Opinión
José Ovejero | Mira el mundo: ¿qué ves?
"No estaría mal que tuviésemos en cuenta desde qué butaca estamos contemplando el espectáculo, notar su comodidad", reflexiona José Ovejero.
LA MIRADA DE JOSÉ OVEJERO // Hará más de un año vi la película Feos, sucios y malos, de Ettore Scola, una comedia de humor negro que retrata de forma despiadada las miserias, materiales y morales, de una familia italiana que vive hacinada en una casucha en los arrabales de una gran ciudad; el padre, avaro, egoísta, borracho y brutal, intenta mantener a raya, en ocasiones a punta de escopeta, a sus familiares, dispuestos a sacarse los ojos para acceder al dinero que él ha obtenido de la aseguradora por la pérdida de un ojo. Lo soez, lo cruel, lo vulgar, lo mezquino y lo despreciable van dándose la mano de una escena a otra: la miseria solo puede generar miserables.
Si hay una opción de que la clase obrera vaya al paraíso –al menos en el título de la película de Elio Petri–, está claro que el lumpen no va a ningún lado, sino que se queda rebozándose en el fango de su propio infierno. Da igual que sean las condiciones sociales las que los vuelven así –como parece sugerir la película–: un nivel tal de envilecimiento es irredimible.
Anoche vi la película Un asunto de familia, de Hirokazu Kore-eda; una familia vive hacinada en una casucha en una ciudad japonesa; el supuesto padre enseña a sus hijos a robar en las tiendas y les transmite un código moral basado en el propio interés; las tres mujeres adultas que habitan en la casa tampoco tienen mayor respeto por la propiedad ajena, y la situación de necesidad en la que viven vuelve a todos cómplices en el entierro de la “abuela” para poder seguir cobrando su pensión.
Cuando al final la tragedia se desencadena, los policías que se enfrentan al caso solo ven monstruos: dos han participado en un homicidio, los adultos usan a los niños para robar, han secuestrado a una niña y se aprovechan de ella en sus turbios tejemanejes igual que robaron años atrás a un niño de la trasera de un coche, entierran a la anciana en el patio –y les cabe la sospecha de que la hayan asesinado–, la más joven trabaja en una cabina erótica…
Los policías esperan encontrar la peor degradación en esos individuos inmorales y la encuentran; como la mayor parte de la sociedad, preferirían no tener que relacionarse con personas así ni conocer las condiciones laborales a las que están sometidas –apuntadas en la película en un par de momentos, como cuando dos trabajadoras tienen que ponerse de acuerdo en cuál va a ser despedida–; solo son interesantes cuando salen de sus escondrijos y afectan con sus actos a los ciudadanos “normales”.
Y quizá entendemos que los policías, cuyas intenciones, como proteger a los niños, pueden ser incluso buenas, tengan esa opinión juzgando solo por los delitos cometidos, pero durante buena parte de la película los espectadores hemos visto otra cosa: una familia peculiar, con códigos de conducta poco convencionales, pero cariñosa, solidaria y divertida. Hemos visto a seres humanos que ni siquiera tienen en cuenta las normas porque consideran que no están hechas para gente en su situación.
¿Cómo miramos lo que nos agrede, lo que nos disgusta, y lo que para colmo nos recuerda la brutalidad del sistema en el que vivimos? ¿A quién culpamos? ¿Desde dónde? No seré yo quien reniegue de la literatura o el cine feroces, despiadados, que acentúan para volver visibles las sombras de la sociedad y del ser humano. No criticaría a Scola por su esperpento tremendista y barriobajero. No creo en los límites del humor, pero sí en la necesidad de entender quién se ríe y de quién; y quién aplaude al payaso de las bofetadas.
Y de nuevo me surge la pregunta, ¿qué vemos, qué veo, al contemplar la miseria? “Negro de mierda”, (vete) “más abajo que ya tenemos aquí suficiente basura”. Mierda, basura, es lo que veía uno de los mossos investigados por una supuesta agresión racista. No verán algo muy distinto quienes prenden fuego a campamentos de temporeros: una plaga que combatir, suciedad, delincuencia. También con ellos y ellas tendemos a practicar el mirar sin ver –más bien, ni siquiera mirar–, y solo se vuelven preocupantes si sus actos afectan a quienes los rodean. Como explicaba con sencillez un vecino de mi barrio en la carnicería: “A mí los negros no me molestan, esos se matan entre ellos.”
Ah, pero ¿qué sucede si nos contaminan a los demás, si se convierten en un foco de infecciones? El Defensor del Pueblo ha apelado a cambiar las condiciones terribles en las que viven y trabajan los temporeros; las autoridades sanitarias están preocupadas por los brotes de COVID en sus asentamientos. Ahora. Antes no. Antes, como con los menores no acompañados, solo preocupaban sus posibles desmanes en el vecindario.
Qué extraña es la operación mental por la que se aceptan las condiciones insalubres e indignas en las que viven culpando al mismo tiempo a quienes entre ellos no respetan las normas (que si trapichean con droga, que si dañan al pequeño comercio con sus falsificaciones, que si están en situación ilegal, que si roban): deben vivir fuera de la normalidad sometiéndose a las reglas normales.
Sin duda se podría rodar un Feos, sucios y malos en los asentamientos de rumanos –de todas formas, no cambiaría mucho la imagen que se tiene de sus habitantes–, y también se podría rodar Un asunto de familia sobre ellos, examinando –como se examina a un ser humano, no a un insecto– sus fragilidades y sus historias, sus debilidades, sus tragedias íntimas, no solo sus transgresiones. Y sería legítimo rodar y ver las dos películas: el arte debe ser libre, también el humor. Pero no estaría mal que tuviésemos en cuenta desde qué butaca estamos contemplando el espectáculo, notar su comodidad, y ser conscientes de quién paga de verdad el precio de la entrada.
Esas excelentes películas que nos muestran la realidad de los muy pobres, que la sociedad ignora, las suelo ver de tanto en tanto, especialmente «Feos, sucios y malos» desde hace muchos años. Pero, ahora pienso que deberían filmarse películas que muestren a los «Lindos, limpios y malos», que abundan también, pero los cuales no tienen ninguna atenuante a sus delitos: robos, evasión de impuestos, pago de coimas, dinero en paraísos fiscales, pederastia, corrupción de todo tipo y cuantía; maldades a las cuales los pobres no tienen acceso. El problema sería que los cineastas correrían un gran riesgo de ser acusados de difamación, de herir los sentimientos religiosos y españoles, etc, etc, etc. Pero serían muy didácticas en estos tiempos que se miente tanto, aunque en inglés: fake news.