Opinión

Moria: conciencia e indiferencia

"No, Moria no es algo que se repita [...] Lo que se repite es nuestra actitud ante el dolor del otro", reflexiona en esta nueva disrupción la filósofa Ana Carrasco-Conde.

Foto: Patricia Simón

Se dirá que no es la primera vez. Que lo que sucede hoy ha sucedido otras veces. Que volverá a suceder, que no es nada nuevo, que el dolor y la injusticia se repiten, qué cómo es posible que siga pasando algo así. Que “siga” pasando, es decir, que en realidad “prosiga” porque es norma y no excepción. Así, en un movimiento contradictorio al mismo tiempo que tomamos conciencia y nos indignamos, la repetición de lo mismo nos lleva a la indiferencia y a la insensibilidad. No, Moria no es algo que se repita.

No es un volver a lo mismo, no es una irrupción que de pronto visibilice lo que siempre ha estado ahí y de la que Moria es solo un ejemplo: es un hecho singular, único y concreto como lo es el dolor y el sufrimiento de quien lo está viviendo. Jorge Semprún decía que no se trata de que el horror sea indecible, sino de que es invivible, algo del todo distinto. Nos afanamos en nuestras sociedades en mirar, como si ver las imágenes nos permitiera ser más conscientes, pero no en atender a lo que miramos y a nuestro modo de mirar. Por eso nos hemos insensibilizado. Un campo de refugiados. Otro más. Pero no se trata de eso. 

Lo que se repite no es Moria, es nuestra actitud ante el dolor del otro: no son “más refugiados” lo que llegan, los que no tienen nada, los que sufren sino la dinámica que nos relaciona con ellos y si, dentro de esta dinámica, los percibimos como algo ajeno o próximo.

“Me dije: ‘¡Qué terrible!’, y cambié de canal. Así que cómo puedo indignarme si alguien en Francia, Italia o Alemania ve las matanzas que suceden aquí día tras día en sus noticiarios nocturnos [o en el Timeline de su Twitter] y busca otro programa [o desplaza la pantalla táctil]”. El fragmento de Sontag, con mis pequeñas intervenciones, pertenece a su libro Ante el dolor de los demás, donde trata precisamente de la insensibilización ante las imágenes. Y así, de dolor en dolor y de contemplación en contemplación, con la misma intensidad con la que nos escandalizamos ante la injusticia y airadamente proclamamos la necesidad de cambiar las cosas, nos hundimos al día siguiente en la inercia de nuestras vidas. Lo sucedido allí, allí se queda

Queda puesto de manifiesto entonces que el núcleo real del cosmopolitismo en el que creemos vivir no consiste en ser ciudadano del mundo como hubiera proclamado Diógenes de Sínope, sino clientes del mercado globalizado. No se es cosmopolita por consumir queso feta y bayas de goji en la ensalada, sino por hacer mundo con un nosotros plural que alberga la diferencia. Y esta la verdadera cercanía, la afectiva que rige los distintos estilos de vinculación entre seres que se dicen humanos.

Susan Sontag prosigue: “Dondequiera que la gente se sienta segura, sentirá indiferencia”. ¿Se recuerdan alguno de los rostros de los refugiados de las fotos contempladas? Hacerlo no es algo menor: nos habla de si vemos el “dolor del otro” o “el dolor de un otro” que es único e insustituible, y si somos conscientes de nuestro modo de mirar. Si no la recuerda, ¿le da igual esa vida? Es aquí cuando aparece la diferencia entre indiferencia e insensibilización.

La indiferencia va aparejada al desapego cuando algo nos es igual porque carece de una diferencia con respecto a otra cosa: no es indistinguible. Se pierde así en la homogeneización que diluye la diferencia. Este es uno de los peligros de hacer de una desgracia única el protagonista genérico de un eterno retorno que se repite sin cesar. “Hay muchas Morias”, “Pasa en muchos lugares”, escuchamos entonces. Esta continua vuelta de lo mismo, percute una y otra vez hasta que repercute de tal modo que nos insensibiliza.

“Otra vez lo mismo”, se dice ahora. Somos incapaces de sentir empatía, de ponernos en la piel de alguien distinto pero semejante, pero que tampoco nos permite reflexionar sobre lo que está pasando. Literalmente nos quedamos “sin seso”: insensible (lat. insensibilis) es quien no siente lo percibido y, por tanto, no puede aplicar el sentido (sensus, de donde seso) común a lo común: es decir, no ve su propio modo de mirar. Este es el segundo peligro: que sin reflexión no hay persona que se haga responsable de acciones y decisiones de forma consciente y autocrítica. Y sin personas, no hay un mundo que habitar, sino un espacio inhóspito.

Sontag tiene razón cuando afirma que la seguridad nos hace indiferentes, pero no por los motivos que ella arguye. Nos sentimos seguros cuando pensamos que no nos concierne y nos amenaza, lo que implica que no existe realmente un “nosotros” porque si esto fuera así, si reconociéramos a otro como un igual, atenderíamos a su relato y haríamos de las imágenes que se nos muestran parte de nuestro propio relato. Los refugiados son “otros” porque no están articulados ni integrados con nosotros. Y por eso, dado que “nuestro” mundo sigue en pie, seguimos sintiéndonos seguros. Tenemos casa, frente a ellos, que no la tienen.

Pero no se olvide que la patria, por muy cargada que esté ideológicamente, significa seguridad. Estoy en casa cuando me siento segura y el mundo, mi mundo, es familiar cuando se arraiga en mi interior la sensación de estar en casa, aunque no tenga un lugar, pero sí un nosotros familiar, que me cuide y que puede cuidar, que me reconozca. El refugiado no es solo aquel que no tiene patria, es aquel que no tiene mundo porque el suyo ya no está y no es recogido ni reconocido. Es “otro más” de otras tantas Morias. Es curioso cómo esta queja de la injusticia que parece consustancial a nuestra realidad, en lugar de movilizarnos, nos insensibiliza

Paul Celan, en un verso que obsesiona a Derrida escribe: “El mundo se ha ido, yo tengo que llevarte”. Debo llevar al otro, cargarlo, portarlo, allí donde no hay mundo, donde no hay patria, donde no hay seguridad porque aquel se ha desmoronado al ser desfondado. Portar por lo mismo ha de decirse de muchos modos: cargar sobre las espaldas, llevar interiorizado, sujetar al otro, devenir sujeción, hacer de su relato el mío y que así y solo así, cambie la dinámica perversa por la cual se ha generalizado el proceso que lleva de la conciencia a la indiferencia, para que esta se transforme de la conciencia en el reconocimiento de un nosotros en el que podamos sentirnos en casa con seso y en la diferencia.

Puedes consultar las crónicas de Patricia Simón sobre el terreno, en este Especial Lesbos.

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Comentarios
  1. Vivo indirectamente lo que asa: iba a ir a Lesbos el año pasado y por motivos uy fuertes el viaje se truncó, pero tengo una amiga que va con frecuencia y contaco con unas personas; un pescador y su mujer que dejaron su trabajo para ayudar a los inmigrantes fundando juna mini ONG y veo y siento lo que en este momento están haciendo, agotados.
    Pôr otro lado, en las noticias sucesivas vi los datos siguientes:
    -A principios de septiembre (creo que el día 1) se declara el primer caso de Covid en Moria: un recién llegado
    -Muy pocos días después. INCENDIO.
    Creo que no se necesita ser Sherlock Holmes para pensar algo que no parece casual

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