Cultura
Encerrada por fuera
La alemana Angela Schanelec estrena 'Estaba en casa, pero...', una obra existencialista (y absolutamente actual) en la mejor tradición de Akerman, Bergman y Antonioni.
“¡Qué lío, qué lío! Tengo que poner en orden mi cabeza. Desde que me han cortado la lengua, no sé, otra lengua se mueve sin cesar en mi cráneo, hay algo que habla, o alguien, y a veces calla repentinamente, y después todo vuelve a empezar”.
Albert Camus, El renegado o un espíritu confuso, 1957
Hubo un momento en la historia del siglo XX en el que el existencialismo y las nuevas teorías posmodernas se solaparon. Aquel pulso lo ganaron los segundos. No se puede luchar contra la novedad. Hoy, sin embargo, sumidas en la incertidumbre, azotados por la precariedad, resulta más pertinente volver sobre Sartre o sobre Camus que sobre las elucubraciones, a menudo ilegibles, de los posmodernos. ¿Quién soy? ¿Qué hago aquí? ¿Qué sentido tiene todo esto? Ahí está el meollo.
La protagonista de Estaba en casa, pero… (una extraordinaria Maren Eggert) se enfrenta a estos dilemas tras la muerte de su marido y la reacción de sus dos hijos a esta pérdida. La hija pequeña cocina cuando está sola en casa, poniéndose en peligro. El hijo mayor, de 13 años, se escapa y está fuera varios días sin dar señales de vida. Regresa sano y salvo, pero tiene problemas en el colegio, lo que coloca a su madre en una situación difícil. Angela Schanelec, que ganó con esta película el premio a la mejor dirección en el festival de Berlín en 2019 y el premio Zabaltegi en San Sebastián, ha hecho una película existencialista. Y sí, encaja perfectamente en el espíritu de nuestro tiempo.
Sus personajes deambulan por los parques de Berlín, pero podrían estar, perfectamente, en el desierto de Argelia. No están perdidos pero sí desubicados. Y se interrogan sobre el ser. No es casualidad que la obra de teatro que los niños ensayan en el colegio sea Hamlet. Tampoco lo es que prácticamente no haya movimientos de cámara ni música, como si la directora hubiera recogido el testigo cinematográfico de la gran Chantal Akerman. Esa apuesta formal es quizás lo más arriesgado de su cinta. A menudo se tiene la impresión de que a todos esos planos fijos les sobran tres segundos. Esa morosidad (que los iraníes manejan de forma magistral, porque en sus encuadres siempre pasan cosas, aunque no estén a la vista) pone a prueba al espectador. Pero no está mal que alguien se sitúe al margen de la narrativa chupiguay, aunque sólo sea para variar.
Hay una expresión en inglés que es imposible de traducir literalmente al castellano: lock out. Significa, más o menos, ‘quedarse encerrado por fuera’. Como cuando olvidas las llaves dentro de casa y no puedes volver a entrar. Hay una célebre pintura de Anna Lea Merritt llamada precisamente así, Love Locked Out (1890), que muestra a Cupido ante una puerta, sin poder entrar. La madre que nos presenta Angela Schanelec hace precisamente eso: en un momento de alboroto infantil, ‘encierra’ a sus hijos fuera de la casa. Los saca de ella, no los echa. En realidad, de una u otra forma, todos sus personajes están encerrados, dentro o fuera, debatiéndose internamente por reencontrar su equilibrio existencial.
Y hay silencios, claro (los célebres silencios de Bergman y Antonioni, sí), pero también estallidos dialéticos de soberbia coherencia en medio de ese desasosiego. En una escena realmente genial, Maren Eggert (algún día habrá que hablar de esas actrices que no son ni americanas ni inglesas y que merecerían un Oscar, un título aristocrático, un monumento, como Nina Hoss, Haldora Geirharosdottir, Hiam Abass, Paula Beer, Anamaria Marinca, y tantas otras) se encuentra con un amigo suyo, director de cine, y haciendo una crítica a su película suelta toda la rabia que lleva dentro de forma torrencial. Acorrala a su interlocutor con argumentos sólidos sobre la ética de su trabajo, sobre lo verdadero y lo falso en el cine y hasta sobre los límites del lenguaje mientras acarrean las bolsas de la compra. “No importa, no puedo alterarme tanto. No me has hecho nada”, dice en ese momento cómico, una secuencia con la que Schanelec libera un poco la presión de su gravedad centroeuropea. Su protagonista es una mujer en crisis y tiene el lógico arrebato de ira, y grita a sus hijos, y reprende a los profesores, y discute con un hombre que le vende una bici defectuosa… antes de volver al silencio y la introspección. Como dice el personaje de Camus, “después todo vuelve a empezar, oh, hay demasiadas cosas que oigo y que sin embargo no digo, qué lío, y si abro la boca se oye como un ruido de guijarros agitados”. Así estamos un poco todos.
‘Estaba en casa, pero…’ se estrena en cines el viernes 4 de septiembre.
El 100% de lo que se publica en LA MAREA es mentira (con lo que supone eso objetivamente de genocidios, de hijoputismos y de maldades vuestras), ¡pero os da igual!, ¡igual e igual!
¡ iGUAL!
Igual como toda la criminalidad asesinante de vosotros puesta en marcha, indigna, cobarde y diabólica de falsantes inhumanos, asquerosos y mostruos que vosotros sois. !Así es!, guste o no o matéis más o pase lo que pase, ¡así y solo así!
¡Que buen texto! No sólo es el comentario sobre la película, sino su contexto. Me ha interesado.