Análisis | Sociedad

Distanciada

"La educación debe ser distanciada para convertirse, lejos de ruido y de los prejuicios, en un lugar de encuentro de lo que en sociedad vive en mundos distantes", defiende la filósofa

Una clase en la escuela pública de Toronto, en 1937. TORONTO PUBLIC LIBRARY / Licencia CC BY-SA 2.0

Este ‘Incordio’ fue publicado en #LaMarea77. Puedes conseguirla aquí.

 La educación debe ser “distanciada” -que no distante- ya sea presencial o a distancia. No porque la sociedad la aparte, sino porque ella misma debe erigirse en una parte que, estando en todos lados como fundamento y principio, no está condicionada por el resto. Debe ser un apartado que, distanciado, permita en su interior el cuidado y el cultivo de quien somos en la manera en la que tenemos de aprender. No se trata de mantener una actitud distante que no atienda a los tiempos, como quien se mantiene lejos e indiferente, sino de un modo de ser que genera una estancia firme y estable (stare) que no se deja llevar por ellos, y que por tanto es divergente (dis) con respecto a los ritmos frenéticos de una época en la que, lejos de valorarse el tiempo, se le ha puesto precio. Vivimos en la época del ahorro del tiempo y, paradójicamente, nunca ha sido peor entendido. En realidad, el tiempo no es oro. Tampoco los resultados. Lo que es oro es lo que hacemos en él. 

La educación debe ser “distanciada” para mantener a cubierto a quien a esta estancia acceda de los ritmos frenéticos del neoliberalismo y de las exigencias del mismo, lo que quiere decir distanciada de la sociedad para poder tomar distancia de ella y sus prejuicios. Distanciada de la obsesión por los resultados finales y por la inmediatez del “ya”, del “ahora mismo”, es decir, lejos de la impaciencia para poder tomarse su tiempo. Educar lleva su tiempo, lo que no quiere decir que deba ser sacrificada por él, sino al revés, darle espacio para que se abra el tiempo. 

La educación debe ser “distanciada” por ello de la rentabilización del tiempo, del “hacer” para alcanzar “otra cosa”, en principio, más valiosa: el resultado, el logro, el beneficio. Distanciada de la obnubilación por la adquisición programática de competencias y del logro. Distanciada para, alejada del ruido, disfrutar del camino en el que somos también lo aprendido. Distanciada del “tener” para lograr la autonomía suficiente como para entender la valía del estar siendo, de estar aprendiendo. Distanciada de la utilidad para dejar de ser útiles, esto es, herramientas del sistema. Distanciada para convertirse en un compartimento y no en una competición: en el lugar común de todas las partes en igualdad. La educación debe ser distanciada para que, fuera del mundo, haga posible otros.

La educación debe ser “distanciada” para convertirse, lejos del ruido y de los prejuicios, en un lugar de encuentro de lo que en sociedad, de barrio a barrio, de centro a periferia, de privilegios de clase a desventajas del lugar de nacimiento, vive en mundos distantes. Distanciada para eliminar el estar distante y lograr la proximidad con realidades que, desde nuestro emplazamiento cotidiano, no vemos. 

Por ello también la educación debe ser pública, ajena a intereses corporativos. Y no ser entendida y explotada como negocio. El sistema de producción ha fagocitado muchas cosas. No solo el tiempo del negocio y nuestra forma de trabajar, sino del ocio mismo, no porque el ocio esté dirigido, como viera Debord, a seguir siendo rentables para el sistema en tanto en cuanto pasamos a ser consumidores y generamos “ganancias”, sino en el mucho más antiguo sentido de ocio, del griego scholé, es decir, de escuela cuando los seres humanos tuvieron al fin tiempo para pararse, preguntarse y ver el mundo de otra manera. Para ellos, por el mero hecho de aprender. 

