Opinión

Feminismos contemporáneos

Este artículo forma parte del Anuario Internacional CIDOB 2020. Accede a todos los contenidos del Anuario en: anuariocidob.org

El 31 de marzo del 2020, el Gobierno de Malasia se vio obligado a emitir un comunicado oficial pidiendo disculpas por las recomendaciones dadas a las mujeres sobre cómo debían comportarse en sus hogares durante el confinamiento en la crisis de la COVID-19: no molestar a sus esposos, no hablarles demasiado alto y sí maquillarse y vestirse bien. A los pocos minutos las redes sociales estallaron en protestas. ¿Por qué es tan significativo este hecho? No tanto porque muestre la pervivencia de la mentalidad patriarcal, sino por la rápida reacción de miles de personas expresada en Internet en contra de esa declaración.

El impacto de la protesta fue evidente, al conseguir que el Gobierno tuviera que salir a retractarse en los medios públicos. Este suceso nos sitúa ante varias cuestiones: ¿es tan fuerte el movimiento feminista en el mundo? ¿El antifeminismo y la misoginia son solo procesos que ocurren de forma residual en un número reducido de países? ¿Van las personas en sus vidas privadas por delante o por detrás de cómo actúan muchos gobiernos respecto a la igualdad de las mujeres? ¿Hasta qué punto los movimientos por la igualdad están siendo elementos activos del cambio social en un capitalismo en crisis, una vez más?

Esta anécdota es significativa, porque muestra qué les está ocurriendo a los movimientos por la igualdad: por un lado, son muy visibles pero también difusos y, por otro, se mueven en un entorno en el que aún no preside la conciencia política y social sobre la necesidad de precipitar los cambios definitivos que nos deberían acercar a una sociedad más justa. Lo que es obvio es que en un mundo inestable y cambiante en el que mucha gente se muestra desencantada de sus gobernantes, los movimientos feministas se han convertido en potentes agentes políticos. Sin embargo, el sistema patriarcal entendido como una forma de sociabilidad en la que los varones ostentan el poder material y simbólico sobre las mujeres (también sobre niños y niñas), sigue siendo una realidad en todos los lugares del planeta.

Por si alguien duda de la afirmación de que el poder en el mundo sigue siendo cosa de hombres blancos y occidentales, voy a aportar algunos datos elaborados por distintos organismos internacionales, que corroboran que la desigualdad de género (también de raza o de cultura) en cuanto el acceso al poder político, económico o simbólico sigue siendo una realidad. El reciente informe El progreso de las mujeres en el mundo, realizado por ONU Mujeres sobre las familias en el mundo, indica que, aunque ha mejorado la situación general, los problemas continúan. Por ejemplo, las familias monoparentales en el mundo son el 8% y, en la mayoría de esos casos, la cabeza de familia es una mujer. Tres mil millones de mujeres viven en países en los que la violación en el matrimonio no está tipificada como delito, en uno de cada cinco países las niñas no tienen los mismos derechos sucesorios que los niños, y todavía hoy quedan 19 países en los que existen leyes que obligan a las mujeres a obedecer a sus esposos.

Como ideología nacida de la Revolución Francesa, el feminismo tiene una vocación internacionalista: no es suficiente con conseguir la igualdad solo en algunas regiones o clases sociales en el mundo

Los datos sobre violencia de género son ominosos: en el año 2017 el 58% de las víctimas de homicidios intencionales cayeron a manos de un miembro de la familia. Esto se traduce en 50.000 mujeres asesinadas durante ese año (137 cada día) y más de 30.000 a manos de sus parejas. La mutilación genital ha descendido, pero sigue siendo alarmante. Las estadísticas sobre la trata de personas son también aterradoras. En el Informe Global de Trata de Personas de la ONU, con datos de 2018, se constata el aumento de este lucrativo y terrible negocio. El 72% de las víctimas son mujeres, muchas de ellas prostituidas (y de ellas el 23% son niñas). Las víctimas reportadas en todo el mundo en cifras oficiales son 24.000, si bien esos datos son sólo la punta de un iceberg, ya que Naciones Unidas estima que el número total es de 22 millones, ya que la inmensa mayoría está sin identificar. Además, este pingüe negocio somete de forma especial a personas que viven en zonas de conflicto y en las poblaciones desplazadas.

