Cultura

#LaLectora | El día en que Aurora Rodríguez comprendió que debía matar a su hija

Esther López Barceló escribe sobre la historia tras el libro 'Los motivos de Aurora' y entrevista a su autor, Eric Hackl.

Portada de 'Los motivos de Aurora', editado por Hoja de Lata.

Un día, Aurora Rodríguez comprendió que tenía que matar a su hija. Entró en el dormitorio, sacó de la mesilla de noche una pistola que había comprado meses atrás por si debía proteger la vida de Hildegart, cargó el arma, quitó el seguro y se dirigió sin titubear a la habitación de la hija. 

Los motivos de Aurora, Erick Hackl

Así comienza la novela de Erick Hackl sobre uno de los filicidios más impactantes de nuestra historia contemporánea. Los motivos de Aurora es el relato ficcionado de un estremecedor hecho real, ocurrido hace 87 años, que ha hecho correr apasionados ríos de tinta desde entonces y que no ha dejado de generar fascinación entre quienes lo descubren. Hablamos del crimen de Aurora Rodríguez contra Hildegart, su hija. El escritor austríaco, autor de la obra en cuestión, se interesó por esta historia en la década de los setenta cuando era un joven entusiasta del mundo hispanohablante al que se hallaba ligado estrechamente en su condición de estudiante de Filología Hispánica.  

Los motivos de Aurora fue publicado por primera vez en alemán en 1987 y ha sido reeditado en España en 2019 por la editorial asturiana Hoja de Lata. La traducción al castellano corrió a cargo del prolífico escritor y traductor José Ovejero. Hackl suele elaborar sus relatos a través de una prosa fría colmada de hechos. Pero en este caso, el castellano que para él imaginó Ovejero añadió a su escritura un gradiente de calidez, transformando su lectura en un acto de verdadero acogimiento. Todo ello, a pesar de lo sobrecogedor del caso. Pero es que a Hackl no le interesaba escribir la fidedigna historia de Aurora y Hildegart sino más bien imaginar el ambiente en el que se desarrollaron sus vidas hasta llegar al fatídico día del 9 de junio de 1933. El día en que «Aurora Rodríguez comprendió que debía matar a su hija«

Dos niños prodigio bajo la tutela de Aurora: Hildegart y Pepito Arriola

Hildegart fue concebida de forma fríamente premeditada por su madre. Al parecer, su nacimiento fue el fruto de un acuerdo entre un sacerdote y su madre. El objetivo de tener una hija, para Aurora, iba indisolublemente enraizado a la finalidad política de convertirla en una líder social capaz de contribuir a la consecución de un mundo más justo en el que la emancipación de la mujer fuera la máxima prioridad. Durante los primeros años de vida de la niña quedó materialmente demostrado que los esfuerzos pedagógicos de Aurora habían dado sus frutos de forma tan asombrosa como eficaz. Hildegart se había convertido en toda una niña prodigio aunque muy alejada en sus dotes al resto de niños virtuosos de la época. Ella era una lideresa política en ciernes.   

Las capacidades educativas de Aurora no se detuvieron en su hija, ya que también quedó unos años a cargo de su sobrino, José Arriola, al que ayudó a convertirse en un prodigio del piano. Tanto es así que su madre, al conocer su talento, lo reclamó bajo su tutela. Fue entonces cuando, gracias a la financiación de su Corruptísima Majestad, la reina María Cristina, estudió en Alemania con Richard Strauss, formó parte de la Filarmónica de Berlín y protagonizó giras internacionales que le subieron a prestigiosos escenarios como el del mítico Carnegie Hall. Sin embargo, sus años de gloria sufrieron una terrible caída en la década de los cuarenta, cuando regresó a España y quedó anclado para siempre, en el imaginario colectivo, en el papel del pianista-niño prodigio del que su vida adulta no interesaba nada a nadie

Hildegart siguió derroteros muy distintos a los de su primo, como ya decíamos, interesándose desde la tierna adolescencia por la política, tal y como su madre había previsto. Siendo aún una niña con trenzas ya escribía en diarios como El Socialista y teorizaba acerca de los valores positivos de la eugenesia aplicada a la planificación familiar. Es por ello que formó parte de la Liga Mundial para la Reforma Sexual. Su compromiso social la llevó además a militar en el Partido Socialista hasta que lo abandonó debido a desacuerdos con la línea oficial, pasando a formar parte del Partido Republicano Democrático Federal. Su admirable capacidad para la mecanografía y su indiscutible carisma como oradora acentuaban la naturaleza extraordinaria de Hildegart. 

