Economía
La escuela inteligente de Silicon Valley: así se diseñan los trabajadores del futuro
La desigualdad entre clases se hará aún más notable en hogares donde no existan dispositivos tecnológicos.
En uno de los pasajes de El Capital, al explicar que la jornada de trabajo nace como resultado de una lucha entre capitalistas contra obreros, Karl Marx utiliza el siguiente ejemplo para describir las tácticas de los primeros: “[…] En Alemania, los niños se educan desde la cuna en el trabajo, aunque solo sea en una ínfima proporción”. Hoy la técnica no solo contribuye a decantar el conflicto del lado de los propietarios de la plusvalía, sino que los métodos neotayloristas de la fábrica digital también se han extrapolado a las aulas virtuales. Desde dispositivos inteligentes con aplicaciones recreativas instaladas hasta cámaras y micrófonos que reconocen las experiencias sensoriales del alumnado, las tecnologías de la educación convierten a cada individuo en un número que un algoritmo utiliza para predecir y determinar su futuro laboral en función de en qué ámbito puede ser más productivo. También ponen a competir entre sí a los menores antes siquiera de que aprendan sobre la existencia de los mercados.
En este contexto hemos de entender las preguntas que se hacía una de las revistas más importantes sobre EdTech cuando comenzaba el brote de coronavirus: “¿Luchando contra la escasez de maestros o las aulas superpobladas?” Y también sus respuestas. “Considere entregarle un Chromebooks a los niños”. En 2018, esta tecnología en propiedad de Google representaba el 60% de todos los ordenadores portátiles y tabletas adquiridos en las aulas de Estados Unidos, en comparación con el 5% de 2012. Microsoft ocupaba el segundo lugar en este ranking con un 22% de los dispositivos, seguido de Apple, con un 18%.
En España, el Gobierno vasco convocó el pasado año una subvención que fomenta la adquisición de estos dispositivos para su utilización en Educación Primaria, Educación Secundaria Obligatoria y Bachillerato. Y si bien la asociación Xnet consiguió que la Generalitat de Catalunya se comprometa a poner freno a Google en escuelas e institutos, la Conselleria de Educación de les Illes Balears gastó 850.000 euros en 3.000 dispositivos de este tipo aludiendo a la situación de excepcionalidad provocada por la COVID-19. Ahora el Gobierno de España ha anunciado un plan de 260 millones de euros para digitalizar la educación, que incluye la compra de 500.000 dispositivos.
Las compañías de Silicon Valley han conquistado la parte trasera de las escuelas, las infraestructuras digitales sobre las que se erigen (los servidores o la nube), para después desarrollar aplicaciones que solo funcionan con sus tecnologías. Por ejemplo, la empresa fundada por Bill Gates vende licencias para el plan Microsoft 365 Education, invita a los estudiantes a “impulsar sus carreras” con los recursos de aprendizaje de Azure for Education y predica que su tableta Surface ayuda a “preparar las aulas para el mañana”. Al abarcar el software, el hardware y los servicios basados ??en la nube de EdTech, Microsoft es tan poderosa que muchos centros educativos externalizan la gestión de los servicios hacia sus servidores. Como denuncia la iniciativa EHU ez dago salgai!, la Universidad del País Vasco ha entregado a Microsoft la gestión de los mensajes de correo.
La competencia en el mercado es como una guerra, y la estrategia de negocio de Google en el mercado de la educación es una de las más salvajes de todas. A cambio de los datos de profesorado y alumnado, esta empresa ofrece servicios de software educativo gratuito como G Suite for Education, kits de cursos de todo tipo o servicios a centros educativos a través Google Cloud Platform. En este contexto, las universidades tienen la libertad para elegir entre Microsoft o Google. Hace unos cuantos años, la Universidad Carlos III de Madrid se decantó por este último para gestionar su correspondencia digital.