El dinero está también en manos de los hombres, ya que tienen un 50% más de riqueza que las mujeres, y los 22 hombres más ricos del mundo tienen más capital que todas las mujeres de África juntas. En la lista de la gente mas rica del mundo que publica anualmente la revista Forbes, no vemos ninguna mujer hasta el puesto número diez (año 2020). En el ámbito laboral, las mujeres también están en desventaja. Los datos respecto al acceso al trabajo remunerado y los beneficios sociales que conlleva muestran que, por ejemplo, sólo la mitad de las mujeres casadas en el mundo entre 25 y 54 años tienen trabajo remunerado fuera del hogar, mientras que el 96% de los hombres casados están en activo. Las tasas han incluso disminuido en los últimos años entre las mujeres de la franja de edad indicada: en 1998, trabajaban el 64 % de mujeres, mientras que en el 2018 la tasa ha sido del 63%. Además, la brecha salarial existe en prácticamente todos los países del planeta, y las diferencias respecto a los cuidados domésticos son también enormes: ellas dedican el triple de tiempo más que ellos a esas tareas.

Respecto a la participación en el poder político, según el último informe de Oxfam Internacional, las mujeres participan de forma muy limitada en las estructuras de poder, ya que ellas ocupan sólo el 18% de las carteras ministeriales del mundo y el 24% de los escaños parlamentarios, lo que supone estar excluidas de las tomas de decisión de carácter legal.

Por último, la desigualdad se mantiene también en lo que se refiere al poder simbólico o cultural. En un mundo en el que los medios de comunicación tienen un gran poder para generar la ideología dominante, la participación de las mujeres en ellos sigue siendo muy limitada. Pongamos solo algunos ejemplos. En la producción cinematográfica estadounidense, las películas producidas entre los años 2007 y 2018, los hombres dirigieron un 93,4 % de los filmes (fueron 654 directores varones, frente a 46 directoras) y recibieron la mayor parte del dinero empleado en la producción audiovisual. Otro ejemplo es el del sector del videojuego, que mueve más dinero en el mundo que cualquier industria del entretenimiento: el 74% de desarrolladores son hombres, el 21% mujeres y el 5% se identifican como transgénero1. Miremos donde miremos, el poder de las mujeres en las industrias culturales es muy limitado, tanto si nos fijamos en la industria editorial, la del mundo del espectáculo, la producción artística, el mundo del periodismo, etcétera. En conclusión, las desigualdades persisten en todos los países del mundo y en prácticamente todos los sectores que intervienen en el desarrollo social en distintos ámbitos de poder: el político, el económico o el simbólico, y por supuesto en el coercitivo.

Eppur si muove

Pese a todo, la realidad de las mujeres ha mejorado en los últimos cincuenta años, sobre todo en el denominado Norte global. Es más, en los países occidentales, muchas personas viven la fantasía de que en nuestras sociedades no existen ya las desigualdades por razones de sexo, de raza, cultura, etcétera. Por eso, las reivindicaciones feministas actuales son interpretadas por los sectores más conservadores, de forma torticera, como revanchismo y ventajismo por parte de las mujeres respecto a los hombres. Al menos ese es el discurso que en los últimos tiempos le está resultando tan rentable a los partidos de ultraderecha en todo el mundo, que no han parado de crecer desde la crisis del 2008, y que han convertido al feminismo y las políticas de racionalización de la inmigración en los sparrings perfectos de la contienda mediática frente a otras formaciones demócratas.

La crítica tan ácida a los movimientos feministas en la actualidad podemos interpretarla como parte de la crisis de la política organizada en torno a los ideales de la Revolución Francesa de igualdad, libertad y fraternidad. No viene mal pararnos a recordar que la idea de que todo ser humano debe ser igual ante la ley y tener los mismos derechos no tiene ni 250 años, y que en ningún momento de la historia en occidente se había pensado algo semejante. Nuestras ideas de igualdad son muy jóvenes, y hay grupos políticos actuando en el interior de las democracias que niegan, sin embargo, el valor de la igualdad, haciendo una labor de zapa de las estructuras democráticas más profundas. Estos grupos argumentan que la política democrática es corrupta y, por lo tanto, las instituciones y los políticos profesionales que la representan, ya no nos sirven. La sociedad debe mantener una jerarquía y un “orden” de los mejores sobre los peores en todos los aspectos de la vida social. Se trata de un ideario basado en el supremacismo masculinista blanco, heterosexual, belicista (y también especista, por cierto) que mira al pasado predemocrático con añoranza.

Oficina de comunicación del Partido Socialdemócrata Austríaco (SPÖ), Cartel de convocatoria a una manifestación por los derechos de la mujer, 1928. https://commons.wikime- dia.org/; Washington Area Spark, “Angela answers 13 questions: 1970 ca.”, noviembre del 1973.; “Women’s March on Washington”, enero del 2017.

