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‘Las tres revoluciones que viví’. Capítulo 30.

Trigésima entrega de la serie distópica de Alejandro Gaita 'Las tres revoluciones que viví'.

Universidad Libre de Uppsala, departamento Annemarie Götze, julio de 2125, Uppsala. PIXABAY / Licencia CC0

Transcripción de los primeros minutos de la charla anual de divulgación de María Freeman (me conocéis más como «la profesora latina»)

«Mi caca es más lista que yo: 65 años pensando en bioprocesadores cuánticos

God kväll,

Förstår alla er mig om jag talar på spanska? Gracias. Mi cabeza no es la de antes, y me expresaré mejor en mi lengua materna. ¿Podéis bajar un poco también la potencia del ventilador? Mi garganta tampoco es la de antes, y si empiezo con la tos ya no paro.

Quizá estáis aquí porque queréis aprender sobre bioprocesadores cuánticos. Allá vosotras. Si queréis aprender de verdad, yo os recomiendo que os dejéis de charlas de oradoras ilustres. Que leáis una pila de libros, os apuntéis a unos cursos universitarios, y luego a la capacitación del servicio industrial. Así es como se aprende, o al menos así es como aprendí yo. Yo hoy no vengo a dar un curso introductorio, en realidad. Vengo a platicaros, con la excusa de las coli Q, de mis vivencias en estos últimos años. Yo soy anciana y vosotres sois unes críes, así que considero que es mi derecho. 

Platicaremos de los cuidados que recibí de mi mamita en la Supremacía en medio del erial de cuidados que era la cultura depredadora-capitalista que nos rodeaba. De la maravilla que fue crecer en territorio anarquista y todo el amor que recibí de mi gente en Nuevo Tecpatán, y de cómo todo eso se me amargaba por la mami viejita a la que no cuidé y por el hijo que no tuve. Del asco que daban los fascistas machistas en España, y el que daban los aspirantes a anarquistas que se habían criado en el mismo régimen de opresión. De lo mal que cuidé yo, también en España, a mi compañera y amiga Vicenta, que sufría una depresión que no supe atender. Y ya aquí, en la que supongo que a estas alturas ya puedo llamar nuestra tierra, de lo agradecida que me siento de que me estéis cuidando, ahorita que soy un cerebro deteriorado y un cuerpo deteriorado. Y de lo injusto que me parece recibir tantos cuidados, yo que a lo largo de mi vida nunca cuidé bien a nadie.

Como ya somos demasiado ancianes para que nos importe, vengo a platicaros de mi complicada relación con Rosario, mi compañere de toda la vida. Le tenéis sentade en la primera fila. Saluda, Rosario. Y, de paso, de nuestra opresión por raza y por género. Desde los machismos y micromachismos que sufrimos desde pequeñes entre nuestra gente, pasando por el fascismo, donde son habituales las violaciones, el acoso y los malos tratos, y llegando a vuestra propia revolución feminista, en la que tuve el honor de participar. Pero también de los choques que nos supusieron el paso de una cultura migrante, intercultural e indigenista, al monocultivo fascista, donde la política oficial es la sospecha y el desprecio hacia la diferente, y de ahí a vuestra tierra, que se dice inclusiva pero donde, lamento deciros, esa inclusión se vive como forzada.

Si veo que vamos bien de tiempo, os platicaré de las tres revoluciones que viví. La revolución ecologista, que lleva ya dos generaciones, ¡cómo pasa el tiempo! y de lo que le queda. La revolución a secas, o, si queréis, anarquista, o antifascista, o de liberación, en España, que ya ha criado a toda una generación sin fascismo. Si quieres puedes saludar otra vez, Rosario, porque ahí yo tuve poco que ver pero tú sí, y bastante. Y, claro, la revolución feminista, aquí. Alguien que no seré yo, seguramente alguna de vosotras, dará en una sala como esta una charla dentro de 30 años y contará cómo fue. ¡Suerte!

Finalmente, sí, os platicaré de lo que sé del proyecto que empecé. Del gran placer y tremendo dolor que me causó durante décadas el proceso, que fue absurdamente lento. Y de lo placentero que resultó en estos últimos años el cambio de ritmo, cuando empecé a ser la mentora de quien hace el trabajo, en vez de la que hacía el trabajo. En mi vida no cuidé cuerpos ni los vi crecer, pero sí que cuidé mentes y las vi madurar, y también es un proceso precioso.»

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