Aurora Rodríguez era una mujer de firmes convicciones y una excepcional conciencia social. Dedicó su vida a hacer de Hildegart una extensión de su compromiso y convicciones políticas. Es por ello que cuando presintió que su hija planeaba marcharse a Inglaterra tras aceptar una insólita petición del mismísimo H.G. Wells, temió que los intereses para los que la había concebido se vieran traicionados. Fue por ello que, finalmente, decidió asesinarla. Tras este trágico y aberrante acontecimiento, Aurora continúo su vida hasta el final expresando y teorizando reflexiones de índole social en el propio manicomio de Ciempozuelos, al que había sido trasladada en cumplimiento de su condena como asesina confesa de su hija. Fue allí donde murió de cáncer de estómago.

Los motivos de Aurora de Eric Hackl

Del propio título de la novela ya subyace el enfoque que Hackl pretendió dar al relato del filicidio de Hildegart. Y esa intención además queda directamente constatada en la Nota de Autor que puede leerse al final de la edición de Hoja de Lata: «Vaya por delante la advertencia, que es al mismo tiempo una autoincriminación, de que esta novela no cuenta la vida de Aurora Rodríguez y su hija Hildegart tal como fue«.

Algunas líneas más tarde, Hackl también confiesa el porqué de su aceptación a reeditar la novela treinta y tres años después de la primera edición. Y es que para el autor, la orgía de tinta generada a partir de la vida de estas dos mujeres se producía siempre «desde una óptica intimista» que hacía hincapié en la antinatural relación que mantenían ambas, caricaturizando a Aurora a partir de apelativos peyorativos como «Pigmalión», «El Golem» o «Frankenstein». A Hackl no le interesa la literatura que busca el morbo o la patologización psiquiátrica de la homicida.

Le mueve otra cosa al adentrarse a revivir esta historia: «Para mí, han sido determinantes los motivos sociales que llevaron a la madre a querer realizar sus ideas de un mundo más justo. [Me interesaba] mostrar lo que llevaban de razón ella e Hildegart en su rechazo de la sociedad de clases dominada, además, por el machismo que relegaba a las mujeres a un segundo plano». De hecho, la cita de Guntram Vesper que antecede a la novela, sintetiza esa idea que sustenta la narración: «Un recurso terrible contra las personas extraordinarias consiste en hundirlas tan profundamente dentro de sí mismas que solo puedan volver a emerger con una erupción volcánica». 

Entrevista a Eric Hackl: «Creo que el desenlace terrible fue el resultado de la soledad de ambiente en que vivían ellas dos»

¿Cómo surge en ti la necesidad de escribir acerca de la resistencia al nazismo, la guerra civil española o los desaparecidos de la dictadura en Argentina? 

Me parece lo más natural del mundo porque a pesar de que nací nueve años después del fin de la segunda guerra mundial era algo que impregnaba aún por completo nuestro presente. Estaba en las historias que nos contaban nuestros padres o nuestros vecinos. Me crié en una pequeña ciudad que sigue siendo famosa por ser una ciudad de la que surgió un movimiento obrero muy potente constantemente aplastado por el fascismo católico austríaco. En el 34 fue un foco paradigmático por su revuelta obrera. Marcó un hito histórico ya que supuso un intento importante de enfrentar a la dictadura y fracasó siendo cruelmente aplastado por el ejército y las milicias de extrema derecha.