Por último, aunque Amazon se atrevió a entrar en este mercado hace solo cinco años, mediante su rama de computación en la nube Amazon Web Service ofrece el servicio Educate. “El sector EdTech ofrece oportunidades emocionantes para ayudar a los niños a tener éxito en la era digital, independientemente de sus antecedentes”, señalaba Doug Gurr, responsable de la compañía en Reino Unido. Para ello ha lanzado una gama de contenido educativo gratuito para familias, un programa virtual de programación para estudiantes de 12 a 17 años llamado Amazon Future Engineer y ha donado dispositivos gratuitos para ayudar a los menores de entornos desfavorecidos.
Al mismo tiempo, presume de que la interfaz de voz que facilita Alexa simplifica la forma en que los estudiantes se registran en sus cursos, ayuda a los progenitores a mantenerse conectados con lo que sus hijos están aprendiendo en la escuela y facilita a educadores y educadoras ahorrar tiempo al acceder a información importante. A su vez, los datos extraídos mediante el asistente virtual han permitido a la compañía mejorar sus herramientas de aprendizaje automático (machine learning, en inglés) y conseguir que el sector público utilice la rapidez que permiten estas tecnologías para equipar a los estudiantes con las habilidades y experiencia que necesitan “para tener éxito”.
Como evidencia esta empresa, los estudiantes comienzan a dar sus primeros pasos como trabajadores que aprenden las habilidades requeridas para el futuro mercado digital mediante interfaces diseñadas a medida desde California, pero también como consumidores de los servicios y productos de las empresas que lo controlan. Así, este círculo vicioso retroalimenta el poder privado, desplegado mediante la vigilancia, la extracción de datos y la utilización de estos para encaminar a los usuarios hacia los objetivos de rentabilidad de los capitalistas individuales. ¡Antes siquiera de cumplir tres años, los trabajadores han perdido la batalla!
Aunque desde luego, esta no es la única consecuencia derivada de la intromisión privada en la educación pública. De hecho, la historia de la vigilancia del alumnado en EEUU es especialmente problemática. Según revela el trabajo de los académicos Priscilla M. Regan y Jolene Jesse, “el seguimiento de los estudiantes en la década de 1950 dio como resultado aulas segregadas por raza, etnia, género y clase”. De hecho, como explicaba Shea Swauger en una charla reciente, “la tecnología que se vende como innovación en EdTech se originó en las cárceles y continúa con esa tendencia en la actualidad”. Mismamente, startups como OnGuard han nacido para normalizar casos como el del Huntsville City Schools, un distrito escolar de Alabama que pagó más de 150.000 de dólares a un exagente del FBI para implementar un programa de monitoreo de redes sociales que terminó en la expulsión de 14 estudiantes, de los cuales 12 eran afroamericanos.
“La educación a distancia significa que los distritos necesitarán ayuda para vigilar de cerca a los estudiantes y protegerlos en el entorno digital”, apuntaba una portavoz de Gaggle Safety Management, una empresa que ha firmado una alianza con Microsoft para vigilar la actividad del alumnado y alertar a los funcionarios cuando sea necesario. Del mismo modo en que la cultura de la militarización puede discriminar de acuerdo a la raza o la etnia, la gobernanza neoliberal facilitada por las tecnologías de la educación puede naturalizar otros sesgos, que surgen al categorizar a los sujetos como ‘adecuados’ o ‘insuficientes’ para un trabajo basándose en patrones de análisis de datos. Al respecto, los profesores Jun Yu Icon y Nick Couldry señalan que la “datificación de la educación” conlleva “la creación de un ecosistema de extracción de datos donde las empresas ganan dinero diseñando perfiles y creando predicciones personalizadas sobre el progreso futuro de los estudiantes”.
