Cultura

La noche oscura de Vitalina Varela

La historia personal de una migrante de Cabo Verde le sirve al portugués Pedro Costa para engastar una nueva joya en su radical filmografía.

La caboverdiana Vitalina Varela ganó el premio a la mejor actriz en el festival de Locarno. Foto: NUMAX

‘Vitalina Varela’, de Pedro Costa, se estrena en cines el viernes 16 de octubre.

El cineasta Pedro Costa cuenta que su relación con el barrio lisboeta de Fontaínhas comenzó en los años noventa, cuando fue a Cabo Verde para rodar la película Casa de Lava. A su regreso venía cargado de regalos y de cartas para los familiares de la gente que conoció allí y que habían emigrado a Portugal. Ese decorado deprimido y suburbial constituye hoy su universo cinematográfico, el fondo en ruinas por el que se mueven sus personajes, que son actores y gente común y modelos de una pintura barroca, todo al mismo tiempo.

A Vitalina Varela, la protagonista que también da título a su última película, la conoció allí, en Fontaínhas, cuando buscaba una casa para rodar una escena de Caballo dinero (2014). Con su historia personal de abandono y soledad, Costa ha construido una obra de arte densa, tenebrista, poética, despaciosa, radicalmente alejada del cine mainstream. Y con ella ganó los máximos galardones en los festivales de Gijón y de Locarno, la meca del cine de autor, una muestra de que “todo es posible, incluso para una película hecha sin dinero”, como dice su director.

Vitalina es una mujer de Cabo Verde a la que su marido, migrante en Lisboa, ha abandonado. No le escribe ni le llama ni por supuesto le manda dinero. Ella viaja a su encuentro cuando él acaba de morir. “Llevaba más de 40 años esperando el billete de avión a Portugal. Y aquí me voy a quedar el resto de mi vida”, dice en uno de sus memorables monólogos. Costa realiza un híbrido de realidad y ficción, ya que esa es la auténtica historia de Vitalina. Su vida real. De hecho, ella misma está acreditada como guionista del filme.

Cuando llegó a Fontaínhas se alojó en la paupérrima casa de su marido, ante la desconfianza de sus vecinos. Salió adelante trabajando como asistenta en los barrios acomodados. Uno de sus trabajos precarios fue ser limpiadora de una tienda de Zara. Cobraba cinco euros a la hora. Pero Costa no cuenta esta historia. La suya es una película de sentimientos, de silencios, una concatenación de retratos dramáticos, en su sentido más teatral, de dramaturgia. Y también en el sentido pictórico: el director compone una serie de tableaux vivants que remiten a La ronda de noche de Rembrandt, a los terribles claroscuros de Caravaggio, a las apariciones religiosas de Ribalta. Y sin embargo, no se puede hablar de una estetización de la pobreza, ya que nada de lo que vemos entre tanta negrura es bonito, aunque sí es hipnótico.

La crítica especializada de todo el mundo ha caído rendida ante este singular prodigio de Costa. Glenn Kenny, del New York Times, lo califica, arrebatado, de “cine esencial”, tanto en lo que supone de estudio profundo sobre la naturaleza humana como por su desnudez. El cineasta portugués trabaja prácticamente sin dinero, con un reparto no profesional (aunque genial), con una cámara digital que le permite rodar todos los ensayos y demorar las tomas hasta encontrar la luz exacta, la entonación perfecta en el diálogo, el gesto preciso del intérprete para comunicar con la naturaleza más honda de su personaje. Diríamos casi con su alma, si el concepto no estuviera teñido de superstición y fantasmagoría.

Si en La noche oscura del alma san Juan de la Cruz hablaba gozosamente de su unión con Dios, en la de Vitalina, no menos mística que la de aquel, se imponen la amargura y el reproche. Ella dialoga con su marido ausente sobre su huida, echándole en cara que hubiera preferido vivir en la miseria, alcoholizado, a vivir con ella. Y la forma en la que su rostro aguanta los larguísimos planos de Costa es sobrecogedora. A través de él, el director muestra muchas más cosas de las que se dicen expresamente. En ese rostro, en esos callejones, en esas tinieblas, están las heridas de un pasado colonial traumático, está el drama de la inmigración, está la marginalidad en la que muchos africanos se ven obligados a sobrevivir en Europa, están sus sueños rotos… Está todo eso, sí. Pero, por encima de todo, Vitalina Varela es la historia del duelo por un amor no correspondido.

Hemos visto esa historia de desamor muchas veces, pero nadie la ha contado como Pedro Costa. Para bien o para mal, él juega en otra liga.

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