Austria vivió una dictadura fascista y años más tarde todo fue a peor con la anexión al Tercer Reich. Muchos de los habitantes de mi pueblo acabaron en cárceles y campos de concentración. Así que toda esa parte de la historia me interesaba porque los nombres de las calles de mi pueblo llevaban los nombres de los combatientes de la resistencia. Así fue como empecé con 18 o 19 años seriamente a investigar a los supervivientes. Y así conecté con España y con el mundo hispanohablante cuando estudié filología hispánica.

Buscaba nexos entre mi país y España; por un lado, estaban los combatientes austríacos que lucharon contra Franco y por otro, los españoles deportados en los campos de Mauthaussen. Estos supervivientes a España no podían volver y a Francia muchos no querían hacerlo porque se sentían traicionados por los franceses. Pero el caso de Aurora es ajeno a todo esto porque no tenía ningún nexo con Austria. Pero no era eso lo que me costó de trabajar el libro sino que la historia es sobre dos mujeres de la burguesía.  Reflejar eso fue lo más difícil para mí porque siempre mis protagonistas eran gente de la clase obrera, de los sectores más humildes. Pero quería contarla porque su historia era un caso fuera de lo común. 

¿Cómo conoces la historia de Aurora y Hildegart?

Me enteré del caso por lo que escribían sobre la película que se estrenó en los 70. [Se refiere a «Mi querida Hildegart», dirigida por Fernando Fernán Gómez en 1977. Ahora mismo puede disfrutarse en la plataforma digital «FlixOlé»]. Pero yo ni siquiera quise verla antes de haber escrito el relato porque pensé que me iba a condicionar demasiado. A causa del libro recuerdo que hubo una periodista de la TV alemana que influyó para que la emitieran sobre 1987. Efectivamente después de publicar el libro había mucho interés por parte de productoras de cine alemanas por hacer una película y yo a todos les decía que ya existía. 

¿Se había escrito algo ya sobre ellas, aparte del guión de la película?

Entonces solo existía la crónica de Eduardo Guzmán, Aurora de sangre: vida y muerte de Hildegart. No obstante, el caso había aparecido en una referencia citada en Usos amorosos del postguerra española de Carmen Martín Gaite: 

«Aurora Rodríguez Carballeira, la madre de Hildegart, aquella nietzchiana dama roja de los paseos eugenésicos por las rondas de Madrid en pos del garañón padre, ideal del superhombre que quiso concebir. Y que Dios no quiso que concibiera cuando, como escarmiento, le dio una hija –la señorita Hildegart–, que se llegó a aburrir de tantas filosofías, de tantas letras, tantas Casas del pueblo, tanta sierra de Guadarrama y tanto círculo federal y fue a morir de aburrimiento y de ocho navajazos cuando su dulce mamá… descubrió en ella no al superhombre soñado sino a la mujercita que –¡oh, maldición!– se había enamorado. Que es una de las tres únicas cosas serias que puede hacer una mujer. Las otras dos, ya sabéis, son coser la ropa del marido y darle todos los hijos que se ofrezcan.» (El Español, 30/10/1943)

¿Cómo encaraste el proceso creativo que engendró Los motivos de Aurora?

Yo al principio empecé a buscar una estructura para la historia a finales de los 70 y pensé en hacer una novela experimental hasta que pienso que todo eso no iba a ningún sitio y entonces, en el 84, vuelvo a Madrid unas semanas con el propósito de investigar. Fui a buscar los escritos de Hildegart pero no era tan fácil.

Encontré algunos en la Biblioteca del Ateneo y después en dos hemerotecas. También fui a Ciempozuelos donde me encontré a un psiquiatra jubilado que me cuenta muy poco. De hecho, tampoco di con las actas del juicio mientras elaboraba el libro. Fue después cuando conseguí una copia. Y creo que al mismo tiempo que yo, publica Guillermo Rendueles los apuntes psiquiátricos de Aurora.

Era muy complicado acceder a ellos porque me daba la sensación de que el hospital psiquiátrico funcionaba todavía a modo de continuación del franquismo en cuanto a su administración. No tenía la sensación de que me quisieran ayudar. Así que lo que, fundamentalmente, me sirvió fue acercarme al caso a partir de la contextualización de la época. Leí mucho sobre ese tiempo. 

