Cultura
Dacia Maraini recompone los pedazos de Isolina Canuti, la mujer descuartizada
Esther López Barceló nos trae este libro sobre el feminicidio de Isolina Canuti, cuando aún no se hablaba de feminicidios, en su sección #LaLectora.
«Un grito.
Una mordaza.
Un tenedor.
Y el agua de este río»
Paula Bonet
Así acaba la envolvente y sobrecogedora evocación del cuerpo mutilado de Isolina Canuti en el poético prólogo de Paula Bonet titulado Si aún tuviera ojos. Toda una introducción lírica que yo recomiendo no leer antes de haber acabado Los hechos, la primera parte del ensayo. Es importante haberse familiarizado con la tragedia en sus detalles más desgarradores para así poder visualizar las imágenes que el prólogo suscita. Bonet se introduce en el cuerpo inerte y fragmentado de Isolina para devolverle la voz y poder escuchar sus primeros pensamientos espectrales. Contar con este prefacio es, definitivamente, una de las grandes suertes de la edición castellana.
Cuando recibí este libro ya sabía que iba a elogiarlo. Porque siempre es interesante regresar a Dacia Maraini. Su relato siempre aporta un algo de inédito y atrayente. La conocí hace muy poco, a través de su Cuerpo feliz –un ensayo íntimo, confesional, filosófico y rotundamente feminista– en donde conversa con el hijo que nunca tuvo acerca de la vida, el ser mujer, la cultura y la muerte. Es un ejercicio estimulante dejarse llevar por su narrativa reflexiva, dialogante, en eterno replanteamiento de la realidad. En Isolina, la mujer descuartizada, Maraini intenta coser los fragmentos de una mujer que fue asesinada y descuartizada hace ya más de 120 años. El libro se reedita ahora gracias a Altamarea, la editorial que, de la mano de la traductora Raquel Olcoz, nos ha traído al castellano la escritura de esta autora que rebosa, a golpe de párrafo, un imbricado y encomiable feminismo militante.
El libro lo escribió en 1983, hace ya más de 36 años, cuando hablar de feminicidio no era ni costumbre, ni hábito. Pero me refiero solo al hecho de hablar porque el asesinarnos por ser mujeres lleva siglos siendo costumbre, hábito, casi rito y liturgia transmitida y heredada de forma estructural, patriarcal y ancestral. Maraini pues, no sabemos cómo, se topa con la historia del descuartizamiento en 1900 de Isolina y la consecuente y pandémica impunidad de su amante y asesino.
El texto es una crónica del juicio penal, mediático y social en que se convirtió el caso. A través de la palabra escrita, Maraini intenta retener a Isolina Canuti en este mundo. A lo largo de la lectura, se presiente y casi se puede tocar la necesidad física de la autora por reconstruir los hechos en su escritorio. Reconstruir el momento en que la pobre Canuti dejó de existir, como si haciéndolo, además de resolver el caso y hacer tardía justicia, pudiéramos volver a ese punto de no retorno y salvarla. Dacia nos da las claves de lo que ocurrió para alertarnos, para garantizar que la vida de Isolina no quede en balde. Sus fragmentos reconstruidos cuentan su historia y nos interpelan en pleno siglo XXI con una vigencia monstruosa y terrible.
Mientras las vísceras y los fragmentos óseos de Isolina seguían aflorando de las profundidades del río Adigio, los titulares de los principales periódicos ya se compadecían del pobre militar acusado de cometer el crimen. Él es Trivulzio, un noble de Udine, rico y militar: «Un joven leal, valiente, sincero, incapaz de cometer semejante horrenda acción». Ella es Isolina Canuti, de diecinueve años, hija de Felice Canuti, quien «no era una mujer de costumbres irreprensibles», «volvía a casa tarde por las noches» y «tenía amigas y amigos con los que salía a cenar, a desmadrarse».
De él solo sabremos su rango como teniente y su apellido, de ella leeremos constantemente su nombre de pila, su descripción asociada a ser hija de su padre y la creencia casi convertida en dogma de que hacía uso de su sexualidad como si ésta le perteneciese. Incluso se atrevió a considerar continuar con su embarazo como si fuera libre de decidir sobre su propio cuerpo. Fue así, siendo mujer, pobre y ejerciendo su voluntad contra la de un hombre como firmó su propia sentencia de muerte.
Sin embargo, el caso perdido de Isolina Canuti contará con un apoyo inesperado. Un diputado socialista, llamado Todeschini, hará suya la causa de hacer justicia a la joven contra Trivulzio a través del medio de comunicación de supartido, Verona del Popolo. Será también a través de la palabra escrita como batallará este diputado contra la impunidad corporativa y endémica del patriarcado. Si bien Todeschini no lo hará por un arrebatado impulso feminista sino que verá en el caso una oportunidad de poner contra las cuerdas, a través del cuerpo del infame teniente, a toda la jerarquía militar contra la que su partido se hallaba en dialéctica contienda.
Sin afán de desvelar los entresijos de la crónica judicial del proceso Todeschini sí que podemos revelar cómo al final de este proceso Isolina Canuti pasó a ocupar un plano secundario en la guerra mediática y penal que se libró entre el señor soldado y el señor diputado.
Dacia Maraini en 1983 viajó hasta Verona para recorrer de forma vívida y real los escenarios del crimen, visitar a los descendientes de todas las familias implicadas, conocer el cementerio y, como colofón, pedir toda la documentación asociada al proceso en los archivos de la ciudad. El resultado de la expedición le permite constatar que no queda rastro de ella.
Sin Dacia Maraini no habría constancia de Isolina Canuti, el crimen de Trivulzo y su hijo no nacido. Maraini no solo reescribió la crónica de un crimen de hacía ochenta años, sino que interpretó con perspectiva de género la historia de un feminicidio. Recuperó una parte de nuestra memoria feminista. Porque el asesinato, el descuartizamiento, la mordaza, el tenedor y el agua de este río fueron porque ella era mujer. Isolina fue culpable de ser mujer. Una mujer incómoda que no se adaptaba a los recovecos anatómicos de su asesino. Una mujer con un cuerpo propio. Y aunque el feminicidio ocurrió en Verona en 1900 es un crimen universal que apela a otros miles sucedidos, a lo largo de los siglos y el espacio, a millares de otros cuerpos de mujeres por el mero hecho de serlo. Isolina, como el resto de asesinadas, comparte con ellas una sentencia previa a cualquier proceso. Isolina, como el resto, son culpables de partida. Culpables de ser mujeres.