El feminismo es uno de los movimientos sociales por la igualdad surgidos también en la Revolución Francesa, y uno de los pocos (frente al socialismo o al anarquismo, por ejemplo) que ha conseguido traspasar el túnel del capitalismo contemporáneo y llegar al siglo XXI con su ideario intacto. Las mujeres han protagonizado una “revolución silenciosa”, y lo han hecho de forma pacífica (es muy significativa la persistencia del estereotipo de la “feminista violenta” en el imaginario popular, cuando no ha habido ni un solo muerto, más que las propias mujeres en esta lucha). Hoy las mujeres están en las calles y presentes en la vida pública más que nunca. Como decía hace un momento, el feminismo se han convertido en un agente político, de tal forma que, salvo la derecha ultra, todos los partidos aspiran a capitalizar su capacidad de movilización.

El músculo del feminismo se ha mostrado en los últimos años de forma muy evidente. La huelga laboral, educativa, de consumo y de cuidados que se planteó en el mundo entero en el año 2018 fue un éxito, sobre todo en España, donde participaron 5,3 millones de personas, más de lo que ha conseguido movilizar cualquier sindicato en la historia. ¿Qué hizo posible este éxito? Sin duda la convergencia de los grupos feministas a nivel internacional, que cuentan ahora con las redes sociales como elemento de contacto y expresión colectiva. Pero esto no lo explica todo: los procesos son siempre más complejos y multicausales.

La primera causa es la autonomía femenina lograda a lo largo del siglo XX. Conforme fueron aumentando sus niveles de educación, el acceso a los recursos económicos, a los trabajos remunerados o la libre elección de la maternidad, la conciencia feminista ha ido calando paulatinamente, hasta llegar a una nueva generación muy joven de mujeres que ha ido incorporándose desde los centros educativos, las asociaciones de barrio o los distintos colectivos a la marea feminista. Una generación joven que ha crecido en un período de crisis económica, y que ha empezado a no creerse la cara feliz del neoliberalismo. Su éxito no se debe sólo a la comunicación a través de las redes sociales, como a veces se intenta justificar, sino a que están sabiendo tejer redes de sociabilidad en la cercanía y la interacción cara a cara. Esta generación de jóvenes ha conocido muy pronto el discurso feminista y se ha aglutinado en torno a la necesidad de erradicar las distintas formas de violencia contra las mujeres.

Son muchos los ejemplos de luchas nacionales que han trascendido los territorios de los estados. Por ejemplo, en India a principios del 2019 entre tres y cinco millones de mujeres formaron un muro humano en el Estado de Kerala para exigir la igualdad de género. Ya en el año 2017, bajo el lema I Will Go Out (“saldré”) se habían llevado a cabo marchas en treinta ciudades para reclamar el derecho al uso del espacio público de manera segura.

El feminismo ha tomado mucha fuerza en toda América Latina. En Argentina nació el movimiento “¡Ni una menos!” a través de las redes sociales y hashtags como #NiUnaMenos y #VivasNosQueremos, que movilizó, entre el 2015 y el 2016, a miles de personas dentro y fuera del continente latinoamericano. Se extendió a otros países como Uruguay, Ecuador, Bolivia, Colombia, Chile, Venezuela, etcétera. En Perú, por ejemplo, tuvo lugar la manifestación más concurrida de la historia del país en el 2016. En Argentina, en el último 8 de marzo, las demandas se focalizaron, como en otros lugares de América Latina, en presionar para conseguir una ley por el aborto libre y gratuito, simbolizada en los pañuelos verdes de las manifestantes por todo el país.

Los movimientos por la igualdad son muy visibles pero también difusos, y se mueven en un entorno en el que aún no preside la conciencia política y social sobre la necesidad de cambios definitivos para una sociedad más justa

Las movilizaciones en México el 8 de marzo del 2020 han sido también impresionantes. En un país en el que se registran diez feminicidios al día, la cuestión de la violencia es crucial. Estas grandes manifestaciones recogen una tradición en el país, que proviene, por un lado, de las reivindicaciones de colectivos indígenas como Mujeres que Luchan en Chiapas, y las redes de activismo generadas en torno a las universidades. El caso del asesinato de Lesvy Berlín, alumna de la UNAM en el 2017, movilizó de forma espectacular también a periodistas y distintos colectivos que trabajan en pro de los derechos humanos, para reclamar que el estado intervenga para parar los asesinatos. Las y los estudiantes con las caras tapadas y vestidas de negro tomaron 11 facultades y escuelas para reclamar atención frente a la violencia de género, consiguiendo así llamar la atención a los medios de comunicación internacionales.

