Análisis | Opinión
La amenaza ignorada del terrorismo ultraderechista
"Que la violencia ultraderechista no solo es un problema real, sino también en auge, lo demuestran los 1.156 delitos violentos que la extrema derecha cometió en el 2018, con un total de 838 víctimas en Europa ; o el aumento en un 320% de los ataques de la extrema derecha en el conjunto de América del Norte, Europa y Oceanía, en los últimos cinco años", escribe el eurodiputado.
El pasado 23 de junio, el guardia civil y director del Centro Europeo contra el Terrorismo (ECTC) Manuel Navarrete, presentó en el Parlamento Europeo el informe anual sobre actividad terrorista en la UE. En su exposición, Navarrete incidió en la posibilidad de que distintas “facciones radicales dentro de la izquierda abertzale intenten llenar el vacío dejado por la banda terrorista ETA”.
Resulta curioso, cuando no significativo y representativo de una tendencia política preocupante, que desde los estamentos policiales se siga insistiendo en alertar sobre un tipo de violencia que desapareció hace años y que, en cambio, se reste importancia o difumine al auge del terrorismo ultraderechista en el conjunto del continente, minimizando de alguna manera este fenómeno al referirse a él como una “mayor actividad extremista”.
Precisamente, tan solo una semana después de la presentación del informe en el Parlamento Europeo, la unidad militar de élite alemana que había sido protagonista en los últimos tiempos de varios escándalos por sus vínculos con la violencia de la extrema derecha, era parcialmente disuelta por la ministra de Defensa Annegret Kramp-Karrenbauer. De esta paradoja da cuenta Daniel Poohl, director de la revista sueca Expo, al observar que, a pesar de que “el terrorismo es un instrumento político que la extrema derecha lleva utilizando desde hace décadas en Occidente”, hay, sin embargo, “una tendencia a tratar este tipo de atentados como casos aislados y no como una campaña en curso”.
Que la violencia ultraderechista no solo es un problema real, sino también en auge, lo demuestran los 1.156 delitos violentos que la extrema derecha cometió en el 2018, con un total de 838 víctimas en Europa ; o el aumento en un 320% de los ataques de la extrema derecha en el conjunto de América del Norte, Europa y Oceanía, en los últimos cinco años.
La gravedad de este terrorismo también se demuestra por el aumento de la letalidad de los ataques. Por ejemplo, en Alemania, según una investigación conjunta de Zeit y el diario Tagesspiegel, entre 1990 y 2017 al menos 169 personas fueron asesinadas por miembros de la extrema derecha, a pesar de que las cifras de organismos oficiales reconocen tan sólo a aproximadamente la mitad de esas víctimas. Y entre estas últimas, se encuentran extranjeros, personas sin hogar y del colectivo LGTBI, izquierdistas y otras personas a las que la violencia ultraderechista consideró como «adversarios políticos».
Las cifras de casos que se manejan en Alemania son una prueba de que la violencia racista, xenófoba e islamófoba de la extrema derecha se ha convertido en este país en una realidad cada vez más habitual. Entre los casos más recientes se encuentra el asesinato a tiros del político conservador Walter Lübcke por un ultraderechista que irrumpió en su vivienda de Kassel, el 2 de junio de 2019; la agresión que sufrió a mediados de julio pasado el regidor de Hockenheim, el socialdemócrata Dieter Gummer, de la que resultó herido grave; el intento del ultraderechista Stephan Balliet de entrar armado en una sinagoga que se encontraba en aquel momento repleta por la celebración del Yom Kipur, en octubre de 2019 en Halle, tras lo que acabó disparando aleatoriamente a los viandantes en la calle, acabando con la vida de dos personas; y en febrero de este año, en Hanau, Tobías R. protagonizó dos tiroteos en bares de shisha cuyas motivaciones resultaron ser xenófobas, asesinando a diez personas, tras lo que mató a su madre para terminar suicidándose, sumando así en total once muertos y cuatro heridos graves.
Fuera de Alemania, pero aun dentro del ámbito europeo, vemos ataques y atentados que siguen patrones similares prácticamente en el conjunto del continente, incluida España, demostrando que no estamos ante casos aislados sino que se trata de un fenómeno global. En octubre del 2019, un antiguo candidato del Frente Nacional intentó incendiar una mezquita en Bayona, Francia, e hirió de bala a dos personas que intentaron impedírselo. Y según el ministerio de Interior francés, en 2018 se registraron más de 100 ataques de carácter islamófobo.
