Cultura
#UnaMareaDeLibros | Anónimo es nombre de mujer
Esther López Barceló nos trae esta semana 'Anónimas. La escritura silenciosa de las mujeres', de Raquel Presumido.
#UnaMareaDeLibros es una sección compartida por Esther López Barceló y José Ovejero. Textos, vídeos y ‘podcasts’ para hablar de libros y, por supuesto, de la realidad. Cada sábado, en lamarea.com
Octubre es el mes de las escritoras*. La iniciativa surgió de las redes sociales en 2016 para paliar un desequilibrio de género endémico en la historia, en general, y en el de la lectura, en particular. Anónimas. La escritura silenciosa de las mujeres, escrito por Raquel Presumido y editado por ANTIPERSONA, es una elección idónea para el décimo mes de este apocalíptico año de la pandemia.
La escritora Silvia Nanclares nos introduce al libro a través de un bellísimo prólogo en el que sintetiza el objetivo de este ensayo, compartido con otros similares en los que se recogen los nombres de creadoras ocultadas por el peso de la dominación androcéntrica. Anónimas pretende contribuir a rellenar el vacío sempiterno de voces femeninas que padece nuestro canon literario occidental. Concibe Nanclares este libro como un espacio de resistencia de aquellas que se niegan –que nos negamos– a continuar discurriendo por el camino al que conduce la inercia cultural, que sitúa a las mujeres en una subalternidad perpetua.
Prueba de ella es que, mientras leía este ensayo, descubrí que el Ayuntamiento de Madrid había realizado una guía ilustrada de la célebre y libresca Cuesta de Moyano, en la que solamente aparecían representados rostros de autores, ninguna mujer entre ellos. Y es que es muy complicado despatriarcalizar nuestros imaginarios colectivos. Desaprender prejuicios y descubrir nuevas referencias es un ejercicio que requiere tiempo, una habitación propia y mucha bibliografía. Y eso es lo que aporta con su estudio Raquel Presumido: una nueva mirada con perspectiva de género a la reciente historia de la literatura.
?La autora comienza el ensayo por el principio de los tiempos, desmontando de prejuicios el término despectivo “cuentos de viejas” que nos retrotrae a un mundo primigenio en el que las mujeres eran las encargadas de contar historias como parte esencial de las tareas de cuidados: “La narración está unida a la naturaleza de la mujer, a pesar de que, a lo largo de los siglos, el poder patriarcal haya querido desligarla de ellas”. Las mujeres como narradoras ancestrales componen una imagen que resulta antinatural para nuestro repertorio de elementos simbólicos y conceptuales que asocia «lo humano” a “lo masculino”.
Para demostrar esta afirmación siempre hago un ejercicio con mi alumnado al explicar la Prehistoria: les pido que cierren los ojos y me describan qué ven si imaginan una escena en la que se estépintando arte rupestre. La respuesta siempre es similar: ven hombres pintando bisontes dentro de una cueva. Porque lo humano, por defecto, es masculino, a no ser que se indique lo contrario. Y lo peor de todo es que ni siquiera mis alumnas imaginan mujeres.
?Que los saberes transmitidos por nosotras no forman parte del conocimiento real es el doloroso axioma sobre el que se cimienta el síndrome de la impostora que toda mujer ha sentido alguna vez. Que los gustos e intereses tradicionalmente asignados al género femenino sean considerados triviales a diferencia de los atribuidos al masculino es otra de las muestras de cómo ha sido construida la dicotomía hombre-mujer sobre una total asimetría. Virginia Woolf lo ejemplifica con roles todavía plenamente vigentes:
«Los valores masculinos son los que predominan. Hablando crudamente, el fútbol y el resto de deportes son ‘importantes’; la adoración por la moda, la compra de ropa, ‘triviales’”.
De hecho, la representación estereotipada de las mujeres que hemos bebido a través de la cultura nos ha obligado a comportarnos como se espera de nosotras y no como realmente querríamos, con tal de no sentirnos marginadas. La necesidad de pertenencia es una pesada losa que continuamente entierra los deseos de emancipación.
?Raquel Presumido nos descubre nuevas referentes a través de pinceladas de sus vidas que condensan las atmósferas irrespirables y crueles en las que no dejaron que su creatividad sucumbiera. Hoy las conocemos porque dejaron escritas cartas, diarios, autobiografías en las que, a pesar de todo y de todos, brillan gracias a la libertad que les confería escribir para sí mismas o en la intimidad.
«La escritura autobiográfica supone la democratización de la escritura. Todo el mundo puede, aunque tenga restringido el acceso a la vida pública, contar lo doméstico, escribir sobre su propia vida».
?Una innovación en la mirada de Presumido sobre la escritura silenciosa de las mujeres es hablar de la coartada profesional que alimentaba a estas autoras. La mayoría eran secretarias o mecanógrafas con toda la carga de sexismo y minusvaloración que ese rol conllevaba.
«‘Urge mecanógrafa. Modestas pretensiones’. Así comienza la novela de Tea Rooms. Mujeres obreras de Luisa Carnés (editada por Hoja de Lata), escritora olvidada de la Generación del 27. En esas cuatro palabras radica la esencia de lo que se esperaba de una empleada: que tuviese modestas pretensiones. (…) La escritora sabía por qué abría así una novela sobre la mujer trabajadora: ella misma trabajó como mecanógrafa en la Compañía Iberoamericana de Publicaciones (CIAP)”.
