Cultura
Icíar Bollaín: “Cuidar lo podemos hacer todos igual de bien, no sólo las mujeres”
La directora vuelve a los cines el próximo viernes con 'La boda de Rosa', una comedia luminosa sobre la importancia de quererse a una misma.
Hay cineastas enamorados del cine y sus ficciones, y hay cineastas enamorados del cine y de la vida real. Icíar Bollaín (Madrid, 1967) pertenece a la última categoría. Ella siempre ha creído en la existencia de un público que quiere reconocerse en la pantalla, identificar sus propios ambientes, sus anhelos, sus problemas. Todas sus películas están ancladas a la realidad cotidiana, sin que esto signifique darle la espalda a los grandes temas. Al contrario. En su cine, Bollaín ha abordado el fenómeno migratorio en el mundo rural (Flores de otro mundo, 1999), la violencia machista (Te doy mis ojos, 2003), el imperialismo (También la lluvia, 2010), el desarraigo provocado por la crisis económica (En tierra extraña, 2014) o la herencia cultural frente a la globalización (El olivo, 2016).
Los personajes de todas esas obras están en nuestro pueblo, en nuestro barrio, en el periódico que leemos en el bar. Y su última protagonista, Rosa, también. La boda de Rosa, escrita a cuatro manos con la guionista Alicia Luna, y que se estrena en cines el próximo viernes, narra la historia de una mujer desbordada por su trabajo y sus compromisos familiares. Dice que sí a todo con una generosidad extraordinaria hasta que nota que ella misma está desapareciendo. No existe si no es en relación a sus explotadores laborales y emocionales. No queda nada de sus sueños, que no son muy grandes pero que son suyos. O lo eran. Por eso decide parar y cortar por lo sano. Va a hacer una promesa relacionada con los cuidados y el respeto, se va a comprometer: va a casarse… consigo misma. El terremoto que produce a su alrededor da pie a todo tipo de malentendidos e incomprensiones que Bollaín desarrolla en clave de comedia apoyada por un trío de intérpretes (Candela Peña, Sergi López, Nathalie Poza) en estado de gracia.
Esta reunión con Alicia Luna [con la que ganó el Goya al mejor guión en 2004 por Te doy mis ojos] y con una de sus primeras actrices, Candela Peña [protagonista de Hola, ¿estás sola? (1995)], ¿surgió espontáneamente o era algo deseado desde hace tiempo?
Con Alicia nunca he perdido el contacto, y tenemos mucha complicidad y mucha amistad. Hemos hecho algunas cosas pequeñas desde Te doy mis ojos y hemos seguido siempre de cerca nuestros trabajos, pero sí que teníamos muchas ganas de escribir algo juntas. Y entonces surgió esta idea a partir de una noticia que leí en el periódico sobre una agencia japonesa que hacía estas solo weddings. Te visten y te maquillan como una princesa y te hacen un álbum de fotos entero, pero con una particularidad: que no hay novio. A partir de ahí fuimos tirando del hilo y vimos que, efectivamente, hay gente que se casa consigo misma, en todo el mundo, solas o en grupo, que también hay hombres que lo hacen… Empezamos a dar vueltas alrededor del tema y vimos que ahí había algo que contar que también nos tocaba como mujeres de mediana edad: «¿Yo en la vida estoy donde quiero estar? ¿Esto es lo que quiero?». Y sobre esa idea hemos estado trabajando algunos años. El caso del reencuentro con Candela [la Rosa del título] es diferente porque yo nunca escribo pensando en el casting. Porque si luego esa actriz no puede hacer el papel es difícil cambiar de imagen. Intento escribir grandes personajes para que los buenos actores quieran hacerlos. Pero dejo una puerta abierta. Y Candela, claro, siempre estuvo ahí. Era una candidata ideal. Porque tenía la edad, porque el personaje le iba perfecto y, sí, porque tenía muchas ganas de volver a trabajar con ella.
En su proceso de documentación para escribir esta historia, ¿se ha entrevistado con alguna de estas mujeres que han optado por casarse consigo mismas?