En Bélgica, refiriéndose a la posibilidad de que grupos ultraderechistas intentasen cometer atentados terroristas en este país, el ministro de Justicia Koen Geens afirmó en junio ante el Parlamento belga que “la amenaza es muy real”.
En medio de la campaña electoral de 2018, en Italia, un excandidato de la Liga disparó contra un grupo de migrantes hiriendo de bala a seis de ellos. En este mismo país, en 2019, después de interceptarse un arsenal de armas que incluía un misil aire-aire, rifles de asalto automáticos de «última generación», numerosas municiones y objetos de propaganda neonazi, se llevaron a cabo varios arrestos, entre los cuales se encontraba Fabio Del Bergiolo, ex candidato en las listas del movimiento neofascista Forza Nuova.
En Suecia, tres miembros de la organización neonazi Movimiento de Resistencia Nórdico (RMN) colocaron en 2017 varios artefactos explosivos frente a un café, una vivienda para refugiados en Gotemburgo y una librería que vendía publicaciones izquierdistas. Como resultado de una de las explosiones, un funcionario de inmigración salió herido. En junio del año anterior, un simpatizante de este mismo grupo se lanzaba con su coche contra una manifestación pro refugiados en Malmoe.
En España, en 2019 vimos cómo se produjeron dos ataques terroristas de carácter xenófobo contra centros de menores no acompañados, se detuvo a un francotirador que amenazaba con asesinar al presidente del gobierno en un chat de Vox, y se desmanteló un taller clandestino para la fabricación de artefactos explosivos donde se incautaron diferentes tipos de explosivos y 26 armas de fuego. Entre ellas, figuraban un fusil de asalto, un subfusil, dos escopetas, tres rifles, una carabina, dos armas largas de fabricación artesanal, ocho revólveres y ocho pistolas.
Más recientemente, se detuvo a un ultraderechista que difundió un vídeo en el que disparaba varios objetivos en los que había colocado las fotos de diferentes ministros y ministras del Gobierno y de dirigentes de Podemos.
Navarrete no menciona ninguno de estos sucesos en su informe sobre actividad terrorista. Pero sí que nos habla de un más que improbable riesgo de que se reconstruya ETA, o de una organización juvenil de la izquierda independentista vasca, que no ha sido vinculada con ningún acto de violencia en los últimos años.
En demasiadas ocasiones comprobamos cómo autoridades, policías y la propia prensa intentan sepultar las motivaciones políticas que caracterizan los atentados de la ultraderecha. Pero a pesar de las reticencias a no establecer los nexos de unión entre estos actos, el nivel de violencia y la acumulación de ataques y amenazas impide ya hablar de hechos aislados. Los terroristas que cometen estos atentados están relacionados entre sí, y esta relación no solo se mantiene a través de vínculos ideológicos, sino que también se sostiene con conexiones a escala global, y con referencias explícitas que se hacen los unos a los otros. Ya no se puede negar que el odio racista es hoy una de las principales amenazas, no solo para la seguridad sino para las mismas democracias.
Diversos analistas y expertos en terrorismo e inteligencia llevan tiempo advirtiendo de la creciente amenaza del terrorismo ultraderechista en Europa y Norteamérica, y situándola incluso por encima del terrorismo yihadista. En una sesión dirigida a analizar la amenaza del terrorismo 18 años después del 11 de septiembre de 2001, el Comité de Seguridad Nacional del Congreso de EEUU ya alertó no solo del peligro yihadista, sino sobre todo de la amenaza ignorada del terrorismo de extrema derecha. Uno de los cuatro expertos convocados por el Comité, el exagente del FBI Ali Soufan, llegó a afirmar que «La razón por la que estoy aquí, es porque vi esto en los 80 y los 90 con los yihadistas y nadie nos escuchaba. Ahora estamos viendo lo mismo [con la extrema derecha].
De hecho, es curioso la cantidad de elementos en común entre el terrorismo yihadista y el de extrema derecha. Al igual que no podríamos entender la articulación global de la lucha yihadista sin el conflicto de Afganistán en los ochenta, que sirvió para intercambiar tácticas, procedimientos, formar propagandistas y consolidar las redes transnacionales como al-Qaeda, actualmente, la extrema derecha está utilizando Ucrania como su particular ‘Afganistán‘. El país se ha constituido en centro de operaciones, en una suerte de laboratorio de campo de batalla en el que intercambiar experiencias, formar y entrenar militarmente a sus seguidores y reforzar sus redes internacionales. El Batallón Azov, un destacamento de voluntarios ultranacionalistas con importantes redes financieras, ha reclutado a combatientes extranjeros «motivados por el supremacismo blanco y las creencias neonazis», para recibir entrenamiento, adoctrinamiento y formación en la guerra asimétrica. Según los cálculos del FBI, unos 17.000 ultraderechistas de 50 países diferentes han viajado a Ucrania para participar activamente en el conflicto.
