Sociedad
Mujeres muy libres que (casi) nunca lo fueron
'Retratos del feminicidio franquista', de Susana Falcón, recoge en forma de poemas las historias de mujeres que lucharon por la libertad.
«Estas vidas, estas muertes, todas juntas en este mosaico, cobran un significado nuevo: ahora pueden permanecer juntas en la memoria colectiva del pueblo andaluz, como juntas fueron arrojadas muchas de ellas a las fosas de las mujeres. Solo de mujeres. Así como estuvieron unidas en una muerte cruel y salvaje, de la que se hicieron acreedoras por soñar una vida mejor, así permanecerán unidas, gracias a este trabajo. Como una bandada de aves, como una nube de mariposas, sobrevolando nuestra memoria y nuestro corazón”, reflexiona la investigadora Pura Sánchez en el prólogo de 100 mujeres andaluzas. Retratos del feminicidio franquista (El Garaje Ediciones), escrito por la periodista hispano-argentina Susana Falcón. Son mujeres que nunca fueron libres, pero fueron a la vez mujeres muy libres por dentro que nunca dejaron de luchar por la libertad.
Sé, Amalia, / que nunca te cansaste en tu larga vida, / de escritora y oradora / organizadora persistente / maestra laica y librepensadora, luchando por la educación, / por el voto femenino. / Sé, Amalia, / lo que soportaste: / procesos que no fructificaron, encierros domiciliarios / y llamadas a declarar durante años, / hasta tu muerte. / Sé, Amalia, / que no te has ido / que tu huella luminosa y lúcida / está en el aire de esas chicas gaditanas / rebeldes y violetas, / dispuestas como tú a cambiar las reglas del juego / y hacerlas iguales para hombres y mujeres / como tú, Amalia, / que soñaste con la vuelta de la niña, / hasta el final, / aquella rubiecita / gorro frisio manto rojo / y bandera tricolor.
“Amalia Carvia Bernal es un ejemplo de ello. A partir de los años 30 y de la Segunda República, las mujeres empezaron a poder construir un espacio de libertad. Buscaron las libertades generales, en sus vidas cotidianas, y muchas con una práctica política importante. Se rompieron las costuras que el poder había establecido. Y eso, la defensa de la libertad, les costó un altísimo precio: algunas fueron fusiladas; otras fueron señaladas. Volvió el encierro. En las cárceles y en el hogar. Volvió el ser sumisas”, explica Susana Falcón desde Sevilla, en una entrevista realizada durante el confinamiento por la COVID-19. Hace justo un año, permanecía encerrada en su casa escribiendo este libro.
“A Angelita, de Guadalcanal, maestra en Coria del Río, le matan al novio. Con miedo y angustia, consiguió salvarse gracias a una familia de derechas que la acogió. Toda su vida tuvo pasión por enseñar y nunca más pudo hacerlo, salvo unos pocos años cuando llegó la Transición”, enumera de entre el centenar de mujeres a las que ha tratado de rescatar del olvido en forma de poemas.
Quién le iba a decir a Ángeles, / aquella muchacha de ojos verdes y cabello dorado, / que le acusaban por haber sido proclamada / reina de la belleza en una caseta de feria “caseta de / masones e izquierdistas”, / atónita descubrió que en su contra declaraban curas, alcaldes, guardias civiles… aseguraba que era / laica y alardeaba, segura, de ello, / que había apoyado, solidaria, / el boicot obrero a la compañía de transportes, / que era “indiferente religiosa”…
Por prohibir, el franquismo prohibió la libertad hasta en los nombres. Josefa Castro García se llamaba Libertad antes de la guerra y la dictadura. Después, pasó por diversas cárceles, desde la provincia de León hasta Euskadi. Su historia, que no sale en los libros de Historia, ha sido narrada en una propuesta cinematográfica promovida por el Laboratorio de Antropología Audiovisual Experimental del Museo de Arte Contemporáneo de Castilla y León: “Me llamaba Libertad y tuve que quitarme el nombre. Me quedé sin libertad, por si acaso había pasado poco metida en la cárcel”. Murió en 2015.
Falcón sabe también qué es el miedo, la no libertad. Ella se exilió en la dictadura militar argentina a finales de los 70. “Yo tuve la suerte de sobrevivir y estar aquí”, dice al otro lado del teléfono. La tarde de la entrevista tiene una presentación virtual de su libro, cuya promoción, como casi todo en este tiempo, tuvo que ser cancelada. “Yo estoy acostumbrada a vivir sin salir mucho porque escribo y vivo sola. Me gusta estar sola. Pero este clima de incertidumbre es espantoso. Me preocupa el después. Aunque al menos, por ahora, estamos vivos”.
