Sociedad

La hora de hacerse preguntas nuevas

Conversación entre Magda Bandera, directora de la revista 'La Marea' y la redactora Patricia Simón publicada en #LaMarea78

Atardecer en el Parque de la Virgen Blanca, en Madrid. ÁLVARO MINGUITO

Este artículo forma parte del dossier de #LaMarea78. Puedes conseguirla aquí

La pandemia de la COVID-19 ha trastornado al planeta entero. Miedo e incertidumbre ante los cambios que ya se han producido y los que se avecinan son las palabras más usadas para describir la sensación de inseguridad que experimentan millones de personas por primera vez en sus vidas. 

Este artículo pretende ser un ejercicio de transparencia, uno de los Debates de la redacción que solemos incluir al final de cada revista. Las periodistas de La Marea Magda Bandera y Patricia Simón reproducen aquí una de sus conversaciones. No tiene ninguna pretensión, es solo una más de las muchas que surgen entre todos los miembros del equipo cada vez que preparamos un nuevo número de nuestra revista. En esta ocasión, es verano y solo tenemos preguntas.

PATRICIA SIMÓN: Nos estamos haciendo las preguntas pero no estamos queriendo respondernos porque nos falta energía y porque estamos estancados al saber que no tenemos capacidad de acción ni de influir en esas respuestas. Llevamos desde 2008 con la sensación de impotencia y estamos más instalados que nunca en verlas venir y en la supervivencia. Y las preguntas ¿de qué vamos a vivir? y ¿quién nos va a gobernar? están ahí pero nos da miedo afrontarlas. Además, la realidad es más compleja que nunca: la robotización de los empleos, la tecnología del control social, los derechos neurológicos… cuestiones todas ellas que marcan ya nuestra vida diaria, pero que no entendemos. Es como si hubiésemos envejecido de golpe 20 años y nos hubiésemos quedado descolgados, desalfabetizados. Y la tentación es dejar de querer entender porque nos vemos incapaces de aprender nuevas disciplinas y lenguajes continuamente. 

MAGDA BANDERA: En el fondo sabemos que la situación se presenta cada vez más cruda y apenas tenemos margen de acción. Por ello, si inicias según qué conversaciones, si explicas qué te preocupa o publicas según qué reportajes, te acaban acusando de apocalíptica. Luego ves que en redes sociales la gente cuelga fotos de enero de 2020, riéndose de un modo agridulce de su “inconsciencia”, de su incapacidad para imaginar lo que iba a suceder poco después…. Pero en el fondo sí lo podíamos intuir. De algún modo, hemos estado retrasando la llegada del siglo XXI, y ahora sentimos que se acelera lo evidente. Eso provoca la sensación de que algo se nos escapa, y ya siempre se nos va a escapar. La COVID-19 ha sido la bofetada definitiva para ver que teníamos todas esas vulnerabilidades y que las crisis pueden saltar cuando y donde menos te lo esperas. Hemos leído e informado sobre la amenaza de los virus y sobre las bacterias resistentes a los antibióticos, pero como si fueran algo lejano y de poco interés. Y, al final, cuando el problema se hace real hay tal saturación de información que tampoco queremos leerla. 

Admito que a veces me planteo qué sentido tiene seguir preparando temas, por ejemplo, de memoria histórica si una emergencia como la que vivimos hace que apenas haya excavaciones y, sobre todo, cuando la gente está mucho más preocupada por ver qué pasará con sus hijas e hijos este curso escolar. O por el temor a morir a solas en una UCI o en una residencia. Pero debemos resistirnos a que cuestiones como la memoria desaparezcan de la agenda mediática porque surjan nuevas urgencias. 

PS: Las generaciones a las que nos prometieron vidas muy satisfactorias tenemos ese sentimiento de que el mundo no es justo con nosotros. Y creo que desde el periodismo hemos creado marcos muy ficticios de lo que es devenir histórico: ni la vida es justa, ni somos las generaciones que merecían todo… En la intimidad nos estamos enfrentando a preguntarnos desde nuestra faceta animal: quiero vivir bien, que mi entorno esté bien y seguro. Hasta antes de la pandemia podíamos jugar con la ficción de que estábamos dispuestos a hacer más sacrificios de los que realmente estamos dispuestos a hacer. Y eso que decíamos que nos íbamos a dividir entre islas de resistencia y ecofascismo. 

MB: Estamos hablando mucho de neofascismo, pero me pregunto si deberíamos reflexionar de una vez en serio sobre el modo en que hablamos de la ultraderecha. Es el porno de la izquierda, suele decir nuestro compañero Thilo Schäfer. A veces nos perdemos en hablar de pequeñas batallas que nos distraen y que nos impiden profundizar. Tal vez incluso contribuimos sin querer a lo que explicabas en tu artículo El verano del odio. Creo que esos análisis son importantes, pero también me pregunto si no deberíamos dar cabida a otros de tipo más práctico. Aunque ya sabes que lo único que me preocupa es saber más, y publicar más, sobre neuroderechos. Si no podemos evitar que controlen nuestras mentes, poco importa lo demás.