Claro. Cuando estrenamos El olivo en Japón le dije a Alicia: «Vente y nos vamos a ver la agencia esa». Y eso es lo que hicimos, pero aquello era otra cosa. Era algo más centrado en la estética y en las fotos. Era para gente que no se iba a casar o que, habiéndose casado, no tenían ese álbum maravilloso y lo querían. Así que seguimos buscando por Internet y vimos que esto de las bodas para una sola persona efectivamente existen, vimos incluso ceremonias en vídeo. Y en España encontramos a una mujer maravillosa que se llama May Serrano, que se autodefine como casamentera y que hace este tipo de bodas. Ella se casó hace ocho años consigo misma. Hablamos con ella, nos contó su experiencia y nos puso en contacto con otras mujeres que se habían casado. Y fue una ayuda estupenda porque aunque una pueda imaginar por qué dan ese paso no es lo mismo que hablar con ellas y saber, desde su experiencia, qué han sentido y cuáles fueron sus motivaciones. Durante la ceremonia, por ejemplo, cada una hace sus votos personales, ligados a su propia biografía, no son una cosa estándar como los del código civil.
Escribir comedia es seguramente lo más difícil que hay. ¿Le infundía un respeto especial ese toque de humor con el que han impregnado la película?
Pues sí. Ese era el mayor reto. En efecto, escribir comedia es lo más difícil porque si no funciona… se nota mogollón [risas]. Si la gente no se ríe, está mal, claramente. Y luego está la dificultad añadida de saber de qué te ríes. A mí me puede hacer gracia algo que no le hace gracia al público. Además, es que en la película hablamos de cosas serias. A mí el tema del amor propio y de quererse a uno mismo me parece muy serio. Pero no queríamos hablar de ello en tono dramático. Queríamos que fuera una cosa más ligera, más alegre. Conseguir ese equilibrio, el no quedarte en algo superficial pero no ponerte demasiado dramático, era lo complicado. Y en esa cuerda floja nos hemos movido durante todo el guion. Y durante el rodaje con los actores, lo mismo, íbamos buscando ese tono. Lo que le pasa a Rosa es muy serio y ella lo vive con angustia, pero no podíamos caer en el drama. Teníamos muy claro que queríamos contarlo así.
Además, es un humor muy blanco. Burlón, pero no sarcástico. Ese es un terreno de juego muy difícil.
Así es. Yo, por ejemplo, hablaba mucho con Nathalie [Poza] para graduar muy bien hasta qué punto bebe su personaje. Si bebía mucho y se iba cayendo por las esquinas, ya te metes en un patetismo muy duro. Bebe mucho, sí, pero todavía no es un problema como para ir a Alcohólicos Anónimos, porque es difícil hacer humor con un personaje así. Es un tema muy serio. Por eso estábamos todo el rato midiendo: un poquito menos, un poquito más, así. Ha sido lo más chulo de hacer, pero también lo que tenía más complejidad. Y esta predisposición al humor no estaba sólo en los actores. La fotografía también es una apuesta muy luminosa que ya te está diciendo en qué terreno te mueves. El drama suele tener una puesta en escena más fría de luz. Aquí queríamos algo muy luminoso y muy colorido [la cinta está rodada en Valencia]. Y otro punto es la música. Aquí la partitura la firma una mujer, Vanessa Garde, y es una música muy bonita, de comedia, pero no de comedia loca. Hablamos mucho de la música de Nino Rota, del cine italiano de los años sesenta. Hay una película que nos encantaba y que yo tuve siempre como referencia: Locas de alegría (Paolo Virzi, 2016). Es una película muy dramática sobre dos mujeres a las que encierran por locas, pero te ríes porque tiene un punto surrealista. Y esa película es superluminosa, muy mediterránea también, todos los colores están muy arriba todo el rato. O sea, que buscas esa alegría con todos los elementos a tu alcance.
Ahora que lo dice, no es muy habitual que haya mujeres firmando una banda sonora. Pero en La boda de Rosa una mujer compone la música, dirige una mujer, firman el guion dos mujeres, todas las productoras son mujeres… ¿Es una declaración de intenciones?
Y la directora de sonido [Eva Valiño] también es una mujer. Y la directora de arte [Laia Colet]. Este es el equipo más femenino que he llevado nunca. Bueno, hay que decir que hay cosas que sí busco yo, porque son compañeras con las que ya he trabajado, pero otras no. En producción, por ejemplo, había mayoría de mujeres, y esa no fue una elección mía. Las contrató el director de producción, que es un hombre. Surgió así. Un día nos sentamos y allí había unas 20 chicas. ¡Y muy jóvenes! ¡Era impresionante! Poco a poco está habiendo una llegada de mujeres a los puestos técnicos y eso ya se empieza a notar. Afortunadamente.
Hay unas mujeres que hacen que el mundo se mueva y que, paradójicamente, son invisibles, como la Rosa de tu película. ¿Tenías muy claro que esas mujeres necesitaban que alguien hablara de ellas?