En este caso se produce una asombrosa paradoja y es que la capacidad de mecanografiar eficientemente era una virtud que se presuponía en las secretarias y que se demostraba imprescindible para el discurrir de una oficina pero, al mismo tiempo, era inmediatamente infravalorada solo porque era realizada por mujeres. Así se producía el pasmoso binomio que solo nosotras somos capaces de generar: ser imprescindibles y, a la vez, subestimadas.
?Muchas fueron las brillantes creadoras que vivieron ensombrecidas por la alargada figura de sus maridos, a fuerza de ocupar su tiempo en realizar las múltiples tareas que les garantizaran a ellos poder escribir en buenas condiciones. Conocer las vidas de Zenobia Camprubí, Anna Snítkina y Vera Slónim nos obliga a revisar las concepciones que de sus maridos -Juan Ramón Jinémez, Fiódor Dostoievski y Vladímir Nabókov- hemos ido asumiendo incuestionablemente a lo largo de nuestra vida.
Pero me detendré en la obra confesional -en el más sublime sentido del término- de Sofía Behrs, a quien conocí hace poco más de un año gracias a su obra ¿De quién es la culpa?, que ha sido traducida por Marta Rebón y editada en castellano 130 años después de que fuera escrita. Su marido era Lev Tolstoi, quien comenzó su matrimonio violándola en un carruaje y lo continuó obligándola a engendrar y parir trece hijos, a amamantar con mastitis, a mecanografiar sus escritos y a cuidarle abnegadamente. Ella, sin embargo, dejó constatada en sus Diarios -editados por Alba- la pesarosa realidad de su vida en pareja junto al consagrado autor ruso:
«Para que exista un genio alguien tiene que crear un hogar tranquilo, alegre, confortable. A un genio hay que alimentarlo, lavarlo y vestirlo, pasar sus obras a limpio infinidad de veces, amarlo y evitarle cualquier provocación de celos, para que esté calmado. Además hay que alimentar y educar a los innumerables hijos de este».
Pero Sofía no solamente dejó por escrito sus pensamientos y recuerdos sino que también, a través de la novela que citaba anteriormente, contestó literariamente a Sonata a Kreutzer, una historia en la que Tolstoi humillaba públicamente a su mujer al utilizar sus propias vivencias conyugales como argumento de la obra. Y es por eso que ella escribe ¿De quién es la culpa?, un relato en el que denuncia la violencia misógina de su marido, a la vez que desahoga sus sentimientos y frustraciones.
?Presumido aborda también los altos índices de anonimía y pseudonimía que han afectado a las autorías femeninas. Análisis que nos remite a la brillante y oportuna cita de Virginia Woolf que da nombre a este artículo y antecede a la primera página del ensayo:
«Yo me aventuraría a pensar que Anónimo, quien escribió tantos poemas sin firmarlos, fue a menudo una mujer».
La necesidad de ser invisible o de ocultarse tras un nombre masculino ha sido un mecanismo de supervivencia indispensable para las mujeres creadoras a lo largo de la historia. Desde los hermanos Bell, que servían de máscara a las hermanas Brontë, hasta las iniciales mudas de la creadora del aprendiz de mago más leído del mundo. Son incontables las mujeres que, como Concepción Arenal, hubieron de disfrazarse de hombre para ser tenidas en cuenta. Por no hablar de aquellas cuya autoría nunca descubriremos por haber sido suplantadas por sus esposos, como le ocurrió a María Lejárraga.
?Este octubre otoñal y pavorosamente vírico ocupémoslo en romper el equilibrio asimétrico de lecturas que arrastramos desde la más tierna infancia. Leamos autoras para establecer una armonía inédita. Para ello os invito a leer Anónimas. La escritura silenciosa de las mujeres y a seguir recopilando narradoras a nuestra genealogía, para recuperar así ese legado ancestral que nos remite al principio de los tiempos, cuando las mujeres pintaban bisontes a la luz del fuego en lo recóndito de las cavernas para contar historias que alimentaran los primeros sueños de la humanidad.
*Otras lecturas posibles y necesarias:
Escritoras. Retratos de mujeres, Virginia Woolf, Editorial El Barquero. (Traducción de José Manuel Álvarez).
El coloquio de las perras, Luna Miguel, Editorial Capitán Swing.
Una habitación compartida, Inés Martín Rodrigo, Editorial Debate.
Cómo acabar con la escritura de las mujeres», Joanna Russ, Editorial Barret y Dos Bigotes (Traducción de Gloria Fortún).
Las siete cabritas, Elena Poniatowska, Editorial Txalaparta.
En octubre, concretamente el lunes más próximo al 15 de octubre, se celebra desde 2016 el Día de las Escritoras. Esta iniciativa partió de la Asociación Clásicas y Modernas y la Federación Española de Mujeres Directivas, Ejecutivas, Profesionales y Empresarias (FEDEPE) en colaboración con la Biblioteca Nacional de España para reivindicar el papel de las mujeres en la literatura y denunciar la discriminación histórica que han sufrido las escritoras.