La doble lucha de las mujeres
Mercedes Liranzo fue una de esas mujeres antifranquistas que hoy vive, también, confinada. No solo tuvieron que hacer frente a la dictadura, también tuvieron que enfrentarse, en ocasiones, a los hombres que luchaban a su lado: “Nosotras vivíamos en una contradicción: nuestros ideales, tan altos como los de ellos, chocaban con la vida cotidiana. Y en las reuniones, el punto sobre la mujer siempre era el último en el orden del día, que siempre quedaba para la siguiente reunión, también en el último punto del orden del día”, explicó durante un encuentro a finales de 2016 en Sevilla.
Julia Campos, que desde los 16 años se integró en el Partido Comunista, narró en ese mismo encuentro cómo las actividades clandestinas de su marido, en el punto de mira del régimen, desplazaron sus aspiraciones políticas y sociales: “A mí el partido me retiró a mi casa. Me convirtió en ama de casa. Y en cierto modo, cuando lo detienen, para mí fue una liberación, entiéndaseme bien. Como persona fue una liberación porque ya no había peligro y pude retomar mis actividades”.
Dos años después, Mercedes Liranzo publicó Mujeres antifranquistas, un libro editado por el Ayuntamiento de Sevilla en el que recogió los testimonios de vida de mujeres en su mayoría anónimas: “En esos años todavía las mujeres antifranquistas no habíamos adquirido una conciencia de género, porque nuestra prioridad entonces era la lucha contra la dictadura. Sin embargo, a finales de los años sesenta y principios de los setenta, las mujeres ya con una experiencia en la lucha, empezamos a pensar en nuevos planteamientos sobre las mujeres dentro de nuestras organizaciones y fuera de ellas, creando grupos o comisiones de mujeres para tratar el problema de género. A algunos dirigentes políticos de izquierda de aquella etapa se les quedó el reloj parado en una determinada época y les daba miedo el feminismo. Hasta que cayeron en la cuenta que éramos el 52% de la población y era importante tenernos de su lado cuando tirásemos las dictadura; y porque el movimiento feminista era ya imparable”, reflexiona Liranzo.
En algunos casos, el matrimonio les supuso una cierta liberación: “Mi matrimonio me permitió hacer cosas que no hubiera podido hacer si hubiera seguido en casa: estudiar psicología, desarrollar una intensa actividad política, conocer el feminismo y hacerme una ferviente seguidora de la lucha de las mujeres”, cuenta Margarita Laviana en el libro. “Ramón y yo nos hicimos pareja y eso me dio la oportunidad de aprender mucho a nivel político –escribe Liranzo–. Un día me contó que formaba parte del PCE. Con el tiempo yo entré en las Juventudes Comunistas, a partir de entonces mi vida se desarrolló entre el trabajo y el partido. Me incorporé a la célula de mi barrio, donde era la única mujer”.
El siguiente pasaje, en un comité local del partido en Santa Coloma, resume esas contradicciones de las que hablaba Liranzo al principio: “En mi turno de intervención, solté todo lo que llevaba dentro, me lo sabía de memoria. […] Les pregunté, entre otras cosas, por sus compañeras, las cuales eran también militantes y simpatizantes. ¿Por qué estas no participaban en nada y siempre se quedaban ellas con los niños? ¿No tendrían que dar ellos ejemplo? La reunión se partió en dos bandos donde cada uno defendía sus posiciones; a mí no solo me apoyaron las pocas mujeres que había sino que también algunos camaradas terminaron por apoyarme. Yo pensé en lo que me iba a caer después de eso. ¡Pero me equivoqué! Y todo esto, cuando precisamente ya en 1972, en Hacia la libertad –un pequeño libro que sacó el Partido del Octavo Congreso– Carrillo dice: ‘Si en algo tenemos que dar los comunistas españoles un viraje ideológico de 180 grados, creo que es en el problema de la aptitud hacia la mujer. Incluso en los camaradas más generosos, más avanzados, más entregados a la causa, hay frecuentemente una actitud reaccionaria en cuanto a la mujer, a su papel en la vida y en la sociedad’”.
“No solo estuvieron, sino que hablaron, propusieron, reivindicaron, apoyaron a sus compañeros en huelgas y encierros, se encerraron e hicieron huelga ellas mismas, conocieron las cárceles, a uno y otro lado de las rejas… Todo ello mientras hacían la compra, preparaban la comida, lavaban la ropa, llevaban a sus hijos e hijas al colegio, aseados y alimentados”, escribe, también en el prólogo de este libro, Pura Sánchez, autora de Individuas de dudosa moral, la investigación que supuso un antes y un después en la memoria de las mujeres represaliadas por el franquismo.
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