La educación se ha convertido ahora en un negocio que, lejos de estar distanciada, se integra en la lógica de la productividad y la rentabilidad. Y así, integrada y sin distancia, se nos han pasado –o no– algunas otras cosas, como por ejemplo, que cómo se entienda la educación y el estudio configura un tipo de subjetividad y de forma de articular la intersubjetividad. Distanciada, la educación enseña a gestionar el disenso y a integrar y aprender de la diferencia. 

Estudiar no es meramente aprender, como quien recoge e integra en su haber (del latín apprehendere, que significa “agarrar”) una serie de conocimientos. Esta es solo una parte del final de un proceso, la de los resultados finales que podrán ser después aplicados. En realidad quien estudia no tiene posesivamente aquello que se le ha enseñado, sino que, de algún modo, lo que se le ha mostrado ha crecido en él desde su interior entremezclado con toda su historia. Lo que se estudia, cómo se estudia y junto a quién se estudia nos conforma: acaba siendo algo consustancial a nuestro modo de ser con nosotros mismos, con los demás y con el mundo. Por eso estudiar (lat. estudio) es prestar cuidado (lat. studium) a lo que se enseña para cultivar de tal modo que los frutos dependan de los modos del  dar, del dejarse dar y de esa interacción plural entre los miembros de una comunidad de estudio. No se trata de adquirir competencias o conocimientos, como herramientas para desempeñarse productivamente en el mundo. 

Estudiar es la manera de aplicarse despacio y atendiendo a las maneras de aquello que se estudia para hacerse uno mismo y producir nuevas formas de estar en el mundo. Estudiar es cultivar y, como en el caso del cultivo, es preciso tener paciencia, llevar un ritmo pausado y constante, atender a las pequeñas vicisitudes del camino, dejar que la semilla arraigue y siga el camino de un fruto que se abre camino a su debido tiempo. Para cuidar hace falta tiempo, pero un tiempo distinto, alejado del mundo más allá del aula, diacrónico en el que poder tomarse tiempo para pensar. 

Y hacen falta unos modos, una atención, una labor casi artesanal para llevar a cabo ese proceso. Estamos obsesionados con los resultados finales y con los logros, tanto que hemos desatendido el camino mismo y los modos en que este tiene de ser andado. Lo importante -oh, anatema- no es la adquisición del conocimiento, “tenerlo”, “tacharlo” de la lista de un programa- sino todo el proceso o la odisea de la conciencia como bien pudiera llamarla Hegel. La educación no es un volcar datos. Es un darlos y compartirlos con cuidado. Y hay que amar mucho lo que se enseña para aprender a amar lo que se estudia. 

La educación debe estar distanciada porque es un acto de amar, de buscar y entender, de escuchar y comprender lo que se sitúa ante ti e integrarlo como parte tuya, pero nunca la posesión misma de aquello que se ama. Platón hablaba de amor platónico y así, en medio de la polis, pero en un apartado de la misma, se buscaba conjuntamente y sin el compás del tiempo respuestas ante preguntas cuya mera formulación ya es configuradora. Y para ello había que salirse de sí mismo como leemos en el Fedro: sentir la “manía”, una de las formas griegas de hablar de la locura como manera de distanciarse del mundo y tratar de ver más allá para comprender aquello que nos causa asombro o entender por qué debería causárnoslo. La educación así entendida enseña incluso a tomar distancia de uno mismo. Y solo así, distanciada y liberada, la educación puede proporcionar a la sociedad cambio y posibilidad de mejora sacando al mundo de sus goznes.  

