cuánto le corresponde pagar al rey en concepto de impuestos por sus propiedades en suelo europeo. Ahora que han descubierto que el rey está desnudo y que tienen voz para gritarlo, están dispuestos a manejarse en los estrechos márgenes del sistema para cuestionar a un dirigente poco querido en su país. El valor de los manifestantes está rompiendo esquemas –la contestación se está contagiando a la población de la vecina Laos, bajo una dictadura comunista– y pone nervioso al Gobierno heredero de la Junta Militar del golpista Prayuth, hasta el punto de convocar una sesión extraordinaria en el Parlamento en la que se mostró favorable a la reforma constitucional, una de las demandas de los manifestantes, que dieron un plazo (ya vencido) de tres días para dimitir. Algunos de los parlamentarios le sugirieron que le ha llegado el momento de escucharles y renunciar al cargo para preservar la paz social.
El general ni se pronunció al respecto, pero habló de encontrar interlocutores válidos entre los estudiantes, en lo que parece un signo de debilidad sin precedentes para el uniformado que creyó que podría eternizarse en el poder. Prayuth podría ser el perfecto chivo expiatorio de un monarca sin escrúpulos que considera su derecho divino controlar los designios de Tailandia.