Sociedad
Desinformación y pandemia: una historia de incertidumbre y miedo
En su último libro, Raúl Magallón analiza las consecuencias de la pandemia en el terreno de la desinformación.
La pandemia ha modificado todos y cada uno de los aspectos de la sociedad y, cómo no, el ámbito de la información –o la desinformación– no se ha quedado atrás, incluso en el entorno científico. El miedo, configurado como el gran aliado de la desinformación, ha dado paso a una “nueva realidad” en donde las empresas tecnológicas siguen sin invertir los suficientes recursos para tratar de eliminar la información tóxica de sus sitios web. Es una de las conclusiones de Raúl Magallón Rosa, que analiza lo sucedido durante los peores momentos de la crisis sanitaria en su libro Desinformación y pandemia. La nueva realidad (Pirámide, 2020), que estará a la venta este mes de octubre.
El autor, profesor de Periodismo en la Universidad Carlos III de Madrid y doctor por la Universidad Complutense, centra sus investigaciones en la relación entre los medios de comunicación, la tecnología y la esfera pública. “La desinformación triunfa porque apela a los sentimientos, y el principal sentimiento que hemos tenido durante estos meses ha sido miedo. Era una sensación compartida, no sabíamos que ocurriría, ni siquiera sabíamos qué desconocíamos, y habíamos perdido el control de nuestras vidas, lo que acrecentaba nuestra idea de incertidumbre”, comienza a explicar el experto.
Un análisis que completa este pasaje del libro: “(…) en la fase inicial [de la pandemia], la falta de estructuras de reconocimiento de la magnitud de los hechos y el alcance de sus consecuencias hicieron que la desconfianza no solo viniera de la ciudadanía sino también de los representantes políticos”. ¿Qué ocurrió después? Que plataformas de mensajería instantánea como WhatsApp se convirtieron en una fuente de información de confianza para millones de personas alrededor del mundo: “Pero que nuestros contactos, amigos y familiares sean una fuente de confianza no significa que sean una fuente fiable”; advierte Magallón.
Las áreas con consenso institucional y científico donde las falsedades pueden causar daños demostrables son: medios manipulados, acontecimientos trágicos, procesos cívicos (votaciones) y la salud. Esta última es la que más interesa ahora. “Al principio de la crisis sanitaria las empresas tecnológicas publicaron un comunicado asegurando que trabajarían conjuntamente para combatir la infodemia, pero hemos visto que sus medidas son del todo insuficientes, y es importante remarcarlo”, agrega el autor. Además, de cara a las próximas elecciones presidenciales de Estados Unidos, en noviembre, Magallón asegura que estas plataformas han llegado a ser un “agente fundamental de los procesos democráticos que busca actuar de forma independiente y global justo cuando se están convirtiendo en un elemento fundamental para que haya una crisis en los procesos electorales y se fragilicen”.
Alfabetización digital y económica
Desde el punto de vista del investigador, la solución está en la alfabetización digital: “Tenemos que saber qué podemos hacer en nuestro día a día para establecer una especie de barrera, de filtro. Por un lado, tenemos los números de los fact-checkers para preguntarles sobre los mensajes que nos llegan, pero también podemos utilizar las propias redes sociales como parapeto creando listas de periodistas especializados en una temática, y preguntando a los que trabajan sobre el terreno si el asunto es una cuestión más local”.
Por otra parte, Magallón incide en lo que denomina “alfabetización económica”, un concepto que ejemplifica así: “Parece que Google es uno de los gigantes que más indemne sale socialmente en cuanto a las críticas sobre desinformación cuando, realmente, es el principal motor que alimenta todas las demás webs hiperpartidistas que funcionan como herramientas de propaganda, con unos ingresos notables. El público debe saber quién está detrás de cada web y si, junto con ella, hay otras páginas que forman un grupo, y cuál es su razón social”.
¿Por qué los periodos de crisis van acompañados de menor independencia periodística? “Es una pregunta aún por responder, pero tan solo hay que fijarse en lo que sucedió en 2008, cuando hubo muchísimos ERE y cierres, sobre todo en los medios locales, que son los que cumple una función de anclaje dentro de la comunidad. Si no podemos acceder a esas fuentes cercanas porque simplemente no existen, solo nos quedan las redes sociales y los medios nacionales, cuya función está mucho más orientada a polarizar y dividir todo en bloques estancos. Habrá que ver si la buena noticia de que suban las suscripciones a los medios digitales no se convierte en una brecha informativa entre quienes pueden permitirse ese acceso y los que no”, contesta Magallón.
