Opinión

Por qué no volará en cien mil pedazos

"Yo me escudo en los libros, recurro a ellos con la esperanza de encontrar ahí las palabras que me faltan para interpretar el hoy [...] Pero no siempre funciona", reflexiona Edurne Portela en una nueva #Mirada.

Foto: Suzy Hazelwood / Licencia C00

Por qué no volará en cien mil pedazos

esta escoria volante este puñado

de tierra y de dolor

aire y basura

si no habrá nunca paz

si no habrá nunca alegría.

Estos son los primeros versos del poema A René Zavaleta, de Idea Vilariño, un poema de 1966 publicado en su poemario Pobre mundo. En él habla de la avaricia, el ansia de poder, la inevitabilidad de la injusticia y, a pesar de esa inevitabilidad, la necesidad de levantarnos contra ella, incluso con violencia. Aunque al final siempre «vuelvan los puros a emporcarlo todo / a oprimir / a vender». 

«Por qué no volará en cien mil pedazos», repite Vilariño al final del poema, como reconocimiento de que la mejor manera de acabar con este mundo, «esta escoria volante este puñado / de tierra y dolor», es la destrucción total. Me pregunto qué diría hoy si estuviera viva, si sería combativa y conservaría algo de su rabia o estaría, como muchas de nosotras, desorientada y alicaída. Y es que el eco de ese verso repetido resuena mientras pienso en algunas columnas que, semana tras semana, mis colegas de este medio y yo hemos ido publicando aquí.

Nos movemos entre la parálisis y el desasosiego, la perplejidad y el derrotismo, entre pequeños instantes fugaces de esperanza y el reconocimiento de nuestra vulnerabilidad y desconcierto, incapaces de imaginar o fantasear un futuro mejor, buscando referentes en el pasado reinterpretándolos para este presente codificado. Yo me escudo en los libros, recurro a ellos con la esperanza de encontrar ahí las palabras que me faltan para interpretar el hoy, que me provoquen algún destello de lucidez desde el cual devolveros, en este espacio, algo que merezca la pena. Pero no siempre funciona. 

Hoy soy este otro poema de Vilariño, Solo para decirlo (1970):

Qué hijos de una tal cual

qué bestias

cómo decirlo de otro modo

cómo

qué dedo acusador es suficiente

qué anatema

qué llanto

qué palabra que no sea un insulto 

serviría

no para conmoverlos

ni para convencerlos

ni para detenerlos

Sólo para decirlo.

Vilariño, maestra de la negación, de construir a partir del no, la nada, el nadie, el nunca. ¿Será por eso que me apela tanto su poesía estos días? ¿Será porque me da la sensación de que solo desde la negación podemos recuperar el sentido? O tal vez será porque lo único que nos queda es volarlo todo en cien mil pedazos. 

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