El mundo está llenísimo de Rosas. Y en unos países más que en otros. La vida en España no funcionaría sin gente como Rosa, porque son las que están cuidando a los mayores, las que están cuidando a los pequeños, las que sacan adelante sus trabajos profesionales y los de casa, las que sostienen a las familias, las que lo sostienen todo… Son impresionantes. Y no es sólo que sean invisibles, es que aunque las veamos no se les reconoce el trabajo.
Y luego está el personaje de Sergi López (el hermano de Rosa en la película), que hace una creación cómica genial, pero que es ese tipo de hombre que no se da cuenta de que es un explotador. Hay que decir, también, que está retratado con mucha humanidad.
Sí. Sobre todo, no se da cuenta de que es un pesado. Hay una cosa tierna en él y es que muchas de las cosas que hace, las hace con buena intención. Es un hombre que quiere dar, dar y dar… sin escuchar qué es lo que quieren de él. Con Sergi y con la actriz que hace de su mujer [Paloma Vidal] hablábamos de que no es un matrimonio que se haya roto de mala manera sino porque ella se ha cansado de ir detrás de este hombre que es una apisonadora y que no escucha a nadie. Pero no es mezquino. Le monta una boda por todo lo alto a su hermana porque le importa, y le pone mucha voluntad, pero no se ha parado a pensar qué es lo que quiere ella. Al final termina provocando ternura porque no se entera, él oye campanas y tira para adelante. Yo me he reído mucho con Sergi, porque es que lo borda.
Hay un tema que usted ha tratado desde hace mucho tiempo, desde Flores de otro mundo hasta En tierra extraña y que, de alguna manera, toca también ahora con el personaje de Paula Usero [que interpreta a la hija de Rosa, que vive en Inglaterra], y es la condición de migrante.
Su historia es la de otros muchos jóvenes que intentan vivir en otro lugar y que no les sale, no se cumplen sus expectativas. Da igual cuántas veces haya visto la película que yo con Paula me vengo abajo. Hay un momento que me parte el alma, cuando le dice a su madre llorando: «Yo no soy artista ni soy emprendedora». Creo que hay una presión enorme sobre los jóvenes. El mensaje que reciben es que si no tienen éxito es porque no quieren. Que siempre pueden ser emprendedores, como si fuera sencillo. Y encima se les responsabiliza por ello. Si no encuentran su camino es porque no se esfuerzan. Esa presión cada vez es mayor. Y será peor, porque si aún venimos arrastrando la crisis de 2008, lo que nos trae la covid será todavía más desempleo.
Tal y como están las cosas, ¿cree que tendrá que rodar una segunda parte de En tierra extraña?
Me gustaría, pero eso era algo que ya había pensado antes de la pandemia. Y en su momento llegué a hablarlo con Gloria, la protagonista del documental: nos emplazamos a 10 años vista para ver dónde están cada uno de los entrevistados. Y me dijo que sí. Ya han pasado siete años, así que no falta mucho. Y la pandemia hace que ese proyecto sea aún más interesante. La crisis actual, a diferencia de la de entonces, es que ahora va a extenderse por todas partes. En el Reino Unido, donde yo vivo, hay una enorme recesión, con un desplome del 20% del PIB. O sea, que afectará a todo el mundo. Aunque, como siempre pasa, afectará más en unos sitios que en otros.
Hay otro tema recurrente en sus películas y es el de la tozudez, en el mejor sentido del término. Daniel, el indígena de También la lluvia, o Alma, la protagonista de El olivo, o la misma Rosa, son personajes, todos ellos, muy firmes en sus convicciones. ¿Son un reflejo de su propia postura vital y de sus convicciones políticas?
Pues no sabría qué decirle. Daniel y Alma son personajes escritos por Paul [Laverty, su pareja y guionista habitual de Ken Loach] y son muy decididos. Yo estoy más cerca de Rosa, porque la he escrito yo y porque va y viene. La pobre está a punto de no casarse. Es una mujer decidida, sí, pero si no la apoyan los demás probablemente no dé el paso. Alicia y yo le dimos muchas vueltas al hecho de que Rosa convoque a su familia para la boda. Por lo que pudimos ver, las personas que se casan consigo mismas no suelen llamar a su familia para la ceremonia. Llaman a sus amigos. Pero Rosa sí lo hace. ¿Por qué? Llegamos a la conclusión de que es porque necesita su ayuda para hacer lo que quiere hacer. Necesita que sus hermanos la apoyen. En eso es diferente a los otros personajes, que no buscan apoyos, simplemente actúan. Yo me parezco más a Rosa: quiero hacer algo, pero necesito consenso, que la gente que me rodea esté de acuerdo. A mí me gustaría más ser como Anna Castillo en El olivo, pero soy más Rosa. [Risas]
En la vida real se da un fenómeno curioso en esa pugna entre principios inamovibles y flexibilidad: parece que las flexibles siempre tengan que ser las mujeres. Sobre todo en lo que tiene que ver con los cuidados y las relaciones familiares.