Los fact-checkers, actores esenciales
La diferencia entre comunicación pública e información pública es otro de los aspectos que el profesor de Periodismo trata en la monografía. “El debate se centra en cómo separar el discurso de los hechos. Si nos enfrentamos a un acontecimiento global, no es suficiente una comunicación proactiva por parte de los gobiernos nacionales, sino que deben ir más allá y hacer un ejercicio de transparencia. Controlar las cifras, los datos, es una forma de controlar el relato, un aspecto muy importante para que la gente entienda realmente qué está sucediendo y la envergadura de las consecuencias, así como para que empiecen a buscar soluciones dentro de su esquema mental”, agrega Magallón.
Respecto al papel cada vez más importante que juegan los fact-checkers a la hora de auditar una información, el experto asegura que se les ha redimensionado de una forma injusta, porque “no dejan de ser proyectos periodísticos con unas redacciones limitadas”. Asimismo, un análisis más global de la situación hace pensar al investigador que “estos nuevos actores incomodan, sobre todo en países donde las democracias no están tan consolidadas. La respuesta al por qué se encuentra relacionada con una idea desarrollada durante la última década por los actores políticos, que encontraron una forma muy simple de llegar al público sin tener que pasar por el filtro de los medios de comunicación, como se hacía habitualmente, y que surjan intermediarios como los fact-checkers, no les ayuda en su estrategia. Se estima que estas entidades, desde que empezaron a desarrollarse, han desmentido 9.000 informaciones en todo el mundo, una cifra que podría parecer baja, pero yo me pregunto qué habría ocurrido si no hubieran existido, porque seguramente la cifra de bulos hubiera sido sensiblemente mayor a la actual”.
Retorcer algunos conceptos es parte de la desinformación
De esta forma, el lenguaje sale a la palestra como un territorio de batalla. Ganar el relato es ganar la realidad. “En la medida en que somos capaces de escribir algo también somos capaces de limitarlo. El lenguaje forma parte de la ocultación y simulación, además de como una estrategia de manipulación y persuasión, en el peor sentido de la palabra”, advierte Magallón. Por eso, desde su perspectiva, existen una serie de conceptos importantes en los que se debería establecer un consenso, no solo desde el plano de la emisión sino también desde la recepción; un contrato en el que se entiendan que ciertas palabras no pueden ser retorcidas, y que si eso sucede conllevará alguna penalización social. “Palabras como libertad, igualdad, palabras a las que se retuerce su significado, pero también conceptos como identidad o nación, que se utilizan de forma excluyente, son ejemplos de algunas ideas cuyo significado tendríamos que tener bien asentado para desconfiar de cualquier persona que no las utilice de forma correcta”, completa el profesor universitario.
De esta forma, el experto asegura en su libro que vendrán “ataques dirigidos para desacreditar objetivos concretos” y se crearán “tormentas perfectas de desinformación”; tormentas que no estarán orquestadas por nada ni por nadie, sino que se harán valer de un caldo de cultivo plagado de incertidumbre que dé pie para que ciertos actores se puedan aprovechar de la situación, parafraseando al escritor.
Preguntado por las herramientas que tenemos a nuestro alcance para combatir la desinformación, Magallón responde claro: “Si dudas, no compartas. Comprueba, verifica y pregunta. A nivel institucional tiene que establecerse una rama de alfabetización digital, imprescindible desde el punto de vista de la calidad democrática. También debemos perder el miedo a debatir sobre una posible regulación que no coarte la libertad de expresión y que primero ataje los vectores en los que ya se ha demostrado que mediante ellos suele viajar la desinformación, como por ejemplo reflejando fehacientemente que un contenido es patrocinado”.
Según concluye, “será difícil encontrar otro momento global compartido en el que la desinformación pueda encontrar narrativas, tipos y elementos de actualidad tan compartidos como este, que hizo que la sensación de falta de control fuera tan unánime”, reflexiona el autor en este libro que estará disponible a la venta a partir de este octubre de 2020.
En una sociedad con miedo sólo crece la mugre.
Eso, precisamente, miedo, es por el miedo que nos tiene inmovilizados y cogidos el sistema manejado por los más grandes capos del capital mundial. Y mientras, éllos haciendo su mejor agosto.
ayuso es una mostrenca criminal y neoliberal que crea crisis pa justificar recortes , roba y tapa quel psoe toma medidas efectivas siempre tarde : bipartidismo pandemico = crisi pandemicas