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Comentarios
  1. La Iglesia católica española saca pecho por su labor educativa con sus 2.586 centros educativos de inspiración católica, 2.455 subvencionados por el Estado.
    A los centros católicos asisten 1.521.196 alumnos, “número que ha supuesto un incremento de 24.085 alumnos con respecto a 2017”. “De ellos, 71.031 son alumnos extranjeros”, señalan desde la Conferencia Episcopal Española (CEE).
    Estos centros cuentan con 130.448 trabajadores, de los cuales 106.005 son docentes, que se distribuyen en 62.077 aulas. En estos centros el 95,9% es personal seglar y el 4,1% personal religioso.
    La CEE asegura que es “particularmente importantes” los 2.455 centros católicos concertados “que suponen un ahorro al Estado de 3.531 millones de euros”. La asignatura de Religión alcanza los 3.303.193 alumnos inscritos y es impartida por 34.868 profesores.

    En cuanto a la educación especial, la Iglesia Católica suma 429 centros donde acceden 11.710 alumnos. El 23,3% de los alumnos con discapacidad estudian en la escuela católica concertada.

    En el ámbito universitario, son 15 las universidades vinculadas con la Iglesia que reúnen a 115.050 alumnos en grados y postgrados. La Iglesia Católica cuenta también con 331 colegios diocesanos, que forman a los 110.197 estudiantes que asisten a estos centros.

  2. Sabio artículo, para reflexionar. Sería de desear que lo hicieran muchos padres.
    Distanciada de la utilidad para dejar de ser útiles, esto es, herramientas del sistema.
    Tomarse tiempo para pensar…
    ¿Sabemos hacerlo todavía?
    Si las bases de una sociedad están mal montadas me temo que pocos éxitos podemos esperar.
    ¿Permitirá este trío neoliberal una educación distanciada?:
    Monarquía, Ejército e Iglesia, ¿por qué son las tres instituciones privilegiadas y blindadas en la Constitución de 1978?
    Llama poderosamente la atención que en nuestra Carta Magna hubo tres instituciones a las que se les concedieron grandes privilegios y que quedaron blindadas: Monarquía, Iglesia y Ejército.
    Una fue la Monarquía –especialmente blindada frente a eventuales reformas por el artículo 168, que para su revisión o eliminación se requiere aprobación por 2/3 de ambas Cámaras y disolución de las Cortes; las nuevas Cámaras deberán ratificar y estudiar la revisión por 2/3, y posteriormente referéndum.
    Y la segunda, la explícita atribución al Ejército de la tutela de la “integridad territorial” y del propio “orden constitucional” (artículo 8), con un doble objetivo. Por una parte, sancionar el olvido de los crímenes franquistas. Por otro, convertir a la jerarquía militar en guardiana de la “indisoluble unidad de la Nación española” y en factor disuasorio frente a las reivindicaciones de autonomía de las “nacionalidades y regiones”.
    La tercera, la Iglesia Católica, a la que se le reconocieron sus intereses básicos en materia educativa (artículo 27) y la renuncia al reconocimiento del carácter laico –y no simplemente aconfesional– del Estado (artículo 16.3), aunque la aconfesionalidad se incumple ya que en dicho artículo “Los poderes públicos tendrán en cuenta las creencias religiosas de la sociedad española y mantendrán las relaciones de cooperación con la Iglesia Católica y las demás confesiones”. Un Estado aconfesional no debe hacer una cita expresa a una religión concreta, ya que esto significa privilegiarla sobre las demás e incumplir el artículo 14 “Los españoles son iguales ante la ley, sin que pueda haber discriminación alguna ni por nacimiento, raza, sexo, religión, opinión…”

    Tales privilegios a estas tres instituciones que han tenido un protagonismo clave. Las tres son instituciones conservadoras, mejor reaccionarias, jerárquicas, verticales, cuyo poder va de arriba hacia abajo, del centro a la periferia. Y lógicamente han contribuido en gran parte, no sé cuál es su alcance, a determinar y configurar nuestra visión política, social, religiosa, económica de acuerdo con determinados valores. Pero además entre ellas ha habido en general un perfecto ensamblaje, o lo que es lo mismo una Triple Alianza. Se han apoyado siempre. Los roces entre ellas han sido escasos.
    (Cándido Marquesán Millán)

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