Opinión
Cuerpos, cosas, pantallas
"Vivíamos rodeados de lo corporal, de materia. Pero como era lo normal, no nos dábamos cuenta", escribe Laura Casielles.
Columna publicada en #LaMarea77. Puedes conseguir la revista aquí.
¿Qué tal tu reencuentro con este periódico en papel? Se hace raro después de tantas semanas leyendo solo en pantallas, ¿verdad? Te imagino haciendo incluso uno de esos pequeños rituales con los que acompañamos las cosas que ocurren con una periodicidad que nos marca el paso de los meses. Tal vez hagas como yo y te lo guardes para la primera mañana de domingo tranquila desde que llega al buzón, para leerlo con calma mientras desayunas –en el balcón si hace buen tiempo–. O tal vez seas de esas otras personas que lo hojean febrilmente nada más recibirlo, anotando en la mente los temas en los que te detendrás en otro momento o devorándolos de inmediato. Quizá de quienes leen siempre con un lápiz a mano.
¿Has echado de menos el timbre de la cartera, los sobres en el buzón?
Acabo de escuchar pasar al afilador lanzando su grito.
Qué raro todo, ¿no?
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Una de las cosas que nos ha ocurrido en este extraño tiempo de la alarma y el confinamiento ha sido la digitalización de muchas cosas. La conversión en virtuales de buena parte de nuestras realidades más cotidianas, que solían tener cuerpo.
Se digitalizaron el trabajo y la escuela, los conciertos y las quedadas para tomar cañas. Pero no solo. También lo menos evidente: las noticias, los afectos, las conversaciones. Las pantallas pasaron a ser la mediación de casi todo en nuestros días.
No es que no pasara antes.
Pero ahora más.
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No deja de ser curioso que ha sido precisamente en el momento en que más cuerpo estábamos siendo en mucho tiempo, invadidos por la enfermedad y por la muerte, cuando ha ocurrido esto.
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Últimamente hablamos mucho de ciencia ficción, intentamos encajar lo que nos pasa en los moldes que evoca la palabra “distopía”.
Esta vivencia sí que tiene algo de peli rara: vivíamos rodeados de lo corporal, de materia. Pero como era lo normal, no nos dábamos cuenta. Al confinarnos, la realidad tangible se redujo a un espacio pequeño. Todo lo demás, si es que seguía siendo real, lo era solo virtualmente.
Hay un experimento filosófico que se pregunta si no podríamos ser, en realidad, un cerebro flotando en una cubeta, conectado a un gran ordenador que le lanza los impulsos que le hacen percibir. Nada existiría, solo esa información entrando a través de cables. Y nos resultaría imposible darnos cuenta.
Un poco esto sería.
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Al fin y al cabo, si algo convierte una realidad en virtual es no poder tocarla.
No poder tocarnos.
No poder tocar.
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Hemos estado a distancia de las cosas y de los cuerpos.
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En esto, sin embargo, late una trampa profunda. Lo material ha seguido definiendo radicalmente nuestras vidas.
El tamaño de la casa. El volumen de la compra posible. La comida que falta a muchas niñas y niños. El barrio o su ausencia. La ansiedad. La calle hostil.
Cuerpos cansados. Cuerpos enfermos. Cuerpos que deben ser cuidados. Cuerpos ineludibles todo el tiempo en la casa. Nuestro propio cuerpo, tan raro en esta situación.
Mientras, pantallas y pantallas introduciendo una dimensión nueva de lo que es real.
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Uno de los aspectos más conflictivos del capitalismo de plataformas y pantallas es la posibilidad de resolver con un clic cualquiera de nuestros deseos. Piensa qué te apetece y pídelo: ya mismo lo puedes tener. Parece magia, es fácil desconectarse de la cadena de personas y labores que lo hacen posible. Por el camino de eso, mucho daño, muchas vidas en el alambre.
El clic que todo lo trae tomó nuevas formas en este tiempo. El gimnasio en casa, el concierto por Instagram, el libro descargable, la clase en pijama.
A las cosas habituales, sin embargo, no podíamos acceder.
Creo que he cocinado más porque no podía pedir comida a domicilio.
Me pregunto si querremos dejar de hacer las clases de fitness mejor online.
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Oye, y por cierto: ¿el deseo, qué?
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Relacionarnos con nuestras amistades, amores, familia, a través de una pantalla de videoconferencia ya no es raro. Hemos retomado a mucha gente por esa vía, también.
Me pregunto qué implica relacionarse habitualmente de manera virtual.
Si hay algo de responsabilidad, de compromiso, que se pierden o se desvirtúan.
Si nos hacemos cargo igual de que quien tenemos enfrente es también una vida cuando la conversación termina con un botón de “apagar”.
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Han vuelto el periódico en las manos, el grito del afilador. Las terrazas, los abrazos. La presencia.
La desescalada es también un reencuentro con las cosas y los cuerpos.
Pero, ¿qué nos ha atravesado?
¿Qué se nos ha quedado en las formas, en los ojos, en la piel?
* * *
¿Y ahora qué?
¿Y ahora qué?
El nuevo orden mundial que nos estamos dejando imponer como pardillos que somos.
–Han dado todos positivo
–¿en qué, en coronavirus?
–no en obediencia.