Sin embargo, a ti no te interesaba escribir sobre la locura de Aurora, ¿no es así?

Efectivamente, ese aspecto de Aurora era algo que no me interesaba. Porque si llegara a afirmar que estaba loca entonces su enfermedad taparía lo  que a mí me parecía importante de la historia. Ese afán por liberar a las mujeres y a las clases oprimidas quedaría retratado como pura locura.

En general, intenté no meterme demasiado en la piel de la madre, ni de la hija. Primero porque me hubiera parecido una falta de sensibilidad por mi parte porque, al fin y al cabo, soy hombre. Así que no puedo fingir esa cercanía porque sus sentimientos y experiencias no los puede comprender con la intensidad necesaria alguien del otro sexo. También tomé distancia porque fue un caso que se dio bastante antes de mi propia vida. Muchos años antes. Y tercero, porque se dio en una sociedad que no era la mía.

A raíz de esos tres motivos creí haber entendido la forma adecuada de contar la historia. Escribí un texto narrado desde cierta distancia. De forma bastante fría. Aunque es perceptible que sentía cierta simpatía por los fines sociales y políticos de las dos mujeres, pero evité narrar imaginando los sentimientos de las protagonistas. 

Ya que te introdujiste tanto en la vida de Aurora y Hildegart, ¿qué explicación das a tan terrible desenlace más allá de la cuestión psiquiátrica?

Creo que el desenlace tan terrible, para mí, era el resultado de cierta soledad de ambiente en el que vivían ellas dos. Cuando haces algo que va en contra de los poderes fácticos vas reduciendo tu entorno por decisiones político-morales que, en el caso de Hildegart, pueden constatarse en su alejamiento del Partido Socialista para pasar a militar en el Partido Federal.  Además escribe para el diario La Tierra que se dirigía un público muy concreto y muy reducido. Si además, a eso le sumas que luchas con todas tus fuerzas, llegas a un punto de cierto aislamiento.

Esa es una trampa que se repite siempre en situaciones en las que la violencia por parte de los enemigos se canaliza en los propios perseguidos enfrentándose entre sí. Ese es un fenómeno que se vio mucho en los movimientos revolucionarios en los que acabaron persiguiéndose los unos a los otros. La violencia que tuvieron que soportar por parte de las fuerzas hegemónicas de la sociedad era canalizada contra sí mismos y eso fue lo que creo que puede ayudar a explicar este caso. 

De lo que no fui consciente cuando escribía el libro fue de algo que me dijo un poeta vienés exiliado en Nueva York que un día me dijo a gritos: «Tú has escrito el libro más importante de los 80». Mucho tiempo más tarde entendí a qué se refería. Lo que quería decir mi amigo es que había reflejado la opresión ejercida por parte de la generación que hizo la revolución hacia la siguiente. Es decir, que los que hicieron la revolución no dan la autonomía necesaria a la generación siguiente.

Se puede leer esa historia como una historia de los movimientos revolucionarios con todo lo trágico que ello conlleva. Sin embargo, esa interpretación no la tenía yo en mente mientras escribía. Pero suele pasar que después de haber escrito un libro te enteras después de cuál fue tu verdadera intención al escribirlo. 

¿Crees que Aurora era una verdadera referencia en su época o que se la ha mitificado a partir del crimen?

Cuando hicimos la presentación del libro en Gijón con Guillermo Rendueles fue muy interesante porque para él Aurora era una enferma. Sin embargo, al público no le gustó esa percepción porque el público estaba muy a favor de las dos mujeres. Lo increíble es que uno de los que protestó contra la tesis de Rendueles le dijo que tiene un hermano llamado Hildegart que nació en el 1935.

