Política
Empecemos por Rajoy
Extracto de 'La distancia del presente' (Akal), el nuevo libro de Daniel Bernabé, que pretende ser un manual de supervivencia para entender cómo hemos llegado hasta aquí
Este artículo es un extracto de La distancia del presente (Akal), el nuevo libro de Daniel Bernabé
Lo cierto es que, aparte de todos estos nombres y números, la figura principal de aquella noche electoral del 20 de noviembre se llamaba Mariano Rajoy, uno de los políticos más sagaces que ha dado este país, un hombre discretamente efectivo que ejerció un liderazgo taimado sobre la derecha española por tres lustros. Aquel día Rajoy se enfrentaba a su tercer resultado en unas elecciones generales y, tras dos derrotas, consiguió el objetivo de alcanzar La Moncloa, además, con el mejor resultado que cualquier dirigente popular ha obtenido. Esto es una mera especulación, pero nos atrevemos a deducir que el hombre que le eligió como sucesor, seguramente pensando en alguien de perfil bajo, moldeable a su voluntad, no durmió bien del todo.
Mariano Rajoy, tras dos legislaturas siendo oposición, sabía no solo ejercerla sino también sufrirla. Y la foto del balcón de Génova, ese invento del acomplejado aznarato que pretendía emular al hotel Palace felipista, fue todo un ejercicio del equilibrio de poderes interno dentro del Partido Popular. Miguel Arias Cañete, Alberto Ruiz-Gallardón, Esteban González Pons, Ana Mato, Elvira Fernández –esposa del candidato–, el propio Rajoy, María Dolores de Cospedal, Soraya Sáenz de Santamaría, Pío García-Escudero, Esperanza Aguirre y Jorge Moragas. Ten cerca a tus amigos, pero ten más cerca a tus enemigos.
Del que se convertiría en el sexto presidente de la etapa democrática se pueden destacar varios datos biográficos, pero en especial llaman la atención un par de ellos para comprender su carácter. El primero es que, este licenciado en Derecho por la Universidad de Santiago de Compostela, preparó su oposición en el último año de su carrera y sacó su plaza de registrador de la propiedad en 1979, con veinticuatro años, convirtiéndose en la persona más joven en ingresar en esta institución pública. Aunque esta es una apreciación totalmente subjetiva, es difícil pensar en una ocupación más conservadora y «dickensiana» que el empleo por el que optó Rajoy, además, a una edad tan temprana y en un momento tan convulso y a la vez fascinante. Si existe una idea antitética al Rock & Roll, probablemente el líder derechista consiguió darle forma con su exitosa oposición. Por otro lado, en 1980, Rajoy fue llamado a filas, siendo destinado a la Capitanía General de Valencia, donde su función fue limpiar las escaleras del edificio que albergaba al mando militar, en concreto un antiguo convento barroco. No se nos puede ocurrir una ocupación –pasar la mopa, saludo, pasar la mopa– que requiera unas dosis de paciencia mayores, es decir, la capacidad de imperturbabilidad de alguien capaz de aguantar una tempestad mientras piensa en el paso siguiente sin que nadie se dé cuenta.
Aunque todo aquello, lo de registrador y lo de la mopa, duró poco, ya que Rajoy fue elegido diputado al Parlamento gallego en las primeras elecciones celebradas en esa autonomía en 1981. Además, tuvo una breve experiencia como columnista en El Faro de Vigo, entre 1983 y 1984, donde nos dejó perlas como esta:
Ya en épocas remotas –existen en este sentido textos del siglo VI antes de Jesucristo– se afirmaba como verdad indiscutible, que la estirpe determina al hombre, tanto en lo físico como en lo psíquico. Y estos conocimientos que el hombre tenía intuitivamente –era un hecho objetivo que los hijos de buena estirpe superaban a los demás– han sido confirmados más adelante por la ciencia: desde que Mendel formulara sus famosas «Leyes», nadie pone ya en tela de juicio que el hombre es esencialmente desigual, no solo desde el momento del nacimiento sino desde el propio de la fecundación.
Mariano Rajoy fue elegido parlamentario nacional en 1986, aunque renunció para ocupar la vicepresidencia de la Xunta de Galicia. Volvió al Congreso en 1989 y de ahí pasó a ser ministro de Administraciones Públicas y de Educación, Cultura y Deportes, en el primer mandato de Aznar, para pasar en la segunda legislatura popular a ocupar las carteras de Interior y de portavoz del Gobierno. De esta época quedarán los «hilillos de plastilina», aquella desafortunada metáfora que fue el colofón comunicativo a la gestión del accidente del Prestige, y la portada de El Mundo el día de la jornada de reflexión del 13 de marzo de 2004 donde aseguraba tener «la convicción moral de que fue ETA» en relación a los atentados yihadistas del 11M. Al finalizar aquella jornada electoral, donde se presuponía su victoria, le espetó a Aznar «¡Tú y tu maldita guerra!».
Mariano Rajoy Brey es, probablemente, el personaje con más importancia dentro de estas páginas, a la par con ese sujeto colectivo que podemos llamar manifestantes. La razón es sencilla; ocupó la presidencia del Gobierno en la época en que las certezas de las anteriores décadas comenzaron a desmoronarse. Un breve apunte que sirve para entender tanto su figura como su acción de Gobierno: a pesar de ser el encargado de aplicar unos recortes neoliberales salvajes, a pesar de su papel en el libreto de la corrupción, a pesar de la represión violenta de las protestas, Rajoy nunca concitó ni la mitad de animadversión de la que despertaba Aznar. Algo que explica ese estar y no estar, ese liderazgo blando, ese aire de ausencia en alguien que estuvo permanentemente presente. Un presidente hace política de muchas maneras, desde el arrogante treatment de Lyndon B. Johnson hasta el populismo actoral de Ronald Reagan, desde el magnetismo de Fidel Castro hasta la bonhomía de Olof Palme. Mariano Rajoy dejó su propia huella, una que podemos bautizar como ensimismamiento vigilante. […]
¿Democracia?
¿La dictadura del capital, la más letal de todas las dictaduras y que pisotea, invade y masacra en todo el mundo, es democracia?
¿España que tiene a sus demócratas en las cunetas y que siguen en el timón los herederos de los golpistas es democracia?
¿Los votos de una gran masa borreguil, desinformada y adoctrinada pueden constituir una democracia?
Que las democracias no vienen por decreto, que hay que trabajárselas y ganarlas.