Sí. Eso es algo que se espera siempre de las mujeres. «Vale, trabaja fuera de casa pero cuando vuelvas sigues cuidando». O «tienes tres hijos, sí, pero también te vas a ocupar de tu padre y de tu madre». Eso es algo que se espera. Y como se espera pues no se valora. Si eso lo hace un hombre sí se valora. Se le elogia el esfuerzo: «Fíjate, cómo se ocupa también de su madre». Pero eso no se dice cuando se trata de una mujer. Se da por hecho. Es parte de tu rol. Yo espero que eso vaya cambiando y que asumamos que el cuidado de los demás es de todos. Es una tarea que se puede compartir. Y no hay nadie mejor dotado para hacerlo. Las mujeres no venimos de fábrica mejor preparadas para cuidar. Podemos hacerlo todos igual de bien.
¿Hace falta ser una Alma o una Rosa para ser directora en España?
Cada vez menos, pero sigue haciendo falta ser muy pesada. Porque hay inercias. Tengo que decir que cuando yo empecé conté con el apoyo de productores masculinos como Santiago García de Leániz, que fue mi socio en La Iguana, y que desde el principio me dijo: «Tú puedes con esto». Igual que Enrique González Macho, que estuvo con nosotros a muerte. Y luego Juan Gordon. Y Paul Laverty, mi compañero, también confió en mí para rodar guiones muy complicados, muy ambiciosos. Yo he tenido mucho apoyo, pero socialmente aún notas que no se confía en una mujer al mando. Pero no lo digo sólo yo, hay estudios de la OMS que hablan de estas creencias, que están muy arraigadas. Hay una estadística que dice que más de la mitad del planeta piensa que los hombres están mejor dotados para el mando. Y eso es lo que te encuentras cuando asumes responsabilidades. Ese es el techo de cristal famoso. No es que alguien te haga la zancadilla. Es algo mucho más sutil. Por eso cuesta tanto entrar. Por eso cuesta tanto darle la dirección de fotografía a una mujer. Luego, cuando rascas un poco, ves que hay mujeres megacapaces en ciencia y en tecnología, pero lo técnico sigue siendo un territorio mayoritariamente masculino. Mi hermana, que vivió muchos años en Alemania, me contó que los exámenes de música en el conservatorio se hacen detrás de una cortina. Se hace así para valorar simplemente el sonido sin ver si es un hombre o una mujer quien está ejecutando la pieza. Ni si es chino o negro, claro. Por algo será. Oficialmente no hacemos distinciones pero luego las cifras reales te dicen otra cosa. Me anima mucho ver series como Hierro o como La unidad, en las que están precisamente Candela y Nathalie interpretando a mujeres de mediana edad con responsabilidades, mujeres que están al mando, en puestos de poder. Y eso es raro. No es lo habitual.
Si pudiese volver atrás, ¿qué consejo le daría a esa joven Icíar Bollaín que pretende ser directora?
Pues lo mismo que les digo a las chicas que a veces me cuentan que quieren dirigir: que dirijan, que se lancen. Que no hay un cine pequeño y un cine grande. Y, además, técnicamente es más fácil que nunca. Si quieren contar historias, que las cuenten. Porque hacen falta. Hacen falta voces, experiencias propias, miradas personales. Eso a mí no me lo dijeron [risas]… pero de alguna manera lo intuí. Quizás lo entendí porque hice Hola, ¿estás sola? con mucha modestia y sin saber muy bien dónde me metía pero tuvo una recepción muy positiva. Fue algo como «qué bien, otra voz, alguien que cuenta cosas desde su experiencia, algo distinto, original». Y gustó tanto que pensé: «Ah, pues igual está bien que siga contando historias».
«El Olivo», como una historia real, de valores y contravalores.
Magnífica.
Desde que la ví en «El Sur», siendo una niña, me cautivó Iciar, también Victor Erice («El Sur» «El espíritu de la colmena»), en aquella época descubrí una gran sensibilidad y una manera distinta de contar historias o de hacer cine. Ambos me parecieron especiales.
Por si fuera poco, luego se convierte en compañera de Paul Laberty, excelente guionista de mi admirado y comprometido Ken Loach.
No podía ser de otra forma.