Yo creo que que sí tuvo una trascendencia inmensa antes del caso, si no antes porque ella dio una conferencia en Gijón antes del 33 y los padres de ese señor estuvieron allí. También me pasó que cuando busqué las actas del juicio, el director del archivo me contó que conocía la historia porque su padre solía llamar a su madre Hildegart cuando ella defendía los derechos de la mujer. Es decir, sí había gente que recordaba a Hildegart y no sólo por el hecho del terrible desenlace sino por su personalidad, sus conferencias, etc. Pero es muy difícil evaluar. Ahora salió publicada la novela de Almudena Grandes y, sin embargo, los periódicos siguen contando la historia desde cero. 

Quiero resaltar también la opinión de María Losada, quien analiza el pensamiento político de Hildegart y destaca que se adelantó dos años en teorizar acerca de la necesidad de un frente único:  

«Hildegart se presentaba dos años antes totalmente partidaria del frente único (…) un frente revolucionario protagonizado de forma mayoritaria por la UGT y la CNT y que encarnase la síntesis de las tendencias obreristas (…) Un frente único de las características de la unidad proletaria que propugnaban algunos cenetistas en respuesta a una propuesta socialista en 1934 y similar al que terminaría por triunfar durante la presidencia de Largo Caballero en 1936». El pensamiento político de Hildegart Rodríguez: entre socialismo y revolución, de María Losada Urigüen.

¿Llegaste a conocer a Eduardo de Guzmán? Cuentas en el libro que le ocurrió algo de difícil explicación con una carta que le dirigió la propia Aurora desde Barcelona. 

Yo fui un joven con vergüenza de molestar a Guzmán porque para mí fue excepcional llegar a conocerlo. Y debo confesar que me habría gustado escribir sobre su vida pero él tiene ya algunos libros en los que habla de sus experiencias. Yo escribí sobre él cuando murió porque me dolió mucho enterarme de su muerte. Cuando tienes necesidad de acudir a gente para investigar sobre alguna historia, normalmente, eso te lleva a generar grandes amistades. Y él fue la única relación que pude establecer en relación a Aurora y Hildegart. Al morir él, la historia quedó como sin lazos conmigo y con el presente. Con otras historias duró más. Mi segundo libro fue sobre una niña gitana de mi pueblo que fue asesinada en Auschwitz. Le sobrevivieron sus hermanos de acogida y la relación que se fraguó fue algo inmerecidamente bello. 

Sobre la carta de Aurora, ahora ya está claro cuándo y de qué murió pero Guzmán no lo sabía. Él me lo contó que recibió una carta con una dirección de Barcelona que decía: 

«Estimado amigo:

He leído con interés y aprobación su artículo en el que honra la vida y la obra de mi hija Hildegart. Estoy completamente de acuerdo con todo lo que ha escrito. Solo me gustaría añadir un pequeño detalle sin importancia: indica usted que la madre de Hildegart, a la que usted no volvió a ver después del proceso, sin duda ha muerto hace muchos años. Se equivoca. Estoy viva y bien de salud. 

Con todo mi aprecio, 

Aurora Rodríguez Carballeira»

Eduardo fue a Barcelona a la dirección del remitente pero allí nadie sabía nada.

Certificado de defunción de Aurora Rodríguez Carballeira

Nos habría gustado poder enviar a Eduardo de Guzmán la prueba de que Aurora había muerto en Ciempozuelos. Es por ello que decidimos pedir su certificado de defunción al Registro Civil. Gracias a esas gestiones, podemos constatar que Aurora Rodríguez Carballeira falleció el 28 de diciembre de 1955 de un cáncer de estómago. Así que, la carta enviada a Eduardo pudo tratarse de una broma o de un mensaje que la propia Aurora le envió a través de otra persona que se hallara en libertad.

Tal vez lo enviara el familiar de alguna interna o algún trabajador del centro. Puede que Aurora quisiera sortear la vigilancia del correo a la que estaría sometida para poder agradecer a Eduardo, de su puño y letra, las palabras que dedicó a Hildegart. Lo que está claro es que, a pesar de la frialdad con la que llevó a cabo la ejecución de su terrible crimen, seguía sintiendo un profundo respeto e incluso admiración por aquello en lo que convirtió a su primogénita. Desgraciadamente, ese estado emocional es compatible con la ausencia del sentimiento más esencial de una madre hacia su hija: el amor.

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