Otro elemento común entre el terrorismo yihadista y el ultraderechista es la utilización de internet y redes sociales como una herramienta fundamental a la hora de difundir su propaganda y de captar nuevos militantes. Así lo afirman diferentes académicas y académicos como Moussa Bourakba que constata “una similitud sorprendente en las técnicas de propaganda que utilizan ambos para el reclutamiento. Al igual que las organizaciones yihadistas, la extrema derecha violenta también recluta por las redes sociales, así como en foros y plataformas de videojuegos”, contaba en una entrevista en La Marea.
La investigación sobre el origen y funcionamiento de los terroristas ultraderechistas indica que muchos de ellos se radicalizaron solos a través de internet, que se coordinan en foros de debate on line, y que utilizan las redes sociales para publicitar sus atentados incluso con retrasmisiones en directo.
Las similitudes se encuentran incluso en los nombres. Los neonazis norteamericanos han adoptado recientemente el nombre “La Base”, para llamar a una nueva plataforma social que pretende unificar a los fascistas a través de internet, para unirlos en una red de entrenamiento de nuevos soldados y prepararlos así, tal y como ellos explican, para la denominada “guerra de razas” que está por llegar. No hace falta recordar que Al Qaeda significa “La Base” en árabe y que, más allá de las coincidencias en la nomenclatura, como defiende Bourakba, lo que define más estructuralmente a ambos terrorismos es que “la extrema derecha violenta y el yihadismo comparten una misma cosmovisión en la que oponen dos bloques monolíticos.”
Sin embargo, a pesar del auge del terrorismo ultraderechista y sus similitudes con el yihadismo, seguimos sin tomar la amenaza de la primera con la seriedad que se merece, y tampoco parece que se aplique el mismo marco de análisis a ambos por igual. Tal y como apunta Poohl en una entrevista en La Vanguardia, en el caso de un“ataque islamista siempre tendemos a verlo como parte de un patrón más amplio. Entendemos que forma parte de la estrategia de una ideología política malévola. Con la ultraderecha, en cambio, solemos olvidarnos de este patrón e intentamos entender al individuo detrás del ataque”. Tal y como ocurre con otros tipos de violencia, individualizar el acto terrorista es una manera de neutralizar la necesaria respuesta social que se ha de poner en marcha.
Así, se podría decir que la mayoría de los partidos y las instituciones prefieren ‘psiquiatrizar’ las motivaciones y los propios actos terroristas ultraderechistas, antes que enfrentarse a la dura tarea de analizar las motivaciones políticas del fenómeno, y responder consecuentemente desde sus respectivas competencias y responsabilidades.
Más allá de la responsabilidad de la clase política e institucional a la hora de reducir las causas de la violencia de la ultraderecha a su faceta más psicologizante, no podemos obviar de ninguna manera el papel que han desempeñado los propios partidos y organizaciones de la extrema derecha, que llevan años echando gasolina ideológica sobre el odio al ‘extranjero’, al ‘diferente’, fomentando así una imagen estigmatizada y estigmatizadora de la migración, como ‘invasores’ y como ‘delincuentes’. No es por tanto de extrañar que se pueda comprobar la existencia de una relación entre el auge electoral de partidos de extrema derecha y el aumento de los atentados ultraderechistas.
En esta relación también tienen cabida las organizaciones que han visto aumentar su popularidad y protagonismo, como lo son Patriotas Europeos contra la Islamización de Occidente (PEGIDA) en Alemania y CasaPound en Italia. Además de esta relación directa ‘numérica’ que indica que a mayor auge electoral mayor número de atentados, los partidos de extrema derecha han directamente banalizado o justificado los propios atentados públicamente, en demasiadas ocasiones. Ante el atentado ultraderechista que hirió de bala a varios migrantes, el propio Salvini declaró, unos meses antes de ser nombrado ministro del Interior, que “esta inmigración no controlada, que es una invasión organizada, lleva al choque social”. Unas declaraciones que justificaban claramente el atentado terrorista, perpetrado precisamente por un antiguo candidato de la Liga, que al ser detenido se cubrió con una bandera italiana, gritó «viva Italia” e hizo el saludo fascista.