Estas últimas líneas deben leerse en el contexto de lo que The Washington Post (su dueño es Jeff Bezos, fundador de Amazon) acuñó sin ningún tapujo como la WallStreetificación de la educación, es decir,arreglos financieros de distinto cuño, como el Bono de impacto social (SIB, por sus siglas en inglés), Pagar según el éxito (PFS) o el Financiamiento basado en resultados (RBF). Bajo esta suerte de financiarización de la educación desde edades tempranas, el aprendizaje pasa a convertirse en un juego económico, el cual suaviza la doctrina de la competencia. ¿Cómo se plasma en la práctica? La periodista Laura Galaup publicó hace más de un año que la Conferencia de Rectores de Universidades Españolas (CRUE) lanzó una app académica que otorga al Banco Santander una vía exclusiva para “conseguir datos personales y académicos de alumnos y profesores con el fin de elaborar perfiles y ofrecer servicios financieros individualizados”.
Es el neoliberalismo en su expresión más pura: las instituciones públicas, el Estado y la sociedad se retiran para dar paso a instituciones creadas ad hoc con el objetivo de que los sujetos acudan al mercado para conseguir respuestas a sus problemas. Por supuesto, esta práctica suele ser presentada de una manera más acorde con los intereses de los estudiantes, especialmente en la educación temprana. Una de la divisiones en el negocio EdTech de Microsoft es el de la computación personal, donde ofrece plataformas de aprendizaje mediante juegos para la XBox. Por su lado, Google Home anunció recientemente que colocaría a disposición de los niños más de 50 nuevos juegos a través de Family Li. Gidi Mobile, que recibió un millón de dólares de Google, tiene 500.000 usuarios que directamente emplean productos de e-learning gamificados. Google también ha presentado un asistente de voz centrado en jugar con los niños llamado Diya como parte de su nueva aplicación educativa para Android Read Along. Por si no fuera suficiente, Facebook Innovate vende “productos de vanguardia que transforman las lecciones en experiencias inmersivas” mediante las gafas de realidad virtual Occulus.
Todas estas tecnologías representan la taylorización de la educación, pues equivalen a los brazaletes inteligentes que portan los trabajadores en los almacenes logísticos de Amazon, o a las aplicaciones que controlan a los repartidores en las plataformas de envío a domicilio. Como señalaban los profesores Emiliano Grimaldi y Stephen J. Ball, “el neoliberalismo invita a las personas a ser flexibles, responsables y autogestionadas en diferentes ámbitos de la vida. Y, al mismo tiempo, establece relaciones numéricas entre el alumno y el profesor”.
Ahora bien, como distintos académicos señalan, no cabe duda de que esta última figura quedará excluida debido a la mediación algorítmica entre estudiantes y plataformas digitales. Al orientar de manera automática a los estudiantes hacia una profesión según los datos recopilados durante su vida, las jerarquías sociales aparecerán como naturales o sencillamente desaparecerán del imaginario colectivo. Si una familia no puede permitirse llevar a sus hijos a un colegio con los recursos para adquirir los softwares necesarios para implementar la educación del futuro, difícilmente podrá acceder a un trabajo bien pagado. Esta desigualdad entre clases se hará aún más notable en hogares donde no existan dispositivos tecnológicos para todos los miembros de la familia.
No hace falta conocer terminología marxista como “ejército industrial de reserva” para saber que la existencia de una población de trabajadores sobrantes en la periferia global es necesaria para mantener los salarios bajos en el centro. La educación que promueven las compañías de Silicon Valley trata de formar a los trabajadores del futuro que deberán formar esa masa y los adapta desde el primer día de colegio a la condición de precarios eternos.
Gracias Josep María por tu lúcido comentario.
Cuidado con SV, cuna del neoliberalismo más salvaje. Hay gente que confunde tecnología con progreso y no necesariamente van de la mano.
Estudios de hace años indican que los niveles de sociopatías y psicopatías en lugares como SV, la bolsa de Londres o similar eran poco más del 70%.
Dicho de otro modo, el neoliberalismo salvaje es caldo de cultivo de psicópatas «muy inteligentes» y sin escrúpulos.