En el 2019, el activismo feminista en Chile ha conseguido también una gran visibilidad, vinculado a las protestas estudiantiles que se habían iniciado en la Universidad Austral en el año 2018. La performance El violador eres tú, difundida el 25 de noviembre del 2019 por el colectivo Lastesis, se hizo viral en pocas horas y consiguió casi un millón y medio de reproducciones a las veinte horas de su publicación. Durante el 8 de marzo se coreografió y cantó como un himno internacional en las manifestaciones del mundo entero.

En toda Europa, el movimiento feminista ha tenido un crecimiento espectacular en los últimos cinco años. Un momento anterior importante respecto a la visibilidad social alcanzada por el feminismo fue la aparición del colectivo Femen en Ucrania en el año 2008, que supuso el inicio de una nueva forma de manifestación pública cercana a la performance artística y a lo que ahora llamamos artivismo. Este grupo de mujeres, que se han extendido por varios países, se han centrado en protestar contra la violencia sexual. Han sufrido en carne propia las denuncias y detenciones, y también las polémicas dentro del movimiento en torno a la legitimidad del uso del cuerpo desnudo para reivindicar derechos para las mujeres. En todo caso, sus actuaciones atrajeron la mirada de muchas jóvenes en un momento en el que la crisis económica y social comenzaba a asomar en el continente europeo.

Un ejemplo de la agresividad de las políticas conservadoras en los últimos años en contra de los derechos de las mujeres, pero también de la contundencia y la fuerza de los colectivos, fue lo ocurrido en Ucrania cuando el Gobierno planteó en 2016 eliminar la ley del aborto. Miles de mujeres salieron a la calle en el llamado “lunes negro” portando pancartas con lemas como My body, my choice. Algo parecido ocurrió en España cuando un ministro del Partido Popular anunció una reforma restrictiva de la actual Ley del Aborto en el 2014 y distintas organizaciones planificaron una marcha a nivel estatal llamada El tren de la libertad, que culminó en Madrid con miles de manifestantes que consiguieron parar la reforma y precipitar la dimisión del ministro de Justicia.

Deghilage, “Journée Internationale des Droits des Femmes”, marzo del 2020; Mídia NINJA, “Un violador en tu camino–Brasilia”, diciembre del 2019.

Otra de las grandes exhibiciones del poder del feminismo en el mundo fue la Marcha de Mujeres de Washington el 21 de enero del 2017, convocada contra la actitud misógina y el programa político ultraconservador del entonces recién investido 45o presidente de los EEUU, Donald Trump. La Women’s March fue una protesta insólita con réplicas en más de medio centenar de ciudades de todo el mundo, que sacó a la calle a casi dos millones de personas. En ella se hizo una reivindicación en relación con los derechos humanos, contra la violencia, el racismo, los derechos reproductivos y de las personas transgénero, la asistencia sanitaria asequible y las consecuencias del cambio climático.

También en el ámbito americano, sendos reportajes de The New York Times y The New Yorker comenzaron a destapar, en octubre del 2017, el acoso y los abusos sexuales a actrices, que habían permanecido ocultos bajo la alfombra roja de Hollywood. Fue el origen del movimiento #MeToo, que animaba a destapar casos similares en la industria audiovisual. Hay que decir que en ese momento existía ya un clima favorable generado por estrellas de la industria del cine, como Emma Watson, Scarlett Johansson o Jessica Chastain, cantantes, como Beyoncé, o figuras de la industria de la moda, como Karl Lagerfeld. El movimiento se reforzó cuando el 1 de enero del 2018, el colectivo formado por más de trescientas mujeres del mundo audiovisual aglutinadas en torno al lema Time’s Up, acudieron a la entrega de los premios Globos de Oro vestidas de negro como protesta contra el acoso sexual.

¿El futuro del feminismo?

El feminismo debería tener una “muerte natural”, ya que eso significaría que habríamos alcanzado cotas aceptables de justicia social. Pero las cifras sobre desigualdad, como acabamos de ver, son tercas, y nos devuelven una imagen del mundo en el que las estructuras patriarcales consiguen una y otra vez recomponerse, a pesar de los avances de las mujeres, incluso en países donde las leyes son paritarias.