PS: En cualquier caso, creo que hay preguntas que no nos estamos haciendo los periodistas porque no sabemos abordarlas. Por ejemplo, con los ingresos que tiene el Estado español, ¿qué se puede hacer realmente de lo que está recogido en los acuerdos de gobierno? Para hacerlo, necesitaríamos equipos periodísticos multidisciplinares con los que sí podríamos sacar informaciones mucho más ricas y reveladoras. Por otro lado, hasta antes de la pandemia era posible proyectar el medio plazo, pero ahora ni siquiera eso. Y hay temas, como el del racionamiento, que sabemos que se van a tener que abordar si la crisis que se avecina es solo comparable a la de 1939, pero da miedo adelantar ese escenario, incluso desde lo periodístico. Y luego también sucede que son muchos mundos, porque la realidad es tan compleja con actores como Rusia o China, y con líderes muy imprevisibles como Trump, Bolsonaro… Es muy difícil hacer informaciones globales porque todo es muy volátil, muy fragmentado.

MB: Si hay un desastre natural en el lugar donde vivimos, está claro que esa va a ser la prioridad informativa. Pero en geopolítica es más difícil elegir. También hay temas que la prensa se resiste a abordar, como ha sucedido durante décadas con el cambio climático. Ahí los medios de todo el mundo han actuado hasta hace poco como con la Casa Real española, mirando para otro lado o retrasando el momento de tratarlo por diferentes motivos. Entre estos, el económico, el tema no gusta a los grandes anunciantes, ni a las grandes audiencias. Y es mucho más barato y logra más visitas el periodismo declarativo, el cruce de declaraciones de políticos de un lado y de otro. Frases que nadie va a recordar dentro de unos años, como casi nadie recuerda hoy al otrora todopoderoso Emilio Botín. El reto es combinar temas en profundidad con otros que alivien, porque la gente está muy agobiada. 

PS: El periodismo se debate en la contradicción de intentar encajar la realidad en el mundo que le gustaría. Como el periodismo tiene como objetivo que las cosas vayan a mejor, creamos realidades paralelas. Y estoy muy de acuerdo con lo que decía Bob Pop en la entrevista que le hice en lamarea.com: esta pandemia nos ha pillado muy cansadas por la explotación y el neoliberalismo. Y para el totalitarismo es muy bueno pillarnos tan agotados porque entonces es fácil que desistamos y dejemos que sean otros los que tomen el control. También es verdad que si nos pasamos todo el tiempo retroaliméntandonos con la idea de que el mundo va a ir indefectiblemente a peor no podremos construir nada. Por eso, es mejor buscar escenarios intermedios desde los que sea posible proyectar un horizonte de mejora. 

MB: Y también debemos cambiar el foco. Como hemos intentado en el especial de este número sobre inmigración. Pero debemos ser honestas: la historia del pueblo canario de Tunte la hemos podido publicar porque nuestro compañero Eduardo Robaina estaba justo ahí. De lo contrario, no hubiéramos podido permitirnos enviar a nadie para conversar tranquilamente a lo largo de varios días con sus habitantes y conocer su punto de vista al ver que todas las televisiones los ponían como ejemplo de racismo. Cubrir ese ángulo puede ser delicado en un medio como este. Como lo ha sido publicar una serie sobre la ocupación denunciando el alarmismo que se promueve desde algunos medios, pero incluyendo también las consecuencias para una familia a la que han usurpado su casa. 

PS: Es que además considero que es más interesante hacerlo así. Muchas veces comprobamos en las redes que la gente comparte un contenido sin haberlo leído porque se supone que contribuye a reforzar la identidad pública que se han construido. Investigar y mostrar otros enfoques, incluir matices más allá del titular, nos va a resultar más interesante a nosotras y, por tanto, lo vamos a contar de manera más interesante… No me gustaría trabajar en un medio que la gente comprara porque se siente bien al llevarlo debajo del brazo, sino porque le hace pensar e incluso le cabrea. Claro que tampoco me gustaría que amenazaran con darse de baja cuando se disgustasen porque entonces querría decir que buscan una hoja parroquial, no un medio. Me gusta la pluralidad que hay en la redacción, incluso con el tema del referéndum sobre la monarquía… Y eso me parece una de las fortalezas porque contribuye a sociedades respetuosas con las ideas ajenas, en lugar de toda esta crispación y polarización. También me parece importante incluir en la infomación las reflexiones internas que nos planteamos a la hora de abordarla, porque no es objetiva ni neutra. No es una enciclopedia Larousse y, por tanto, deberíamos incluir desde dónde nacen las conclusiones. 

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