A pesar de la ausencia de debate político en las instituciones y los partidos del establishment sobre la magnitud, relación y motivaciones políticas de los actos terroristas ultraderechistas, las llamadas de alerta ante el auge de actitudes racistas y organizaciones xenófobas son recurrentes desde estas mismas instancias, paradójicamente. Pero a pesar de estas denuncias, al no plantear contrapropuestas para combatir estos discursos excluyentes, esos mismos actores están aceptando el terreno de confrontación que propone la extrema derecha, asumiendo así buena parte de sus postulados. De esta forma y en última instancia, normalizan los discursos xenófobos, islamófobos y racistas, legitimando el espacio político que conjuntamente van generando, y dando lugar a lo que en Francia se conoce desde hace años como “lepenización de los espíritus”.
Esta ausencia de propuestas provoca a su vez un círculo vicioso en el que los partidos del extremo centro se muestran incapaces de afrontar el terrorismo ultraderechista con la contundencia necesaria, es decir, a través de una denuncia pública que ponga de relieve las raíces políticas, sociales y económicas de esta violencia, porque esto significaría asumir su propia responsabilidad y colaboración en la normalización del discurso del odio. Mientras no se asuman responsabilidades se seguirá ignorando la amenaza del terrorismo ultraderechista. Porque siempre es mas fácil juzgar a un ‘loco asesino’ que reconocer una sociedad y un sistema enfermos.
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En este país tiene mucho peso el franquismo sociológico y el adoctrinamiento religioso/conservador.
Les hacen confundir lo que por inercia se ha hecho siempre con lo que deberíamos hacer, con aquello que conviene por legítimo y justo.
Una escuela pública, laica y de calidad dónde se enseñe a pensar por unx mismx, a construir un mundo más justo, es la mejor base para un cambio positivo de mentalidades; pero la brutal oposición del sistema y de su inquebrantable socia, la iglesia, a esta escuela que les dejaría sin adoctrinados, impide que se instaure una educación en principios, valores y sensatez.
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Las escuelas concertadas, son escuelas totalmente privadas, tanto en su propiedad como en su gestión, pero que se financian masivamente con dinero público. Lejos de tratar de acabar con la educación privada mantenida con dinero público, el PSOE no ha dejado de salvaguardar en todo momento los intereses de la patronal de la educación privada (mayoritariamente vestida con sotana), incrementando año tras año las partidas presupuestarias destinadas a la educación concertada, y de reducir la financiación de la educación pública. Podemos, Izquierda Unida y el PCE, si en sus orígenes cuestionaban la educación concertada, han acabado por aceptarla, aceptando con ello la otra cara de la moneda: la desfinanciación de la educación pública.
Tantas políticas de derecha por parte del PSOE hacen que ahora la educación concertada, de la que tanto se ha cuidado de subvencionar, se haya convertido en uno de los bastiones de los partidos de la derecha y la extrema derecha como Vox. Esto también ha tenido su reflejo en el crecimiento de las medidas reaccionarias como el “pin parental”. Como dice el refranero “cría cuervos y te sacarán los ojos”.
El Estado dedica 6000 millones anuales a la educación concertada, que es católica en un 60%. Los centros católicos reciben cada año 4.866 millones de euros por su labor educativa, según sus propios datos (consultado en laicismo.org). A través de los distintos acuerdos entre el Vaticano y el Estado se trata de mantener los feudos de la iglesia en el ámbito educativo: 2.500 centros a lo largo de todo el Estado, que en vez de ser mantenidos por la Iglesia corren a cargo de los impuestos de los y las trabajadores. Lejos de reducirse la financiación o de acabar con modelos heredados del franquismo, el dinero destinado a la educación concertada por los gobiernos del PP y PSOE va en aumento y con ello la influencia de la Iglesia en las aulas.
Pero esta no es la única vía de financiación. Las asignaturas de religión en los centros públicos son impartidas por profesores elegidos por la Iglesia. La red de docentes de religión que imparten en la escuela pública, por fuera de la contratación del Estado, permite a la Iglesia embolsarse otra partida de ingresos. La organización Europa Laica viene denunciando hace tiempo la falta de transparencia por parte de las comunidades, pero estima que “la administración central se gasta al menos 100 millones de euros cada año solo en los profesores de Religión de Andalucía, Aragón, Canarias, Cantabria, Ceuta y Melilla, los territorios sobre los que tiene control”.
http://www.izquierdadiario.es/La-concertada-se-lleva-6-000-millones-cada-ano-mientras-la-educacion-publica-esta-desfinanciada
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se dieron prisa en desmontar la eta pero cn el franqusmo aun les cuesta cuando es el maxi-terrorismo creador d ls demas