Nos falta por saber qué ocurrirá en un futuro próximo, cuando mujeres de países de feminismo “atenuado” se vayan incorporando de manera masiva a los movimientos. De hecho, en prácticamente todos los países del mundo contamos con ejemplos de mujeres jóvenes que han conseguido dar visibilidad a las luchas igualitarias. Por ejemplo, en China en el 2015 detuvieron a cinco jóvenes, que realizaban acciones contra la violencia de género y el acoso en los transportes públicos; en Japón la activista Yumi Ishikawa lanzó el año pasado una campaña con el hashtag #KuToo para que las mujeres pudieran dejar de usar tacones en el trabajo; o en Arabia Saudí: Manal al-Sharif, informática y activista, lanzó una campaña para que las mujeres pudieran conducir en el año 2011.Todas ellas suponen un ejemplo de feminismo joven, que usan las redes sociales e inciden en la importancia de la transformación de los contextos cotidianos.

Otra cuestión es qué va a pasar con las mujeres en países del Sur global, en los que la presencia femenina está siendo un factor de cambio social importante. Me refiero a todos los países africanos o latinoamericanos, o en India, etcétera, en los que existe desde hace muchos años una gran tradición de mujeres organizando las dinámicas de vida sobre todo en los entornos rurales, o en los urbanos más desfavorecidos, aunque no se autodenominen de momento como “feministas”. Ejemplos como el de la keniata Wangari Maathai, la primera mujer africana en recibir un premio Nobel (de la Paz) por su contribución al desarrollo sostenible, o el de los sistemas de microcréditos concedidos a mujeres en India, son muy significativos.

Cómo articular en una lucha político-social la diversidad de las realidades de las mujeres respecto a la raza, a la clase, a la opción sexual o la cultura, es uno de los grandes desafíos actuales. Como ideología nacida de la Revolución Francesa, el feminismo tiene una vocación internacionalista: no es suficiente con conseguir la igualdad sólo en algunas regiones o clases sociales en el mundo. Pero, además, tiene una vertiente utópica, ya que aspira a construir un mundo mejor para la humanidad entera.Y precisamente este carácter es el que está suscitando más debates en el contexto internacional: ¿cómo conseguir superar nuestras visiones eurocéntricas y dar voz a las “otras”? Una estrategia frente a esa diversidad tal vez sea el apoyo mutuo en la consecución de objetivos concretos y situados en los territorios, y dejar en un segundo plano la definición de qué entendemos por “ser mujer” de manera esencialista.

Es problemático mirar hacia el futuro en un mundo que está cambiando de manera muy rápida, no sólo por los procesos político-sociales o económicos, sino también por el cambio climático que nos está precipitando a un futuro completamente incierto sobre nuestra capacidad de supervivencia en un planeta desestabilizado globalmente por el aumento de la temperatura de la Tierra.¿Cómo se está situando el feminismo frente a los problemas como la sobrexplotación de los recursos naturales, los desequilibrios demográficos, la desigualdad en el reparto de la riqueza, las distintas formas de contaminación, el peligro de una confrontación mundial presente en el mundo de guerras que no tienen fin, las políticas económicas de depredación del norte global sobre los países del Sur, etcétera?

Desde la economía feminista o el ecofeminismo, por ejemplo, se apuntan soluciones que proponen “otro mundo posible” basado en la solidaridad y no en la competitividad, en los cuidados y no en la depredación o la explotación extractivista de los recursos naturales, haciendo una apuesta radical por cambiar los patrones de trabajo y acumulación, y por el decrecimiento de las sociedades de consumo.

Las opciones en un mundo en el que nos hemos descubierto frágiles son de dos tipos. Podemos apostar por un tecnofascismo en el que se continuarán ahondando las diferencias entre las poblaciones ricas y las empobrecidas, entre los hombres y las mujeres, entre los señores de la guerra y las poblaciones indefensas; o podemos optar por formas de vida que no alteren el equilibrio ecológico, que se planteen repartir la riqueza, y que dé importancia a las tareas de los cuidados de la vida. Esta sería, sin duda, la opción feminista.

ASUNCIÓN BERNÁRDEZ RODAL es profesora de Comunicación y Género, Semiótica de los Medios de Masas y Teoría de la Información, Universidad Complutense de Madrid.

NOTA

  1. Fuente: IGDA, Developer Satisfaction Survey 2017 Summary Report, página 11.

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Comentarios
  1. Mujeres luchando por no tener que llevar tacones en el trabajo, en Japón…

    Mujeres luchando por poder conducir coches, en Arabia Saudí…

    Mujeres incapaces de demostrar que sus compañeros de trabajo ganan más dinero que ellas, en España.

    ¿Entendéis ahora por qué nadie en España se toma en serio lo del patriarcado?

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